contra todo enemigo
[Richard Clarke] Richard Clarke fue el primer coordinador nacional para la seguridad, protección de la infraestructura y contra-terrorismo designado por el Presidente Bill Clinton en Mayo de 1998, y continuó en esa posición durante la administración de George W. Bush.
Fue un funcionario de carrera del Senior Executive Service hasta Marzo de 2003 y había comenzado su hoja de servicio federal en el despacho del Ministro de Defensa como analista de asuntos sobre armas nucleares y la seguridad europea.
Fue secretario de estado para el servicio de inteligencia durante el gobierno de Reagan y de Asuntos Político-Militares durante la primera administración de Bush.
´Against All Enemies´ publicado por Free Press, una subsidiaria de Simon & Schuster.
Esperaba que se trataría de una serie de reuniones para analizar los siguientes ataques y nuestras debilidades, y ver qué podíamos hacer sobre ello a corto plazo. En cambio, fue una serie de reuniones sobre Iraq. Al principio, no podía creer que no estuviésemos hablando de Al Qaeda. Entonces, casi con un agudo dolor físico, me di cuenta de que Rumsfeld y Wolfowitz tratarían de sacar ventaja de esta tragedia nacional para promover sus planes sobre Iraq. Desde el comienzo de la administración, y en realidad desde mucho antes, habían estado presionando para declararle la guerra a Iraq. Mis amigos en el Pentágono me habían contado que se decía que invadiríamos Iraq para 2002.
En la mañana del 12, el interés de DOD había comenzado a alejarse de Al Qaeda. La CIA decía ahora explícitamente que Al Qaeda estaba detrás de los ataques, pero Paul Wolfowitz, el suplente de Rumsfeld, no estaba convencido. Decía que era una operación demasiado sofisticada y complicada como para que un grupo terrorista pudiera haberla llevado a cabo por sí misma, sin un estado auspiciante -Iraq tenía que haberles ayudado.
Recordé instantánemante una escena en la que Wolfowitz decía exactamente lo mismo en abril, cuando el gobierno sostuvo finalmente su primera reunión a nivel de primeros secretarios. Cuando entonces insistí en que hiciéramos algo contra Al Qaeda, Wolfowitz me había respondido, refiriéndose el ataque contra el World Trade Center de 1993, diciendo que Al Qaeda no podía haber hecho eso sola y que debía de haber tenido ayuda de Iraq. El énfasis en Al Qaeda era equivocado, dijo Wolfowitz en abril, tenemos que terminar con el terrorismo auspiciado por Iraq. Había rechazado mi conclusión, y la de la CIA, de que no había habido ataques terroristas auspiciados por Iraq contra Estados Unidos desde 1993. Ahora, esa línea de pensamiento estaba volviendo.
En la tarde del miércoles, el ministro Rumsfeld propuso ampliar los objetivos de nuestra respuesta y "atacar a Iraq". El ministro Powell volvió a insistir en que nos concentráramos en Al Qaeda. Aliviado de contar con algún apoyo, agradecí a Colin Powell y su suplente, Rich Armitage. "Pensé que me estaba perdiendo algo", dije. "Después de ser atacados por Al Qaeda, bombardear Iraq como respuesta sería como haber invadido México después de que los japoneses nos atacaran en Pearl Harbor".
Powell sacudió la cabeza. "No está todo dicho, todavía".
Era verdad, no lo estaba. Más tarde ese mismo día, el ministro Rumsfeld se quejó de que no había objetivos aceptables que bombardear en Afganistán y que consideráramos atacar a Iraq dijo, ya que tenía mejores blancos. Al principio creí que Rumsfeld estaba bromeando. Pero lo decía en serio y el presidente no rechazó de plano la idea de atacar a Iraq. En lugar de eso, observó que lo que teníamos que hacer con Iraq era cambiar el gobierno, no solamente lanzarle más misiles, como había sugerido Rumsfeld.
Hugh Shelton, el jefe del Estado Mayor, reaccionó con cautela ante la idea de derrocar al gobierno iraquí. Observó que sólo se podía llevar a cabo con una invasión de un gran contingente de tropas, y costaría meses poner en pie.
El 12 y 13 las discusiones continuaron: ¿cuál era nuestro objetivo, quién el enemigo, teníamos que declarar la guerra al terrorismo en general o sólo a Al Qaeda? Si íbamos a luchar contra todo tipo de terrorismo, teníamos también que atacar a las fuerzas antigubernamentales en las selvas de Colombia? Poco a poco se impuso lo obvio: le haríamos la guerra a Al Qaeda y a los talibanes. Sin embargo, el compromiso alcanzado fue que la lucha contra ellos sería la primera fase en una guerra más amplia contra el terrorismo. Estaba claro que habría una segunda fase.
La mayoría de los americanos no había oído nunca hablar de Al Qaeda. En realidad, la mayoría de los funcionarios importantes de la administración no conocían el término cuando me reuní con ellos en enero de 2001. Encontré un momento libre entre una reunión y otra y me senté a escribir en mi ordenador. Comencé: "¿Quién hizo esto? ¿Por qué nos odian? ¿Cómo responder? ¿Qué puedes hacer como americano para ayudar?" Todo lo confié al papel, en un flujo. Escribí sobre el odio de Al Qaeda por la libertad, de su perversión de una bella religión, de la necesidad de evitar los prejuicios religiosos o étnicos. Pensando que podía ser útil, se lo envié a John Gibson, de la sección de Discursos.
Entretanto, Roger Cressey y yo desempolvamos el borrador de la directiva presidencial sobre seguridad nacional sobre Al Qaeda, autorizando la ayuda a la Alianza del Norte de Afganistán. Con Lisa Gordon-Hagerty también empezamos a hacer un listado de los principales puntos vulnerables internos ante ataques terroristas y para ordenar a los departamentos que comenzaran a tapar los huecos. Trenes con hazmat -materiales peligrosos- fueron desviados de las grandes ciudades. Se obligó a las avionetas fumigadoras a que se mantuvieran en tierra hasta que pudieran ser localizadas y pudiéramos estar seguros de que no estaban siendo cargadas con agentes biológicos por los terroristas. Se enviaron equipos especiales de seguridad a proteger los centros de telecomunicaciones, plantas químicas y reactores nucleares.
George Tenet y Cofer Black (el jefe de contraterrorismo de la CIA) se pusieron manos a la obra, empezaron a pedir a los servicios de inteligencia amigos que hicieran algo y prepararon al fin el envío de agentes a Afganistán. Colin Powell y Rich Armitage estaban tratando de modificar la posición de Pakistán, de un apoyo desganado de la campaña norteamericana contra Al Qaeda hacia una completa colaboración.
Más tarde, en la noche del 12, salí de Centro de Video-Conferencias y ahí, paseando solo en el Salón de Crisis, estaba el presidente. Parecía que quería decir algo. Nos reunió a algunos y cerró la puerta del salón de conferencias. "Miren", dijo, "sé que tienen un montón de cosas por hacer... pero quiero que revisen todo otra vez tan pronto como puedan, todo otra vez.. Vean si Sadam hizo esto. Investiguen si está vinculado de algún modo..."
Nuevamente me sorprendí, incrédulo, y se me notó. "Pero, señor Presidente, ¡fue Al Qaeda la que lo hizo!"
"Lo sé, lo sé, pero... vean si Sadam está involucrado. Miren otra vez. Quiero saber todo".
"Volvermos a revisar todo, absolutamente". Yo estaba tratando de sonar más respetuoso, más receptivo. "Pero, sabe usted, hemos revisado varias veces la posibilidad de que Al Qaeda contara con apoyo de algún estado y no encontramos ningún vínculo real con Iraq. Irán tiene tanto que ver como Pakistán, Arabia Saudita, y Yemen".
"Investiguen lo de Iraq, Sadam", dijo el Presidente, irritado, y nos dejó. Lisa Gordon-Hagerty se le quedó mirando con la boca abierta.
Entró entonces Paul Kurtz, después de cruzarse con el Presidente. Viendo nuestras expresiones, nos preguntó:
"¿Que pasó aquí?"
"Wolfowitz lo ha convencido", dijo Lisa, sacudiendo la cabeza.
"No", dije. "Es el Presidente. No se ha pasado años estudiando el terrorismo. Tiene todo el derecho de pedirnos que revisemos todo de nuevo, y lo haremos, Paul".
Paul era la persona más abierta del staff, de modo que le pedí que dirigiera el proyecto especial para que los departamentos y agencias chequearan una vez más una posible conexión entre Bin Laden y Sadam Husein. Dirigió un seminario al día siguiente para elaborar una posición oficial sobre la relación entre Iraq y Al Qaeda. Todas las agencias y departamentos estaban de acuerdo en que no había colaboración entre ellos. Se le envió un memorándum al Presidente, pero nunca hubo ningún indicio de que le hubiese llegado.
A la semana siguiente el Presidente Bush se dirigió a una sesión conjunta del Congreso y leyó el discurso más elocuente de su carrera. Habían desaparecido las tentativas o las torpezas como orador. Karen Hughes había escrito el texto personalmente en su vieja máquina de escribir. Incluía mis preguntas y algunas de mis respuestas: quién es el enemigo, por qué nos odian...
Las semanas siguientes estuvieron llenas de reuniones, en sesión continua. El Comité Coordinador de la Campaña, dirigido por Franklin Miller y yo, elaboró un plan para atacar a Al Qaeda. El Comité de Alerta Interna, dirigida por el Procurador General, Larry Thompson, reunió los esfuerzos de los departamentos para identificar y remediar los puntos vulnerables de EEUU ante un ataque. El Gabinete y sus secretarios habían abierto los ojos. Eran tiempos de nervios. Había claramente informes falsos sobre equipos de comandos que querían atacar la Casa Blanca y arrojar bombas nucleares en Wall Street, pero mucha de la gente que ahora estaba leyendo esos informes del servicio de inteligencia era gente que nunca los había visto antes y no podía separar la paja del trigo. El Reagan National Airport siguió cerrado, pero debido al temor de que posiblemente un avión sería dirigido hacia la Casa Blanca seguimos en alerta constante.
Durante todo el proceso pensamos en los muertos, en el horror. Aquellos de nosotros que se quedaron en la Casa Blanca ese día sabíamos entonces por qué el avión de United se había estrellado en Pennsylvania, sabíamos que pasajeros heroicos habían luchado y muerto, y probablemente salvado así nuestras vidas. Pero tratamos de no mostrar nuestras emociones, de concentrarnos en el trabajo por hacer, el trabajo que nos mantenía en la Casa Blanca dieciocho horas y más al día, todos los días desde el 11-9. Nos dijeron que partes de mi amigo del FBI, John O´Neill, habían sido encontradas entre los escombros de Nueva York y que habría un servicio en su memoria en su ciudad natal de Atlantic City. Le dije a Condi Rice que nos tomaríamos medio día libre. Lisa, Roger y el Reverendo Roundtree se unieron a mí y nos dirigimos hacia New Jersey.
Cuando la misa estaba terminando y el ataúd de John era descendido, comenzaron a sonar las gaitas. Me puse a llorar inconsolablemente. Había tanto que lamentar. ¿Cómo ocurrió todo esto? ¿Por qué no podíamos detenerlo? ¿Cómo podíamos prevenir que algo así volviese a ocurrir y librar al mundo del horror? Algún día tendré tiempo de pensar todo de nuevo y responder esas preguntas.
Ese tiempo llegó.
Condoleeza) Rice veía el NSC como un mecanismo de coordinación de la ´política exterior´ y no un lugar donde se discutían temas tales como el terrorismo en EEUU, o el grado de alerta sobre armas de destrucción masiva, o la seguridad de las redes cibernéticas.
Me di cuenta de que Rice, y su deputy, Steve Hadley, todavía se movían en el viejo paradigma de la Guerra Fría, en el que habían trabajado en la NSC. La experiencia de gobierno previa de Rice había sido como miembro del staff del NSC durante tres años, preocupada del Pacto de Varsovia y de la Unión Soviética durante la Guerra Fría. Steve Hadley había trabajado también en el staff del NSC, asignado a temas de control de armas con la Unión Soviética. Había sido secretario en el Pentágono, ocupado del control de las armas de los soviéticos. Me sorprendió que ninguno de ellos hubiese trabajado en problemas de seguridad durante el período de después de la Guerra Fría.
Traté de explicar: "Este departamento es nuevo, tienes razón. Se trata de la seguridad después de la Guerra Fría, no nos concentramos sólo en amenazas de estados. Las fronteras entre lo nacional y lo internacional se han vuelto borrosas. Las amenazas a EEUU no son ahora misiles balísticos soviéticos cargados con bombas, son terroristas llevando bombas. Además, la ley que fundó la NSC en 1947 decía que también debía ocuparse de amenazas a la seguridad interior". No logré convencerlos del todo . Me sugirieron que en los siguientes meses me dedicara a estudiar cómo traspasar esas áreas a otra organización.
Rice decidió que la posición del Coordinador Nacional contra el Terrorismo fuera bajada de categoría. El Coordinador ya no sería un miembro del Comité de Jefes de Servicio. El CSG ya no reportaría ante los Jefes de Servicio, sino ante un comité de Secretarios. El Coordinador Nacional ya no sería apoyado por dos Directores Generales del NSC ni participaría en el mecanismo de revisión de presupuestos del Director Asociado del OMB. Sin embargo, me pidió que me quedara y que mantuviera mi staff. Rice y Hadley parecían no conocer a nadie cuyo conocimiento cubriera lo que ellos consideraban como mi rara carpeta. Al mismo tiempo, Rice me pidió que elaborara un plan de reorganización para entregar algunas de las funciones de seguridad a alguien que no fuese del staff del NSC.
A una semana de la investidura le escribí a Rice y a Hadley pidiéndoles "urgentemente" una reunión de los Directores Jefes, o a nivel de Gabinete, para revisar la amenaza de Al Qaeda. Rice me dijo que el Comité de Directores Jefe, que había sido la primera plataforma para discutir políticas de contraterrorismo durante la administración de Clinton, no se ocuparía del tema sino hasta después de que hubiera sido "elaborada" por los Secretarios. Pensé que quería decir que había una oportunidad de revisar la agenda con los Secretarios. Pero en lugar de eso lo que pasó es que pasaron meses. La reunión inicial de los Secretarios para revisar la política de terrorismo no podía realizarse en Febrero. Tampoco en Marzo. Finalmente, en Abril, el Comité reunió a revisar esta política por primera vez. Pero la primera reunión, en la pequeña sala de conferencias con revestimientos de madera del Salón de Crisis, no salió bien.
El suplente de Rice, Steve Hadley, comenzó la reunión pidiéndome que pusiera al grupo al día. Toqué de inmediato el tema de las decisiones pendientes que había que tomar sobre Al Qaeda. "Tenemos que presionar más a los talibanes y a Al Qaeda armando a la Alianza del Norte y otros grupos en Afganistán. Al mismo tiempo, tenemos que eliminar a Bin Laden y su liderazgo reiniciando los vuelos del Predator".
Paul Wolfowitz, el suplente de Donald Rumsfeld en Defensa, se puso inquieto y puso mala cara. Hadley le preguntó si se sentía bien. "Bueno, no entiendo por qué estamos hablando de este señor Bin Laden", dijo Wolfowitz.
Le respondí tan claramente y convincentemente como pude: "Estamos hablando de una red de organizaciones terroristas llamada Al Qaeda, que es dirigida por Bin Laden, y estamos hablando de esa red porque es la única que representa una amenaza inmediata y seria para los Estados Unidos".
"Bueno, hay otros que nos amenazan, por lo menos tanto como el terrorismo iraquí, por ejemplo", dijo Wolfowitz, mirando a Hadley, no a mí.
"Paul, sabemos que desde 1993 Iraq no ha financiado actos terroristas contra los Estados Unidos, y que creo el FBI y la CIA dicen lo mismo, ¿no es así, John?" Señalé al Director de la CIA, John McLaughlin, que, obviamente, aunque no tenía ninguna gana de caer en medio del debate entre la Casa Blanca y el Pentágono, replicó: "Sí, es correcto, Dick. No tenemos pruebas de ninguna actividad iraquí que sea una amenaza terrorista contra los Estados Unidos".
Finalmente, Wolfowitz se volvió hacia mí: "Le das demasiada importancia a Bin Laden. No puede haber hecho nada parecido como el ataque a Nueva York en 1993 sin un estado que lo financiara. Que el FBI y la CIA no hayan encontrado los vínculos, no significa que no existan".
Apenas podía creerlo, pero Wolfowitz estaba en realidad defendiendo la desacreditada teoría de Laurie Mylroie de que Iraq estaba detrás del [atentado con] camión-bomba del World Trade Center de 1993, una teoría que fue investigada durante años y que resultó ser totalmente infundada.
La reunión se estaba poniendo demasiado agitada para Steve Hadley, pero pensé que era importante que quedara en claro la magnitud del desacuerdo. "Al Qaeda está planeando atentados terroristas importantes contra los Estados Unidos. Intenta derrocar a los gobiernos musulmanes y establecer un califato multinacional radical para hacer luego guerra a estados no musulmanes..."
Hadley buscó un compromiso. Nos gustaría comenzar concentrándonos en Al Qaeda y más tarde en otros tipos de terrorismo, incluyendo el iraquí. Como vérselas con Al Qaeda implicaba meterse en el santuario afgano, Hadley sugirió que necesitábamos una política general para Agfanistán y el tema asociado de las relaciones entre los Estados Unidos y Pakistán, incluyendo el retorno a la democracia en ese país y el control de armas con India. Todos estos temas formaban un todo, sobre el que había que decidir en conjunto. Hadley propuso que se escribieran más informes y se fijaron varias reuniones para los siguientes meses.
[size=8][color=000000][tt]Fue un funcionario de carrera del Senior Executive Service hasta Marzo de 2003 y había comenzado su hoja de servicio federal en el despacho del Ministro de Defensa como analista de asuntos sobre armas nucleares y la seguridad europea.
Fue secretario de estado para el servicio de inteligencia durante el gobierno de Reagan y de Asuntos Político-Militares durante la primera administración de Bush.
´Against All Enemies´ publicado por Free Press, una subsidiaria de Simon & Schuster.
Esperaba que se trataría de una serie de reuniones para analizar los siguientes ataques y nuestras debilidades, y ver qué podíamos hacer sobre ello a corto plazo. En cambio, fue una serie de reuniones sobre Iraq. Al principio, no podía creer que no estuviésemos hablando de Al Qaeda. Entonces, casi con un agudo dolor físico, me di cuenta de que Rumsfeld y Wolfowitz tratarían de sacar ventaja de esta tragedia nacional para promover sus planes sobre Iraq. Desde el comienzo de la administración, y en realidad desde mucho antes, habían estado presionando para declararle la guerra a Iraq. Mis amigos en el Pentágono me habían contado que se decía que invadiríamos Iraq para 2002.
En la mañana del 12, el interés de DOD había comenzado a alejarse de Al Qaeda. La CIA decía ahora explícitamente que Al Qaeda estaba detrás de los ataques, pero Paul Wolfowitz, el suplente de Rumsfeld, no estaba convencido. Decía que era una operación demasiado sofisticada y complicada como para que un grupo terrorista pudiera haberla llevado a cabo por sí misma, sin un estado auspiciante -Iraq tenía que haberles ayudado.
Recordé instantánemante una escena en la que Wolfowitz decía exactamente lo mismo en abril, cuando el gobierno sostuvo finalmente su primera reunión a nivel de primeros secretarios. Cuando entonces insistí en que hiciéramos algo contra Al Qaeda, Wolfowitz me había respondido, refiriéndose el ataque contra el World Trade Center de 1993, diciendo que Al Qaeda no podía haber hecho eso sola y que debía de haber tenido ayuda de Iraq. El énfasis en Al Qaeda era equivocado, dijo Wolfowitz en abril, tenemos que terminar con el terrorismo auspiciado por Iraq. Había rechazado mi conclusión, y la de la CIA, de que no había habido ataques terroristas auspiciados por Iraq contra Estados Unidos desde 1993. Ahora, esa línea de pensamiento estaba volviendo.
En la tarde del miércoles, el ministro Rumsfeld propuso ampliar los objetivos de nuestra respuesta y "atacar a Iraq". El ministro Powell volvió a insistir en que nos concentráramos en Al Qaeda. Aliviado de contar con algún apoyo, agradecí a Colin Powell y su suplente, Rich Armitage. "Pensé que me estaba perdiendo algo", dije. "Después de ser atacados por Al Qaeda, bombardear Iraq como respuesta sería como haber invadido México después de que los japoneses nos atacaran en Pearl Harbor".
Powell sacudió la cabeza. "No está todo dicho, todavía".
Era verdad, no lo estaba. Más tarde ese mismo día, el ministro Rumsfeld se quejó de que no había objetivos aceptables que bombardear en Afganistán y que consideráramos atacar a Iraq dijo, ya que tenía mejores blancos. Al principio creí que Rumsfeld estaba bromeando. Pero lo decía en serio y el presidente no rechazó de plano la idea de atacar a Iraq. En lugar de eso, observó que lo que teníamos que hacer con Iraq era cambiar el gobierno, no solamente lanzarle más misiles, como había sugerido Rumsfeld.
Hugh Shelton, el jefe del Estado Mayor, reaccionó con cautela ante la idea de derrocar al gobierno iraquí. Observó que sólo se podía llevar a cabo con una invasión de un gran contingente de tropas, y costaría meses poner en pie.
El 12 y 13 las discusiones continuaron: ¿cuál era nuestro objetivo, quién el enemigo, teníamos que declarar la guerra al terrorismo en general o sólo a Al Qaeda? Si íbamos a luchar contra todo tipo de terrorismo, teníamos también que atacar a las fuerzas antigubernamentales en las selvas de Colombia? Poco a poco se impuso lo obvio: le haríamos la guerra a Al Qaeda y a los talibanes. Sin embargo, el compromiso alcanzado fue que la lucha contra ellos sería la primera fase en una guerra más amplia contra el terrorismo. Estaba claro que habría una segunda fase.
La mayoría de los americanos no había oído nunca hablar de Al Qaeda. En realidad, la mayoría de los funcionarios importantes de la administración no conocían el término cuando me reuní con ellos en enero de 2001. Encontré un momento libre entre una reunión y otra y me senté a escribir en mi ordenador. Comencé: "¿Quién hizo esto? ¿Por qué nos odian? ¿Cómo responder? ¿Qué puedes hacer como americano para ayudar?" Todo lo confié al papel, en un flujo. Escribí sobre el odio de Al Qaeda por la libertad, de su perversión de una bella religión, de la necesidad de evitar los prejuicios religiosos o étnicos. Pensando que podía ser útil, se lo envié a John Gibson, de la sección de Discursos.
Entretanto, Roger Cressey y yo desempolvamos el borrador de la directiva presidencial sobre seguridad nacional sobre Al Qaeda, autorizando la ayuda a la Alianza del Norte de Afganistán. Con Lisa Gordon-Hagerty también empezamos a hacer un listado de los principales puntos vulnerables internos ante ataques terroristas y para ordenar a los departamentos que comenzaran a tapar los huecos. Trenes con hazmat -materiales peligrosos- fueron desviados de las grandes ciudades. Se obligó a las avionetas fumigadoras a que se mantuvieran en tierra hasta que pudieran ser localizadas y pudiéramos estar seguros de que no estaban siendo cargadas con agentes biológicos por los terroristas. Se enviaron equipos especiales de seguridad a proteger los centros de telecomunicaciones, plantas químicas y reactores nucleares.
George Tenet y Cofer Black (el jefe de contraterrorismo de la CIA) se pusieron manos a la obra, empezaron a pedir a los servicios de inteligencia amigos que hicieran algo y prepararon al fin el envío de agentes a Afganistán. Colin Powell y Rich Armitage estaban tratando de modificar la posición de Pakistán, de un apoyo desganado de la campaña norteamericana contra Al Qaeda hacia una completa colaboración.
Más tarde, en la noche del 12, salí de Centro de Video-Conferencias y ahí, paseando solo en el Salón de Crisis, estaba el presidente. Parecía que quería decir algo. Nos reunió a algunos y cerró la puerta del salón de conferencias. "Miren", dijo, "sé que tienen un montón de cosas por hacer... pero quiero que revisen todo otra vez tan pronto como puedan, todo otra vez.. Vean si Sadam hizo esto. Investiguen si está vinculado de algún modo..."
Nuevamente me sorprendí, incrédulo, y se me notó. "Pero, señor Presidente, ¡fue Al Qaeda la que lo hizo!"
"Lo sé, lo sé, pero... vean si Sadam está involucrado. Miren otra vez. Quiero saber todo".
"Volvermos a revisar todo, absolutamente". Yo estaba tratando de sonar más respetuoso, más receptivo. "Pero, sabe usted, hemos revisado varias veces la posibilidad de que Al Qaeda contara con apoyo de algún estado y no encontramos ningún vínculo real con Iraq. Irán tiene tanto que ver como Pakistán, Arabia Saudita, y Yemen".
"Investiguen lo de Iraq, Sadam", dijo el Presidente, irritado, y nos dejó. Lisa Gordon-Hagerty se le quedó mirando con la boca abierta.
Entró entonces Paul Kurtz, después de cruzarse con el Presidente. Viendo nuestras expresiones, nos preguntó:
"¿Que pasó aquí?"
"Wolfowitz lo ha convencido", dijo Lisa, sacudiendo la cabeza.
"No", dije. "Es el Presidente. No se ha pasado años estudiando el terrorismo. Tiene todo el derecho de pedirnos que revisemos todo de nuevo, y lo haremos, Paul".
Paul era la persona más abierta del staff, de modo que le pedí que dirigiera el proyecto especial para que los departamentos y agencias chequearan una vez más una posible conexión entre Bin Laden y Sadam Husein. Dirigió un seminario al día siguiente para elaborar una posición oficial sobre la relación entre Iraq y Al Qaeda. Todas las agencias y departamentos estaban de acuerdo en que no había colaboración entre ellos. Se le envió un memorándum al Presidente, pero nunca hubo ningún indicio de que le hubiese llegado.
A la semana siguiente el Presidente Bush se dirigió a una sesión conjunta del Congreso y leyó el discurso más elocuente de su carrera. Habían desaparecido las tentativas o las torpezas como orador. Karen Hughes había escrito el texto personalmente en su vieja máquina de escribir. Incluía mis preguntas y algunas de mis respuestas: quién es el enemigo, por qué nos odian...
Las semanas siguientes estuvieron llenas de reuniones, en sesión continua. El Comité Coordinador de la Campaña, dirigido por Franklin Miller y yo, elaboró un plan para atacar a Al Qaeda. El Comité de Alerta Interna, dirigida por el Procurador General, Larry Thompson, reunió los esfuerzos de los departamentos para identificar y remediar los puntos vulnerables de EEUU ante un ataque. El Gabinete y sus secretarios habían abierto los ojos. Eran tiempos de nervios. Había claramente informes falsos sobre equipos de comandos que querían atacar la Casa Blanca y arrojar bombas nucleares en Wall Street, pero mucha de la gente que ahora estaba leyendo esos informes del servicio de inteligencia era gente que nunca los había visto antes y no podía separar la paja del trigo. El Reagan National Airport siguió cerrado, pero debido al temor de que posiblemente un avión sería dirigido hacia la Casa Blanca seguimos en alerta constante.
Durante todo el proceso pensamos en los muertos, en el horror. Aquellos de nosotros que se quedaron en la Casa Blanca ese día sabíamos entonces por qué el avión de United se había estrellado en Pennsylvania, sabíamos que pasajeros heroicos habían luchado y muerto, y probablemente salvado así nuestras vidas. Pero tratamos de no mostrar nuestras emociones, de concentrarnos en el trabajo por hacer, el trabajo que nos mantenía en la Casa Blanca dieciocho horas y más al día, todos los días desde el 11-9. Nos dijeron que partes de mi amigo del FBI, John O´Neill, habían sido encontradas entre los escombros de Nueva York y que habría un servicio en su memoria en su ciudad natal de Atlantic City. Le dije a Condi Rice que nos tomaríamos medio día libre. Lisa, Roger y el Reverendo Roundtree se unieron a mí y nos dirigimos hacia New Jersey.
Cuando la misa estaba terminando y el ataúd de John era descendido, comenzaron a sonar las gaitas. Me puse a llorar inconsolablemente. Había tanto que lamentar. ¿Cómo ocurrió todo esto? ¿Por qué no podíamos detenerlo? ¿Cómo podíamos prevenir que algo así volviese a ocurrir y librar al mundo del horror? Algún día tendré tiempo de pensar todo de nuevo y responder esas preguntas.
Ese tiempo llegó.
Condoleeza) Rice veía el NSC como un mecanismo de coordinación de la ´política exterior´ y no un lugar donde se discutían temas tales como el terrorismo en EEUU, o el grado de alerta sobre armas de destrucción masiva, o la seguridad de las redes cibernéticas.
Me di cuenta de que Rice, y su deputy, Steve Hadley, todavía se movían en el viejo paradigma de la Guerra Fría, en el que habían trabajado en la NSC. La experiencia de gobierno previa de Rice había sido como miembro del staff del NSC durante tres años, preocupada del Pacto de Varsovia y de la Unión Soviética durante la Guerra Fría. Steve Hadley había trabajado también en el staff del NSC, asignado a temas de control de armas con la Unión Soviética. Había sido secretario en el Pentágono, ocupado del control de las armas de los soviéticos. Me sorprendió que ninguno de ellos hubiese trabajado en problemas de seguridad durante el período de después de la Guerra Fría.
Traté de explicar: "Este departamento es nuevo, tienes razón. Se trata de la seguridad después de la Guerra Fría, no nos concentramos sólo en amenazas de estados. Las fronteras entre lo nacional y lo internacional se han vuelto borrosas. Las amenazas a EEUU no son ahora misiles balísticos soviéticos cargados con bombas, son terroristas llevando bombas. Además, la ley que fundó la NSC en 1947 decía que también debía ocuparse de amenazas a la seguridad interior". No logré convencerlos del todo . Me sugirieron que en los siguientes meses me dedicara a estudiar cómo traspasar esas áreas a otra organización.
Rice decidió que la posición del Coordinador Nacional contra el Terrorismo fuera bajada de categoría. El Coordinador ya no sería un miembro del Comité de Jefes de Servicio. El CSG ya no reportaría ante los Jefes de Servicio, sino ante un comité de Secretarios. El Coordinador Nacional ya no sería apoyado por dos Directores Generales del NSC ni participaría en el mecanismo de revisión de presupuestos del Director Asociado del OMB. Sin embargo, me pidió que me quedara y que mantuviera mi staff. Rice y Hadley parecían no conocer a nadie cuyo conocimiento cubriera lo que ellos consideraban como mi rara carpeta. Al mismo tiempo, Rice me pidió que elaborara un plan de reorganización para entregar algunas de las funciones de seguridad a alguien que no fuese del staff del NSC.
A una semana de la investidura le escribí a Rice y a Hadley pidiéndoles "urgentemente" una reunión de los Directores Jefes, o a nivel de Gabinete, para revisar la amenaza de Al Qaeda. Rice me dijo que el Comité de Directores Jefe, que había sido la primera plataforma para discutir políticas de contraterrorismo durante la administración de Clinton, no se ocuparía del tema sino hasta después de que hubiera sido "elaborada" por los Secretarios. Pensé que quería decir que había una oportunidad de revisar la agenda con los Secretarios. Pero en lugar de eso lo que pasó es que pasaron meses. La reunión inicial de los Secretarios para revisar la política de terrorismo no podía realizarse en Febrero. Tampoco en Marzo. Finalmente, en Abril, el Comité reunió a revisar esta política por primera vez. Pero la primera reunión, en la pequeña sala de conferencias con revestimientos de madera del Salón de Crisis, no salió bien.
El suplente de Rice, Steve Hadley, comenzó la reunión pidiéndome que pusiera al grupo al día. Toqué de inmediato el tema de las decisiones pendientes que había que tomar sobre Al Qaeda. "Tenemos que presionar más a los talibanes y a Al Qaeda armando a la Alianza del Norte y otros grupos en Afganistán. Al mismo tiempo, tenemos que eliminar a Bin Laden y su liderazgo reiniciando los vuelos del Predator".
Paul Wolfowitz, el suplente de Donald Rumsfeld en Defensa, se puso inquieto y puso mala cara. Hadley le preguntó si se sentía bien. "Bueno, no entiendo por qué estamos hablando de este señor Bin Laden", dijo Wolfowitz.
Le respondí tan claramente y convincentemente como pude: "Estamos hablando de una red de organizaciones terroristas llamada Al Qaeda, que es dirigida por Bin Laden, y estamos hablando de esa red porque es la única que representa una amenaza inmediata y seria para los Estados Unidos".
"Bueno, hay otros que nos amenazan, por lo menos tanto como el terrorismo iraquí, por ejemplo", dijo Wolfowitz, mirando a Hadley, no a mí.
"Paul, sabemos que desde 1993 Iraq no ha financiado actos terroristas contra los Estados Unidos, y que creo el FBI y la CIA dicen lo mismo, ¿no es así, John?" Señalé al Director de la CIA, John McLaughlin, que, obviamente, aunque no tenía ninguna gana de caer en medio del debate entre la Casa Blanca y el Pentágono, replicó: "Sí, es correcto, Dick. No tenemos pruebas de ninguna actividad iraquí que sea una amenaza terrorista contra los Estados Unidos".
Finalmente, Wolfowitz se volvió hacia mí: "Le das demasiada importancia a Bin Laden. No puede haber hecho nada parecido como el ataque a Nueva York en 1993 sin un estado que lo financiara. Que el FBI y la CIA no hayan encontrado los vínculos, no significa que no existan".
Apenas podía creerlo, pero Wolfowitz estaba en realidad defendiendo la desacreditada teoría de Laurie Mylroie de que Iraq estaba detrás del [atentado con] camión-bomba del World Trade Center de 1993, una teoría que fue investigada durante años y que resultó ser totalmente infundada.
La reunión se estaba poniendo demasiado agitada para Steve Hadley, pero pensé que era importante que quedara en claro la magnitud del desacuerdo. "Al Qaeda está planeando atentados terroristas importantes contra los Estados Unidos. Intenta derrocar a los gobiernos musulmanes y establecer un califato multinacional radical para hacer luego guerra a estados no musulmanes..."
Hadley buscó un compromiso. Nos gustaría comenzar concentrándonos en Al Qaeda y más tarde en otros tipos de terrorismo, incluyendo el iraquí. Como vérselas con Al Qaeda implicaba meterse en el santuario afgano, Hadley sugirió que necesitábamos una política general para Agfanistán y el tema asociado de las relaciones entre los Estados Unidos y Pakistán, incluyendo el retorno a la democracia en ese país y el control de armas con India. Todos estos temas formaban un todo, sobre el que había que decidir en conjunto. Hadley propuso que se escribieran más informes y se fijaron varias reuniones para los siguientes meses.
[©MMIV CBS Worldwide Inc.] [©The New York Times][Esta traducción ©mQh][/color][/tt][/size]
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