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plan secreto para la guerra


El presidente Bush ordenó diseñar en secreto un plan de guerra contra Iraq menos de dos meses después de que tropas norteamericanas atacaran Afganistán. Estaba tan preocupado de la conmoción que causaría que no se lo comunicó a todos los miembros de su equipo para la seguridad nacional, se afirma en un nuevo libro sobre Iraq.
Bush temía que si se descubría que había un plan para enviar tropas e involucrarse en otro conflicto, la gente pensaría que estaba demasiado ansioso por hacer la guerra, escribe el periodista Bob Woodward en ‘Plan of Attack', un informe desde dentro sobre los 16 meses previos a la invasión de Iraq.
"Sabía lo que pasaría si la gente pensaba que estábamos elaborando un plan para el caso de que hiciéramos guerra a Iraq", le dijo Bush a Woodward. "Se vivían momentos en que nos jugábamos mucho... y habría parecido que estaba ansioso por ir a la guerra. Y no es así".
Bush y sus asistentes han negado las acusaciones de que por dedicarse a Iraq se dejó de prestar atención a la amenaza terrorista de Al Qaeda antes de los ataques del 11 septiembre de 2001. Justamente viene de concluir una comisión investigadora de los ataques, después de semanas de extraordinarios testimonios públicos de funcionarios de gobierno. Uno de ellos, el antiguo jefe de contraterrorismo, Richard Clarke, acusó a la administración de Bush de que la invasión de Iraq minó la guerra contra el terror.
El informe de Woodward muestra el grado en que algunos miembros de la administración, especialmente el vice-presidente Dick Cheney, se concentraron en Sadam Husein desde el principio de la presidencia de Bush e incluso después de que los ataques terroristas hicieran de la destrucción de Al Qaeda la principal prioridad.
Woodward dice que el 21 de noviembre de 2001 -cuando las tropas americanas y aliadas dominaban ya la mitad de Afganistán- Bush apartó al ministro de Defensa, Donald H. Rumsfeld, y le preguntó qué tipo de plan de guerra tenía para Iraq. Cuando Rumsfeld le dijo que el que tenía estaba trasnochado, Bush le ordenó que comenzara a preparar uno nuevo.
En el libro, Woodward cuenta que Bush le dijo a Rumsfeld que guardara el secreto y cuando el ministro le pidió que invitara al director de la CIA, George Tenet, a participar en los planes, el Presidente le dijo que no era el momento oportuno.
Incluso la consejera nacional de seguridad de Bush, Condoleeza Rice, tampoco fue, aparentemente, informada. Woodward cuenta que Bush le dijo a Rice que esa mañana trabajaría con Rumsfeld sobre Iraq, pero sin darle detalles.
En una entrevista dos años más tarde, Bush le dijo a Woodward que si se hubiese descubierto su plan antes de tiempo, podría haber causado "una enorme inquietud en el extranjero y especulaciones internas".
La decisión de la administración de Bush de hacer la guerra a Iraq causó conmoción internacional de todos modos, alejando de los Estados Unidos a países aliados de larga data, que no creyeron que la Casa Blanca tuviera suficientes motivos para atacar a Sadam Husein. Sadam fue derrocado hace un año y detenido en diciembre último. Pero la figura central de Al Qaeda, Osama Bin Laden, sigue libre y continúa siendo una amenaza para el Occidente.
En el libro se afirma que el general Tommy Franks, que tuvo el mando de la guerra de Afganistán como jefe del Comando Central, lanzó una retahíla de obscenidades cuando el Pentágono le pidió que presentara un plan de guerra contra Iraq cuando se encontraban en medio de otro conflicto.


[color=FF0000][size=14]LA INFLUENCIA DE CHENEY[/size][/color]

Woodward, un periodista del Washington Post que escribió un libro anterior sobre la campaña antiterrorista de Bush y destapó el escándalo de Watergate con Carl Bernstein, dice que las bien conocidas posturas intransigentes de Cheney sobre Iraq fueron decisivas para Bush a la hora de tomar decisiones.
Cheney presionó a la saliente administración de Clinton de informar a Bush sobre la amenaza iraquí antes de que jurara, escribe Woodward.
En agosto de 2002, cuando Bush dijo públicamente que era un hombre paciente que sopesaría cuidadosamente la guerra de Iraq, el vice-presidente puso a la política sobre Iraq en una vía más dura, al declarar en un discurso que las inspecciones de armas no eran efectivas. El discurso de Cheney fue visto como el comienzo de una campaña para debilitar o derrocar a Sadam. Woodward dice que Bush le dejó leer ese discurso sin preguntarle qué diría.
El vice-presidente figuró también prominentemente en una prolongada decisión del 19 de marzo de 2003, de bombardear Iraq antes del fin del ultimátum de 48 horas que se dio a Sadan Husein para que abandonara el país.
Cuando la CIA y sus fuentes iraquíes informaron que los hijos de Sadam y otros miembros de la familia estaban en un pequeño palacio, y que Sadam se dirigía hacia el lugar, los principales consejeros de Bush debatieron sobre el plan de atacar antes.
Franks estaba en contra, diciendo que no era honesto hacerlo antes del término anunciado a la otra parte. Rumsfeld y Rice estaban a favor del bombardeo, y el secretario de estado, Colin Powell, inclinó la balanza.
Pero Bush no tomó su decisión sino hasta que todo el mundo estuvo fuera del Despacho Oval, excepto el vice-presidente. "Creo que tenemos que hacer la guerra", dijo Cheney. Bush la hizo.
Las fuerzas americanas lanzaron bombas y misiles contra el edificio pero sin dar en el blanco. Tenet llamó a la Casa Blanca antes del amanecer para decir que el líder iraquí había sido ultimado. Pero su optimismo era prematuro. Sadam estaba vivo.
El libro, de 468 páginas, ha sido publicado por Simon & Schuster.

©The New York Times ©traducción mQh

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