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peligrosa ruta hacia la libertad


[Mary Jordan] La Ceiba, Honduras. En sus intentos por salir de Cuba y labrarse un futuro en Estados Unidos, muchos cubanos que desafían el autoritarismo de Fidel Castro lo arriesgan todo y después de atravesar el mar hasta Honduras, emprenden un nuevo y difícil viaje a través de México, con la esperanza de cruzar la frontera norteamericana.
El 3 de mayo, guiados por la luna llena y empujados a la deriva por la esperanza y las corrientes del océano, nueve balseros salieron secretamente de Cuba. Después de dos días en el mar, una oscura madrugada, a las 2 a.m., un tornillo se desprendió de su viejo motor fuera borda y comenzó a renquear hasta que se detuvo. Cuando el tornillo se hundió en las profundidades infestadas de tiburones, sus ánimos se hundieron con él.
"Ese fue el momento en que pensé que íbamos a morir", dijo Luis Machado Hernández, 42, manager de un hospital cubano, que dijo que huía de lo insoportable que era ganar 10 dólares al mes en un país donde un par de zapatos para niños cuesta tres veces más. Pero Machado y los otros siguieron, y durante las cinco semanas siguientes de su extraordinario viaje dieron vueltas y dependieron de la amabilidad y avaricia de desconocidos.
Un día después de la pana del motor, fueron arrastrados hacia las Islas Caimán, donde fueron detenidos junto a asesinos durante un mes. Ahí, recordaron más tarde, compraron su libertad con sobornos y partieron de nuevo entre las gigantescas olas. Finalmente, el 5 de junio desembarcaron en este país centroamericano cuya favorable política de inmigración lo ha transformado en el nuevo y más popular refugio entre refugiados cubanos.
"La gente de Honduras sabe lo que están sufriendo los cubanos, que están siendo reprimidos y que no tienen libertades", dijo Ramón Romero, el director de Inmigración de Honduras, que dijo que su país daba la bienvenida a los boteros cubanos y que nunca serían devueltos a Fidel Castro, ahora 45 años al timón de la isla comunista.
Muchos más cubanos han intentado hacer la ruta de 144 kilómetros a Florida antes que arriesgarse a un viaje de 800 kilómetros hacia Honduras. Pero debido a que la mayoría de los balseros son capturados por las autoridades cubanas o por la Guardacostas norteamericana en las intensamente patrulladas aguas territoriales de Florida, un número cada vez mayor de cubanos, desesperados por huir de las miserables condiciones económicas de Cuba están orientando sus balsas hacia Honduras, uno de los países más pobres del hemisferio. Romero dijo que al menos cien cubanos llegaron a playas hondureñas el año pasado, dos veces más que en 2002. La cantidad de cubanos aumenta, dijo, y Honduras se encuentra ahora reclutando familias que los acojan. "Los hondureños se identifican con ellos y los quieren ayudar en todo lo que puedan", dijo Romero.
Los balseros entrevistados en Honduras dijeron que se había extendido el rumor de que este país era mucho mejor que los otros vecinos de Cuba, incluyendo Belice, México y las Islas Caimán, que normalmente retornan a los refugiados a su país de origen.
Machado calcula que al menos un bote al día parte de Cuba en dirección a Honduras. Muchos de ellos vuelven a la isla cuando los motores y los nervios se rompen en alta mar, dijo. "Y, sin duda, algunos no sobreviven", agregó, contando que las embarcaciones improvisadas pueden ser sacadas de curso por el viento y ser engullidas por el mar Caribe.
Los balseros dijeron que ir a Honduras es más cuerdo que tratar de llegar a Estados Unidos, que con su política de "pies mojados, pies secos", bajo la cual los cubanos que llegan a suelo estadounidense pueden solicitar asilo político, pero aquellos que son capturados costa fuera son retornados a Cuba. A veces los cubanos ganan la carrera contra la Guardacostas, como la esposa y dos hijas de José Contreras, el lanzador los New York Yankees, que llegaron a la costa de Florida el mes pasado después de una persecución de tres horas. Pero lo más común es que no logren. La Guardacostas dijo que desde principios del año pasado había capturado y retornado a cerca de 2,100 cubanos después de haberlos encontrado en balsas, botes improvisados e incluso una camioneta Chevrolet 1951 flotante.
Una vez que los balseros llegan a Honduras, a menudo sus familiares de Miami les envían algo de dinero. Algunos tratan de buscar un modo legal de entrar a Estados Unidos, pero muchos cruzan Guatemala y México en un intento de cruzar la frontera ilegalmente, dijeron.
Machado dijo que algunos en su grupo ya habían partido hacia Estados Unidos. "No sé si están muertos o vivos o en la cárcel en algún lugar", dijo. Machado y otros tres con él dijeron que estaban tratando de buscar una ruta más segura para llegar a Miami.
"En Miami puedes trabajar en lo que quieras", dijo Machado. "Estoy dispuesto a trabajar duro. No sé si lo intentaré este mes, o en tres meses o el próximo año. Pero quiero ir".

Un Viaje Similar
A 48 kilómetros de donde vive Machado ahora, otro grupo de balseros cubanos ha sido recogido por familias hondureñas. Lelis Arnulfo Hernández, jardinero en la isla de Roatán, dijo que se quedó lelo un día el mes pasado cuando se encontró con siete demacrados cubanos saliendo a tropezones de un bote de 19 metros que parecía una vieja bañera de fibra de vidrio. Habían pasado siete días con sus noches en alta mar; estaban deshidratados y habían comenzado a tener alucinaciones. Para cuando el mar los arrojó cerca de la casa de una habitación donde vive ahora Fernández en el muelle, se les había acabado el alimento, el agua y el combustible.
"Uno de ellos me preguntó: ‘¿Estamos en Honduras?' Y cuando le dije que sí, no te imaginas lo contento que estaba", dijo Hernández, que entonces los invitó a su casa de madera, les dio comida y café caliente y llevó luego a los andrajosos hombres a ver a un doctor.
Dos semanas después de su llegada, tres de los hombres ya habían emprendido viaje a México, con la esperanza de cruzar ilegalmente la frontera norteamericana, donde el desierto y las altísimas temperaturas se cobran muchas vidas. Los cuatro que se quedaron fueron entrevistados en la puerta de la casa de Hernández; tenían la espalda y piernas cubiertas de ronchas que les había causado la fibra de cristal del bote.
"Comencé a ver cosas en el agua y en el calor. Estaba perdiendo la razón", dijo Yunior Buceta Cañete, 28, que en Cuba ganaba como soldador ocho dólares al mes. Cuando llamó a Cuba se enteró de que su esposa había dado a luz a su primer hijo mientras él todavía estaba en alta mar; dijo que esperaba llegar a Miami, y buscar luego la manera de llevar ahí a su familia.
"Arriesgamos un montón para llegar aquí, pero al menos somos libres".
El grupo partió desde Santa Cruz, en la costa sur de Cuba, con poco más que un antiguo compás y un mapa de 1953. Buceta dijo que el pequeño motor se paró tres veces, y tres veces lograron ponerlo en marcha nuevamente. Un saco de plástico que alguna vez llevó judías, hizo de vela. Las tormentas agitaban el agua con tanta violencia y la lluvia caía con tanta furia sobre el bote descubierto, que un hombre decidió entregarse en las Islas Caimán, a menos de la mitad de camino del viaje. Lo dejaron desembarcar en una de las Islas Caimán; suponen que ha sido capturado y retornado a Cuba.
Días más tarde los hombres desembarcaron en Roatán, donde aparcaron los maltratados botes en el crecido césped en las afueras de la casa de Hernández, causando el asombro de los residentes locales que se acercaron a escuchar su historia. "No sabíamos si era Belice u Honduras", dijo Jorge Abel Sosa Reina, un pescador que hizo de jefe de navegación, hablando del momento en que vieron tierra y a Hernández. Sosa fue el primero en acercarse a la costa, con la idea de advertir a los otros por si se habían equivocado y estaban en Belice. De ese modo, quizá sólo lo detendrían y volverían a Cuba a él y dejarían que los otros prosiguieran viaje. Sosa dijo que casi se había desmayado de alivio cuando Hernández le dijo que estaba en Honduras: "Todo mi cuerpo quería derrumbarse. Me sentí muy aliviado". Sosa dijo que para hacer el viaje se inspiró en su hermano, que logró llegar a Honduras en noviembre y vive ahora en Miami con sus dos hermanos. Sosa dijo que esperaba unirse a ellos.
Llegar a Roatán fue particularmente agradable para el profesor de Historia, Nicolás González Verona, 51, el más viejo de todos en el bote. Dijo que había tratado de escapar de Cuba en 1994, pero la Guardacostas cubana había embestido y hundido la embarcación. Pagó una multa para evitar la prisión y pasó la década siguiente esperando una nueva oportunidad. Una vez en el mar, González dijo que había pasado el tiempo rezando.

Mareados
En La Ceiba, Machado y otros tres miembros de su grupo están viviendo en un parque de bomberos. Machado encontró trabajo como tapizador de muebles tres días después de llegar y dijo que está preocupado por su esposa y las dos hijas que dejó en Cuba. Dijo que nunca permitiría que su familia corriera los mismos riesgos que él en el mar. Después de que uno de los pequeños motores dejara de funcionar, ataron las dos balsas y continuaron, resistiendo las rugientes olas y el olor de bencina derramada y vómito.
Contó que sus problemas empeoraron cuando chocaron contra las rocas en una playa de las Islas Caimán. Fueron capturados y encerrados, y les dijeron que serían retornados a Cuba. Pocos días después llegaron a Honduras familiares de España y Estados Unidos. A uno de ellos se le permitió volar a España, y los familiares norteamericanos tuvieron pagar mordidas para liberar a los otros ocho, después de pasar 28 días en la cárcel. También le pagaron, dijeron, diez mil dólares a un contrabandista para llevar a los hombres a Honduras.
"Fue un milagro", dijo Machado. "Nos dijeron que nos íbamos segundos antes. Salimos corriendo de la cárcel".
Partieron en el bote de nueve metros de los contrabandistas la primera semana de junio. Antes del alba del quinto día en el mar, dijo Machado, los contrabandistas anunciaron repentinamente que estaban frente a la costa hondureña y que tenían que saltar al agua.
"¡Salten! ¡Naden!", dijeron los hombres y se alejaron a toda velocidad.
Después de nadar media hora, durante la cual Machado tuvo que jalar a su sobrino, que no sabía nadar, los cubanos llegaron a una remota parte de Honduras conocida como Gracias a Dios.
Una vecina encontró a los desencajados cubanos y les dio de comer y ropa seca, y poco después abordaron un carguero rumbo a La Ceiba, la tercera ciudad de Honduras. Después de su odisea, dijo Machado, ninguno de ellos se para a mirar el mar por la ventana del parque de bomberos. "Los cubanos amamos la playa y el mar", dijo. "Pero yo ya tuve mi cuota de mar por un largo tiempo".

18 de julio de 2004
©washingtonpost ©traducción mQh

1 comentario

carlos rodrigo -

el articulo relata una serie de complejidades que afectan nuestro normal desenvolvimiento en sociedad. tenemos la falta de aliento a los deseperados.la corrupcion que, abusivamente despoja no solo del dinero , sino tambien de la esperanza de aquellos que como los cubanos tratan de huir del satrapa cubano que , a proposito, le hace honor a la frase " la mala hierba nunca muere ". deseo a todos aquellos que quieran huir de los horrores que acarrea la corrupcion buena suerte en sus luchas por huir de ella.