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toque de queda sobre la barbarie


Un silencio sobre el pasado de Brasil.
[Eric Nepomuceno] Que Dilma Rousseff, una mujer valiente que, como dijo el compositor y escritor Chico Buarque de Hollanda en un acto de campaña, "ya probó su valor, ya pasó por todo y supo seguir adelante", haya aceptado decretar sigilo absoluto y por tiempo indeterminado sobre documentación histórica de Brasil es algo que el tiempo tendrá de explicar. De momento, la única explicación posible son las presiones y chantajes que enfrenta en el Congreso, especialmente en el Senado. Imponer un silencio oceánico sobre la historia brasileña –e incluso sobre su propia historia personal, ya que padeció cárcel y tortura durante la última dictadura militar– es algo inesperado. Es fácil imaginar la clase de presión a que se vio sometida para postergar sine die la apertura de documentos clasificados como ultra-secretos, y que van del siglo XIX al período de la última dictadura militar que nos sofocó. Inicialmente, se preveía un plazo de 50 años para que se levantase el sello de "ultra-clasificado". Ahora no hay plazo.
Mucho más fácil de entender, sin embargo, son las razones de dos exponentes de la derecha en el Senado, el muy poderoso presidente de la Casa, José Sarney, y el senador Fernando Collor de Mello. Ambos pasaron, antes, por la Presidencia de la Nación. Collor de Mello ha sido el primer presidente electo desde 1961 (Sarney fue nombrado por el Congreso en 1985, para la transición entre dictadura y democracia) y el primero y hasta ahora único en la historia de mi país en ser alejado por corrupción comprobada. Ambos vinieron del partido Arena, que durante el régimen de los militares apoyó la dictadura. Ambos están involucrados en escándalos de corrupción. Sarney logró incluso que la Justicia del estado de Maranhao, que él controla como si fuese su feudo familiar, decretase la censura previa –inconstitucional, por supuesto– al influyente diario conservador O Estado de S. Paulo, que desde hace casi dos años está prohibido de informar sobre investigaciones que apuntan a los desmanes de uno de sus hijos.
Lo que no se comprende es cómo, a estas alturas de la historia, se pretende seguir guardando bajo sigilo absoluto y total documentos referentes a la Guerra de Paraguay, que terminó en 1870, y en la cual la actuación brasileña ha sido especialmente sangrienta. Brasil perdió a 50 mil hombres y contribuyó de forma decisiva para dejar en Paraguay un escenario de tierra arrasada y destrozada. Igualmente se clasifican como definitivamente secretos papeles de la actuación del padre de la diplomacia brasileña, el Barón de Rio Branco, que demarcó las fronteras de su país y entre otras hazañas logró apoderarse de un importante trozo de Bolivia, el actual estado brasileño de Acre, de inmensas riquezas naturales. Tampoco se tendrá acceso a la documentación sobre el período del presidente Getulio Vargas, uno de los pilares de la creación del Estado moderno brasileño pero en cuyo largo período dictatorial cometió o dejó que se cometiesen actos de barbarie.
Sarney y Collor de Mello aseguran, al unísono, que dar acceso a ese tipo de documentación podría provocar malestar entre los vecinos y reabrir viejas heridas. Bueno, habría antes que preguntar a paraguayos y bolivianos si tienen o no interés en conocer parte oculta de sus historias. No hacen mención, desde luego, al período más reciente, y más específicamente a la dictadura que imperó entre 1964 y 1965.
Claro está que, con relación a Sarney y Collor, cuanto menos se conozca de sus trayectorias personales, salpicadas de momentos oscuros, mejor. Es perfectamente comprensible su profunda aversión a la luz, ya que la oscuridad les fue y es ampliamente favorable a la hora de vampirizar el país. De todas formas, con lo que se sabe sobre esas dos figuras de la política brasileña ya es suficiente para entender sus pánicos.
Lo que no se logra saber es cómo Dilma Rousseff aceptó esa presión y sucumbió a algún chantaje misterioso.
Queda la esperanza de que alguna hora, más temprana que tardía, vuelva atrás y reasuma la posición que sería lógico esperarse de una mujer de su fibra y trayectoria. Que haga honor, como siempre lo hizo, a la memoria de su propio pasado personal y de toda una generación que empeñó la vida por la democracia que ahora tenemos.
16 de junio de 2011
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