CONSECUENCIAS PARA SIRIA
Un insólito editorial del Washington Post llama al presidente de Estados Unidos a atacar militarmente a Siria si el país continúa permitiendo el paso de insurgentes hacia Iraq. La pretensión de que Siria colabore en la ilegal guerra de Iraq va acompañada de un mordaz llamado a que otros países árabes condenen la presencia siria en el Líbano... debido a que Siria fue instada a hacerlo por Naciones Unidas, cuyas resoluciones sobre Israel sucesivos gobiernos israelitas se han negado a respetar. Menuda argumentación.
Durante el mes pasado ha aumentado lentamente la presión exterior sobre la última dictadura baazista árabe del mundo -Siria- y el resultado ha sido un notable, aunque poco decisivo burbujeo de desarrollos en la normalmente somnolienta Damasco. El gobierno de Siria ha sido durante largo tiempo un patrocinador del terrorismo, un arsenal de misiles y armas químicas, y un impenitente aliado de los extremistas musulmanes; ha permitido que cientos, si no miles de insurgentes crucen sus fronteras para luchar contra las tropas estadounidenses en Iraq. Hasta hace poco sufrió pocas consecuencias, aparte las sanciones económicas ordenadas por el Congreso. Eso ha comenzado a cambiar.
En agosto, el inmaduro e inepto presidente de Siria, Bashar Assad, logró provocar no sólo a Estados Unidos, sino también a Francia, al obligar a su vecino Líbano a extender el mandato de su presidente pro-sirio. El resultado fue una resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas exigiendo la retirada de las tropas sirias del Líbano. Nueve días después, una delegación estadounidense llegó a Damasco para insistir en que Siria colabore con los esfuerzos de Estados Unidos e Iraq en controlar las fronteras. Dos semanas más tarde, un coche-bomba casi ciertamente de factura israelí explotó en Damasco y mató a uno de los líderes de Hamas que había encontrado refugio ahí. Aunque es raro que Israel lleve a cabo semejante atrevida operación en la capital siria, Assad ganó escasa simpatía internacional. En realidad, el secretario general de Naciones Unidas, Kofi Annan, informó al Consejo de Seguridad que Siria no había cumplido con las condiciones de la Resolución 1559, a pesar de sus alegatos de haber re-desplegado a 3.000 de sus 20.000 hombres en el Líbano.
Assad se está poniendo nervioso. La semana pasada reorganizó su gobierno, nombrando al antiguo general sirio al mando de los servicios secretos en el Líbano como su ministro del Interior. Luego leyó un plañidero discurso advirtiendo que el caos se apoderaría del Líbano si las tropas sirias se retiraban del país. Detrás de la retórica, las fuerzas de seguridad sirias están tratando de tranquilizar a Washington, y prometieron mejorar los controles fronterizos y actuar contra algunos de los organizadores de la resistencia iraquí que operan en el Líbano.
Esto, por supuesto, no es suficiente: Sólo demuestra que una presión externa concertada puede provocar cambios en la actitud siria. Esa presión debería aumentarse. El Consejo de Seguridad debería renovar su exigencia de que Siria se retire del Líbano, y respaldar la amenaza con sanciones. Los estados árabes, que durante décadas han insistido en la santidad de las resoluciones de Naciones Unidas sobre Israel, deberían ser presionados a que tomen una posición pública sobre este asunto. El gobierno de Bush y los líderes iraquíes deberían dejar en claro que la continuada infiltración de insurgentes y terroristas en Iraq será considerado un acto de hostilidad por parte de Siria y sujeto a las respuestas usuales que se da a un enemigo, desde el rompimiento de relaciones hasta -como último recurso- una represalia militar. No hay razones para seguir tolerando la conducta desafiante de Siria; en realidad, es una oportunidad para insistir en cambios en un estado árabe donde es más necesario.
11 de octubre de 2004
13 de octubre de 2004©washington post
©traducción mQh
En agosto, el inmaduro e inepto presidente de Siria, Bashar Assad, logró provocar no sólo a Estados Unidos, sino también a Francia, al obligar a su vecino Líbano a extender el mandato de su presidente pro-sirio. El resultado fue una resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas exigiendo la retirada de las tropas sirias del Líbano. Nueve días después, una delegación estadounidense llegó a Damasco para insistir en que Siria colabore con los esfuerzos de Estados Unidos e Iraq en controlar las fronteras. Dos semanas más tarde, un coche-bomba casi ciertamente de factura israelí explotó en Damasco y mató a uno de los líderes de Hamas que había encontrado refugio ahí. Aunque es raro que Israel lleve a cabo semejante atrevida operación en la capital siria, Assad ganó escasa simpatía internacional. En realidad, el secretario general de Naciones Unidas, Kofi Annan, informó al Consejo de Seguridad que Siria no había cumplido con las condiciones de la Resolución 1559, a pesar de sus alegatos de haber re-desplegado a 3.000 de sus 20.000 hombres en el Líbano.
Assad se está poniendo nervioso. La semana pasada reorganizó su gobierno, nombrando al antiguo general sirio al mando de los servicios secretos en el Líbano como su ministro del Interior. Luego leyó un plañidero discurso advirtiendo que el caos se apoderaría del Líbano si las tropas sirias se retiraban del país. Detrás de la retórica, las fuerzas de seguridad sirias están tratando de tranquilizar a Washington, y prometieron mejorar los controles fronterizos y actuar contra algunos de los organizadores de la resistencia iraquí que operan en el Líbano.
Esto, por supuesto, no es suficiente: Sólo demuestra que una presión externa concertada puede provocar cambios en la actitud siria. Esa presión debería aumentarse. El Consejo de Seguridad debería renovar su exigencia de que Siria se retire del Líbano, y respaldar la amenaza con sanciones. Los estados árabes, que durante décadas han insistido en la santidad de las resoluciones de Naciones Unidas sobre Israel, deberían ser presionados a que tomen una posición pública sobre este asunto. El gobierno de Bush y los líderes iraquíes deberían dejar en claro que la continuada infiltración de insurgentes y terroristas en Iraq será considerado un acto de hostilidad por parte de Siria y sujeto a las respuestas usuales que se da a un enemigo, desde el rompimiento de relaciones hasta -como último recurso- una represalia militar. No hay razones para seguir tolerando la conducta desafiante de Siria; en realidad, es una oportunidad para insistir en cambios en un estado árabe donde es más necesario.
11 de octubre de 2004
13 de octubre de 2004©washington post
©traducción mQh
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