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CHINA: TRABAJAR DURO CAMINO AL CIELO - john m. glionna


Durante siglos los cargadores han sido admirados por su aguante han llevado provisiones a la cumbre sagrada de Tai Shan, China. En estos día, no gozan de tanto respeto.

Taishan, China. Son hombres robustos pero humildes que hacen un trabajo antiguo en tiempos modernos. Usando solo cuerdas y pértigas de madera como palanca, cargan sacos de cemento, cajas de cerveza, fardos de repollo e incluso neveras por una escalera que lleva a la cima de una las montañas más sagradas de China.
Se los conoce como tiaofu, o cargadores de la montaña. Pero les gusta llamarse a sí mismos "bueyes viejos". Sea durante el agobiante calor de julio, o el cortante frío de enero, recorren los miles de anchos y elevados escalones de piedra de Tai Shan; sus cuerpos se doblan bajo el esfuerzo, las largas pértigas cavan surcos en sus espaldas callosas y quemadas por el sol.
Trabajan en equipos o solos, y son doscientos los cargadores que llevan provisiones a las más de tres docenas de congelados templos, hoteles, restaurantes y tiendas a lo largo de la cima de la vía de la montaña conocida como la Calle del Cielo. Por cada viaje de ida-y-vuelta de tres horas ganan 15 yuanes, menos de dos dólares. En un buen día, cuando se sienten fuertes, pueden hacer tres viajes.
Durante 2000 años los cargadores han llevado a sus espaldas ese tipo de cargas al pináculo de la montaña donde los emperadores ofrecían sacrificios, se inspiraban los filósofos y los fieles hacían peregrinaciones a lo que era considerado el altar más alto en el Reino Medio, un sitio de solitaria belleza cerca de las estrellas.
Tai Shan, o Gran Montaña, uno de los cinco picos más sagrados del taoísmo, se encuentra entre las destinaciones turísticas más populares de China -su cima ofrece una impresionante vista de la pradera del norte de China. Todos los días cientos de miles de turistas pisan sus faldas boscosas, entre tabletas esculpidas en piedra y puntos históricos con nombres tan poéticos como la Fuente Donde Medita el Dragón, la Cumbre Donde los Caballos Titubean y el Puente Donde Se Saluda a las Hadas Madrinas.
Los cargadores son considerados centrales en la cultura de Tai Shan, admirados por su fuerza y aguante, y una fuente de inspiración de canciones e historias. Pero para estos hombres chicos, nervudos, esta montaña sagrada es definitivamente el escenario mundano de un trabajo que entumece los músculos.
Por la noche, un día duro tras otro, los hombres vuelven a cuchitriles en la precordillera hechos de rocas, tierra y madera descartada a cocinar magras raciones en una fogata. El más viejo, en sus sesenta, dice que a menudo sus cuerpos les duelen tanto que no pueden dormir.
"Este trabajo es demasiado pasado, demasiado insignificante", dijo Han Shitai, que ha estado cargando fardos que a menudo excedían su propio peso durante veinte años.
Los cargadores se encuentran entre los trabajadores más explotados en un país notorio por sus rigurosas condiciones de trabajo. Incluso ahora que China ingresa en una nueva era tecnológica, trabajos como este recuerdan su fuerza bruta del pasado, cuando los músculos de hombres eran la forma más barata de trabajo y transporte.
Activistas laborales en todo el mundo insisten en que el poderío industrial de la China de hoy se basa en la explotación de los trabajadores; en China se ignoran las leyes laborales sobre salario mínimo, se prohíben las huelgas y se encarcela a los organizadores. Sindicatos norteamericanos dicen que son las violaciones masivas de los derechos humanos las que permiten a China reducir los costes de producción y vender más barato que las compañías norteamericanas, una tendencia que es parcialmente responsable de la pérdida de 760 mil dólares en puestos de trabajo en la industria, dicen.
La AFL-CIO presentó una queja por competencia desigual ante la administración de Bush en marzo, pidiendo la imposición de una serie de aranceles punitivos para parar lo que llamó la continuada violación por parte de China de derechos de los trabajadores reconocidos internacionalmente. Funcionarios chinos consideran a los sindicatos autónomos como una amenaza y sólo permiten uniones de trabajadores manejadas por el partido, al mismo tiempo que dejan que las compañías operen sin respetar ninguna norma con respecto a salarios, horas de trabajo o condiciones de seguridad laboral, se lee en la queja.
Funcionarios del gobierno de Bush rechazaron la demanda, diciendo que los aranceles sólo impondrían una barrera comercial más empinada y pondría en peligro los crecientes intereses de las exportaciones norteamericanas a China.
En Tai Shan, los cargadores se consideran a sí mismos los más débiles de todos cuando se trata de los derechos de los trabajadores. Aunque no pertenecen a la rama industrial, su trabajo aprovisiona a los templos taoístas y a la industria turística que atrae casi treinta mil visitantes al día.
Los cargadores quieren formar un sindicato, pero saben que a menudo tales deseos provocan una rápida y dura respuesta del gobierno.
"El gobierno no obtiene ningún beneficio por hacer más humanas nuestras vidas, así que no les interesa", dijo Zhao Pingjian, 54, antiguo médico rural y contable que maneja al equipo de cargadores de la montaña.
"Nuestras preocupaciones caen en oídos sordos".
Zhao podría tener problemas por tratar su problema con un extranjero. Pero su preocupación sobre condiciones de trabajo que son inadecuadas para muchos animales, dijo, lo obligan a hablar, "¿Qué más nos pueden quitar?", preguntó. "No nos han dejado nada".
Han Shitai sabe cómo se construyeron la Gran Muralla y otros edificios antiguos: por un ejército de hombres que sufrieron fatigas para trasladar objetos aplastantes a alturas increíbles.
El cargador, 45, ha subido por la llamada Calle del Cielo de Tai Shan una infinidad de veces, acarreando estatuas de bronce, camas de hotel, pollos vivos, cajas de refrescos, bidones de aceite. Una vez ayudó a un equipo de cien cargadores a jalar una caldera de hierro de dos toneladas, un trabajo que tomó todo un día.
Como otros cargadores, Han es un granjero que respondió a un anuncio para unirse a esta empresa aprobada por el estado. El objetivo del programa de los cargadores, dicen funcionarios, no es sacar beneficios sino ayudar a resolver el problema de la fuerza de trabajo excedente en la cercana ciudad de Taian y en las pequeñas granjas de subsistencia, que no proporcionan trabajo todo el año.
El grupo de Zhao busca trabajo y determina tarifas con los dueños de los negocios y administradores del templo en la cima. Cuando hay que llevar cargas -en los meses de verano la necesidad de cargadores es constante- los hombres dejan sus granjas por una semana para vivir y trabajar en la montaña.
Las ganancias se dividen al fin de cada día. Han y los otros dicen que aunque sus salarios son bajos y las condiciones de vida pobres ganan lo mismo con dos viajes a la cumbre de la montaña que trabajando todo un día en las obras locales.
Aunque no han logrado convencer a los comerciantes a que paguen más por su trabajo, ni a los funcionarios de gobierno para que mejoren sus viviendas, los cargadores saben que son hombres humildes que tienen suerte de contar con ese trabajo. Si lo rechazan, hay muchos otros dispuestos a ocupar su lugar.
Muchos cargadores dicen que sus padres hicieron el mismo trabajo. Sin embargo, ninguno quiere que sus hijos siga sus huellas. Durante cuatro años, Han gastó todos sus diez mil yuanes, o el ingreso anual de este cargador de mil doscientos dólares para pagar los estudios universitarios en ingeniería. El resto de la familia ha vivido de las cosechas de trigo y batatas en una granja cercana y de las ganancias de la venta de unos cerdos.
Han, un hombre de tono aflautado y suave: "Por lo menos mi hijo vive en el mundo moderno".
Hace poco Han trabajó con un equipo de cinco hombres para subir a un bidón lleno de aceite de la Puerta del Medio a la Calle del Cielo. La subida de 600 metros era normalmente un trabajo para ocho, pero los cargadores saben que pueden ganar más si usan menos hombres.
Cientos de cargadores por cuenta propia que no pertenecen al equipo de Zhao alzan cargas más livianas a lo largo de todo el camino de ocho kilómetros desde el centro de Taian al pico de la montaña de 1,500 metros. Pero el grupo de Zhao transporta las cargas más abultadas y pesadas por la sección más escarpada, de tres kilómetros y cuatro mil escalones desde la Puerta del Medio hasta la cima. La carga es llevada hasta la precordillera por camión -ahí termina el camino.
Al subir la primera vez -de las dos de ese día- pasaron a un grupo de gente joven sana y mujeres que llevaban bastones para ayudarse a subir. Gruñeron contra la gente lenta, turistas cargando sus cámaras que ha menudo se quedan mirando como si los cargadores les arruinaran las instantáneas.
Los cargadores aguantan la falta de respeto silenciosamente. Chao Jing Sun, 48, que ha sido cargador desde fines de los años setenta, dijo que los turistas ignoran sus peticiones de que no le tomen fotos sin su permiso. También está cansado de que le hagan mil veces la misma pregunta una y otra vez: "¿Cuánto ganas? Yo no lo haría ni por mil yuanes".
Pero algunos muestran su admiración hacia estos cargadores cuyos ancestros han acarreado gente y cosas por lo que se ha llamado el camino más viejo de China. Como dice un viejo refrán, los cuerpos de los hombres son "tan firmes como el Monte Tai", el equivalente chino de la frase inglesa "tan sólido como el Peñón de Gibraltar".
Muchas generaciones atrás, cuando eran conocidos como los "tigres trepadores de la montaña", los cargadores levantaban cargas pesadas a medida que varios emperadores, entronizados en sillas de manos con dosel, dirigían sus caballeros con coraza y mandarines con túnicas de seda hacia la montaña al clamor de tambores y gongs.
Los cargadores acompañaron a Confucio -que nació no muy lejos de ahí- cuando subió Tai Shan y proclamó que el mundo era pequeño, dicen los historiadores. También estuvieron aquí más tarde cuando Mao Tse-tung subió las escaleras. Mao, sin embargo, caminó hasta la cima, y los comunistas más tarde prohibieron el uso de la silla de manos por ser degradante para los cargadores.
En estos días, hay historias sobre los cargadores en los silabarios de la escuela y hay una miniserie de televisión. Un periodista escribió hace poco cómo la capacidad de aguante de los cargadores le hicieron experimentar "lo sublime del trabajo".
A medida que dirigía a un grupo hacia abajo por la escalinata de la montaña, la guía turística Liu Yan dijo que los cargadores recuerdan a una cultura china cada vez más sedentaria el valor del trabajo duro. "Te muestran cómo hacerte un hombre fuerte", dijo. "Aguantando el peso del mundo sobre sus espaldas, se mueven fluidamente, unidos. E incluso más rápido que los turistas, que no cargan nada".
Cerca, un hombre sólo podía sacudir la cabeza a medida que pasaban los cargadores, sudando profusamente debajo del peso del barril de aceite. "Es un milagro", dijo.
Sin embargo, subieron, a través de un bosque de viejos cipreses y paredes en la roca chata, inscritas con caligrafías antiguas. Su ruta da la vuelta a innumerables lugares sagrados con gárgolas listas para atacar desde los aleros, a lo largo de 18 tortuosas curvas en ruta a la Puerta Sur del Cielo.
En el camino, pasaron a un leproso con una taza en su mano estirada, una vagabunda de dedos nudosos y vendedores ambulantes usando sus celulares y ordenadores portátiles. Pasaron a un cargador que llevaba una carga de verduras y cerveza a la espalda, moviendo un brazo libre para mantener el equilibrio. Cerca de la cima, justo antes del Pabellón Que Toca el Cielo, la escalera se hace repentinamente muy escarpada. Pero los cargadores no pararon a descansar ni incluso a beber algo.
En la cima, la niebla se extendía por las murallas del templo y los turistas se pusieron sus chaquetas al oír el sonido de un gong sonando a través de la neblina. Sólo entonces se detuvieron Han y los otros.
Dentro de una hora, los cargadores han preparado un abultado generador para el viaje de vuelta.
Aunque ayudados por la gravedad, el camino de descenso es incluso más peligroso, dicen los cargadores. Muchos resbalan en las rocas sueltas. Y con las cargas pesadas parecen un tren de carga humano, incapaz de parar repentinamente.
Una mujer se arrodilla en medio de la escalera, enfocando su cámara. "¡Hai huh!", gritan los hombres, pero ella no oye. Sin embargo, no pudieron parar. Finalmente, un compañero la empujó a un lado antes de que la aplastaran.
Los cargadores saben que ese trabajo les puede acortar la vida en años. Muchos tienen las rodillas malas, espasmos de espalda y otros dolores crónicos. Zhao, su jefe, guarda una bolsa de plástico llena de analgésicos y hierbas medicinales chinas para los casos más urgentes.
Los auto-proclamados "bueyes viejos" dicen que incluso esos animales ya no trabajan en los campos. El veterano cargador Li Hongping dijo: "Ahora nuestras vidas son peores incluso que la de ellos".
Hace quince años, Tai Shan montó un teleférico para subir a los turistas a la cima de la montaña en minutos. También se construyó un segundo elevador de carga, pero a menudo hay lista de espera. Muchos comerciantes prefieren a los cargadores por su rapidez.
Aunque creen que les pagan mal, los cargadores se muestran reluctantes a subir las tarifas, temerosos de que los comerciantes se pasen a la góndola de carga, para darles una lección.
Pero Zhao dijo que los administradores de Tai Shan podrían hacer más fácil la vida de los cargadores. Cada uno de los cientos de miles de visitantes que vienen a la montaña al año pagan una entrada de 100 yuanes -doce dólares-, que es más de lo que ganaron sus seis hombres con llevar el bidón de aceite a la cima.
Funcionarios de gobierno han construido viviendas para los trabajadores, pero en una localidad distante, de modo que muchos deciden no dormir allá.
Aunque los cargadores reciben colectivamente una paga de diez mil yuanes al año de los comerciantes, la mayoría de los hombres duermen en chozas con pisos de tierra, que se transforman en ríos de lodo en las noches pluviosas.
Los cargadores contribuyen con el 15 por ciento de la paga en un fondo de seguros, en caso de alguno se hiera y no pueda trabajar. Es un coste al que según creen deberían contribuir los comerciantes.
Lu Guilan, propietario del restaurante Huevos de Campo, en la Calle del Cielo, no se mostró amable cuando preguntó: "Si al gobierno no le interesa, ¿por qué debería interesarnos a nosotros?"
Un portavoz de gobierno hizo mofa de las peticiones de los cargadores. "¿Sabes cuánta gente vive aquí?", preguntó Du Guanghua. "Son granjeros. Vienen a trabajar".
Un cargador no estará aquí para cuando cambien las cosas en Tai Shan. Después de 33 años, dijo Cui Qisheng, está demasiado débil como para seguir.
"Quiero jubilar", dijo el hombre, de 59 años. "Lo haré el próximo año".
Luego recogió su pesada carga, quejándose del peso, y volvió a su tarea en la montaña.
Suspiró. Sólo quedaban tres mil escalones que cubrir.

26 de julio de 2004
©traducción mQh©losangelestimes

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