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ÁFRICA: VIVIR EN UN CUARTO DE BARRO - davan maharaj


El cuarto reportaje sobre la miseria en África publicada por Los Angeles Times, en la serie ‘Viviendo con Menos de un Dólar al Día', describiendo el increíble desamparo de los pobres del continente.

Naorobi, Kenia. En chozas de barro y hojalata, rodeados de basura y matones, millones sobreviven en las barriadas cada vez más grandes de África.
Bolsas de plástico, amarradas y combadas, vuelan a través de la barriada en la noche.
Chocan contra los tejados de hojalata, revientan contra las paredes de barro remendadas con latas de aluminio y caen colina abajo, por donde emergen de tanto en tanto como plantas de plástico. En la mañana, están apachurradas en el suelo.
Después de 33 años en este villa miseria conocida como Deep Sea, Cecilia Wahu ya ni ve las bolsas. Las llaman los ‘retretes volantes', y como nadie tiene aquí un cuarto de baño, todos han arrojado alguno alguna vez.
"Mi sueño, antes de morir, es vivir en una casa permanente, no en una choza", dice Wahu, 66, que tiene ojos catarrosos y le faltan dientes. "Puede ser chica, pero tiene que tener una cocina bonita, una cama de verdad y su propio baño".
Ese es su sueño. Su realidad es una choza de barro de dos metros por dos.
Sobrevivir en Deep Sea es un asunto de mantenerse por encima en una marea interminable de barro y desechos. Todo lo que separa a Wahu de la basura es un piso de tierra, puertas de tablones delgados y una testaruda voluntad que incluso este lugar sea un vecindario.
Alrededor de 1,500 personas viven apelotonadas en este escarpado y traicionero laberinto de ciento cincuenta metros. Viven por menos de un dólar al día, y este es el mejor refugio que pueden permitirse.
Hay un grifo de agua, un retrete y no hay electricidad. Las casas son revoltijos de hojalata, ladrillos cocidos rojos y palos que apenas impiden que se derrumben en el fétido río Gitathuru abajo.
Las lluvias tropicales carcomen las murallas. Bandas errantes de matones amenazan con derrumbar las casas a menos que se les pague dinero de protección. Los vecinos ricos al otro lado del río le piden al gobierno que desaloje las laderas.
El futuro de África está atado a esos lugares.
La gente del campo que busca trabajo, salud y un futuro mejor están invadiendo las ciudades del África sub-sahariana. Se cuentan entre las ciudades de más rápido crecimiento del mundo. Naciones Unidas calcula que para 2020, esas áreas urbanas alojarán a 550 millones de personas.
Las barriadas de Nairobi, donde vive más de la mitad de los tres millones de personas vive en un cinco por ciento de la tierra, son la primera parada de los recién llegados. A pesar de las miserables condiciones, la mayoría de ellos paga por vivir aquí. A medida que la villa crece y se hace más pobre, la tierra se hace más cara. Una red de líderes tribales, funcionarios de gobierno y otros barones de los barrios bajos sacan provecho hábilmente.
De acuerdo a una encuesta de Naciones Unidas, un 57 por ciento de las viviendas de un barrio de los suburbios de Nairobi es propiedad de políticos y funcionarios, y las chozas son las áreas más rentables de la ciudad. Un barón de la villa que paga 160 dólares por una choza de dos por tres metros puede recuperar toda la inversión en meses.
"La gente peleará, hasta matará por este lugar", dice Wahu. "Es un techo sobre tu cabeza. Y todo el mundo quiere tener uno".
Más allá del humo de los cientos de cacerolas calentadas con carbón en Deep Sea, los barrios más exclusivos de la capital keniata relucen a otro lado del río. Se llama Mathaiga, y es donde viven embajadores, empresarios y el presidente de Kenia, Mwai Kibaki.
Ritmos del congolés lingala suenan a todo volumen en las chozas de Deep Sea y flota sobre el río para irrumpir en el esplendor y soledad de los ricos.
"Sólo meten bulla y hacen problemas", dice el propietario de mucho tiempo de una casa de Muthaiga. "Los vamos a sacar de ahí..., cueste lo que cueste".
Pero por más que se quejen, los vecinos de Muthaiga necesitan a Deep Sea por los trabajadores baratos que suministra.
Desde las cocinas y jardines de Muthaiga donde trabajan, los habitantes de las barriadas ven onduladas plantaciones de café, lujuriantes selvas y monos brincando por encima de las verjas para entrar a los patios.
Es un crudo contraste con Deep Sea, desprovisto de vegetación y salpicado de basura.
Wahu y su familia llegaron a Nairobi en 1970 y se instalaron aquí en tierras que nadie quería. Un familiar los había expulsado de una parcela en un distrito de producción de café a unos 50 kilómetros.
Una mañana, el marido de Wahu salió a buscar trabajo y nunca volvió, dejándola sola con cinco niños. Encontró trabajo como cocinera, tres veces al día, para una pareja india, y cuidando de sus hijos y del aseo. La paga era de cinco dólares al mes.
Wahu y sus vecinos llamaron a su colección de chozas, ‘Muchathaini' o ‘cosa amarga' en kikuyu, después de haber arrancado y comido una planta del suelo. Varios años después, después de que un niño cayera por la ladera y se ahogara en el río, la rebautizaron como Deep Sea.
Desde entonces la villa la componen unas 550 chozas tan juntas unas a otras que parecen sólo una. Wahu, ahora demasiado vieja como para trabajar como criada o nana, gana alrededor de 20 centavos al día lavando patatas o desvainando judías en el mercado cercano.
Wahu ha visto a muchas familias llegar y partir a través de los años. Unas pocas ganan lo suficiente para como mudarse a algún barrio mejor. Otros, derrotados por los alquileres y los delincuentes, vuelven al campo. Muchos simplemente se quedan, como ella.
A unas puertas de la choza de Wahu, Joseph Mutua se ata los cordones de los zapatos, preparándose para salir a patrullar por el vecindario. Una iglesia local le paga 35 dólares al mes para mantener a los matones a raya.
Mutua, 49, paga diez dólares mes por una choza de nueve metros cuadrados, un tamaño típico en Deep Sea. Vive ahí con su esposa Stella y sus siete hijos. La choza es miserable, pero cuando le pagan, Mutua paga inmediatamente el alquiler. Sabe que un pago parcial o moroso puede significar un desalojo rápido y violento.
"El patrón te echa en menos que canta un gallo, porque hay muchos otros esperando la casa", dice Mutua.
Por la noche, Mutua, su esposa y su bebé Benson, que duerme sobre un pedazo de gomaespuma desechada en un rincón del cuarto. Los otros niños duermen hombro a hombro sobre cajas de cartón. En las paredes de barro de la choza hay pegadas fotos de la estrella del rap Eminem, del jugador brasileño de fútbol Ronaldo y de Jesús. Cuando llueve, el agua inunda el cuarto.
En comparación con sus vecinos, los Mutua tienen un buen pasar. Joseph, que gana más de la media de los vecinos, les pide a veces a sus hijos no ir a la escuela y que se busquen la vida. El resultado en que en algunos meses son capaces de ahorrar un dólar para entrar al único retrete que una parroquia católica ha instalado recientemente cerca de la entrada de Deep Sea.
Muchos de sus vecinos, incapaces de pagar la entrada al retrete, pagan a los vendedores ambulantes de agua el equivalente de ocho centavos de dólar por un galón de cinco litros. Eso es alrededor de veinte veces lo que cobra el ayuntamiento por el agua corriente en los mejores vecindarios, de acuerdo a un estudio reciente de Naciones Unidas.
Para usar el retrete Mutua paga a la iglesia un dólar al mes.
El retrete está en una pequeña estructura de madera en la cumbre de la colina. La construcción, que tiene piso de cemento y paredes pintadas verde lima, es la más sólida de Deep Sea.
Pero cuando los Mutua no pueden pagarlo, y si está oscuro y tienen miedo de subir la colina, dice Mutua, el también recurre al retrete volante.
La práctica se ha hecho tan escandalosa que varios grupos sin fines de lucro han lanzado una campaña llamada ‘Alto a los Retretes Volantes'. Han adoptado un logo con alas y auspician carreras con conocidos atletas keniatas para que propaguen la palabra.
"Tenemos que parar la epidemia de enfermedades que surgen cuando el desagüe es tu propio patio, la calle, o incluso tu propia casa", dice Risper Radula, de la Fundación Africana de Investigaciones Médicas, que trata a los residentes de las barriadas contra el cólera y las enfermedades respiratorias.
Las enfermedades son sólo uno de los peligros de Deep Sea. Los matones merodean en los callejones. Acechan a las jóvenes por la noche y, como los patrones y los funcionarios de gobierno, las extorsionan.
Wahu guarda algunos chelines keniatas en una lata vacía de leche condensada debajo de su cama para pagar 15 centavos a la semana por protección. También ahorra para pagar a su ‘wazee wa viriji', "agentes del jefe" en suajili. Actúan a nombre del administrador local, que ajusta el alquiler cuando los inquilinos hacen reparaciones o mejoran sus casas.
Wahu dice que los hombres del jefe se lleva su puerta o la golpean cuando no paga. Cuando ven su Biblia, se ríen de ella, como diciéndole que su Dios es débil: "Si eres cristiana, ¿cómo es que vives como perro?"
Incluso así, la vida es mejor que antes.
Cuando Wahu llegó aquí, el techo estaba hecho de bolsas de plástico. Hoy, es de hojalata. En los viejos tiempos tenían que acarrear agua desde un tubo a un kilómetro y medio de distancia. Ahora, el retrete de la iglesia está a tiro de piedra.
En la colina, arriba, un desvencijado cartel que cuelga del frontis del Hotel Deep Sea, proclama orgullosamente: "Nueva Administración". Es una choza de barro como todas las demás, pero la llaman "hotel", acorde la tradición británica de usar ese título para un local donde se expenden refrescos.
La propietaria, Margaret Wambugu, almacena algunos refrescos, pan y unas matas de verduras marchitas, recogidas de la basura de un mercado al por mayor cercano.
"¡Karibu!", le dice a sus clientes. Bienvenidos.
Al otro lado del callejón de barro, un establecimiento sin nombre vende changaa, una amarga infusión de maíz a menudo aumentada con ácido de batería Una pareja baila lentamente una canción de Percy Sledge que sale de un pequeño radiocasete portátil. Peter Wanjohi, el barman, saluda a los nuevos clientes sacudiendo por lo alto una botella verde.
"¿Kumi-kumi?", dice Wanjohi, usando la jerga suajili para trago. Se lo llama "10-10" porque una dosis generosa cuesta diez chelines. "Un trago te deja bien para todo el día".
Abajo en la colina hay una clínica que trata a los niños de piojos, sarna y enfermedades respiratorias, comunes aquí debido a que todo el mundo respira el polvo fecal. En la Iglesia de la Consolación de Nairobi, que instaló el retrete en 2002, ha construido una escuela y un taller donde algunos vecinos hacen zapatos y ropa para vender.
"Llegaron para quedarse", dice Peter Ndungu, uno de los asistentes sociales de la iglesia. "Tenemos que trabajar para mejorar sus vidas".
Los vecinos han empezado a defender su territorio. Hace dos años el administrador local dio permiso a los patrones para construir más chozas en un pequeño terreno arriba de Deep Sea que fue durante años un patio de recreo.
Wahu, Mutua y otros se unieron para oponerse a la propuesta y a algunos desalojos. Alrededor de 150 vecinos reunieron 500 dólares y aproximaron a una organización de caridad que da ayuda jurídica a los habitantes de las villas miseria. Lucharon contra los patrones durante meses. Hicieron peticiones al gobierno y organizaron mítines. Montaron una manifestación en la oficina del administrador local.
Al final, los patrones no pudieron construir y salvaron el patio de recreo.
El terreno tiene justo el tamaño de una cancha de babi-fútbol. La tierra rojiza está sembrada de rocas. En la temporada seca el viento levanta el polvo en pequeños remolinos, que obligan a los niños a toser y a restregarse los ojos. Y cuando llueve, el agua corre colina abajo por Deep Sea, arrastrando lodo y basura contra las chozas abajo.

25 de julio de 2004
©traducción mQh
©losangelestimes

2 comentarios

tamante -

les recomiendo que coloquen fotos y grandes ....

dal y niki -

esto es una porqueria!! aunque no lo halla leido, encima no traen imagenes de chozas, ustedes aprendan a buscar informacion chauu