Blogia
mQh

belleza y lucha de clases


Concursos de belleza exponen brecha en los ingresos. Miss Colombia y Miss Independencia..
[Simon Romero] Cartagena, Colombia. La champaña fluía. El humo de cigarro flotaba en el grueso aire de la noche tropical. Mujeres en mini y hombres en guayaberas planchadas bailaban en la fiesta de la revista Jet-Set en el Museo Naval de esta ciudad, mientras las candidatas a Miss Colombia se pavoneaban, exhibiendo sonrisas perfectas y pómulos imposiblemente altos.
Otra fiesta se celebraba la misma noche el mes pasado en los terraplenes de piedra de Cartagena. En un vecindario llamado Boston, Ivonne Palencia, una elegante chica de diecinueve años, caminaba de puntillas en el lodo frente a la casucha de su familia. Entre el estruendo de los petardos y la música reggaetón, los vecinos brindaron con cerveza por su victoria sobre Miss Independencia, la reina de los barrios bajos de esta ciudad.
"Tenemos nuestra reina", dijo una radiante Patricia Álvarez, 44, asistente social en Boston que dirigió una caravana de apoyo a la candidatura de la señorita Palencia. "Ellos tienen la suya".
Pese a las zancadas dadas en la estabilización de la economía en los últimos diez años, Colombia tiene la distribución del ingreso más desigual de América del Sur, excepto el pequeño Paraguay, de acuerdo al Centro de Estudios sobre Desarrollo Económico en Bogotá. Y cada noviembre esta ciudad portuaria exhibe abiertamente esa desigualdad, cuando realiza dos concursos de belleza al mismo tiempo. Los concursos rivales ofrecen una visión no solamente de la enorme brecha de ingresos en el país, sino de temas relacionados con la raza y la clase en un país que, según algunas mediciones, tiene la población negra más grande del mundo de habla hispana.
Miss Colombia, el conocido torneo, presenta a dos docenas de engreídas candidatas, muchas de ellas las hijas de piel clara de familias prominentes. El desfile pone a Cartagena como se define a sí misma: como un patio de recreo de la élite global, con hoteles boutiques de 475 dólares la noche y con Audis recorriendo las estrechas calles de una joya colonial que alguna vez fue codiciada por corsarios.
A las sombras de esa opulencia, las barriadas de Cartagena celebran su propio concurso en honor de la declaración de independencia de la ciudad de la corona española en 1811. Con candidatas en gran parte afro-colombianas, el torneo, que se celebra durante un tumultuoso festival callejero, revela conceptos rivales de belleza en una ciudad que fue también el principal puerto de entrada de los esclavos que eran embarcados hacia las colonias americanas.

"Un concurso define a Cartagena como su elite quiera que sea vista: rica, blanca y elegante", dice Elisabeth Cunin, socióloga francesa que estudia en Cartagena. "El otro refleja la realidad de la ciudad como la conocen la mayoría de sus habitantes: pobre y abandonada, una compleja mezcla de dominio racial y una emergente corriente de conciencia negra".
El concurso nacional, fundado aquí en 1934 como un incentivo para el turismo, emplea a un personal que domina idiomas, en un edificio con aire acondicionado en el Parque de Bolívar en el centro histórico, atrayendo a patrocinadores como Edox, un fabricante de relojes suizo. El concurso municipal, creado en 1937, opera con un presupuesto minúsculo en un edificio en ruinas a unas cuadras de allí.
Pocos países, excepto la vecina Venezuela, dan tanta importancia a estos concursos. Además de Miss Colombia y Miss Independencia, jurados colombianos otorgan títulos menores, como Miss Plátano y Miss Carbón. Los pabellones de mujeres en cárceles de Bogotá celebran sus propios concursos. Una ciudad en el norte de Colombia lo lleva un poco más lejos, colocando maquillaje y pelucas a sus burros, para luego desfilar con ellos en su celebración anual de Miss Burro.
Ningún concurso concita tanta obsesiva atención como Miss Colombia. Los paparazzi invaden la ciudad cada noviembre. Columnistas de la farándula especulan sobre la cirugía plástica, mientras los periodistas investigativos tratan de descubrir si son barones de la droga los que pagaron la cuenta. En otra impronta de legitimidad, los intelectuales de Colombia ridiculizan el evento.
La escritora Laura Restrepo definió toda la escena con las palabras de un cínico periodista en su novela ‘El ángel de Galilea’. "De todas mis misiones para Somos, cubrir el concurso fue la peor, pues tuve que alabar la sonrisa de Pepsodent de Miss Boyacá, la dudosa virginidad de Miss Tolima, la preocupación de Miss Arauca por los niños pobres".
Una de las candidatas de este año se fanfarroneaba de que estaba estudiando en la Universidad DePaul en Chicago. Sin embargo, otra enfatizaba que había nacido en París. En contraste, en las biografías del concurso municipal se describía a una candidata diciendo que provenía de una familia de diez hijos. Otra decía que ella simplemente quería visitar la capital, Bogotá.
A veces las candidatas de ambos concursos deben saludarse, como lo hicieron durante una parada militar una mañana de noviembre. Los organizadores se sentaron juntos debajo de un toldo que les protegía del sol.
Reinaba la incomodidad. Las candidatas de piel más clara de Miss Colombia se movían inquietas. Hubo intentos de hablar del tiempo, y de sonreír para las cámaras.
En una entrevista, Raimundo Angulo, ex alcalde de Cartagena que dirige ahora el concurso nacional, se irritó con las críticas de que este evento era de algún modo racista o excluyente. Dijo que el concurso podía mejorar la vida de los vecinos ayudando a convertir Cartagena en la "Monte Carlo del Caribe", incluyendo elegantes casinos y una carrera de Fórmula Uno.
"Es democráticamente elitista", dijo sobre su concurso. "Lo que quiero es simplemente belleza, de donde venga, de acuerdo a ciertos principios, de acuerdo a ciertos valores".
Como señala Angulo, una candidata afro-colombiana fue nombrada Miss Colombia. Eso ha ocurrido exactamente una vez en los 76 años de historia del concurso, cuando Vanessa Mendoza ganó la corona en 2001. Las ganadoras del concurso local compiten a veces en el concurso nacional del año siguiente.
Como con el concurso nacional, las visiones aquí del concurso local están lejos de ser unánimes. Algunos líderes afro-colombianos lo ven como una pobre imitación del concurso rival, mientras refuerza las normas según las cuales las mujeres son juzgadas casi exclusivamente sobre la base de su apariencia.
Sin embargo, está claro qué concurso provoca más entusiasmo en las calles de Cartagena. Las candidatas de las barriadas recorren pavoneándose los diferentes distritos de la ciudad a medida que se desarrolla la carnavalesca celebración de su independencia de España. Los tenderos cierran temprano, por temor a los asaltos. Una parada subida de tono es dirigida por una tropa vestida como sacerdotes de látigo en la mano persiguiendo a los pecadores, reactualizando el tribunal de la Inquisición Española, que tuvo sus bases aquí.
Este año los transeúntes las saludaron con gritos de "¡Vivan nuestras reinas!", mientras recorrían las calles del distrito de Getsemaní. Pandillas de jóvenes recorrían las calles acarreando cubos de pintura negra, amenazando con pintar la cara de los visitantes. Dejan el asedio a cambio de algunas monedas.
En esta anárquica escena, una comisión elige a la ganadora. El título de Miss Independencia de este año fue para Miss Palencia, que pidió permiso de su trabajo como maestra de un preescolar para poder competir. Su barriada, Boston, bautizada así por un barrio rojo frecuentado por marinos extranjeros, estalló en celebraciones.
La madre de Miss Palencia, Yadira Querubín, 50, una trabajadora que gana seis dólares al día limpiando casas en una zona rica de Cartagena, saludó orgullosamente a una visitante en su casa, que tiene suelo de tierra que se convierte en lodo toda vez que el agua de la lluvia se filtra por el techo. "Soy una empleada, y tengo una hija que es la reina", dijo la señora Querubín. "Quizás tenga mi adorable hija, nacida en este difícil lugar, una vida más digna que la mía".
[Jenny Carolina González contribuyó al reportaje desde Bogotá, Colombia.]
5 de enero de 2011
30 de noviembre de 2010
©the new york times
cc traducción mQh
rss


0 comentarios