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viaje al infierno


María Jimena Duzán habla sobre su nuevo libro, ’Mi viaje al infierno’, de Editorial Norma, en el cual relata los detalles sobre la masacre de Cimitarra, en 1990, en la que los paramilitares asesinaron a su hermana Silvia, que también era periodista.
Colombia. SEMANA: ¿Por qué decidió hacer un libro sobre el asesinato de su hermana después de 20 años?
María Jimena Duzán: Porque me tomó 20 años hacer el proceso de reflexión y duelo sobre lo que había pasado. Solo ahora tuve la fortaleza para indagar por qué la habían matado, cómo había quedado y quiénes habían sido.

SEMANA: ¿Por qué le costaba trabajo abordar el tema?
M.J.D.: Uno queda en una situación de fragilidad y temor. A mí me amenazaron, me tocó salirme del país y vivir tres años por fuera. Cuando regresé, escribí de todo menos de eso. Fue una decisión de supervivencia, creo yo, por temor a que pasara algo conmigo o a mi familia. Y creo que lo mismo les pasa a la mayoría de las víctimas en Colombia, se quedan atemorizadas y esa inmovilidad es lo que permite que los perpetradores avancen.

¿Temor o negación?
Las dos cosas. Yo terminé haciendo lo mismo que hizo la sociedad colombiana, que hasta ahora empieza a aceptar parcialmente los horrores que sucedieron. Yo me atemoricé y decidí no ir ante la justicia, porque el general Maza me dijo: "No se meta en eso porque yo voy a hacer las cosas como Estado". Resulta que el Estado no hizo nada.

¿Qué la hizo cambiar?
Que vi a Ramón Isaza en televisión diciendo que no se acordaba de nada. Me indignó la forma como borraba de un tajo el asesinato de mi hermana.

En el libro usted cuenta muchas cosas de su vida privada. ¿Por qué?
Porque creo que era la única manera de contar la historia.

¿Como una necesidad personal o porque era la única forma para que lo que dice fuera creíble?
Era la manera de explicarme a mí misma de dónde venía el dolor que yo tenía aprisionado por tanto tiempo. Pero también el libro fue escrito para que mis hijas supieran quién era su tía y cómo sus sueños fueron aniquilados por la manera injusta en que murió.

¿Entonces decide afrontar el tema y descubre algo distinto?
Sí. Yo pensaba que a Silvia la habían matado los narcoparamilitares del Magdalena Medio. Pero no sabía que había una presencia tan real de agentes del Estado. Descubrí que en la masacre participaron por lo menos tres agentes de Policía, el comandante de la Policía de Cimitarra y el comandante del Ejército del Batallón Rafael Reyes.

¿Se comprobó la participación de ellos?
El expediente se perdió por diez años, y yo creo que detrás de esa desaparición hubo una mano secreta. Hoy estoy convencida de que lo que querían era mantener en el olvido el fallo en el que se declararon libres de toda culpa a los acusados, incluidos los agentes del Estado. Es como si la masacre no hubiera existido. Como si mi hermana y los tres líderes campesinos se hubieran suicidado.

¿Hubo testigos?
Sí, todo el pueblo. La masacre fue hecha al frente del batallón, en un bar La Tata, que estaba lleno de gente en un viernes de fiesta. Todo el mundo supo quién disparó y quiénes fueron los que protegieron a los asesinos en su huida.

¿Quiénes eran los otros?
Silvia estaba acompañada por tres líderes campesinos: Josué Vargas, Miguel Ángel Barajas y Saúl Castañeda. Los tres murieron al instante; la única que sobrevivió fue mi hermana. Descubrí que ella murió desangrada a las 3 horas, sin que nadie la ayudara. Los campesinos eran el objeto de un documental que estaba haciendo Silvia para el Canal 4 de Inglaterra.

¿Cuál era la razón para matar a Silvia?
Yo creo que la mataron porque el documental que estaba haciendo iba a reflejar la magnitud del proyecto narcoparamilitar que se estaba montando en el país. Descubrí que la venían siguiendo desde el Batallón Rafael Reyes mucho antes de que la mataran.

La historia de cómo estaban operando los grupos paramilitares en el Magdalena Medio...
Ahí comenzó todo lo que hoy estamos padeciendo. La historia de cómo, desde el Magdalena Medio, se tomaron las elecciones y la política en las regiones y se despojó a los campesinos de sus tierras comenzó hace 20 años allí, en Puerto Boyacá.

¿Las tres personas que estaban con Silvia tenían alguna militancia en la izquierda?
M.J.D.: Una semana antes, Báez los acusa a ellos de ser colaboradores de la guerrilla, pero ahora él ya no se acuerda de esas declaraciones. Sin embargo, cuando uno conoce la historia de estos campesinos, se da cuenta de que ellos fueron ante todo víctimas de las atrocidades de las Farc.

Si uno mira el trabajo periodístico que estaba haciendo Silvia y lo compara con la visión que tenemos hoy del paramilitarismo, ¿hay diferencias?
Claro. En esa época Silvia y yo pensábamos que el paramilitarismo no era tolerado. Hoy veo que ese pequeño monstruo que comenzó en el Magdalena Medio como una insurrección dentro del propio Estado fue adquiriendo una aceptación social que le permitió convertirse en un proyecto político en estos 20 años. Afortunadamente los medios y la Corte Suprema reaccionaron y destaparon la parapolítica. Pero eso solo es la punta del iceberg.

Esa realidad no necesariamente es la misma que existe después de la desmovilización...
En esa zona del Magdalena Medio la guerrilla fue desterrada. Y desde entonces hay una especie de aceptación de ese nuevo régimen político que instauró el narcoparamilitarismo.

Hace 20 años ya existían versiones sobre lo que estaba ocurriendo. ¿Por qué pudo prosperar el paramilitarismo?
Esa es una de las cosas que más me han impactado en los expedientes: todo se sabía. La manera como descuartizaban a las personas, las masacres, los despojos a los campesinos. Hay muchísimas personas que se fueron al DAS a dar declaraciones y a informar. Lo poco que han revelado los paras desmovilizados en Justicia y Paz se sabía ya hace 20 años. Pero la sociedad no se inmutó ni entonces ni ahora.

Y entonces, ¿qué pasó con los procesos?
La justicia no les dio credibilidad. Y en el caso de la masacre de Cimitarra exculpó a los asesinos, aun con pruebas y que el pueblo entero había sido testigo. Hay testimonios de miembros de la fuerza pública que se volvieron informantes del DAS o que fueron a la Procuraduría, desesperados, a hablar. Esas indagatorias están ahí, apolillándose.

O sea que la negación de la que usted nos hablaba al principio también afectó a la sociedad. Las cosas se sabían, pero no se aceptaban…
Solo ahora hay intentos por recuperar esa memoria trágica con el trabajo que está haciendo el grupo académico que lidera Iván Orozco, pero en materia de justicia, el peso de la impunidad sigue siendo implacable. No creo que la sociedad colombiana esté lista para enfrentar esa verdad. Además, yo siento que estos ’temas’ interesan muy poco.

¿Hay alguna posibilidad de que la masacre de Cimitarra se retome?
No, porque es cosa juzgada. Lo único que queda es la instancia internacional, como ha sucedido con otras masacres, la de La Rochela y la de Segovia.

¿Usted es capaz de perdonar a quienes mataron a Silvia?
Más que perdón, yo pediría sinceridad. Me molesta que no haya respuestas y que quienes saben la verdad se nieguen a revelarla. Ninguno de los jefes paras desmovilizados supo de la masacre de Cimitarra.

¿Cree que la publicación del libro sirva para eso?
En un país que no reconoce la gravedad del conflicto que ha vivido, ser víctima no es nada fácil. La sociedad colombiana todavía no sabe qué hacer con nosotros. Ojalá este libro sirva para mostrar que las víctimas en Colombia somos de carne y hueso y que a pesar del dolor y de la impunidad, tenemos una voz que no pueden acallar por más que nos invisibilicen o nos intenten estigmatizar. A este Estado y a esta sociedad hay que sacudirlos para que lo vean a uno y no solo determinen al asesino que mató al ser querido.
31 de octubre de 2010
©semana
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