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historia

murió david e. apter


Cientista político de Yale.
[Dennis Hevesi] Murió el martes en su casa en North Haven, Connecticut, Estados Unidos, David E. Apter, profesor de Yale que convirtió sus conocimientos en ciencias políticas y sociología en influyentes tratados sobre los a menudo tortuosos partos de los países en desarrollo. Tenía 85 años.
La causa de su muerte fue una complicación de un cáncer, informó su hija Emily Apter.
En su carrera académica de 46 años, el profesor Apter escribió o ayudó a escribir más de veinte libros en el terreno de las ciencias sociales y teoría política y sus propias incursiones en países pobres, donde conoció a campesinos, políticos y, de vez en vez, a terroristas. En 1986, Apter pasó meses en China entrevistando a sobrevivientes de la Larga Marcha de 1934-35, que llevó a Mao Tse-Tung al poder. En ‘Revolutionary Discourse in Mao’s Republic’ (Harvard, 1994), escrito por Tony Saich, Apter contó cómo escribió Mao su ‘Pequeño Libro Rojo’ de reflexiones políticas mientras los participantes de la marcha que vivían en cuevas, montaban las llamadas "universidades" para estudiar los textos de Mao.
"La intensidad de su adoctrinamiento era extraordinaria, cómo sometían voluntariamente la autonomía personal para hacerse con poder colectivo", dijo Apter en una entrevista en abril.
En sus viajes entrevistó a burócratas coloniales, líderes nacionalistas, generales, soldados de infantería, jefes tribales, sindicalistas, campesinos, pescadores y comerciantes de bazar.
"Era un infatigable trabajador de campo, aprendiendo las finezas de la vida en las superficies del mundo donde vive la gente, y tenía una extraordinaria capacidad de hacer con ellas una teoría más amplia", dijo Kai T. Erikson, ex presidente de la Asociación Americana de Sociología [American Sociological Association], en una entrevista.
"Es difícil reducirlo a cientista político o sociólogo", dijo Erikson. Tenía una enorme influencia en ambos campos, reuniéndolos como el inventor de la interdisciplinaridad -casi el acuñador del término".
Quizás el trabajo más influyente de Apter es ‘The Politics of Modernization’ (University of Chicago, 1965), un análisis de los sobrecogedores problemas de desarrollo que enfrentan los países nuevos.
Originalmente estudió las luchas por la independencia en África. En ‘The Gold Coast in Transition’ (Princeton, 1955) -puesto al día más tarde como ‘Ghana in Transition’-, cuestionó que las instituciones parlamentarias creadas durante las últimas fases del colonialismo británico pudieran transformar un movimiento de masas de numerosas tribus en un estado pluralista y democrático.
Ghana obtuvo su independencia en 1957. Pero su primer presidente, Kwame Nkrumah, creó un estado unipartidista fundamentalmente de izquierda. Fue derrocado en 1966, desencadenando una serie de golpes.
"Tantos países africanos siguieron el mismo ciclo desde una especie de fórmula liberal para ganar la independencia y terminar en un estado de caos", dijo Apter.
Después de África se volvió hacia América del Sur, donde sus estudios mostraron que el crecimiento económico no promovía necesariamente la democracia; antes bien, puede fomentar la desigualdad, la radicalización y la violencia. Entrevistó a militantes en Argentina, Chile y Perú, luego investigó a los terroristas en Oriente Medio y a miembros de las Brigadas Rojas en Italia.
Ese trabajo sentó las bases de ‘Against the State: Politics and Social Protest in Japan’ (Harvard, 1984), que escribió con Nagayo Sawa. El libro es un estudio de caso de más de tres décadas de conflictos en torno al edificio del Aeropuerto Internacional de Tokio en una zona llamada Sanrizuka.
Diecisiete organizaciones radicales rodearon el sitio del aeropuerto con una pequeña fortaleza de madera, viviendo allá durante años entre los campesinos amenazados con desplazamiento, montando a veces violentas manifestaciones.
"Me quedé en su fortaleza", dijo Apter. "Había un coronel que había sido un criminal de guerra en las Filipinas durante la Segunda Guerra Mundial. Estaba muy orgulloso de su carrera en el ejército. Sin embargo, estos extremistas de izquierda aceptaron al coronel en su grupo. Toda esta complejidad se refracta en el movimiento revolucionario".

David Ernest Apter nació en Brooklyn el 18 de diciembre de 1924, uno de los dos hijos de Herman y Bella Steinberg Apter; más tarde su familia se mudó a Mount Vernon, Nueva York. Su padre, un ejecutivo de una fábrica de ladrillos, murió cuando David tenía doce. Abandonó la escuela y empezó a trabajar.
Enrolado en el ejército en 1943, sacó su diploma de la secundaria mientras estaba en el servicio. En 1950 recibió un grado en economía y ciencias políticas en el Antioch College. Allí conoció a Eleanor Selwyn, con la que se casó. Además de su esposa e hija, le sobrevive un hijo, Andrew, y cuatro nietos.
Apter se licenció en 1952 y se doctoró en 1954 en ciencias políticas en Princeton. En 1961 y 1962 fue director del primer programa de adiestramiento del Cuerpo de Paz, para voluntarios con destino a Ghana. Enseñó en la Universidad de Northwestern, en la Universidad de Chicago, en la Universidad de California, Berkeley, y, de 1969 a 2999, en Yale. Fue presidente del departamento de sociología de Yale de 1997 a 2000.
En su investigación por el mundo, Apter a menudo fotografiaba a las personas que entrevistaba. Las fotografías han sido exhibidas en Yale y en Century Club en Nueva York y en galerías privadas. Entre ellas se encuentran fotos de votantes haciendo la fila en Uganda y de viudas de generales ejecutados por orden de Mao.

8 de junio de 2010
9 de mayo de 2010
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israel ofreció arma nuclear a sudáfrica


Israel ofreció vender cabezas nucleares a Sudáfrica durante el apartheid. Así lo revelan documentos secretos descubiertos por un académico estadounidense que investigaba la relación entre ambos países.
Israel / Gran Bretaña. Israel ofreció vender cabezas nucleares al régimen segregacionista sudafricano en 1975, según documentos secretos que constituyen la primera prueba documental de la posesión de armas atómicas por el Estado judío.
Minutas de las reuniones celebradas por altos dirigentes de ambos países en 1975 indican, según informa hoy el diario británico The Guardian, que el ministro sudafricano de Defensa, Pieter Willem Botha, solicitó las bombas y su homólogo israelí Simon Peres, hoy Presidente de Israel, se las ofreció "en tres tamaños".
Ambos políticos firmaron asimismo un amplio acuerdo que incluía una cláusula por el que se declaraba secreta la propia existencia de ese comprometedor documento.
El documento, descubierto por el académico estadounidense Sasha Polakow Suransky mientras preparaba un libro en torno a la estrecha relación entre los dos países, prueba que Israel dispone del arma atómica pese a su política de "ambigüedad" por la que ni lo niega ni lo confirma.
Según The Guardian, las autoridades israelíes trataron de impedir que el gobierno sudafricano postapartheid desclasificara el documento a solicitud de Polakow Suransky.
Esa revelación cobra especial importancia esta semana en la que las conversaciones sobre no proliferación nuclear que se celebran en Nueva York se centran en la situación en Oriente Medio.
También echa por tierra la pretensión israelí de presentarse como un país "responsable" que en ningún caso abusaría de sus bombas nucleares, a diferencia de otros como el actual Irán.
Polakow Suranksy ha dedicado al tema un libro titulado  "The Unspoken Alliance: Israel’s secrety alliance with apartheid South Africa", que se publica esta semana en Estados Unidos.
Según el autor, entre las personas que asistieron a aquella reunión el 31 de marzo de 1975 estaba el jefe del Estado mayor sudafricano, el teniente general RF Armstrong.
Este elaboró inmediatamente un memorándum que señalaba los beneficios que supondría para el país la obtención de los misiles Jericó armados con cabezas nucleares.
Poco más de dos semanas más tarde, el 4 de junio, Peres y Botha mantuvieron una reunión en Zúrich en la que se trató del proyecto Jericó, rebautizado Chalet.
Las minutas secretas de esa segunda reunión señalan que "el ministro Botha expresó su interés en un número limitado de unidades de Chalet siempre y cuando estuviese disponible la carga correcta".
Y sigue el documento: "El ministro Perez explicó que la carga correcta estaba disponible en tres tamaños. El ministro Botha expresó su gratitud y dijo que pediría consejo".
Según el periódico, la expresión "tres tamaños" se refiere supuestamente a los tres tipos de armas: convencionales, químicas y nucleares.
Israel no había recurrido al eufemismo, "carga correcta" para referirse a armas convencionales y refleja la sensitividad israelí en todo lo relativo a sus armas nucleares.
Eso sólo puede referirse a armas nucleares ya que el memorándum del teniente general sudafricano Armstrong deja perfectamente claro que Sudáfrica estaba interesada en los misiles Jericó sólo para transportar armas nucleares.
El acuerdo no llegó a firmarse finalmente en parte por el costo que suponía. Además, habría necesitado la aprobación final del primer ministro israelí, lo que no era del todo seguro, escribe The Guardian.
Sudáfrica llegó a fabricar sus propias armas atómicas, posiblemente con ayuda israelí, pero la colaboración entre ambos países en materia de tecnología militar se intensificó a lo largo de los años.
Sudáfrica suministro a Israel buena parte del uranio que este país necesitaba para desarrollar sus armas nucleares.
Los documentos confirman la versión del ex jefe naval sudafricano Dieter Gerhard, encarcelado en 1983 por espiar a favor de la Unión Soviética.
Tras su liberación, Gerhard dijo que existía un acuerdo entre Israel y Sudáfrica bautizado Chalet consistente en una oferta por el Estado judío de armar ocho misiles tipo Jericó con "ojivas especiales", término que, según aquél, se refería a las nucleares.

25 de mayo de 2010
©la tercera 
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murió whitney r. harris


Fiscal en los juicios contra los criminales de guerra nazi. Harris formó parte de un equipo dirigido por el juez de la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos, Robert H. Jakcson, que empezó los juicios por crímenes de guerra en Nuremberg, Alemania, poco después del fin de la guerra.
Murió el miércoles, por complicaciones de un cáncer, en su casa en Frontenac, Montana, Whitney R. Harris, uno de los fiscales de los crímenes nazis después de la Segunda Guerra Mundial. Tenía 97 años.
Harris formó parte de un equipo dirigido por el juez de la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos, Robert H. Jackson, que empezó los juicios por crímenes de guerra en Nuremberg, Alemania, poco después del fin de la guerra. En 1945, Harris dirigió la primera acusación del equipo contra Ernst Kaltenbrunner, el funcionario de más alto nivel de la Policía de Seguridad Nazi.
Concentrándose en los servicios secretos, o SS, Harris interrogó a Rudolf Franz Ferdinand Hoess, ex comandante del campo de concentración de Auschwitz.
"Hoess me contó, tan desapasionadamente como si estuviéramos charlando en un desayuno, que en Auschwitz se asesinó a dos millones y medio de personas", contó Harris en Nuremberg en 1996, durante el cincuenta aniversario de los juicios.
Harris se mudó a St. Louis ren 1963 como abogado de la antigua Southwestern Bell Telephone Co. Dotó algunos programas en la Universidad de Washington y hasta el año pasado participó activamente en seminarios en la facultad de derecho de la universidad.
"Era un infatigable partidario de introducir el imperio de la ley en las relaciones entre estados, y quería prevenir una repetición del Holocausto", dijo Leila Sadat, directora del Whitney R. Harris World Law Institute de la universidad.
Harris consiguió que el tribunal condenara a Kalenbrunner por crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad, incluyendo su papel en la dirección de la Gestapo, en campos de concentración nazis y en la masacre de los judíos del gueto de Varsovia en 1943. Kaltenbrunner fue ejecutado en la horca. La entrevista de tres días de Harris con Hoess en abril de 1946, ayudó a su condena por un tribunal polaco, que ordenó su ejecución.
Harris dijo que él y otros abogados e investigadores reunieron abundantes evidencias encontradas en archivos alemanes.
"Realmente nos sorprendió toda la documentación que pudimos recopilar", dijo. "Allanamos las oficinas de las Gestapo y excavamos en los escombros y encontramos documentos que ordenaban el exterminio de los judíos. Recorrimos toda Europa recogiendo evidencias documentales".

Harris nació el 12 de agosto de 1912, en Seattle, como hijo de un concesionario de vehículos, y estudió en la Universidad de Washington. Si licenció en derecho en la Universidad de California en Berkeley, y abrió su práctica en Los Angeles, de 1936 a 1942. Era abogado de la Armada con el rango de capitán cuando fue elegido para trabajar con Jackson.
El tribunal especial internacional juzgó a veintidós altos oficiales nazis, dictó condena en diecinueve casos y sentencia de muerte en doce. Por su trabajo en el juicio de Nuremberg recibió la Legión del Mérito.
En 1940 Harris volvió a Estados Unidos para enseñar derecho en la Universidad Metodista del Sur y escribió el libro ‘Tyranny on Trial: The Evidence at Nuremberg’.
En 1954 y 1955 fue director nacional ejecutivo del Colegio de Abogados de Estados Unidos. Luego se incorporó a Southwestern Bell antes de empezar una práctica privada.
Le sobreviven su esposa Anna; un hijo, tres hijastros, una hijastra, cuatro nietos y nueve nietastros.

3 de mayo de 2010
23 de abril de 2010
©los angeles times
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testigo del horror nazi


Mientras otros trataban desesperadamente de escapar del campo de exterminio de Auschwitz, un prisionero de guerra arriesgó su vida para entrar. Tenía que ver qué estaba pasando, sabiendo que algún día habría un ajuste de cuentas.
[Henry Chu] Bradwell, Inglaterra. Llegaban hombres en uniformes a rayas que parecían boxeadores y terminaban como esqueletos. Denis Avey los podía ver consumiéndose en un lugar tan espantoso que incluso la naturaleza lo había abandonado, y no se veía nunca ni una abeja ni una mariposa.
Había prisioneros judíos alojados en la parte más tenebrosa de Auschwitz, sometidos a brutalidades y atrocidades que Avey, un prisionero de guerra inglés encerrado en otra sección del campo, no habría podido imaginar.
Pero entonces, pensó, ¿por qué sólo tratar de imaginarlo? ¿Que si, de algún modo, viera esos horrores con sus propios ojos: ver, recordar, contar al mundo sobre ello?
Así que el soldado de veinticinco años empezó a darle vueltas a la idea, elaborando pronto un plan tan audaz que, más de sesenta y cinco años después, todavía sacude su cabeza pensando en lo absurdo que era. Mientras tantos judíos y otros prisioneros mantenidos en el infame campo de concentración estaban tratando desesperadamente de salir de él, Avey estaba en realidad tramando un plan para entrar en él.
Por audaz que parezca, el intento de infiltrar el corazón de las tinieblas nazis fue parte inherente de una extraordinaria carrera de tiempos de guerra en la que Avey peleó en África del Norte con las famosas Ratas del Desierto británicas, fue capturado por tropas enemigas, sobrevivió el hundimiento de una lancha llena de prisioneros de guerra y languideció durante un año en un campo de prisioneros en Italia antes de llegar a Polonia ocupada entonces por los nazis.
Ahora de 91 años, Avey finalmente ha sido reconocido por su valentía de entonces, especialmente por su papel en el rescate de un prisionero judío en Auschwitz. Hace poco el gobierno británico lo galardonó con una medalla, y Yad Vashem, el centro conmemorativo del Holocausto en Israel, está considerando agregar a Avey a su cuadro de honor de ‘Los Justos entre las Naciones’ -no judíos que arriesgaron sus vidas para salvar a judíos durante la Segunda Guerra Mundial.
Todo esto es un poco abrumador para un nonagenario que durante décadas metió sus experiencias de guerra detrás de un muro de silencio, después de que su primer intento de contar su historia fuera recibido con escandalosa indiferencia por sus superiores.
"No me siento héroe. Estoy apenado", dijo en su casa aquí en el apacible campo del norte de Inglaterra. "Yo era ese tipo de persona. Creía en algunas cosas con las que crecí".
Avey llegó a Auschwitz hacia fines de 1943, junto a otros cientos de prisioneros de guerra de Gran Bretaña, Australia y otros países, a un campo conocido como el campo de trabajo E715. Aunque formaba parte del complejo de Auschwitz, estaba a alguna distancia del infierno conocido como Auschwitz-Birkenau, que contaba con las infames cámaras de gas y hornos crematorios de la "solución final" de Hitler.
Los prisioneros de guerra eran obligados a trabajar en una fábrica de IG Farben, un conglomerado alemán dedicado a la manufactura de caucho sintético para contribuir al esfuerzo de guerra nazi.
Los prisioneros judíos más sanos eran llevados a trabajar a la fábrica, pero recibían un tratamiento mucho más duro de parte de sus vigilantes alemanes. Eso repugnaba a hombres como Avey, que no podían ignorar el espantoso destino que esperaba a muchos de sus compañeros de trabajo.
"Cuando el viento soplaba en la dirección equivocada, podías oler los hornos crematorios. Todos sabían muy bien qué estaba pasando allá", dijo Duncan Little, autor de ‘Allies in Auschwitz’, la versión de los prisioneros de guerra británicos en el campo E715.
"Trataron de ayudar en todo lo que podían. Por ejemplo, la comida que les daban los nazis a los judíos era derechamente incomestible. Algunos prisioneros británicos dejaban el suyo en un rincón para que lo utilizaran los trabajadores judíos".
Aunque el contacto estaba estrictamente prohibido, algunos prisioneros de guerra y judíos lograban comunicarse subrepticiamente. Avey trabó amistad con un joven judío nacido en Alemania, llamado Ernst, con el que podía conversar, a veces, si tenían cuidado.
"Puedes hablar alemán por la comisura de tus labios", dijo Avey, agregando con una sonrisa: "Aunque es difícil".
Ernst conocía a Avey, un pelirrojo, sólo como ‘Ginger’. Mientras crecía su amistad, Ernst le confió que tenía una hermana que había escapado a Inglaterra unos años antes. Avey le preguntó dónde vivía.
Como prisionero de guerra, tenía derecho a escribir cartas a su casa. Le envió a su madre una misiva cuidadosamente redactada, contándole sobre un amigo cuya familia no sabía que estaba vivo y pidiéndole que se pusiera en contacto con la hermana del amigo para decirle que "todo estaba bien".
Le pidió a su madre que le enviara cigarrillos, que pensaba regalarle a Ernst.
"Milagrosamente, la carta llegó a destino, y los cigarrillos llegaron cuatro meses después", recordó Avey. "Doscientos".
En el campo valían lo que vale el oro. Durante las siguientes semanas, Avey pudo pasarle algunos a Ernst, el joven prisionero judío que los usaba para negociar raciones extras y otros artículos.
Más tarde, esos cigarrillos le salvaron la vida.
Entretanto, Avey estaba planeando un plan todavía más audaz que darle a su amigo judío cigarrillos de contrabando: ver con sus propios ojos las inenarrables cosas que les estaban haciendo a los judíos en Auschwitz.
"¿Conoces la palabra ‘conjetura’? Nunca estuvo en mi vocabulario", dijo. "Quería saber qué estaba pasando exactamente allí dentro... Yo sabía que algún día habría una rendición de cuentas".
Avey convenció a un judío holandés que trabajaba en la fábrica para que le cediera su lugar durante una noche, un riesgo monumental que podría haber terminado con el fusilamiento de ambos. El holandés accedió a cambio de una tarde de mejores raciones, una cama más cómoda y un descanso, por breve que fuese, del incesante horror. Él y Avey tenían la misma estatura y la complexión, pero eso, dijo Avey, no era suficiente.
"Me rapé completamente", dijo. "Y antes de eso, ensucié mi cara y mis ojos".
También estudió cuidadosamente y copió la postura desgarbada, de derrota, de muchos de los prisioneros judíos, que ya no tenían ni comida ni esperanza.
El día acordado, los dos hombres se introdujeron en un cobertizo sin uso y se cambiaron de ropa, coordinándose de tal modo que Avey pudo salir y entrar en la línea de prisioneros judíos cuando eran obligados a marchar hacia su propio campo.
"Fueron semanas de planificación", dijo. "Fue muy preciso. Tenía que ser así... Sabía que necesitábamos mucha suerte.
"Hablar sobre esto suena ridículo. Pero ese es el tipo de persona que era yo. Yo era un chiflado".
El plan funcionó, hasta cierto punto. Los prisioneros judíos a los que se unió no estaban alojados en Auschwitz-Birkenau, como había esperado Avey, sino en un campo más cerca de la fábrica.
Sin embargo, dijo, supo que estaba entrando al infierno cuando vio el cuerpo de un hombre ahorcado, colgando de la horca justo pasando el portón de entrada, que llevaba la infame frase "El trabajo libera". Dentro, mientras la orquesta del campo tocaba a Wagner, a los prisioneros se les pasaba lista y luego esperaban sus raciones.
"Lo podías oler a un kilómetro de distancia. Era una horrible sopa de repollo, y eso era todo", contó Avey. "Tenías un cuenco -todos tenían un cuenco de metal- y tenían que cuidarlo. Lo usaban como almohada, para impedir que se los robaran".
Esa noche, apretujado entre otros dos hombres en una sucia litera, Avey no durmió. Los prisioneros desvariaban cuando dormían, o gritaban por las pesadillas. Él quería mantenerse despierto, para poder interrogar a los tipos que estaban con él.
"Les hice montones de preguntas: nombres de los guardias que habían asesinado a personas", contó. "También quería los nombres de los oficiales de las SS".
Al día siguiente, contó Avey, él y su doble holandés volvieron a cambiar de lugar.
Pero para él no había sido suficiente. Quería reunir más datos, especialmente sobre la temida "selección", en la que los nazis separaban a los que se veían en estado de seguir trabajando de los que serían subidos en camiones hacia las cámaras de gas.
Así que Avey y el holandés cambiaron de lugar por segunda vez. Una vez más, el plan funcionó; una vez más, cambiaron de lugar al día siguiente.
Increíblemente hubo incluso un tercer intento, que casi terminó en desastre. Un guardia vio a los dos hombres apartándose. Avey inventó rápidamente una excusa inocente, que el guardia aceptó.
Asustados por el incidente, él y el holandés decidieron que era suficiente.
En enero de 1945, cuando las tropas rusas se acercaban, los nazis evacuaron Auschwitz, empujando a los prisioneros a marchas de la muerte, que se cobraron la vida de miles de ellos.
Avey avanzó durante cientos de kilómetros, pero se escapó cuando el grupo se acercaba a la frontera con Austria. Finalmente topó con soldados estadounidenses, que le ayudaron a volver a Inglaterra.
Para incredulidad de su familia, que pensaba que había muerto, Avey entró por la puerta de su casa dos días antes del Día de la Victoria en Europa.
Regresó a su regimiento en Winchester y buscó a un teniente para contarle lo que, corriendo un gran riesgo personal, había visto en Auschwitz.
El teniente, dijo Avey, lo miró por encima. Dolido por la indiferencia, Avey decidió no volver a mencionar el asunto.
Dejó el ejército y de retorno en la vida civil encontró un trabajo como ingeniero. Sufriendo lo que probablemente sería diagnosticado hoy como trastorno de estrés post-traumático, buscaba descargar adrenalina en actividades tales como correr con los toros en Pamplona y en deportes ecuestres.
"Estaba desesperado por volver a vivir", dijo. "Tuve pesadillas durante años. Durante esos años fui un tiro al aire. Eso me afectó mucho".
No le contó a nadie -no a su primera esposa, ni a su esposa actual, ni a su hija- sobre sus experiencias durante la guerra.
"Yo sabía que me ocultaba algo", dijo su esposa Audrey. "Naturalmente, le pregunté. Pero nunca me respondió".
El muro de silencio finalmente se rompió hace unos siete años, cuando Avey fue invitado a un programa de la BBC sobre las pensiones de guerra. Los recuerdos le brotaron súbitamente y sus anfitriones en el programa apenas podían creer la extraordinaria historia que estaban escuchando.
La BBC empezó a preparar un documental y pudo descubrir el nombre completo del joven prisionero judío con el que Avey había trabado amistad en Auschwitz, Ernst Lobethal, y localizar a su hermana, todavía viva, en el centro de Inglaterra.
Avey no sabía que Ernst había sobrevivido la guerra, ni que se había marchado a Estados Unidos, donde, como Avey, había trabajado como ingeniero. Antes de su muerte en 2001, Lobethal se había cambiado el nombre a Ernest Lobet, y había grabado su historia en video para la Fundación Shoah de Steven Spielberg, que ahora pertenece a la Universidad de Carolina del Sur.
En una emotiva reunión a fines del año pasado, la BBC pudo reunir a Avey y la hermana de Lobet, Susanne Timms. Limpiándose las lágrimas, los dos se sentaron en el sofá de Avey, cogidos de las manos, mientras miraban el video de Lobet.
En este describe cómo el prisionero de guerra británico conocido solamente como ‘Ginger’ le dio diez cajetillas de cigarrillos ("Es como si te regalaran el Rockefeller Center"). Cambió algunas por favores, incluyendo uno que finalmente le permitió sobrevivir las marchas de la muerte.
"Las suelas de mis zapatos habían empezado a estropearse y en el campo, por supuesto, también había zapateros", recordó Lobet. "Me hice poner dos gruesas suelas nuevas en mis botas a cambio de dos cajetillas de Player ingleses. Y eso... más tarde me salvó la vida en las marchas de la muerte".
Timms, 87, nunca pensó que conocería al hombre que había salvado a su hermano.
"Es una persona maravillosa. Tiene una personalidad muy fuerte", dijo Timms en una conferencia telefónica. "Me habría gustado que mi hermano lo hubiese conocido antes de morir".
Ahora, pese a sus años, Avey sigue conservando una vigorosa salud, excepto por una compresión en la espalda y jadeos después de las caminatas.
Todavía hay algo de la desenvoltura del joven soldado en él. Con una risa socarrona, reta a su visitante al que dobla en edad a una prueba de fuerza y describe sus años aprendiendo judo, alardeando sin pestañear: "Podría matarte con sólo un dedo".
Él y su mujer viven con sus dos Springer Spaniel, en un paisaje de verdes colinas. En estos días, sin embargo, esa tranquilidad la rompen constantemente las llamadas telefónicas de periodistas, grupos comunitarios y otros, ansiosos por oír sus experiencias.
El hombre que mantuvo su historia en una botella durante décadas ahora parece feliz de compartirla.

19 de abril de 2010
3 de abril de 2010
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kissinger no impidió operación cóndor


Operación Cóndor: Kissinger ordenó no avisar a Pinochet de planes de asesinatos. La revelación de nuevos documentos desclasificados y obtenidos por la National Security Archive confirma que Estados Unidos tuvo un papel importante en la muerte del ex canciller Orlando Letelier.
[John Dinges] Washington, D.C., Estados Unidos. El National Security Archive, organización estadounidense asociada con ArchivosChile, entregó hoy documentos desclasificados con importantes revelaciones sobre el papel de Estados Unidos respecto al asesinato del ex canciller, Orlando Letelier.
Los documentos revelan que, por un lado, el entonces secretario de Estado Henry Kissinger emitió una instrucción para que los embajadores norteamericanos instalados en los países miembros de la Operación Cóndor advirtieran a las autoridades militares que Estados Unidos conocía que los planes de ese operativo implicaba asesinar opositores que se encontraban en el extranjero, y por otro, que después instruyó para dejar sin efecto esa advertencia a los dictadores del cono sur americano.
En el caso de Chile, la nueva orden de Kissinger de dejar sin efecto la instrucción de advertir a estos gobiernos militares que Estados Unidos conocía sus planes de Cóndor para matar opositores fuera de sus países, fue dada el 16 de septiembre de 1976, sólo cinco días antes de que agentes de la DINA asesinaran en Washington al ex canciller de Salvador Allende, Orlando Letelier, y a su secretaria estadounidense Ronnie Moffitt.
Antes de conocerse la desclasificación de estos documentos acerca de la Operación Cóndor y Estados Unidos, dos investigadores del caso Letelier, el periodista autor de esta crónica John Dinges, director de ArchivosChile, y el analista Peter Kornbluh, director de National Security Archive, habían sostenido en sus respectivos libros, ‘Operación Cóndor: Una década de terrorismo internacional en el Cono Sur’ y ‘Los archivos secretos’, que con toda seguridad el régimen de Pinochet habría abortado la operación para asesinar a Letelier, si hubiera recibido previamente la advertencia de que su principal aliado, Estados Unidos, conocía los planes de la Operación Cóndor y se oponía a ellos.
Aliados en la Operación Cóndor fueron los servicios de inteligencia militares de Argentina, Bolivia, Uruguay, Paraguay y Chile, país este último que fue el anfitrión para la creación de Cóndor en Santiago el 25 de noviembre de 1975.
Los documentos desclasificados revelan que, por orden de Kissinger, los funcionarios de la CIA y de la embajada de EEUU en nuestro país no advirtieron al gobierno chileno antes del crimen de Letelier que Estados Unidos había descubierto los planes de la dictadura de Pinochet, y los de los gobiernos de países de la alianza Cóndor para perpetrar "una serie de asesinatos internacionales".
Un diplomático norteamericano de la época expresó un juicio matizado sobre la responsabilidad de EEUU, pero apuntando a la misma conclusión.
"Sabíamos con bastante anticipación que los gobiernos de los países del Cono Sur estaban planeando algunos asesinatos en el extranjero en 1976… Si hubo relación directa o no, lo desconozco. No sé si hubiéramos podido prevenir esto (el asesinato de Letelier) de haber intervenido. Pero no lo hicimos", pronunció el Secretario Adjunto para América Latina, Hewson Ryan, en una entrevista citado en el libro ‘Operación Cóndor’.
El misterio, ahora resuelto con la desclasificación de estos documentos, ha sido la razón por la cual los funcionarios no cumplieron la primera orden de Kissinger de presentar la advertencia formal a Pinochet o al menos al jefe de DINA, Manuel Contreras. A través de los años, un colaborador cercano de Kissinger, el ex secretario adjunto para América Latina, William D. Rogers, declaró rotundamente que el ex secretario de Estado "nada tuvo que ver" con la cancelación de la orden. El mismo Kissinger ha hecho declaraciones de orgullo de haber ordenado la advertencia y de haberse "opuesto" al operativo Cóndor.
La prueba que contradice las versiones de Rogers y Kissinger está en los documentos obtenidos por National Security Archive  publicados hoy sábado en un informe editado por el analista Peter Kornbluh: la orden de cancelar la advertencia vino de Kissinger personalmente.
Henry Kissinger y sus cercanos colaboradores del Departamento de Estado de entonces han emitido diversas versiones sobre su actuación respecto al caso Letelier. Durante muchos años se negó que Estados Unidos conociera los planes de asesinato de la Operación Cóndor antes de la muerte de Letelier. Pero documentos desclasificados por el presidente Bill Clinton en 1999 contradicen esa versión, comprobando la existencia de más de 30 documentos de la CIA y el Departamento de Estado que describen los planes de Cóndor, todos antes de septiembre de 1976.

Cronología de los Hechos
-Mayo-junio de 1976: Mueren asesinados en Argentina el ex presidente de Bolivia Juan José Torres, y dos políticos prominentes uruguayos: Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez. La CIA informa a Washington que estos atentados forman parte de una nueva alianza de países del Cono Sur que se llama ‘Operación Cóndor’, liderada por Chile. Informa además que Chile, Uruguay y Argentina han lanzado operaciones de asesinato afuera de América Latina, detectando planes concretos contra personas exiliadas en Francia y Portugal.

-23 de agosto de 1976: Basándose en la información anterior, Henry Kissinger manda un cable titulado ‘Operación Cóndor’ a todos los embajadores norteamericanos de los países miembros (Chile, Argentina, Uruguay, Bolivia y Paraguay). Señala: "Los asesinatos planeados y dirigidos por los gobiernos miembros de Cóndor, dentro y fuera del territorio, tienen consecuencias extremadamente graves que tenemos que enfrentar con rapidez y sin rodeos". Kissinger ordena a los embajadores de Chile, Argentina y Uruguay a "entrevistarse lo más pronto posible con el funcionario de mayor rango -de preferencia el Jefe de Estado- para elevar una advertencia formal".
Última semana de agosto: Los embajadores norteamericanos en Chile y Uruguay piden instrucciones sobre la manera de entregar la advertencia, conocido en el lenguaje diplomático por el término francés "demarche".

-30 de agosto de 1976: El secretario adjunto para América Latina, Harry Schlaudeman, despacha un memo a Kissinger esperando la elección y aprobación de las diferentes alternativas propuestas por el embajador de Uruguay para cumplir con la orden de Kissinger. Schlaudeman subraya la urgencia del asunto, apuntando que "lo que estamos tratando de evitar es una serie de asesinatos internacionales que pudieran dañar seriamente al estatus internacional y reputación de los países involucrados". (Documento obtenido por Kornbluh por la Ley de Libertad de Información- FOIA).

-16 de septiembre de 1976: Kissinger, estando de viaje en África, contesta el memo de Schlaudeman, negando permiso a todas las alternativas de presentación del "demarche". Textualmente dice: "Memo fecha agosto 30, ‘Operación Cóndor’. Secretario denegó aprobación mensaje a Montevideo y ordena que no se tomara más medidas respecto este asunto". (Documento "confidencial", desclasificado por haber pasado 25 años, obtenido del Archivo Nacional por el analista Carlos Osorio de National Security Archive).

-20 de septiembre de 1976: El funcionario Schlaudeman dispone traspasar la orden de Kissinger a todos los embajadores, repitiendo la frase que ahora sabemos es del mismo Kissinger: "no tomen más medidas, señalándose que no ha habido información en varias semanas que indique intención de activar el plan Cóndor".

-21 de septiembre de 1976: Menos de 24 horas después de ser despachado ese cable, muere Orlando Letelier y Ronnie Moffitt cuando su auto iba por la avenida Massachusetts en Washington DC, a menos de tres kilómetros de la Casa Blanca. Una semana después investigadores de la FBI reciben información que el atentado fue obra de Chile utilizando los mecanismos internacionales de la Operación Cóndor.

11 de abril de 2010
©la nación
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doble vida de clarence king


Pretendió que era negro, se casó con la hija de una esclava y mantuvo la ficción hasta después de su muerte.
[Andrea Ferrari] Clarence King (1842-1901) tuvo una extraña doble vida. Para sus amigos y familiares era soltero, pero en verdad tenía mujer y cinco hijos. Más curioso aún es que este prestigioso geólogo, que se movía cómodamente en medio de la elite política y cultural de Estados Unidos, era, para quienes lo trataron en su existencia paralela, un guarda de tren. Pero lo que resulta ya difícil de creer es que en una de sus vidas Clarence King fue blanco y en la otra, negro.
La historia, minuciosamente investigada por la historiadora Martha Sandweiss para su libro ‘Passing Strange’, revela hasta qué punto la raza ha sido en Estados Unidos una frontera que va mucho más allá del color de la piel. "Pasarse" hacia el otro lado (un término usado para definir generalmente a afroamericanos de piel clara que podían "pasar" por blancos) significaba entrar en otro mundo y a menudo negar toda relación con el de origen. King "pasó" en la dirección menos usual, pero también necesitó construir en torno de ese hecho un muro de silencio.
Nacido en el seno de una familia aristocrática, brilló como geólogo desde muy joven. Formó parte de la expedición que durante seis años estudió las tierras del oeste norteamericano, escribió libros clave de su especialidad y, cuando en 1867 el Congreso creó el Instituto Geológico de Estados Unidos, lo nombró su primer director.
Sus amigos sabían que no le gustaban las damas de alta sociedad, sino las mujeres más "naturales", y que en sus múltiples viajes solía explorar ambientes populares en busca de emociones. Defensor de los derechos de los afroamericanos, muchas veces expresó la idea de que la mezcla racial "mejoraría la vitalidad de la raza humana". Pero una cosa es la teoría y otra la práctica. King seguramente sospechaba que su privilegiado entorno frunciría la nariz ante la mera idea de una esposa negra.
En esta historia en que todo es asombroso resulta particularmente extraño imaginar el momento en que King, rubio y de ojos azules, conoció a Ada Copeland, una mujer 19 años menor que él nacida en Georgia de madre esclava, y le dijo que se llamaba James Todd y era negro. Pero hay que ubicarse en la época: según había dictaminado la Corte Suprema en 1896, en el caso "Plessy vs. Ferguson", con sólo tener un abuelo negro una persona debía considerarse negra, cualquiera fuera su aspecto. Seguramente a Ada le resultaba más fácil aceptar como pareja a un afroamericano de piel clara que a un blanco y creyó en su versión, más aún cuando le dijo que trabajaba como guarda en Pullman, una empresa ferroviaria de reciente creación que sólo contrataba guardas negros. Poco después se casaron sólo con una ceremonia religiosa ante un pastor metodista, práctica común en ese entonces en la comunidad negra– y ella se convirtió en Ada Todd.
La elección de su trabajo le sirvió perfectamente a King para justificar sus largas ausencias, producto de viajes profesionales y compromisos familiares. Cuando volvía a Nueva York fijaba domicilio oficial en el elegante hotel Albert de Manhattan, frecuentaba amigos como el secretario de Estado John Hay, y contaba con un valet negro para su asistencia personal. Luego cruzaba a Brooklyn para quedarse con Ada y sus hijos (tuvieron dos mujeres y tres varones, uno de los cuales murió en la infancia). En el camino se pondría una chaqueta de Pullman y se iría sumergiendo poco a poco en ese otro mundo, en otra forma de hablar, en su vida como negro.
Cuando la familia creció, King los instaló en una casa más grande en Queens, donde Ada contaba con personal de servicio doméstico. A esa altura, ella creía que su marido era un viajante de la industria siderúrgica. Los gastos de manutención del hogar, sumados a los de su madre viuda y hermanos menores y a negocios no muy exitosos, fueron agotando sus irregulares ingresos y tuvo que pedir préstamos en varias oportunidades a sus amigos.
¿Cuánto sospechaba Ada? Si intuía algo, no lo dijo. A lo largo de trece años y pese a las prolongadas ausencias de Clarence, la pareja mantuvo el romance intacto, al menos a juzgar por las encendidas cartas de amor que él le enviaba en sus viajes y que más tarde Ada se vería obligada a desempolvar.
En el año 1900 King contrajo tuberculosis y por consejo médico se instaló en Arizona. Antes de viajar le dijo a Ada que no debía preocuparse por el futuro, ya que iba a dejar ochenta mil dólares (una fortuna en ese tiempo) en manos de su amigo de infancia, James Gardiner, para que instituyera un fideicomiso en su beneficio. Pero recién cuando sintió a la muerte tocándole el hombro le envió una carta desde Arizona confesando que no se llamaba James Todd sino Clarence King.
A Ada Copeland-Todd-King, primero esclava, luego empleada doméstica, más tarde esposa de clase media, le tocaba ahora luchar por su reconocimiento y la herencia de su marido. Fue una batalla larga, varias veces abandonada y retomada. Si bien Gardiner le facilitó, a través de diversos intermediarios, un estipendio mensual y una casa donde vivir, Ada consideró que le estaban escamoteando su derecho al dinero que le había querido dejar King. No logró llegar a juicio hasta 1933, ya con setenta años. Para ese momento Gardiner había muerto. Obligado a comparecer, su secretario e intermediario William Winne dijo que en verdad nunca había existido un fideicomiso, ya que King estaba quebrado: un benefactor anónimo había aportado durante más de treinta años el dinero para Ada y sus hijos. Fueron meses de tironeos legales hasta que finalmente reveló su nombre: John Hay. Según Winne, al saber de la familia negra de su amigo, el ex secretario de Estado decidió aportar los recursos para evitar el escándalo. A su muerte, lo siguió haciendo su familia.
De ese juicio Ada sólo consiguió que el título de la casa donde vivía pasara a su nombre, aunque se le acabó el estipendio. Desde entonces, y hasta que murió a los 103 años, usó el nombre de Ada King.
Las dos hijas mujeres que tuvo con Clarence, Grace y Ada –ambas de complexión clara–, al igual que sus hermanos se casaron con hombres blancos. También lo hizo Thelma, hija de Ada. Cuando quiso tener hijos, esta nieta del hombre que con tan espectacular mezcla de amor, cobardía e ingenio cruzó la frontera racial a fines del siglo XIX, decidió que no quería correr el riesgo de que sus genes le dieran una sorpresa y prefirió adoptar. Dos niñas blancas.

7 de abril de 2010
©página 12
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murió andree peel


Heroína de la resistencia antinazi.
Murió el viernes en una residencia de ancianos en Bristol, al sudoeste de Inglaterra, Andree Peel, miembro de la resistencia en la Segunda Guerra Mundial, que salvó la vida a más de cien pilotos aliados en Francia durante la ocupación -informó la directora de la residencia, Sherry Kitchen.

Nacida como Andree Vitor en Francia en 1905, Peel llevaba un salón de belleza en la ciudad portuaria de Brest cuando los nazis invadieron el país en 1940. Se unió a la resistencia, siendo encargada inicialmente del reparto de diarios clandestinos.
Con el nombre en clave Agent Rose, ayudó a decenas pilotos británicos y estadounidenses a escapar de territorio ocupado en submarinos y cañoneros, y también guiando a los aviones aliados hacia pistas de aterrizaje secretas.
Capturada por los nazis, fue internada en los campos de concentración de Ravensbruck y Buchenwald.
Después de la guerra, Virot conoció a su futuro marido, el académico británico John Peel, y se trasladó a Inglaterra.
Peel fue abundantemente reconocida por la valentía que demostró en tiempos de guerra. Winston Churchill la agradeció personalmente y recibió la Legión de Honor francesa, la King’s Commendation for Brave Conduct y la Cruz de Guerra.
Contó su extraordinaria historia en su autobiografía ‘Miracles Do Happen’.

23 de marzo de 2010
11 de marzo de 2010
©los angeles times
©traducción mQh
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quién quiere leer a hitler


Una propuesta para volver a editar ’Mi lucha’, de Hitler, remueve las viejas heridas en Alemania. ¿Vale la pena mantener la prohibición del libro? ¿Qué literatura neonazi se vende en Colombia?
Alemania. En 65 años, Alemania pasó de ser un país en el que prácticamente no quedó piedra sobre piedra después de la guerra, a un Estado moderno, democrático y con una economía que, a pesar de todos los problemas, sigue siendo la locomotora de Europa. Sin embargo, su condición de potencia no ha impedido que un pequeño libro siga clavado como una astilla en el corazón de la historia reciente de Alemania.
Se trata de ‘Mi lucha’, la piedra angular del pensamiento y la literatura nazi, escrito por Hitler desde su celda en la cárcel de Landsberg en 1924, donde purgaba una pena de cinco años de prisión (de los cuales cumplió uno) después de su intento de golpe de Estado en 1923. Actualmente, en Alemania está prohibida su publicación, y su venta está muy restringida. Es legal tenerlo, comprarlo y venderlo. Pero las librerías que comercien con él sólo pueden hacerlo con ejemplares anteriores a 1945, no pueden hacerle publicidad y su uso debe ser con fines de estudio. Sin embargo, la propuesta del Instituto de Historia Contemporánea (IfZ, por su sigla en alemán), con sede en Munich, de publicar una edición comentada de ‘Mi lucha’ en 2015, ha vuelto a poner bajo los reflectores el libro, y las discusiones al respecto no tardaron en aflorar.
El problema no consiste tanto en que el público alemán pueda hacerse a una copia del libro del dictador (cualquier persona con acceso a Internet puede descargarlo e imprimirlo en casa, o simplemente puede traer uno del exterior en cualquier viaje), sino en que su publicación no contravenga la ley.
En Alemania, una obra pasa a ser de dominio público 70 años después de la muerte de su autor. En el caso de ‘Mi Lucha’, esto ocurrirá el 31 de diciembre de 2015 (aunque la muerte de Hitler fue el 30 de abril). Actualmente, esos derechos están en manos del Ministerio de Finanzas de Baviera, que se opone a la edición del libro. Pero dentro de cinco años, la publicación de la obra podría quedar estancada si las autoridades determinan que puede servir como propaganda.
No obstante, dentro del mismo gobierno bávaro hay voces como las de Wolfgang Heubisch, ministro de Ciencia, Investigación y Artes, que apoyan la iniciativa de los historiadores. "Existe el riesgo de que los charlatanes y los neonazis se apropien de esta obra vergonzosa cuando los derechos expiren. Por lo tanto, creo que necesitamos una edición crítica, científica y bien preparada", dijo Heubisch ante el IfZ. La diferencia de opiniones en Baviera es una muestra de que en Alemania el tema del nazismo aún es delicado y que el país todavía tiene que lidiar con su pasado a pesar de que la nación actual es muy diferente de la época de Hitler. "Los autores que trabajan el Holocausto consideran que debido a la magnitud del mismo, la cantidad de víctimas y el horror de su muerte, la sociedad alemana no ha podido -y para algunos nunca podrá- enfrentar ese pasado sin caer en el trauma, bien sea evadiendo su responsabilidad histórica o política o bien sea sintiéndose víctimas. Lo mismo les pasa a los judíos", dice Camila de Gamboa, experta en justicia transicional de la Universidad del Rosario.
Precisamente, dentro de la comunidad judía germana también hay diferencias de opinión. Mientras el secretario general del Consejo Central de Judíos de Alemania, Stephan J. Kramer, apoya la propuesta del IfZ, la presidenta de la entidad y sobreviviente del Holocausto, Charlotte Knobloch, se opone.
La investigación del material por parte del instituto empezó en julio de 2009, y la entidad continúa con su labor de cabildeo ante las autoridades para obtener su aprobación. Según le dijo a SEMANA el historiador Bernhard Gotto, del IfZ, la reacción del público en general ante la propuesta ha sido sobre todo positiva. "Muchos judíos en Alemania comparten nuestra opinión de que una edición científica del libro podría contribuir a destruir los mitos del libro de Hitler, mientras que otros, más reacios, dicen que ninguna víctima del Holocausto debería ser ofendida con la presencia de ’Mi Lucha’ en una librería. Pero la mayoría de los comentarios de los que me he enterado son de aprecio". Gotto también dice que el libro no les abriría las compuertas a los grupos neonazis (que están en desacuerdo con la edición comentada), por cuanto el acceso al texto no es difícil para nadie.
En otros países de Europa la publicación de ‘Mi Lucha’ también tiene sus trabas. Por ejemplo, en Francia, su venta es legal, aunque las ediciones deben tener una nota aclaratoria. En los Países Bajos, tener y prestar el libro es legal, pero no venderlo, así se trate de copias antiguas. Sin embargo, la prueba de que el tabú de la publicación de ‘Mi Lucha’ se puede levantar está en la traducción al hebreo que hizo en 1995 la Universidad Hebrea de Jerusalén.
En Colombia, no hay restricciones para la venta del libro, que se puede adquirir con facilidad. Felipe Ossa, gerente general de la Librería Nacional, afirma que en su experiencia de 50 años como librero, ha visto llegar al país copias impresas en México y Argentina y que nunca ha tenido problemas con nadie por su venta, aunque, ocasionalmente, algún miembro de la comunidad judía protesta por la venta del libro. Ossa añade que allí también se venden textos de otras tendencias, como el Manifiesto del Partido Comunista o el Libro Rojo de Mao. Este tipo de libros, e incluso algunos más fuertes, como El judío internacional, de Henry Ford, se puede conseguir en la Librería Nacional, pues su gerente considera que se trata de materiales de referencia sobre temas históricos, independientemente de que las ideas allí expresadas hayan tenido resultados nefastos. Ossa dice que la mayoría de los clientes que busca estos libros son estudiantes y, ocasionalmente, simpatizantes de esas ideas. SEMANA pudo comprobar que en el catálogo de la tienda no existen libros nazis diferentes de ‘Mi Lucha’.
La edición que se consigue en la Librería Nacional es publicada por Ediciones Solar, una empresa de Bogotá cuyo catálogo está integrado en su mayoría por libros esotéricos, pero que tiene una división dedicada al revisionismo histórico con títulos como ‘¿Absolución par Hitler?’, ‘Hitler, genial arquitecto del Tercer Reich’, ‘El juicio de Nuremberg: No culpable’ y ‘Nacionalsocialismo, única solución para los pueblos de América del Sur’. SEMANA intentó contactar al representante de la editorial para este artículo, pero no obtuvo respuesta.
Marcos Peckel, profesor de temas de Oriente Medio del Externado de Colombia, piensa que la propuesta alemana puede ser contraproducente porque "independientemente de cuánto se comente la edición, puede convencer a ciertos círculos de que lo que ahí se dice puede ser justificado. Por más que se analice, lo que queda es el mensaje original".
Si bien una decisión judicial puede frenar la edición comentada del IfZ, es posible que esto no suceda en aras de la libertad de expresión y, sobre todo, del proceso de comprensión de uno de los episodios más oscuros de la historia de la humanidad.

15 de febrero de 2010
©semana 
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