un monstruo de extrema derecha
Los conservadores a ambos lados del Atlántico tienen la obligación de reconocer que Anders Behring Breivik es un monstruo de derechas.
[Ross Douthat] Durante muchos años, circuló en páginas web conservadoras un quiz titulado ‘Al Gore o el Unabomber?’ El quiz yuxtaponía pasajes del manifiesto ecológico del ex vicepresidente, ‘La Tierra en juego’ [Earth in the Balance], con citas de las críticas de Theodore Kaczynski a la civilización industrial y preguntaba al lector cuáles pertenecían a qué escritor.
¿Pertenecía al barbudo ermitaño la cita que predicaba la formación de "bolsones aislados de combatientes de la resistencia" para luchar con el "asalto contra la Tierra" de la sociedad moderna? No, la había escrito el ex presidente. ¿Era de Kaczynski, el matemático y doctor en filosofía convertido en un terrorista loco que se quejaba del "impacto destructivo" de traer a un niño a "un modo de vida terriblemente consumista tan común en el mundo industrial"? No, nuevamente era de Gore.
Emprendedores blogueros de izquierda ya han empezado a jugar un juego similar con Anders Behring Breivik, el noruego que, aparentemente, justificó el asesinato en masa de indefensos adolescentes en un campamento juvenil con un ‘compendio’ de mil quinientas páginas llamando a una revolución derechista contra la clase dominante europea. A juzgar por el contenido del manifiesto, Breivik tenía en general la misma relación con la derecha cultural que Kaczynski con ciertas tendencias del ecologismo. Los aspectos más tenebrosos de su ideología pertenecen estrictamente al entorno neo-fascista. Pero muchas de sus creencias y argumentos evocan la retórica de los conservadores culturales tradicionales, tanto en Europa como en Estados Unidos.
Pese a lo que han sugerido las autoridades noruegas durante el fin de semana, esas creencias probablemente no pertenecen al acerbo cristiano fundamentalista. Los escritos de Breivik no se parecen en nada a la teología de Jerry Falwell o de Oral Roberts, y su cristianismo nominal ("Supongo que no soy un hombre excesivamente religioso", escribe en su diario) parece más una expresión de una política de identidad europea y del chauvinismo anti-musulmán que de un auténtico fervor religioso.
Sin embargo, calificar a Breivik como ultraderechista es correcto. Como lo dijo John Podhoretz, editor de Commentary Magazine, el asesino noruego corresponde tan bien con "el tipo de ideólogo psicópata de derechas que muchos en este país asumieron que Jared Loughner, el esquizofrénico que disparó contra la representante Gabrielle Giffords" lo era. Su compendio cita abundantemente a escritores conservadores de ambos lados del Atlántico, y está lleno de descripciones de objetivos familiares de la extrema derecha: el laicismo y la corrección política; la Unión Europea y la revolución sexual; el radicalismo musulmán y la izquierda académica.
En realidad, sacadas de contexto, algunas de sus críticas contra el multiculturalismo y la inmigración parecen argumentos que han sido defendidos no sólo por partidos de extrema derecha de Europa, sino también por líderes conservadores corrientes, como David Cameron en Gran Bretaña, Angela Merkel en Alemania y Nicolás Sarkozy en Francia.
Esto significa que la tragedia del mes pasado es también una oportunidad política para los políticos de centro-izquierda europeos, si deciden responder a la masacre de Breivik del modo como respondió el presidente Bill Clinton a los atentados en Oklahoma City en 1995.
Los vínculos de Timothy McVeigh con la política republicana no eran demasiado evidentes, pero Clinton logró asociar al terrorista nativo con charlas radiofónicas y la paralización del gobierno, implicando que el crimen de McVeigh formaba parte de una trama más amplia de un conservadurismo antigubernamental descontrolado. A juzgar por el manifiesto de Breivik, los partidos de izquierda del continente no tendrán que esforzarse tanto para relacionar el acto de terrorismo del noruego con la derecha europea en general.
¿Cómo van a reaccionar los conservadores europeos? No con la pretensión de que no hay ninguna relación entre el extremismo de Breivik y la derecha continental más amplia. Sus crímenes deberían ser denunciados y repudiados, y su pedigrí ideológico tiene que ser reconocido.
Pero esto no quiere decir que los conservadores deban renunciar a sus convicciones. El horror en Noruega no desprestigia las opiniones de Merkel sobre la asimilación musulmana, del mismo modo que las de Ted Kaczynski no desautorizan las opiniones de Al Gore sobre el lado oscuro de la industrialización. En el panorama general, los conservadores culturales de Europa tienen razón: la inmigración en masa ha dividido más que enriquecido al continente, el islam y la democracia liberal no son todavía un matrimonio bien avenido y el sueño de una Unión Europea post-nacional y post-patriótica gobernada por un elite gobernante benévola parece cada vez más disparatado.
Durante décadas, las clases gobernantes de Europa insistieron en que sólo los racistas se preocupaban por la inmigración, sólo los intolerantes dudaban del éxito del multiculturalismo y sólo los fascistas se interesaban en la identidad nacional. Ahora que un extremista de la verdadera extrema derecha ha perpetrado una terrible atrocidad, será fácil volver a esas ilusiones reconfortantes.
Pero los extremistas se hacen fuertes cuando el sistema político pretende que el problema no existe. Los conservadores a ambos lados del Atlántico tienen la obligación de reconocer que Anders Behring Breivik es una especie de monstruo distintivamente derechista. Pero también tienen la obligación de tratar con las realidades que los espantosos crímenes de este monstruo amenazan con ocultar.
5 de agosto de 2011
24 de julio de 2011
©new york times
cc traducción mQh
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