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consideraciones sobre la traición


columna de mérici
En septiembre de 2009 un grupo de diputados de oposición visitó al embajador de Estados Unidos en Caracas para pedirle ayuda económica. Necesitaban dinero para iniciar una radio y/o un canal de televisión para difundir sus ideas políticas, pensando en las elecciones de 2010. Habían pedido ayuda el National Endowment for Democracy y otras instituciones. Se acercaron a la embajada para saber la respuesta. Aparentemente, les dijeron no. Es el informe del embajador Patrick Duddy el que publicó recientemente WikiLeaks. En este, el embajador reproduce parte de la conversación. Les dijo que Estados Unidos no intervenía en asuntos internos de Venezuela, que aparentemente fue el motivo por el que se rechazó la petición de los políticos. "Este es el momento de empezar", le dijeron. Más adelante en el encuentro ofrecen explícitamente defender los intereses de EUA en el país, sobre todo considerando la presencia de Cuba e Irán. Este elemento de extorsión no pasó desapercibido para el embajador, que dice que creyó que los políticos actuaron movidos por el pánico.

¿Es traición lo que hicieron esos políticos? Wikipedia adopta la definición del Oran’s Dictionary of the Law, que la tiene como "las acciones de un individuo para ayudar a un gobierno extranjero a derrocar, hacer la guerra, o perjudicar gravemente al país materno".1 En algunas legislaciones, espiar para un país extranjero es considerado traición. Parece que los diputados pidieron ayuda a cambio de defender los intereses estadounidenses en política exterior, no necesariamente los intereses de Estados Unidos en general o de sus empresas o similares. Sin embargo, es también evidente que los diputados tenían algo más en mente que la política exterior de EUA (defender a ese país de Cuba e Irán), porque el embajador rechazó la idea de intervenir en Venezuela. Probablemente los diputados se referían a derrocar al gobierno, o a participar en la política venezolana con el fin de derrocar al presidente Chávez, en la convicción de que el presidente defendía una política hostil a Estados Unidos. Esas conductas con esas intenciones se definen como traición.

Lo que me llama la atención es que estamos habituados a oír acusaciones de traición, no tanto porque abunden las traiciones  sino porque es un modo usual de descalificar a rivales políticos. Pero en muchos casos, las acusaciones de traición son reales. En Chile, por ejemplo, se ha acusado al general Pinochet de haber traicionado al país por ponerse al servicio de Estados Unidos. Esta acusación la rechazan sus partidarios, aunque es evidente que cometió ese crimen, porque fue investigado por el propio Congreso estadounidense en 1975, y más tarde incluso por el secretario de Estado Henry Kissinger. Sabemos que aceptó la misión estadounidense (preparar un golpe de estado para derrocar al presidente socialista Salvador Allende y defender los intereses de Estados Unidos) a cambio de algunos millones de dólares. Esto parece ser innegable. Los partidarios de Pinochet se niegan en redondo a considerar la seriedad de la acusación y responden acusando a Allende de haber conspirado con la Unión Soviética y Cuba para instaurar una dictadura comunista. Ni la acusación de traición ni de conspiración con ese fin han sido probadas nunca.

Lo que también llama la atención es que no se conocen defensores de la traición o ideólogos de la traición. No conozco a filósofos que fomenten o defiendan la traición. Lo más cercano de una defensa de la traición sería algún diálogo en una obra de Aristófanes, en la que un personaje consideraba idiota defenderse ante un ejército invasor y proponía unirse a las celebraciones de victoria y pasarla bien -como haría probablemente un perro, que si los invasores le arrojaran un hueso reaccionaría dichoso y sin pensárselo dos veces. Pinochet nunca defendió abiertamente su traición. En realidad, no conozco a ningún traidor (como el general Contreras2, por ejemplo, que fue agente de la CIA) que haya alguna vez justificado sus actos.

No es algo inconcebible. Esos militares y políticos chilenos podrían argumentar que el modo de vida del país se encontraba en peligro, que el gobierno socialista estaba expropiando sus propiedades y negocios para entregárselos a los pobres o al Estado o a los comunistas, que en la sociedad socialista que se quería construir no estaban incluidos y que pronto tendrían que desaparecer. Que su alianza con Estados Unidos era legítima, porque ese país representaba el modo de vida que ellos querían para Chile -un modo de vida donde ellos y sus familias o sus patrones gobernarían Chile, eran y serían siendo dueños de la tierra y de las industrias y en el que las fuerzas armadas eran las encargadas de mantener ese modelo de sociedad. Que, por tanto, traicionar a Chile -en el sentido de ignorar el resultado de las elecciones, vale decir, conspirar con un país extranjero para negar la voluntad ciudadana explícita de apartarse del modelo tradicional para crear otro tipo de sociedad en el que los grupos tradicionalmente dominantes no tendrían nada que decir- era imperativo si querían conservar el modelo de sociedad en el que ocupaban todas las posiciones de poder y privilegio. Pero nunca he escuchado una defensa semejante de la dictadura. Y es esto lo que llama la atención.

Lo que está claro es que no había ninguna conspiración comunista. Pese a la difícil situación por la que atravesaba el país, no había ningún indicio de que estuviéramos cerca de una dictadura comunista. Aunque en algunos ámbitos (como el universitario) existía un intolerable autoritarismo y fanatismo de los partidos de izquierda, los ideólogos de la dictadura no idearon nada mejor que inventar una conspiración inexistente -el Plan Z, que nunca existió, que nunca convenció a nadie y que finalmente su autor terminó confesando que escribió por encargo. Muchos afirman que la invención del Plan Z fue un error y que su publicación desvirtuó y arrojó dudas sobre la intervención militar. Resulta todavía más extraño si se considera que la interrupción del orden constitucional había sido pedida a las fuerzas armadas por la propia Corte Suprema, el Parlamento, varios partidos de oposición y un sinnúmero de organizaciones ciudadanas. Se podría creer que el Plan Z fue redactado antes de que esas instituciones y organizaciones pidieran la intervención militar. O que los traidores, que ya venían conspirando desde antes de la investidura del presidente Allende, juzgaron que era más conveniente acusar a este y los suyos de la traición que ellos mismos estaban preparando. Quizá pensaron que para ocultar su propia traición, era más convincente acusar antes a sus rivales. El argumento sería que actuaban para defender la patria, porque decir que lo hacían para defender sus intereses, o el de sus patrones, era inadmisible en el Chile de entonces.

En 1970, elegido Allende en las urnas pero todavía no investido por el Congreso, la embajada estadounidense en Santiago conspiró para impedir que el presidente socialista llegara al poder. Se aproximó a militares y civiles de extrema derecha. Planeó el atentado y asesinato del general Schneider en octubre de 19703, que fue cometido, a cambio de cincuenta mil dólares cada uno, por la organización fascista Patria y Libertad y un grupo de militares. La idea era acusar a la extrema izquierda del asesinato, para provocar un golpe de estado que impidiera la investidura de Allende. El razonamiento es bastante alambicado, porque atribuir el asesinato a movimientos de extrema izquierda no podría justificar de ningún modo lo que pretendían justificar. Era a lo sumo un caso policial inquietante. Efectivamente fue resuelto en unas horas. Que la organización que cometió ese asesinato por instigación de un país extranjero se llamara Patria y Libertad ya dejó de sorprendernos. Algunos creen que se puede ser patriota traicionando a la patria. Recuerdo haber discutido en esa época con militantes fascistas y estos, pese a su nacionalismo, no veían ningún conflicto en su colaboración con Estados Unidos. Tampoco pensaban contradictorio que la defensa de la libertad implicara secuestros, asesinatos y campos de concentración. Sus conceptos de patria y libertad significaban otra cosa que para el resto de los ciudadanos.

Quizá estamos buscando una significación profunda que no existe, que los traidores no tuvieron nunca ningún motivo pero ni de lejos cercano a lo que definimos como nobleza de sentimientos e intenciones. En esa época tenía yo un profesor de historia, de esos que llamábamos marxistas vulgares, que argumentaba que prácticamente todas las conductas humanas se podían explicar por intereses materialistas directos. Que si un general traicionaba, era porque alguien le había pagado4, y que no había que escarbar a la búsqueda de ningún otro motivo superior porque no lo había. Es probable que haya sido el caso del general Pinochet, que era considerado un militar de izquierdas. Si hubiese sido encarcelado y obligado a confesar, ¿qué habría dicho sobre su traición? ¿Habría dicho que la tentación de esos millones de dólares había sido muy grande, o que había traicionado y aceptado dinero por ello en aras del bien común?

Ese mismo hecho, aparte de la invención del Plan Z, arroja todavía más dudas sobre los motivos de los traidores. ¿No es evidente que si recibían dinero para desbaratar una conspiración inexistente, debían demostrar alguna verosimilitud de su existencia, es decir, demostrar la existencia del peligro? Después del golpe de estado del 11 de septiembre de 1973, muchos ciudadanos fueron detenidos ilegalmente y asesinados bajo la pretensión de que conspiraban contra el estado. Esos asesinatos, muchos en enfrentamientos fraguados, debían demostrar al mundo, pero en primer lugar a los que habían encargado la misión, que la guerra era efectiva, que había una guerra. Ahí estaban los muertos para demostrarlo. Muertos que no podían hablar. Para demostrar la existencia de la guerra, había que inventar al enemigo: sólo así se justificaba la paga.

Pero, al mismo tiempo, ese enemigo debía ser capturado, derrotado y asesinado, porque si llegaban a algún tribunal y se investigaban sus casos, habría quedado en evidencia que no existía ninguna conspiración, que no había ninguna guerra, y que las víctimas, con o sin lazos políticos, eran ciudadanos entera y totalmente inocentes de esas acusaciones. Para que no se descubriera la falsedad, había que matarlos. Para que no pudieran relatar las violencias a las que habían sido sometidos, había que matarlos. Y para que nadie se atreviera a protestar, había que matarlos de la manera más salvaje que se pudiera concebir, reducirlos a cosas, mutilarlos, robarles las tapaduras de oro de sus dentaduras, arrojarlos al mar, o, como en algunas dictaduras similares en Centroamérica, a las jaulas de los leones en los zoológicos, o hacerlos desaparecer.

Hay todavía otro aspecto relacionado con la traición: los perseguidos eran tratados como se trata a enemigos de guerra, y el propio país era tratado como un país ocupado. Se preguntaba Osvaldo Bayer en una columna: "¿Por qué esos miembros de las Fuerzas Armadas, de la policía y de los servicios se sintieron de pronto omnipotentes y creyeron ser dueños de la vida y la muerte de todos? Con el derecho a matar, torturar, hacer desaparecer, regalar los niños de las prisioneras. Es decir, ¿se sintieron con los mismos atributos que soldados en un país enemigo?" La respuesta más a la mano es que lo hacen para satisfacer sus instintos más bajos y quedar no solamente impunes, sino además ser tratados como héroes: saquear (las casas allanadas eran sometidas a pillaje), violar a las mujeres (práctica habitual de los militares chilenos y en otras dictaduras), torturar y asesinar a hombres que serán posteriormente declarados comunistas o subversivos, robar los bebés de las detenidas (tras su asesinato) para venderlos o entregarlos a familias de militares estériles5, como en Argentina.

El odio político puede justificar la traición y otros actos inmorales. En Venezuela, en el golpe de estado fracasado de 2002, los conspiradores dispararon contra manifestantes de su propio bando con el fin de acusar al gobierno de esos asesinatos y provocar un levantamiento popular. La estratagema fracasó porque la conspiración fue desbaratada rápidamente. Un periodista de CNN denunció posteriormente que había estado en la rueda de prensa que el nuevo gobierno había convocado, en la que se daba como uno de los motivos del golpe la matanza de manifestantes que aún no había ocurrido. Seguramente hay personas que creen legítimo actuar de ese modo. Probablemente dirán: Acusé falsamente a mi hermano para poder asesinarlo, y lo hice por el bien superior de la patria, vale decir, por el bien superior de mi grupo, de mi familia, de mi bolsillo. Si fuese demostrable, el delito sería irrelevante. Usualmente no lo es, porque no se puede ser traidor (vale decir, dar la espalda a tu grupo y violar la obligación de lealtad filial para beneficio de un extraño o, peor, de un enemigo) y tener al mismo tiempo motivos nobles. El acto de traición que querían cometer esos diputados venezolanos, ¿a quién convenía? Según trataron de convencer al embajador, convenía a Estados Unidos. No sabemos si pensaban también que convenía a Venezuela, ni si esta idea pasó por sus mentes. Pero si convenía a un país que ya había intentado provocar un golpe de estado en el país y que apoyaba abiertamente a la oposición más retrógrada y violenta, que no ocultaba sus intenciones de asesinar al presidente legítimo, entonces no podrían convencer a nadie de que también convenía a Venezuela.6

El embajador Duddy se muestra demasiado generoso cuando trata de explicar la conducta de esos diputados que se ofrecen para defender los intereses estadounidenses en Venezuela contra el gobierno y países como Cuba y Venezuela. "Había un elemento de pánico en la petición de Podemos", escribió Duddy en su comentario final. "Tal urgencia podría derivarse de la certeza no sólo de que la democracia venezolana se acerca a una etapa vulnerable, sino que el partido se enfrenta al desafío de la sobrevivencia como resultado de la nueva Ley Electoral", agregó. Es lo más explícito que he encontrado como explicación y defensa de la traición. Pero ¿qué terrible e inexplicable soberbia puede llevar a alguien a rechazar las decisiones tomadas libremente por su propio pueblo? ¿Tiene la soberbia una explicación política? ¿Tiene la soberbia algún motivo atendible? ¿Tiene Caín razón?

Con la terrible experiencia de las dictaduras latinoamericanas de las últimas décadas y la deplorable y maligna intervención estadounidense en el continente, deberíamos poder decir, y creer, que el diálogo debe ser el único Norte de todos y luchar para que a los ciudadanos no nos puedan confundir ni intrigas ni traiciones. Dice Bayer: "Todos los problemas tienen solución mediante el diálogo. Y el político, el gobernante deben proponerse el diálogo como única arma de poder. Porque si no caeríamos en reconocer a la guerra como única solución para los problemas entre los pueblos. Y eso finalmente significa la muerte." No era en Chile en esos años, ni lo fue Venezuela décadas después, un país con una democracia tan débil que no fuese posible solucionar nada recurriendo a sus propios mecanismos de mediación, ni existía un peligro tan grave e inminente para ella que justificase la intervención militar. El diálogo es la búsqueda sincera del conocimiento, que después nos guiará en la solución de los problemas que podamos tener. No existe una verdad previa al diálogo. Aunque lleguemos a él con nuestras ideas e interpretaciones, debemos estar dispuestos a aceptar que podemos salir del encuentro pensando otras cosas. La verdad se deriva del diálogo, y cuando se la busca con sinceridad y honestidad, se convierte en bien común.

Notas
1
Oran’s Dictionary of the Law (1983) defines treason as "...[a]...citizen’s actions to help a foreign government  overthrow, make war  against, or seriously injure the [parent nation]."

2
"Después del golpe, Estados Unidos dio apoyo material al régimen militar, aunque lo criticaba en público. Un documento liberado por la CIA el 19 de septiembre de 2000, titulado ‘Actividades de la CIA en Chile’, revela que la CIA apoyó activamente a la Junta después del derrocamiento de Allende y convirtió a muchos oficiales de Pinochet en contactos pagados de la CIA o de las fuerzas militares de Estados Unidos, aunque se sabía que algunos estaban implicados en violaciones a los derechos humanos. Manuel Contreras, el jefe de la DINA, fue un agente pagado de 1975 a 1977." En G. Venturini. (Mi traducción.)

3
Esta es la descripción en wikipedia: "El 16 de octubre de 1970, tras recibir un dato anónimo sobre dónde se encontraba Schneider, el primer grupo intentó secuestrarlo en su casa. El dato resultó ser falso, pues hacía dos días que había salido de vacaciones y no volvió sino al día siguiente.
"En la tarde del 19 de octubre de 1970, un segundo grupo de conspiradores leales al general Roberto Viaux, armado con granadas lacrimógenas, intentó secuestrar a Schneider cuando salía de una recepción oficial. El intento fracasó porque salió en un coche particular y no en el vehículo oficial que esperaban los conspiradores. El fracaso provocó un cable muy significativo desde el cuartel general de la CIA en Washington a la estación local, instando a una acción urgente debido a que "en la mañana del 20 de octubre el cuartel general debe responder a preguntas de los altos mandos". Se autorizaron entonces pagos de cincuenta mil dólares cada uno a Viaux y a su principal asociado, a condición de que lo volvieran a intentar.
"El 22 de octubre de 1970, los conspiradores volvieron a intentar el secuestro del Schneider. Su coche oficial fue emboscado en un cruce en la capital (Santiago), pero Schneider desenfundó su arma para defenderse y fue acribillado a balazos. Fue trasladado a toda prisa a un hospital militar, pero las heridas eran mortales y falleció tres días después, el 25 de octubre de 1970 ". (Mi traducción). Este y otros asesinatos y atentados terroristas de la extrema derecha de la época reforzaron la visión de muchos en la izquierda de que Estados Unidos y la derecha chilena harían todo lo posible por evitar las reformas sociales anunciadas y que no había otra alternativa que la lucha armada. La lucha armada por el socialismo se convertiría después en la resistencia armada contra la dictadura.

4
Para financiar a sus aliados en Chile en la época, incluyendo partidos como el demócrata-cristiano e incluso grupos terroristas, el Departamento de Estado destinó diez millones de dólares.

5
C. Lísperguer menciona un terrorífico relato sobre el robo de hijos de desaparecidos durante la dictadura argentina. "Algunos días las detenidas embarazadas eran obligadas a formar fila para que las esposas de los marinos eligieran, por ser rubias o de ojos celestes o negros y otros atributos físicos, a las que, tras dar a luz, serían asesinadas, para quedarse con sus hijos. Mientras algunas mujeres ya estaban embarazadas al momento de su secuestro y detención, otras muchas habían quedado embarazadas tras ser violadas por soldados o por sus interrogadores. Sus hijos eran ‘adoptados’ por familias militares en complicidad con jueces que regularizaban las ‘adopciones’." Se trata del testimonio de Rosa Roisinblit.

6
 Si hubiese algo de verdad en la acusación de que la Unión Soviética y Cuba conspiraban para despojar en Chile a sus grupos dominantes e instalar un régimen social basado en la propiedad y gestión colectivas, se hubiese evitado la dictadura si a Pinochet se le hubiese ofrecido un poco más que lo que le ofreció Nixon al general. Y la historia sería diferente, y hubiésemos, quizá, tenido una dictadura de otro signo. Quiero decir, ninguna consideración nos va a librar nunca del que traiciona por motivos fútiles, porque para esa persona la traición es simplemente un negocio más y probablemente tampoco entiende la gravedad de sus actos. Este es un hombre que, muerta su madre, ofrece su cuerpo a alguna facultad de medicina para que puedan ejercitarse los estudiantes. A cambio de dinero, claro está, y argumentando que lo hace por el bien de la ciencia.
mérici

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