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monjas infatigables


"No hemos venido a destruir las corporaciones", dice Sor Nora Nash, de las Hermanas de San Francisco. "Estamos aquí para mejorar su sentido de la responsabilidad".
[Kevin Roose] Aston, Pensilvania. No hace mucho un inusual visitante llegó a la elegante sede de Goldman Sachs en Lower Manhattan.
No era ningún C.E.O., ni ningún político de Atenas o Washington, ni siquiera un ocupante del Parque Zuccotti.
Era Sor Nora Nash, de las Hermanas de San Francisco, Filadelfia. Y la menuda monja de voz suave tenía algunas no muy humildes sugerencias que hacer al banco de inversiones más poderoso del mundo.
En el piso 41, en un salón de conferencias con vistas al sitio del World Trade Center, Sor Nora, y su equipo del Centro Ecuménico sobre Responsabilidad Corporativa, detallaba su consejo ante tres ejecutivos de Goldman. El banco Wall Street, dijeron, debería proteger a los consumidores, poner coto a los sueldos de los ejecutivos, aumentar la transparencia y recordar a los pobres.
En breve, Goldman debería hacer el trabajo de Dios -algo que su presidente y director ejecutivo, Lloyd C. Blankfein, dijo una vez que había hecho. (El chiste fue un fracaso).
Mucho antes de Ocupemos Wall Street, las Hermanas de San Francisco estaban tranquilamente preparando una suerte de ocupación propia. En los últimos años, la orden católica de 540 monjas se ha convertido en una de las organizaciones más sorprendentes de activistas corporativos del mundo.
Las monjas han encarado a Kroger, la cadena de tiendas de abarrote, por los derechos de los jornaleros; a McDonald’s, por la obesidad infantil; y a Wells Fargo, por las prácticas de préstamos. Han tratado, con algún éxito, de ejercer una disuasión moral sobre 500 ejecutivos de Fortune, un grupo que no es conocido por su compasión.
"Queremos beneficios sociales, y económicos", dijo Sor Nora, paseando por el jardín que hay detrás de Nuestra Señora de Ángeles, el convento donde ha trabajado durante más de medio siglo. Se detuvo frente a una estatua de Nuestra Señora de Lourdes. "Cuando estudias las instituciones financieras más importantes, entonces te das cuenta de que se trata de codicia".
Las Hermanas de San Francisco son un poco habitual ejemplo del activismo accionista que ha arrasado a Estados Unidos corporativo desde los años ochenta. Los fondos de pensión públicos mostraron el camino, ejercitando su influencia económica en temas que van desde la rentabilidad de las inversiones hasta la violencia en el lugar de trabajo. Luego, atacaron a los administradores de fondos mutuos, seguidos por administradores de los virulentos fondos de alto riesgo y trataron de avergonzar a las compañías para que remplazaran a sus C.E.O., sacudiendo los directorios -cualquier cosa que espolonee el valor de sus inversiones.
Las monjas tienen otra cosa en mente: usar las inversiones en su fondo de retiro para convertirse en una minoría moral de Wall Street.

Una mujer de aspecto profesoral con un esculpido mechón de cabellos grises, Sor Nora creció en el condado de Limerick, Irlanda. Soñaba con convertirse en misionera en África, pero en 1959 llegó a Pensilvania para unirse a las Hermanas de San Francisco, una orden fundada en 1855 por la Madre Francis Bachmann, una inmigrante bávara apasionada por la justicia social. Sor Nora hizo sus votos de castidad, pobreza y obediencia dos años después, en 1961, y se ha mantenido ahí desde entonces.
En 1980, Sor Nora y su comunidad formaron un comité de responsabilidad corporativa para combatir lo que veían como inquietantes desarrollos en los negocios en los que habían invertido su fondo de retiro. Un año después, en coordinación con organizaciones como la Coalición para Invertir Responsablemente del Área de Filadelfia [Philadelphia Area Coalition for Responsible Investment], montaron su ofensiva. Boicotearon a las grandes empresas petroleras, denunciaron las políticas laborales de Nestlé y llamaron a las grandes tabacaleras a cambiar sus maneras.
Finalmente elaboraron una estrategia que combina la filosofía moral y el escarnio público. Una vez que eligen a una compañía, compran la cantidad mínima de acciones que les permita presentar resoluciones en la junta anual de accionistas de la compañía. (Las leyes de valores exigen que los accionistas posean al menos dos mil dólares en acciones antes de poder presentar resoluciones). Eso les dio una opción nuclear, en el caso de los ejecutivos de la compañía se negaran a reunirse con ellas.
No es muy sorprendente que la mayoría de las compañías decidieran que preferían dejar a las monjas esperando en la puerta que enfrentarse en público a las religiosas disidentes.
"No vas a ganar simpatía por interrumpir a una monja en tu junta anual", dice Robert McCormick, de Glass, Lewis & Company, una firma que se especializa en los accionistas que votan por poder. Con su autoridad moral, dijo, las Hermanas de San Francisco "realmente pueden llamar la atención sobre algunos problemas".
Sor Nora y su cohorte han logrado entrar en una de las más ilustres salas de consejo de Estados Unidos. Robert J. Stevens, director ejecutivo de Lockheed Martin, se ha interesado, así como Carl-Henric Svanberg, presidente de BP. Jack Welch, ex director ejecutivo de General Electric, estaba tan impresionado con su campaña contra la participación de G.E. en el desarrollo de armas nucleares que se subió a un helicóptero para ir al convento para reunirse con las monjas. Con el helicóptero aterrizó en una cancha al otro lado de la calle.
Las Hermanas de San Francisco no son las únicas voces religiosas que denuncian a las grandes corporaciones. Se han unido para presentar resoluciones con otras órdenes, incluyendo a las Hermanas de la Caridad de Santa Isabel y las Hermanas de Santo Domingo de Caldwell, ambos en Nueva Jersey. El Centro Ecuménico sobre Responsabilidad Corporativa [Interfaith Center on Corporate Responsibility], la organización paraguas bajo cuyo alero transcurre el activismo de Sor Nora, incluye a judíos, cuáqueros, presbiterianos y casi trescientos grupos de inversores basados en la fe. El Vaticano también ha tomado parte en el asunto con una reciente encíclica en la que condena la "idolatría del mercado" y llama al establecimiento de una autoridad central que pueda evitar futuras crisis financieras.
"Con el tiempo, las compañías han aprendido que los problemas que estamos tocando no son frívolos", dijo el Reverendo Seamus P. Finn, 61, un sacerdote de Washington con los Misioneros Oblatos de María Inmaculada y miembro del Centro Ecuménico. "Al final de toda transacción, hay gente que son sea positiva o negativamente afectadas, y eso es lo que tratamos de explicarles".
Un sábado en la mañana reciente, doce miembros del comité de defensa de los accionistas de las Hermanas de San Francisco se reunieron en Nuestra Señora de Ángeles, un cavernoso edificio que alberga a ochenta monjas que, si no fuera por el espeluznante silencio, se parecería a un dormitorio de Ivy League. Mientras las tres monjas hablaban en el vestíbulo, y sus historias de sobrinas y sobrinos rebotan en las murallas, la organización de defensa, que incluye a varios laicos, celebró en el Salón Assisi su reunión trimestral.
Después de orar, una recitación en grupo del Salmo 68 ("Padre de huérfanos y defensor de viudas es Dios en su santa morada") y una ronda de aplausos para una monja que celebraba su cincuenta aniversario, o el Aniversario de Oro, como miembro de la orden, se sentaron a hacer negocios.
Sor Nora, con un chaqueta gris a cuadros y una blusa rosada, con un collar con la cruz franciscana conocida como Tau, empezó a poner al día al grupo en cuanto a las finanzas. Además del programa de defensa de los accionistas, el comité tiene un fondo de justicia social desde el cual otorga préstamos a bajo interés, en cantidades de hasta sesenta mil dólares a organizaciones que se ajusten a su misión. Este trimestre, prestó dinero al Disability Opportunity Fund, una organización sin fines de lucro que ayuda a los inválidos; y los Lakota Funds, una organización que está tratando de financiar una cooperativa de crédito en una reserva de nativos americanos en Dakota del Sur.

Más tarde, durante el almuerzo en la cafetería en planta baja, las Hermanas de San Francisco discutieron la delicada danza a la que se enfrentan en su programa de defensa de los accionistas -obligando a las corporaciones a cambiar sus acciones, pero sin meterse demasiado con ellas en temas sensibles, como en la paga de los ejecutivos como para que peces gordos como Blankfein, de Golman Sachs, no estén dispuestos a reunirse con ellas.
"No hemos venido a destruir las corporaciones", dijo Sor Nora entre mordidas a su ensalada de brécol. "Estamos aquí para mejorar su sentido de la responsabilidad".
"La gente que ha actuado bien tiene derecho a sus ganancias", agregó Sor Marijane Hresko, cuando el tema de la remuneración de los ejecutivos se cruza en el camino. "Estamos hablando aquí sobre excesos, y sobre cuánto dinero es suficiente para cualquier ser humano".
Goldman trata de mantener una relación cordial. "Creemos que nuestras conversaciones con Sor Nora Nash y otros miembros del I.C.C.R. son muy provechosas e instructivas", dijo una portavoz.
Pero el cambio no ha sido rápido. Pese a algunos éxitos -tales como la campaña dirigida contra Wal-Mart que las monjas dijeron que llevó a la compañía a dejar de vender videojuegos para adultos -la pesada naturaleza de las estructuras corporativas quiere decir que las Hermanas de San Francisco rara vez tienen éxito en términos del mundo real, incluso cuando sus idas son populares. La mayor parte de sus mociones reciben menos del veinte por ciento de los votos de los accionistas, y muchas no superan el dígito.
"Honestamente no sé si ha sido efectivo o no, pero ellas llaman la atención sobre temas que otros accionistas desconocen", dice McCormick, de Glass.
Sin embargo, Sor Nora, que sobre su edad dijo que "a fines de sus sesenta", dijo que seguiría presionando a las compañías para que hicieran lo correcto. Últimamente ha estado particularmente interesada en la fracturación hidráulica, o fracking, la técnica de recolección de gas natural que ha sido tema de controversia por su impacto químico y en el medio ambiente. Ha estado asistiendo a manifestaciones de la causa anti-fracking y ha presentado resoluciones contra las compañías petroleras, incluyendo a Chevron y Exxon, instándolas a implementar controles más estrictos.
"Mi trabajo no terminará nunca", dice. "Dios tiene sus modos".
Pronto, Sor Nora se irá a retiro, un rito franciscano anual en el que las monjas se retiran en soledad durante una semana de contemplación y oración. Allá recuperará su fuerza, recompondrá su espíritu combativo y emergerá lista para la siguiente ronda de resoluciones y reuniones a puertas cerradas.
Incluso ya ha identificado a su nuevo blanco: Family Dollar, una de las muchas cadenas de descuentos que venden artículos importados baratos a estadounidenses que generalmente no saben, o no se interesan necesariamente, de dónde provienen esos productos. Sor Nora quiere asegurarse de que los proveedores de Family Dollar tengan políticas laborales justas, y está preocupada sobre si sus productos están o no libres de toxinas.
"Ahora tienen un nuevo presidente", dice Sor Nora. "Tengo una carta lista para enviar el lunes".
25 de noviembre de 2011
12 de noviembre de 2011
©new york times
cc traducción c. lísperguer

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