¿QUÉ ES EL FASCISMO Y DÓNDE ESTÁ?
columna de mérici
Desde los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington se ha activado nuevamente el debate sobre el fascismo. En dos sentidos: la amenaza de los fundamentalistas musulmanes, que algunos, como el antiguo experto de contra-inteligencia Richard Clarke, tienen por fascistas, y las tendencias fascistas en Europa, que se afirman en el ambiente actual de xenofobia anti-árabe.
Pero entre lo poco que sabemos de los proyectos de Osama Bin Laden está que comparten con el fascismo el autoritarismo, la brutalidad y el desprecio por los derechos humanos. Pero ese proyecto nos es muy remoto. Es una sarta de memeces escritas por ogros de cuentos semi-analfabetos. El fascismo europeo es más clásico. Una definición aceptada habitualmente es que son regímenes de extrema derecha, normalmente populistas, que implementan duras políticas anti-populares. Son regímenes usualmente asociados a tiempos de crisis. Son autoritarios. No son necesariamente ilegales, pero favorecen las soluciones violentas y basadas en la represión. Atacan duramente a la prensa independiente e implementan políticas sociales y económicas cuyo fin habitual es la penuria y el conflicto social dirigido por el estado. No tienen una ideología autónoma o coherente: pueden ser antisemitas, como a menudo es, o anti-musulmanas, o simplemente xenofóbicas. Sus líderes, carismáticos y estrafalarios como profetas evangélicos, determinan habitualmente las causas de las nuevas versiones del fascismo.
Un gobierno fascista por ejemplo animará el conflicto étnico presentando persistentemente a los extranjeros como causantes de las penurias locales. Tratará de hacer creer a los ciudadanos que es necesario, por ejemplo, cortar la seguridad social de los extranjeros residentes, o excluirlos de los servicios médicos, con la argumentación de que contribuyen poco a la economía y, así, poco a la mantención de los servicios actuales. La mala leche es evidente. El gobierno estimulará luego la contratación de gente propia' y acusará a los extranjeros de quitar el trabajo a los nativos. Una vez que pone a los extranjeros en la calle, dirá que no trabajan.
El fascismo se presenta como un movimiento que pone orden. Su punto de partida -la invención o la intriga original en que se basa- es la falta de seguridad: explota todo aquello que pueda atemorizar a la población nativa y culpa de ello a los extranjeros. Un fascista dirá, por ejemplo, que la mayoría de los delitos los cometen extranjeros, o que las cárceles están llenas de extranjeros, o que los extranjeros llegan aquí a vivir del crimen o de la seguridad social, porque son delincuentes. Lógico, piensa el fascista. Ordenará a la policía detener a más delincuentes extranjeros; como habrá más detenciones, naturalmente habrá más delitos cometidos por ellos y más de ellos en las cárceles, con lo que la estúpida lógica del fascista no hará más que confirmarse.
A veces le acompaña alguna realidad. La amenaza que representa para la democracia y el mundo el fundamentalismo islámico no es desdeñable, pero no deja de ser un asunto policial. Para muchos, el nuevo terrorismo no es algo policial, sino político, hasta de civilizaciones. El fascismo sacará provecho de una situación de temor. Y fomentará ese temor. Quiere que la población se crea las amenazas para justificar medidas represivas (por ejemplo, redadas en la ciudad a la búsqueda de inmigrantes o refugiados ilegales). Pero también quiere aprobación general de sus medidas, haciendo cómplice a la población local. Quiere que la población local se atemorice (por ejemplo, de los árabes, por terroristas o porque les quitan el trabajo o porque son musulmanes) para tomar medidas represivas extremas sin que haya protestas generales (por ejemplo, monta números telefónicos de delación y transforma en prueba con fuerza legal las declaraciones anónimas de policías y soplones anónimos).
El fascista ataca a los grupos más débiles: refugiados (o sea, gente que viene huyendo de guerras o revoluciones o persecuciones y no gozan de derecho alguno), extranjeros (gente con pocos derechos y muchos deberes; en Holanda deben pagar un impuesto especial de residencia), jubilados (son viejos, nadie les defiende), pacientes psiquiátricos (los fascistas tienden a encarcelarlos) y desempleados (objetivo del fascista es terminar con la seguridad social).
Estos grupos no son representados ni defendidos por los partidos políticos existentes, que comparten el ideario básico de los fascistas en este momento, en el sentido de que tienen como punto de partida un supuesto, e imaginario, problema con los extranjeros.
El fascismo es una ideología de capataces o de sargentos. (Curiosamente sus lemas son siempre militaristas, hasta el ridículo). Sus ideólogos, habitualmente de origen oscuro, prometen poner orden en un imaginario desorden y exigen a cambio una posición de privilegio y pompa. (El fascista es muy pomposo; disfruta inaugurando centros de estudio de pensadores' fascistas, por ejemplo, y ama los desfiles y los uniformes. Les gusta el elogio y el pavoneo y alardean de dictar moda). Pero sabe que esa posición de privilegio se basa en una farsa. De ahí proviene la urgencia fascista de acometer hechos significativos en la historia de los países, para concluir hechos y no dejar margen a una marcha atrás. De ahí los intentos de comprometer a la población, o de hacerla cómplice. (Hace unos días un ministro decía que no hacía más que llevar a cabo un mandato de la población, como si la población le hubiese ordenado maltratar y humillar a miles de personas, despojarlas de sus bienes y empujarlas en manos de sus perseguidores con riesgo de sus vidas, o como si la población local les hubiese ordenado violar leyes y tratados internacionales y hacer mofa de Europa y sus valores humanistas). El fascista sabe que tarde o temprano su farsa se descubrirá. Y quiere que cuando se descubra sea demasiado tarde y deban todos callar por vergüenza. Como en Alemania.
Por esto, el fascista exagerará los sentimientos de inseguridad y temor de la población y hasta los alentará. En Macedonia, el gobierno fascista anterior montó el asesinato de siete inmigrantes musulmanes y les acusó de querer cometer atentados en el país. Fueron descubiertos. Algunos de los culpables están en prisión. En otros países, ocurren cosas similares. Un ministro habló de una carta que habría dirigido Al Qaeda a Naciones Unidas en las que se especificaban blancos en Holanda de futuros atentados. A raíz de esa carta decretó el ministro estado de alerta. Pero la carta no existe. Nunca existió. La inventó el ministro, de punta a cabo. Esa mentalidad es parecida en todas partes. Como no hay terroristas a la mano, se los inventa. (Lamentablemente, hay terroristas de verdad). Y nadie pregunta nada. (La oposición laborista en Holanda se contentó con el "malentendido" del ministro).
Para el fascismo es indispensable mantener las condiciones de vida que permiten su existencia como una fuerza o ideario político importante. Surge de la farsa del peligro, y tratará de mantener una atmósfera de peligro y caos. Al fascismo le interesa crear crisis, no solucionarla. El fascismo no invertirá en crear empleo, sino en crear desempleo (contratará a firmas especializadas en reorganizaciones). Sabe que el paro es una fuente de resentimiento y conflictos, y querrá azuzarlos. No viene a solucionar problemas, sino a crearlos.
A la población la mantiene a raya con despidos y amenazas. Despide primero a los extranjeros y a los más débiles. La perspectiva de correr la misma suerte mantiene callados a los más. Los políticos callan también. A muchos no les conviene dirigir un país en crisis. Intimida a los opositores, amenazándoles con penas estrambóticas por expresar opiniones contrarias (en Holanda prohíbe el gobierno so pena de proceso que se lo compare con los nazis). Y muchos en la prensa callan también.
¿Es fascismo lo que hay en Holanda? El programa de gobierno con respecto a la inmigración y la manera de tratar a los refugiados se inspira en planes del partido neo-fascista LPF, que hizo parte de la coalición en el gobierno anterior. Y la semi confesada incoherencia del gobierno en todo lo que se refiere a los extranjeros oculta a mi juicio planes seguramente viles de algunas facciones más extremas en el gobierno.
Es vileza, por ejemplo, que se expulse a esas 26 mil personas (que han vivido aquí desde hace cinco, a veces nueve años; que trabajan aquí; que son musulmanes; que vienen huyendo de guerras y de países como Sudán, Somalia, Irán e Irak) y se anuncie al mismo tiempo que se admitirá a 150.000 inmigrantes de la antigua Europa del Este en un plazo de menos de cinco años. En mi lengua, en mi cultura, en mi civilización eso se llama vileza. Pues sabiendo el gobierno que el país sin inmigrantes moriría, decide ahora deshacerse de los moros de lengua árabe y piel oliva y abrir las puertas a cristianos de lenguas indo-europeas de piel blanca.
Nada de lo que diga el gobierno o los políticos puede ocultar este hecho terrible. Esos 26 mil deben hacer lugar -según la lógica del fascista- a otros tantos, pero blancos y supuestamente cristianos. De paso, habrá pensado el fascista, nos deshacemos de un problema de seguridad. Habrá 26 mil menos que vigilar. Lógica de fascista.
Lo peligroso del fascista, o de un gobierno fascista, es que con él todo va siempre a peor. Por ejemplo, si decide expulsar hoy a 26 mil extranjeros, al año siguiente querrá expulsar a 50 mil. Como han decidido encarcelar a esos refugiados rechazados, tienen que construir instalaciones especiales o habilitar existentes. Así, necesitarán también más policías. Pero el fascista también se querrá reír de los extranjeros. Hará que los extranjeros que residen legalmente paguen los costes de la operación de expulsar a los refugiados. Los extranjeros residentes tendrán que pagar tarifas de residencia, más de 30 veces más altas que en otros países de Europa. (Sí, el fascista es vil, y es ordinario).
Por eso creo que Holanda corre el riesgo de entrar (si no hemos entrado ya) en un período de tiranía fascista y, quizá peor, debido al componente racial del odio.
Las mejores armas contra el contagio de este aparente delirio es la democracia y un compromiso más activo con los valores de nuestra civilización. (Pues el fascismo es en realidad la antesala de ideologías tanto o más totalitarias y ajenas a Occidente como los desvaríos fundamentalistas y otras máscaras del mal).
Pero entre lo poco que sabemos de los proyectos de Osama Bin Laden está que comparten con el fascismo el autoritarismo, la brutalidad y el desprecio por los derechos humanos. Pero ese proyecto nos es muy remoto. Es una sarta de memeces escritas por ogros de cuentos semi-analfabetos. El fascismo europeo es más clásico. Una definición aceptada habitualmente es que son regímenes de extrema derecha, normalmente populistas, que implementan duras políticas anti-populares. Son regímenes usualmente asociados a tiempos de crisis. Son autoritarios. No son necesariamente ilegales, pero favorecen las soluciones violentas y basadas en la represión. Atacan duramente a la prensa independiente e implementan políticas sociales y económicas cuyo fin habitual es la penuria y el conflicto social dirigido por el estado. No tienen una ideología autónoma o coherente: pueden ser antisemitas, como a menudo es, o anti-musulmanas, o simplemente xenofóbicas. Sus líderes, carismáticos y estrafalarios como profetas evangélicos, determinan habitualmente las causas de las nuevas versiones del fascismo.
Un gobierno fascista por ejemplo animará el conflicto étnico presentando persistentemente a los extranjeros como causantes de las penurias locales. Tratará de hacer creer a los ciudadanos que es necesario, por ejemplo, cortar la seguridad social de los extranjeros residentes, o excluirlos de los servicios médicos, con la argumentación de que contribuyen poco a la economía y, así, poco a la mantención de los servicios actuales. La mala leche es evidente. El gobierno estimulará luego la contratación de gente propia' y acusará a los extranjeros de quitar el trabajo a los nativos. Una vez que pone a los extranjeros en la calle, dirá que no trabajan.
El fascismo se presenta como un movimiento que pone orden. Su punto de partida -la invención o la intriga original en que se basa- es la falta de seguridad: explota todo aquello que pueda atemorizar a la población nativa y culpa de ello a los extranjeros. Un fascista dirá, por ejemplo, que la mayoría de los delitos los cometen extranjeros, o que las cárceles están llenas de extranjeros, o que los extranjeros llegan aquí a vivir del crimen o de la seguridad social, porque son delincuentes. Lógico, piensa el fascista. Ordenará a la policía detener a más delincuentes extranjeros; como habrá más detenciones, naturalmente habrá más delitos cometidos por ellos y más de ellos en las cárceles, con lo que la estúpida lógica del fascista no hará más que confirmarse.
A veces le acompaña alguna realidad. La amenaza que representa para la democracia y el mundo el fundamentalismo islámico no es desdeñable, pero no deja de ser un asunto policial. Para muchos, el nuevo terrorismo no es algo policial, sino político, hasta de civilizaciones. El fascismo sacará provecho de una situación de temor. Y fomentará ese temor. Quiere que la población se crea las amenazas para justificar medidas represivas (por ejemplo, redadas en la ciudad a la búsqueda de inmigrantes o refugiados ilegales). Pero también quiere aprobación general de sus medidas, haciendo cómplice a la población local. Quiere que la población local se atemorice (por ejemplo, de los árabes, por terroristas o porque les quitan el trabajo o porque son musulmanes) para tomar medidas represivas extremas sin que haya protestas generales (por ejemplo, monta números telefónicos de delación y transforma en prueba con fuerza legal las declaraciones anónimas de policías y soplones anónimos).
El fascista ataca a los grupos más débiles: refugiados (o sea, gente que viene huyendo de guerras o revoluciones o persecuciones y no gozan de derecho alguno), extranjeros (gente con pocos derechos y muchos deberes; en Holanda deben pagar un impuesto especial de residencia), jubilados (son viejos, nadie les defiende), pacientes psiquiátricos (los fascistas tienden a encarcelarlos) y desempleados (objetivo del fascista es terminar con la seguridad social).
Estos grupos no son representados ni defendidos por los partidos políticos existentes, que comparten el ideario básico de los fascistas en este momento, en el sentido de que tienen como punto de partida un supuesto, e imaginario, problema con los extranjeros.
El fascismo es una ideología de capataces o de sargentos. (Curiosamente sus lemas son siempre militaristas, hasta el ridículo). Sus ideólogos, habitualmente de origen oscuro, prometen poner orden en un imaginario desorden y exigen a cambio una posición de privilegio y pompa. (El fascista es muy pomposo; disfruta inaugurando centros de estudio de pensadores' fascistas, por ejemplo, y ama los desfiles y los uniformes. Les gusta el elogio y el pavoneo y alardean de dictar moda). Pero sabe que esa posición de privilegio se basa en una farsa. De ahí proviene la urgencia fascista de acometer hechos significativos en la historia de los países, para concluir hechos y no dejar margen a una marcha atrás. De ahí los intentos de comprometer a la población, o de hacerla cómplice. (Hace unos días un ministro decía que no hacía más que llevar a cabo un mandato de la población, como si la población le hubiese ordenado maltratar y humillar a miles de personas, despojarlas de sus bienes y empujarlas en manos de sus perseguidores con riesgo de sus vidas, o como si la población local les hubiese ordenado violar leyes y tratados internacionales y hacer mofa de Europa y sus valores humanistas). El fascista sabe que tarde o temprano su farsa se descubrirá. Y quiere que cuando se descubra sea demasiado tarde y deban todos callar por vergüenza. Como en Alemania.
Por esto, el fascista exagerará los sentimientos de inseguridad y temor de la población y hasta los alentará. En Macedonia, el gobierno fascista anterior montó el asesinato de siete inmigrantes musulmanes y les acusó de querer cometer atentados en el país. Fueron descubiertos. Algunos de los culpables están en prisión. En otros países, ocurren cosas similares. Un ministro habló de una carta que habría dirigido Al Qaeda a Naciones Unidas en las que se especificaban blancos en Holanda de futuros atentados. A raíz de esa carta decretó el ministro estado de alerta. Pero la carta no existe. Nunca existió. La inventó el ministro, de punta a cabo. Esa mentalidad es parecida en todas partes. Como no hay terroristas a la mano, se los inventa. (Lamentablemente, hay terroristas de verdad). Y nadie pregunta nada. (La oposición laborista en Holanda se contentó con el "malentendido" del ministro).
Para el fascismo es indispensable mantener las condiciones de vida que permiten su existencia como una fuerza o ideario político importante. Surge de la farsa del peligro, y tratará de mantener una atmósfera de peligro y caos. Al fascismo le interesa crear crisis, no solucionarla. El fascismo no invertirá en crear empleo, sino en crear desempleo (contratará a firmas especializadas en reorganizaciones). Sabe que el paro es una fuente de resentimiento y conflictos, y querrá azuzarlos. No viene a solucionar problemas, sino a crearlos.
A la población la mantiene a raya con despidos y amenazas. Despide primero a los extranjeros y a los más débiles. La perspectiva de correr la misma suerte mantiene callados a los más. Los políticos callan también. A muchos no les conviene dirigir un país en crisis. Intimida a los opositores, amenazándoles con penas estrambóticas por expresar opiniones contrarias (en Holanda prohíbe el gobierno so pena de proceso que se lo compare con los nazis). Y muchos en la prensa callan también.
¿Es fascismo lo que hay en Holanda? El programa de gobierno con respecto a la inmigración y la manera de tratar a los refugiados se inspira en planes del partido neo-fascista LPF, que hizo parte de la coalición en el gobierno anterior. Y la semi confesada incoherencia del gobierno en todo lo que se refiere a los extranjeros oculta a mi juicio planes seguramente viles de algunas facciones más extremas en el gobierno.
Es vileza, por ejemplo, que se expulse a esas 26 mil personas (que han vivido aquí desde hace cinco, a veces nueve años; que trabajan aquí; que son musulmanes; que vienen huyendo de guerras y de países como Sudán, Somalia, Irán e Irak) y se anuncie al mismo tiempo que se admitirá a 150.000 inmigrantes de la antigua Europa del Este en un plazo de menos de cinco años. En mi lengua, en mi cultura, en mi civilización eso se llama vileza. Pues sabiendo el gobierno que el país sin inmigrantes moriría, decide ahora deshacerse de los moros de lengua árabe y piel oliva y abrir las puertas a cristianos de lenguas indo-europeas de piel blanca.
Nada de lo que diga el gobierno o los políticos puede ocultar este hecho terrible. Esos 26 mil deben hacer lugar -según la lógica del fascista- a otros tantos, pero blancos y supuestamente cristianos. De paso, habrá pensado el fascista, nos deshacemos de un problema de seguridad. Habrá 26 mil menos que vigilar. Lógica de fascista.
Lo peligroso del fascista, o de un gobierno fascista, es que con él todo va siempre a peor. Por ejemplo, si decide expulsar hoy a 26 mil extranjeros, al año siguiente querrá expulsar a 50 mil. Como han decidido encarcelar a esos refugiados rechazados, tienen que construir instalaciones especiales o habilitar existentes. Así, necesitarán también más policías. Pero el fascista también se querrá reír de los extranjeros. Hará que los extranjeros que residen legalmente paguen los costes de la operación de expulsar a los refugiados. Los extranjeros residentes tendrán que pagar tarifas de residencia, más de 30 veces más altas que en otros países de Europa. (Sí, el fascista es vil, y es ordinario).
Por eso creo que Holanda corre el riesgo de entrar (si no hemos entrado ya) en un período de tiranía fascista y, quizá peor, debido al componente racial del odio.
Las mejores armas contra el contagio de este aparente delirio es la democracia y un compromiso más activo con los valores de nuestra civilización. (Pues el fascismo es en realidad la antesala de ideologías tanto o más totalitarias y ajenas a Occidente como los desvaríos fundamentalistas y otras máscaras del mal).
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