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nueva clase de recluidos en japón 3


[Maggie Jones] Los chicos se recluyen en sus cuartos, y pueden estar ahí durante varios meses, o años. [Última entrega]
Una húmeda tarde de sábado en Tokio, unas 30 madres y padres daban vueltas en el vestíbulo de un centro comunitario en un suburbio de Tokio. Muchos eran jubilados, y en circunstancias diferentes podrían haber estado en clases de golf o matriculados en las clases de baile del centro. En lugar de eso, cuando en realidad esperaban que sus hijos e hijas se casaran y tuvieran hijos, pasaban una tarde de fin de semana, una vez al mes, en un grupo de apoyo de jóvenes hikikomori. "Tengo 69 y debería jubilarme, pero el hikikomori es caro", dijo Kouhei Nishizuka, un padre con el pelo plateado pulcramente peinado y la espalda encorvada como alguien que pasa mucho tiempo en el escritorio.
Ha estado apoyando a su hija de 28, entre la minoría de mujeres hikikomori, en los últimos ocho años. "He estado en hospitales; he leído libros", dice, sentado en el vestíbulo sosteniendo una carpeta llena de boletines de noticias e informes del grupo de apoyo. "Mi esposa y yo la llevamos en el hospital, pero los doctores no pueden hacer nada por ella. ¿Así, qué hacemos? No sé cuál fue la causa de esto. Ella quería ser animadora, pero era muy difícil encontrar un trabajo". Empezó a perder peso. "Me preocupé por ella". Así que le pidió que se mudara a casa. "Entonces ella empezó a preocuparse de que la gente del vecindario la pudiera ver, y ahí fue cuando empezó todo. No le gusta salir, porque no quiere que la comparen con los vecinos. Estoy tratando de que vuelva a tener energías para hacer algo".
Para cuando los padres buscan ayuda, a menudo su hijo ha estado encerrado durante un año o más. "Cuando llaman", dijo el doctor Saito, "les ofrezco tres opciones: 1) venga a verme; 2) eche a su hijo de casa; 3) acepte el estado de su hijo y prepárese a cuidarlo por el resto de su vida. Ellos optan por la primera opción". También ofrece consejos patéticamente simples, como no dejar la comida a la puerta del dormitorio del hijo. "Haz de comer y llama a tu hijo a la mesa, y si no sale, deja de que se preocupe él de su alimento". Además de las comidas, a menudo los padres dan dinero a sus hijos adultos y en algunos casos raros, si el hijo se convierte en verbal o físicamente agresivo, los padres abandonan la casa, dejándola a su hijo recluido.
"Hacen todo por sus hijos", dijo un terapeuta. "Cuando damos un paso adelante, los padres se asustan. No quieren turbulencias".
Pero algunos padres temen genuinamente que sus hijos no sobrevivan sin ellos. "Quizás deberíamos haberlo echado", me dijo Mieko, la madre de Hiroshi. "Pero al principio no podíamos. Y ahora es demasiado tarde. No sé cómo podría él cuidar de sí mismo. No es capaz de hacerlo. Igual terminaríamos manteniéndolo". Entretanto, su hija se quiere casar, y Mieko se preocupa de que su hijo hikikomori arruine sus posibilidades. "La gente chequea los antecedentes familiares", dice. La reputación lo es todo.
Lo que quiere decir que se necesita algo de coraje para coger el teléfono y llamar a Nuevo Comienzo o a Saito o a Sadatsugu Kudo, que dirige una organización llamada Centro de Apoyo Juvenil, que procesa unas 1500 llamadas al año de familias que buscan ayuda. "Tienes que entender la relación entre los padres y el hijo en Japón", dice. "Es algo único. La mayoría de los padres creen que los hikikomori son la muestra de su propio fracaso. Y consultar con alguien es lavarte las manos como padre; es como deshacerte de tu hijo".
Volví a visitar a Takeshi, el aficionado de Radiohead en la cena de Nuevo Comienzo, semanas más tarde después de mi primera visita. Takeshi estaba trabajando en la cafetería del programa y se ofreció a mostrarme su dormitorio, a algunas calles en un bajo edificio de cemento con piso de linóleo. El cuarto era de 2.5 por 2.5 metros y estaba decorado con poco más que un futón de una plaza, cedés y una guitarra. El cuarto de al lado era un espacio común, y al otro lado había una puerta cerrada con un pequeño rayo de luz debajo. Takeshi la apuntó y dijo: "Es un poco raro. Hablamos rara vez. Compra su propia comida y come siempre en su dormitorio".
Después de que Takeshi pasara cuatro años en su dormitorio de infancia, finalmente se motivó para salir, dijo, por la frustración que sentía sobre sí mismo y por las letras de las canciones de Radiohead: "Ese fue mi último arrebato, mi último dolor de tripa". Luego dijo: "No es muy esperanzador, pero aprendí que el mundo no es un lugar tan bueno, y que lo queramos o no sigue adelante. Eso me convenció". Se volvió a matricular en la escuela secundaria, y ese primer día estaba pálido debido al tiempo que estuvo recluido; no se afeitaba ni lavaba los dientes; sus pantalones y camiseta blanca estaban sucias. "Había olvidado las reglas básicas". Ninguno de los estudiantes habló con él, algo que continuaría siendo así durante los siguientes dos años. No fue sino hasta que terminó sus estudios y encontró un trabajo limpiando oficinas donde sus colegas eran hombres de 50 y 60 -"eran adultos y no tenía prejuicios sobre mis antecedentes"-, que volvió a conversar con alguien. Sin embargo, cuando no estaba trabajando, estaba en casa, donde su madre se preocupaba tanto que finalmente llamó a Nuevo Comienzo. Y tras conocer a una hermana de alquiler, se inscribió en el programa.
La noche de mi visita, Takeshi me llevó a la cena del miércoles, que ya había empezado. La habitación bullía con unas 20 personas y varias conversaciones que se hacían al mismo tiempo. Una pareja de tipos estaban sentados solos, y parecían mucho más jóvenes de lo que eran, como si hubieran dejado de crecer el día que se recluyeron en sus cuartos. Pero en general este grupo incluía a los clientes más exitosos de Nuevo Comienzo; otro 40 por ciento no asistía en absoluto a las cenas colectivas. Y luego están los hikikomori que nunca cruzan la puerta de Nuevo Comienzo o lugares semejantes. El director de un grupo de apoyo de padres recibe cartas de su hikikomori, su hijo de más de 40 años, que se retiró a su cuarto hace unos diez años. "Les hablo de los programas intermedios", dijo, "pero nunca asisten".
Eran las 9 de la noche y la cena se estaba apagando. Antes de que Takeshi volviera a su dormitorio, le pregunté qué quería hacer cuando terminara su período en Nuevo Comienzo. Me miró durante unos segundos, sopesando, creo, si podía confiar en mí o no. "Lo vas a encontrar estúpido, pero me gustaría hacer algo en un espectáculo de variedades para la televisión", dijo. "Me gustaría escribir guiones". También quiere inscribirse en una universidad. "Pero tengo sueños idealistas", dijo, "y está la realidad". Le dije que no me parecían planes rebuscados. "¿Lo crees?", dijo. "No sé. Quizás es demasiado tarde para mí". Tiene 23 años.

15 de enero de 2006

©new york times
©traducción mQh

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