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bomba atómica que no existió


Está cada vez más claro que la guerra contra Iraq fue producto de una conspiración en la que sus proponentes inventaron incluso las pruebas que parecían justificar un ataque. Bush no fue mal informado por sus servicios de inteligencia, sino que mintió conscientemente para engañar a la opinión pública.
De todas las justificaciones que dio el presidente Bush para invadir Iraq, la más aterradora fue que Saddam Hussein estaba a punto de fabricar una bomba atómica que podría usar contra Estados Unidos o entregar a terroristas. Desde que nos enteramos de que no era verdad, la pregunta ha sido si Bush se basó de buena fe en los mejores informes disponibles del servicio secreto o si engañó conscientemente a la opinión pública. Mientras más sabemos sobre la manera en que Bush allanó el camino de la guerra, más queda inquietantemente en claro que si él no estaba consciente de que estaba entregando al mundo informaciones falsas, era quizás el único de su círculo que no lo sabía.
Los fundamentos del alegato del gobierno de que actuó basándose honestamente en análisis del servicio secreto -y el frecuente alegato de que el Congreso tenía las mismas informaciones que él- ha sido firmemente socavada por los informes del Comité de Inteligencia del Senado y los de la comisión del 11 de septiembre. Un extenso informe publicado por Times el domingo disipa todas las dudas que persistían.
La única prueba material que ofreció el gobierno sobre el programa nuclear iraquí fueron los 60.000 tubos de aluminio que Bagdad intentó comprar a comienzos de 2001; algunos de ellos fueron requisados en Jordania. Incluso sabiéndose que Iraq usaba ese mismo tipo de tubos para fabricar misiles pequeños, el presidente y sus colaboradores más cercanos dijeron al pueblo americano que los expertos del gobierno estaban abrumadoramente de acuerdo en que esos tubos iban a ser usados en la fabricación de combustible para una bomba atómica. Ahora sabemos que ese consenso nunca existió. Los asesores más cercanos de Bush dicen que ellos no lo supieron sino hasta después de hubieran apoyado la guerra. Pero de hecho contaban con muchas evidencias de que la afirmación del presidente carecía de fundamento; era una teoría hacía largo tiempo descartada que fue recuperada del tacho de basura de los servicios secretos cuando el gobierno necesitó una justificación para invadir Iraq.
La teoría de que los tubos eran para construir una bomba un invento de un analista de bajo rango de la CIA que confundió sus datos, incluso sobre el tamaño de los tubos. Fue desmentida en menos de 24 horas por el ministerio de Energía, que publicó tres informes ridiculizando la idea en un período de cuatro meses en 2001, y refutada por la Agencia Internacional de la Energía Atómica. Una semana antes, en el discurso de Bush sobre el estado de la nación de 2003, en el que advirtió sobre la amenaza nuclear iraquí, expertos internacionales en Viena habían desechado la teoría de la CIA sobre los tubos. El día antes, la agencia de la energía atómica declaró que no había evidencias de que Iraq tuviese un programa nuclear y rechazó completamente la historia de los tubos.
Es repugnante que con toda esa información disponible ya entonces, el ministro de Asuntos Exteriores Colin L. Powell todavía repitiera ante Naciones Unidas la falsa afirmación, en un discurso que dañó gravemente su reputación. Es todavía más inquietante que el vice-presidente Dick Cheney y Condoleeza Rice, la consejera de seguridad nacional, no sólo no impidieran que el presidente siguiera engañando a la opinión pública, sino se convirtieran en los más importantes partidarios de la retórica del ‘hongo nuclear'.
Rice tenía acceso a todos los informes en los que se refutaba la teoría de los tubos cuando se refirió al asunto por primera vez en público en septiembre de 2002. Sin embargo, el domingo pasado la señora Rice dijo que aunque ella sabía que había ‘discusiones' sobre los tubos, no se había enterado específicamente sobre qué giraban las discusiones sino hasta después de que hubiera contado al mundo que Saddam estaba construyendo la bomba.
El portavoz de Rice, Sean McCormack, dijo que no era asunto de la señora Rice poner en duda los informes del servicio secreto o "preocuparse de las disputas en la comunidad de inteligencia". Pero incluso con ese curioso descargo de responsabilidad, no tranquiliza pensar que la consejera de seguridad nacional no se hubiese molestado en informarse sobre un tema de semejante importancia antes de tratarlo en público. La consejera de seguridad nacional no tiene responsabilidad más importante que la de asegurarse de que el presidente reciba la mejor asesoría en asuntos de vida o muerte, como una guerra.
Si la señora Rice hizo su trabajo y le contó al presidente Bush lo ridículo que era la teoría sobre el programa nuclear de Iraq, entonces Bush engañó terriblemente a la opinión pública. Si no, debería renunciar por haber permitido que su patrón iniciara una guerra basándose en informaciones falsas y en análisis incompetentes.

5 de octubre de 2004
©new york times
©traducción mQh

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