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autorretrato moral de un paramilitar


columna de mérici
Hay dos cosas en las ideologías autoritarias que son difíciles de entender. O no en absoluto. En un caso en Colombia militares y paramilitares1 se pusieron de acuerdo para expulsar a la guerrilla de cierta zona, lo que quiso decir que los ejércitos privados cometieron espantosas masacres mientras los soldados llamados a proteger a la población civil hacían la vista gorda. Para el ejército, había que exterminar a los guerrilleros y a los civiles que pudiesen llegar a apoyarlos. Las violaciones, robos, asesinatos arbitrarios -que fueron la gran mayoría- son todavía vistas como conductas de tiempos de guerra casi legítimas. La definición de botín de guerra incluía esos privilegios. A muchos campesinos los mataron para quedarse con sus tierras.
En el caso de los paramilitares y la brigada 17 del ejército en Urabá, entre 1996 y 2004, junto a lo que veían como una gesta heroica -la lucha contra las guerrillas comunistas-, cometieron aberrantes crímenes que ellos mismos no veían contradictorio con la lucha antisubversiva. Para pagarse a sí mismos, mataron a campesinos inocentes -los engañaron ofreciéndoles trabajo y asesinaron a sangre fría después de obligarlos a disfrazarse de milicianos- para cobrar las recompensas (unos 2.500 dólares por cabeza). ¿Se puede entender?
Los jefes de las autodefensas, los que podían tener alguna ideología consistente sobre lo que hacían, decían que luchaban por defender sus intereses contra los ataques de la guerrilla, que era lo mismo que defender su modelo de sociedad tradicional contra el comunismo -que incluye el despojo de lo que consideran propio y justo. Pero ¿cómo se justifica el asesinato de inocentes?

Pese a todo, estos criminales iban por la vida creyéndose héroes. Uno de los implicados, alias Pedro Bonito, decía que se sentía "orgulloso de pertenecer a la organización. Era una necesidad por la falta de operación del Estado. Éramos bien vistos, yo me consideraba un héroe." ¿Suena monstruoso? Supongo que nadie se puede sentir realmente orgulloso de asesinar a campesinos inocentes para presentarlos como bajas enemigas y cobrar las recompensas. Tampoco puede un país sentirse orgulloso de ofrecer dinero a asesinos a sueldo para asesinar a presuntos rebeldes de izquierda, si llevan como pruebas la cabeza o las manos de las víctimas.
Quizás algún fascista -una persona con ideas autoritarias- pudiera argumentar, como lo he oído muchas veces, que en realidad el asesinato de ciertas categorías de personas no es estrictamente algo malo. Por ejemplo, matar a ladronzuelos, a homosexuales o a indigentes no es visto como delito. No sólo son personas vistas como no importantes, o indefensas, sino además son como inadaptadas e indeseables. Ese criterio se puede extender incluso a los campesinos pobres, que comparten con los demás su indefensión ante la violencia fascista. O se puede aplicar también a personas con alguna discapacidad física. En un campamento de las autodefensas, los candidatos que fracasaban en el cursillo de adiestramiento o que eran considerados débiles, eran asesinados y presentados como bajas enemigas -por la recompensa. Y en algún caso extremo, algunos oficiales hicieron matar a reclutas de sus propias unidades, ante la escasez de guerrilleros o civiles. O, como en este enlace, unos soldados mataron a familiares de sus propios compañeros para conseguir a cambio de la baja enemiga, un permiso de salida. Así que un fascista podría decir que en realidad al matar a esos campesinos esos mercenarios no hicieron nada malo y que está incluso bien que se les pague por ello.

Atormenta que muchas personas aparentemente razonables justifiquen estas violencias y no sean capaces de considerar el respeto de los derechos humanos y de la vida como valores éticos superiores. Eso hiere nuestra sensibilidad moral. Porque son estas mismas personas las que los veían como héroes y no creían que pudiesen ser autores de esos crímenes horrendos. El horror, la crueldad y la inhumanidad de sus conductas, junto a la condición de héroes de que disfrutaban, según dicen, debía hacer imposible que pudiesen contar lo que hacían, o que dejasen testigos, porque tenían que proteger una fama terriblemente inmerecida. Eso creeríamos, erróneamente. Cuando un ser humano mata a otro desvalido, indefenso, inocente, probablemente lo lamentamos todos, menos el fascista. Para este, el asesinato de un débil es algo justificado, porque en su ideología los débiles no sirven para nada y no han de tener lugar en la sociedad. (De modo similar, un conocido defendía que los niños pudieran acosar, capturar, torturar y matar a animales porque los humanos tendrían un derecho natural a experimentar con seres inferiores.)
Por eso se puede incluso entender que criminales embrutecidos hayan sido convencidos de que matar a indigentes o jóvenes desempleados o vendedores ambulantes es algo bueno o necesario, que se consideren por ello héroes, y que, al mismo tiempo, oculten sus crímenes y los nieguen y traten de hacer desaparecer a sus víctimas. En otra perspectiva, la mayoría de nosotros cuando hacemos que creemos bueno, nos sentimos orgullosos y lo publicamos. El fascista, en cambio se siente orgulloso, pero lo oculta. Las justificaciones, la exaltación a la violencia, el elogio de la barbarie, son cosas que se dicen sólo entre ellos, en sus círculos íntimos. No se supone que el resto de los mortales debamos saber qué pasa por lo que en sus casos tiene la función de la cabeza. El fascista celebra sus victorias en secreto.

En resumen: los paramilitares fascistas no encuentran aberrante robar y matar a inocentes para apoderarse de sus tierras, mujeres u otros bienes, porque considera que es un botín de guerra justo. Sus víctimas son culpables de antemano, por pertenecer a ciertas categorías de personas que no tienen garantizado su derecho a la vida: indigentes, homosexuales, retrasados mentales, gente pobre en general. Así que no es necesario que las víctimas en concreto hayan cometido algún delito: es suficiente con el oficio que hayan tenido, y en muchos casos basta con el apellido o el aspecto para convertirse en enemigo. Y dos, el fascista se considera héroe por los violentos crímenes que comete y por todo lo que hace contra los demás. En su mente, si no te resistes, eres débil, y como tal como tienes derecho ni siquiera a la vida. Pero si resistes, te ejecutará con el mayor salvajismo, porque no debías resistir. Para el fascista, el dominio de la fuerza bruta, la superioridad física o militar son fuentes normales de legitimidad. No los argumentos, no la sensatez, ningún derecho ni alegato en defensa de ningún derecho. Sólo y simplemente la violencia y la brutalidad, con un rechazo absoluto de los valores que consideramos normales.

(Decía un fascista argentino que para hacerse hombre, había que matar a uno. Tampoco importaba que el asesinado fuese del mismo grupo, otro fascista. En Colombia, algunos paramilitares celebraban su inclusión en la milicia asesinado a los compañeros menos fuertes, que pensaban igual o no que ellos. En Chile, el dictador Pinochet mandó torturar a detenidos durante el toque de queda, independientemente de si eran o no partidarios de su régimen. Para él, todos los chilenos eran posibles subversivos y posibles terroristas, porque asumía que todos sabían lo que había hecho y que eso sólo se podía castigar con la muerte. Para evitarlo, había que mantener a la población entera sometida por el terror.)

Ejem, mi pregunta sobre cómo explicar que un fascista se considere héroe por acciones que los humanos consideramos aberrantes, crueles, estúpidas, inhumanas o bárbaras la respondería un fascista así: la atrocidades, crueldades, estupideces, inhumanidades y actos bárbaros son y serán siempre prerrogativa y privilegio de vencedores, que no deben explicaciones a nadie por sus actos y que mientras más absurdas las justificaciones, más coherencia tienen en la mente fascista. El terror fascista no es nunca justificado. Se justifica por y en sí mismo. Y mientras más injustificado parezca, más disfrutará el fascista, porque el absurdo y la barbarie son la medida de su poder.2


Notas
1
Los grupos paramilitares son en general conformados por jóvenes delincuentes pagados. Son mercenarios. En realidad, sin el uniforme, ellos mismos podrían ser víctimas de sus propios compañeros. El recluta no tiene pues ninguna idea política de nada. Sólo acepta órdenes a cambio de una paga e impunidad. Sus jefes son otra cosa. En general, son hacendados, comerciantes o traficantes; algunos son ideólogos. Los hacendados formaron esas milicias para defenderse de la guerrilla y para imponer su orden y modelo de sociedad, lo que implicó que fueron usadas, como en el caso de la banda paramilitar de la familia Uribe, para expropiar a los campesinos aledaños, asesinándolos y quedándose con sus tierras. En otros muchos casos, los paramilitares impusieron modelos sociales aberrantes, incluyendo la esclavitud laboral, la esclavitud sexual y otros abusos.

2 Mientras más absurdo el motivo aducido públicamente como justificación de un crimen, más poder muestra e irradia el autor. Es tan poderoso que puede reprimir y matar sin motivo alguno. Como el general Poto Pelao, que mataba y comía a los hijos de sus propios colaboradores. A algunos presidentes europeos, y al presidente Obama, les ha dado por bombardear objetivos civiles en Libia diciendo que lo hacen para protegerlos.

[La imagen viene de este blog.]

cc mérici

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