madres sin leche en sudán
[Emily Wax] Los traumas y la desnutrición dejan a muchas madres refugiadas incapaces de amamantar a sus hijos.
Bahai, Chad. Como lo había estado haciendo todas las mañanas durante una semana, Mecka Ibrahim llevó los labios de su berreante bebé a sus pechos, esperando que su leche volviera a fluir. Levantó el frágil y pequeño cuerpo de su bebé de un año y ajustó su postura, doblando y volviendo a doblar sus piernas. Lo intentó nuevamente, meciendo al bebé, Issa, en sus flexibles brazos. El bebé tenía hambre y la buscó, pero sus pechos estaban secos.
Mecka reconoció lo que los médicos le habían dicho, que la tensión y la desnutrición estaban limitando su capacidad de producir leche. "Estoy tan triste", dijo Mecka, acunando a su bebé, protegiéndose los ojos de una tormenta de arena que se acercaba haciendo remolinos a Oure Cassoni, un campamento de refugiados en la frontera con Sudán.
Mecka llegó a este laberinto de tiendas cubiertas de arena después de que su aldea en la región de Darfur de Sudán fuera atacada hace 16 meses y su marido fuera asesinado.
Con cinco meses de embarazo, huyó a través del desierto hacia el Chad. Se encontró a sí misma en la compañía de mujeres, que constituyen un 90 por ciento de la población adulta del campamento de refugiados y llevan el peso de un conflicto que ha desplazado a 1.5 millones de personas y costado la vida a unas cincuenta mil.
Otras madres en el campamento han descubierto, como Mecka, que ya no pueden producir leche materna para sus bebés. Esa incapacidad es causada no sólo por los traumas, sino también por la deshidratación y la desnutrición. Mecka dijo que ella a menudo se siente demasiado débil como para hacer la cola para su ración: pesados sacos de harina de maíz, guisantes y sal.
"En las noches, me quedo despierta pensando en lo que pasó en mi pueblo", dijo. "Me gustaría ser más fuerte. Lo estoy tratando, pero estoy cansada".
Mecka es de la tribu africana de los zaghawa, cuyos miembros, junto con los de las tribus fur y masalit, fueron expulsados de sus tierras en Darfur por las milicias árabes que respaldadas por tropas gubernamentales y que están luchando contra dos grupos rebeldes. Muchos hombres y niños africanos en edad de luchar fueron asesinados.
Algunos huyeron y se incorporaron como combatientes a los movimientos rebeldes. Otros simplemente se fueron y empezaron a buscar trabajo.
Incluso durante tiempos pacíficos en África, las mujeres son responsables de la mayor parte del trabajo en un continente donde los músculos de las mujeres, antes que la maquinaria moderna, son la fuerza detrás de la supervivencia. Acarrear cubos de agua y hatos de leña, cocinar y limpiar, plantar y cosechar, son tareas que hacen parte de la lista de las cosas que los hombres desdeñan como trabajo de mujeres.
Pero las mujeres de Darfur cargan todavía con un peso más pesado. Los niños y los viejos dependen enteramente de la salud y de la fortaleza de las mujeres. Más y más casos de pérdida de la leche materna, agravada por los traumas y afecciones derivadas de las violaciones, han sido reportados en los últimos meses, y los doctores advierten sobre esta calamidad adicional.
"Esto es muy peligroso. Y es extremadamente importante llamar la atención sobre esto porque el peso ahora será más grande sobre los centros de alimentación que ya se encuentran bajo presión", dijo Jennifer Leaning, profesora de salud pública de la Universidad de Harvard. Leaning recorrió los campamentos de Chad en junio como miembro del comité de Médicos por los Derechos Humanos, una organización basada en Boston.
"Normalmente, puedes dar por sentado que la leche materna es un alimento cien por cien completo", dijo Leaning. "Pero esta es una situación donde la ansiedad y la tensión son más grande para las mujeres, y agrega una capa adicional de tensión a una población ya estresada y a una operación humanitaria también estresada. Si la leche materna se embota, los bebés corren el riesgo de desnutrición e incluso de muerte".
El bebé de Mecka, Issa, está ahora en el centro de nutrición del campamento, con muchos otros niños desnutridos. Sólo un doctor se ocupa del campamento de 17.000 personas. Mecka Ibrahim ruega que su hijo viva y recupere el peso que sigue perdiendo.
Cuatro de diez de los niños sudaneses refugiados menores de cinco años en los campamentos del Chad sufren de desnutrición aguda, de acuerdo a un estudio del Centro Estadounidense de Control y Prevención de Enfermedades.
El sondeo concluye que la tasa de mortalidad de los niños "está por sobre el umbral de emergencia" y que hay un "alto riesgo de enfermedades graves y muerte".
Representantes del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados, la agencia que dirige el campamento, dijeron que estaban conscientes de los problemas y estaban tratando de introducir más ayuda.
Pero la ayuda ha sido lenta en llegar a una de las regiones más remotas y pobres del mundo. Hace poco unas fuertes lluvias inundaron los lechos de los ríos con aguas sucias y marrones, creando miles de ríos rápidos. El agua se evapora lentamente bajo el ardiente sol, dejando en los barrancos un lodo parecido a la arena movediza que es casi imposible de cruzar, incluso con vehículos motorizados.
Hace poco los camiones de ayuda se atascaron y fueron incapaces de cruzar los pantanos durante dos días. Las violentas tormentas de arena que surgieron en la tarde y agitaron el aire en una sofocante mezcla de arena y viento también ayudó a mantener alejados a los camiones.
Entretanto las mujeres sufren, y los niños hambrientos se aprietan las manos. No ha habido un estudio de la cantidad de mujeres en los campamentos que han perdido su leche a causa de los traumas. Pero las enfermeras del campamento Oure Cassoni dijeron que 262 mujeres se han inscrito en el hospital, e informaron que estaban perdiendo su capacidad de amamantar a su hijos o que no tenían leche. La semana pasada, dijeron las enfermeras, nueve niños murieron de desnutrición a causa de la falta de leche.
"Las mujeres -algunas de las cuales han sido violadas, algunas han perdido a sus maridos- están totalmente humilladas para cuando llegan aquí", dijo Asma Haroon, un agente de protección que trabaja en el Chad para el Comité Internacional de Rescate. "Pero eso es sólo el principio de la historia. Las mujeres son las únicas que quedan. Los hombres están desaparecidos o muertos o peleando. Ellas llevan el peso de África a sus espaldas de una manera que ahora es más que física. Es inquietante".
Sufriendo En Silencio
Zahara Abdul Karim, 28, llegó sola al campamento. Dijo que había sido violada en su aldea de Ablieh, cerca de la ciudad de Kitum, al norte de Dardur, por dos miembros de la milicia árabe conocida como janjaweed. Tenía siete meses de embarazo. Dijo que sus dos hijos, de ocho y seis años, fueron asesinados ante a sus ojos.
Hablaba débilmente, mirando el suelo. Estaba preocupada de que después de la violación, su comunidad no la aceptara.
Mostró la cicatriz de un grueso tajo que dijo que uno de sus agresores le había hecho en su pierna, marcándole un símbolo que se usa también para marcar al ganado. Preguntó si había alguien que pudiera borrarla. Levantó tímidamente su suelta y desgarrada túnica sobre sus piernas, agitó sus manos y dijo entonces que tenía otras preocupaciones más urgentes.
Ya no tiene leche con que alimentar a su bebé, el único miembro de la familia que le queda. Y ahora está cuidando a tres huérfanos a los que encontró un día, con unas resplandecientes sonrisas. Les hizo un balón con unos cordeles y los niños comenzaron a dormir y comer en su tienda. Al principio no los quería tener demasiado cerca. Pero ahora se siente como si fuera su madre, incluso aunque ella misma no tenga suficiente comida.
"Tendrá que alcanzarnos", dijo, mientras revolvía una cacerola de un grueso puchero, luego miró sin expresión su pequeña ración de maíz. "No puedo decirles que no".
En la estrecha y agobiante tienda que hace las veces de hospital, incluso algunas de las enfermeras contratadas para cuidar de los otros sufren calladamente.
Halima Ahmed Omar, una enfermera del centro de nutrición, dijo que había estado teniendo problemas con su leche. Hace poco, perdió toda su leche, pero ha estado haciendo esfuerzos para reducir el estrés.
Su madre, Omnasour Haraba, 58, dijo que estaba haciendo que su hija se pusiera más nerviosa con las preocupaciones. Haraba, que tiene una cara cansada y ojos lacrimosos, sacudió su bastón y dijo que su familia terminaría peor que incluso los más desesperados de este campamento. Su hija la cogió la mano y llevó un cuenco de agua turbia a sus secos labios, tratando de aliviar sus destrozados nervios.
"Tenemos mucho, mucho miedo. Ocurrieron cosas malas durante la guerra, y ahora llevamos esta vida desdichada", dijo Haraba, enrollando su pañuelo naranja en su cabeza, golpeándose el pecho con su mano derecha y luego doblándose como un balón a la sombra de su tienda. Su otra hija, Raida Baheredin, 20, se acercó a consolarla y a decirle que ninguna moriría.
Buscando La Calma
En otra sección del campamento, Malka Silek Mohamed, 28, dijo que había perdido su leche. Como muchas otras mujeres aquí, ya no tiene un plan de reserva: Le robaron su cabra durante el ataque contra su pueblo.
En África rural, cuando las mujeres están muy cansadas de amamantar, se vuelven hacia sus animales. En la mayoría de las aldea no hay preparados para lactantes. Cuando no hay animales, es como si el dinero repentinamente hubiera desaparecido de la cuenta de ahorros.
"No hay leche, y este es un problema grave para las mujeres en los campamentos", dijo Hadija Adam, 47, madre de nueve que ha reunido a un grupo de mujeres para hablar sobre sus problemas.
"Es malo aquí porque algunas mujeres no pueden alimentar a sus hijos", dijo Mazaher Hager, 20, que corrió para unirse al grupo de mujeres con pañuelos de cabeza sueltos y de colores, formando todo un arco iris de naranjas, rojos y azules. Sus ropas, empero, no iban con el ánimo. Algunas de las mujeres del grupo gritaron sus quejas, diciendo que necesitaban más agua, más alimento, más ayuda.
"Estamos débiles del viaje que hicimos para llegar", declaró Hager, que dijo que había sido violada en abril cuando su aldea fue atacada y ahora se sentía enferma, con dolores de cabeza y vaginales. "Ya no puedo cargar cosas como antes. Me duele incluso cuando acarreo agua".
Adam hizo callar al grupo. Lo que las mujeres necesitaban, resolvió, era formar un comité. "Hay que hacer como los hombres", dijo, moviendo las manos. Hay que tratar de nombrar a un jefe, dijo.
Ella ha sido siempre así, explicó más tarde. "Una luchadora", dijo, sacándose la gruesa arena de su ropa.
"Cuando llegaron los janjaweed, le dije a las mujeres que se negaran a tener sexo. Yo cogí unas rocas y empecé a arrojárselas cuando vinieron a por mí en el pozo". Un hombre le disparó un balazo en su pierna derecha, dijo, y la violaron apuntándole con un arma a su cabeza.
Mecka se enteró de la reunión organizada por Adam. Una amiga de una tienda vecina le preguntó si quería asistir a la reunión, jalándola de la mano.
Pero Mecka se iba a quedar en su tienda. Trataría de comer un cuenco de harina de maíz y beber algo de agua. Sabía que tenía que relajarse para que la leche volviera a sus pechos, así que le pidió a otra vecina que le hiciera las trenzas. Tenía que distraerse en algo y pensar en otra cosa.
"Sin mi marido, me siento siempre triste. Estoy triste toda la noche y todo el día. Pero quiero amamantar a Issa de nuevo", dijo Mecka, poniendo a su bebé en su regazo mientras él le chupaba la mano. Lo miró, alisó su rizada mota de pelo de pelo y dijo: "No me quiero sentir inútil".
22 de agosto de 2004
14 de octubre de 2004
©washington post
©traducción mQh
Mecka reconoció lo que los médicos le habían dicho, que la tensión y la desnutrición estaban limitando su capacidad de producir leche. "Estoy tan triste", dijo Mecka, acunando a su bebé, protegiéndose los ojos de una tormenta de arena que se acercaba haciendo remolinos a Oure Cassoni, un campamento de refugiados en la frontera con Sudán.
Mecka llegó a este laberinto de tiendas cubiertas de arena después de que su aldea en la región de Darfur de Sudán fuera atacada hace 16 meses y su marido fuera asesinado.
Con cinco meses de embarazo, huyó a través del desierto hacia el Chad. Se encontró a sí misma en la compañía de mujeres, que constituyen un 90 por ciento de la población adulta del campamento de refugiados y llevan el peso de un conflicto que ha desplazado a 1.5 millones de personas y costado la vida a unas cincuenta mil.
Otras madres en el campamento han descubierto, como Mecka, que ya no pueden producir leche materna para sus bebés. Esa incapacidad es causada no sólo por los traumas, sino también por la deshidratación y la desnutrición. Mecka dijo que ella a menudo se siente demasiado débil como para hacer la cola para su ración: pesados sacos de harina de maíz, guisantes y sal.
"En las noches, me quedo despierta pensando en lo que pasó en mi pueblo", dijo. "Me gustaría ser más fuerte. Lo estoy tratando, pero estoy cansada".
Mecka es de la tribu africana de los zaghawa, cuyos miembros, junto con los de las tribus fur y masalit, fueron expulsados de sus tierras en Darfur por las milicias árabes que respaldadas por tropas gubernamentales y que están luchando contra dos grupos rebeldes. Muchos hombres y niños africanos en edad de luchar fueron asesinados.
Algunos huyeron y se incorporaron como combatientes a los movimientos rebeldes. Otros simplemente se fueron y empezaron a buscar trabajo.
Incluso durante tiempos pacíficos en África, las mujeres son responsables de la mayor parte del trabajo en un continente donde los músculos de las mujeres, antes que la maquinaria moderna, son la fuerza detrás de la supervivencia. Acarrear cubos de agua y hatos de leña, cocinar y limpiar, plantar y cosechar, son tareas que hacen parte de la lista de las cosas que los hombres desdeñan como trabajo de mujeres.
Pero las mujeres de Darfur cargan todavía con un peso más pesado. Los niños y los viejos dependen enteramente de la salud y de la fortaleza de las mujeres. Más y más casos de pérdida de la leche materna, agravada por los traumas y afecciones derivadas de las violaciones, han sido reportados en los últimos meses, y los doctores advierten sobre esta calamidad adicional.
"Esto es muy peligroso. Y es extremadamente importante llamar la atención sobre esto porque el peso ahora será más grande sobre los centros de alimentación que ya se encuentran bajo presión", dijo Jennifer Leaning, profesora de salud pública de la Universidad de Harvard. Leaning recorrió los campamentos de Chad en junio como miembro del comité de Médicos por los Derechos Humanos, una organización basada en Boston.
"Normalmente, puedes dar por sentado que la leche materna es un alimento cien por cien completo", dijo Leaning. "Pero esta es una situación donde la ansiedad y la tensión son más grande para las mujeres, y agrega una capa adicional de tensión a una población ya estresada y a una operación humanitaria también estresada. Si la leche materna se embota, los bebés corren el riesgo de desnutrición e incluso de muerte".
El bebé de Mecka, Issa, está ahora en el centro de nutrición del campamento, con muchos otros niños desnutridos. Sólo un doctor se ocupa del campamento de 17.000 personas. Mecka Ibrahim ruega que su hijo viva y recupere el peso que sigue perdiendo.
Cuatro de diez de los niños sudaneses refugiados menores de cinco años en los campamentos del Chad sufren de desnutrición aguda, de acuerdo a un estudio del Centro Estadounidense de Control y Prevención de Enfermedades.
El sondeo concluye que la tasa de mortalidad de los niños "está por sobre el umbral de emergencia" y que hay un "alto riesgo de enfermedades graves y muerte".
Representantes del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados, la agencia que dirige el campamento, dijeron que estaban conscientes de los problemas y estaban tratando de introducir más ayuda.
Pero la ayuda ha sido lenta en llegar a una de las regiones más remotas y pobres del mundo. Hace poco unas fuertes lluvias inundaron los lechos de los ríos con aguas sucias y marrones, creando miles de ríos rápidos. El agua se evapora lentamente bajo el ardiente sol, dejando en los barrancos un lodo parecido a la arena movediza que es casi imposible de cruzar, incluso con vehículos motorizados.
Hace poco los camiones de ayuda se atascaron y fueron incapaces de cruzar los pantanos durante dos días. Las violentas tormentas de arena que surgieron en la tarde y agitaron el aire en una sofocante mezcla de arena y viento también ayudó a mantener alejados a los camiones.
Entretanto las mujeres sufren, y los niños hambrientos se aprietan las manos. No ha habido un estudio de la cantidad de mujeres en los campamentos que han perdido su leche a causa de los traumas. Pero las enfermeras del campamento Oure Cassoni dijeron que 262 mujeres se han inscrito en el hospital, e informaron que estaban perdiendo su capacidad de amamantar a su hijos o que no tenían leche. La semana pasada, dijeron las enfermeras, nueve niños murieron de desnutrición a causa de la falta de leche.
"Las mujeres -algunas de las cuales han sido violadas, algunas han perdido a sus maridos- están totalmente humilladas para cuando llegan aquí", dijo Asma Haroon, un agente de protección que trabaja en el Chad para el Comité Internacional de Rescate. "Pero eso es sólo el principio de la historia. Las mujeres son las únicas que quedan. Los hombres están desaparecidos o muertos o peleando. Ellas llevan el peso de África a sus espaldas de una manera que ahora es más que física. Es inquietante".
Sufriendo En Silencio
Zahara Abdul Karim, 28, llegó sola al campamento. Dijo que había sido violada en su aldea de Ablieh, cerca de la ciudad de Kitum, al norte de Dardur, por dos miembros de la milicia árabe conocida como janjaweed. Tenía siete meses de embarazo. Dijo que sus dos hijos, de ocho y seis años, fueron asesinados ante a sus ojos.
Hablaba débilmente, mirando el suelo. Estaba preocupada de que después de la violación, su comunidad no la aceptara.
Mostró la cicatriz de un grueso tajo que dijo que uno de sus agresores le había hecho en su pierna, marcándole un símbolo que se usa también para marcar al ganado. Preguntó si había alguien que pudiera borrarla. Levantó tímidamente su suelta y desgarrada túnica sobre sus piernas, agitó sus manos y dijo entonces que tenía otras preocupaciones más urgentes.
Ya no tiene leche con que alimentar a su bebé, el único miembro de la familia que le queda. Y ahora está cuidando a tres huérfanos a los que encontró un día, con unas resplandecientes sonrisas. Les hizo un balón con unos cordeles y los niños comenzaron a dormir y comer en su tienda. Al principio no los quería tener demasiado cerca. Pero ahora se siente como si fuera su madre, incluso aunque ella misma no tenga suficiente comida.
"Tendrá que alcanzarnos", dijo, mientras revolvía una cacerola de un grueso puchero, luego miró sin expresión su pequeña ración de maíz. "No puedo decirles que no".
En la estrecha y agobiante tienda que hace las veces de hospital, incluso algunas de las enfermeras contratadas para cuidar de los otros sufren calladamente.
Halima Ahmed Omar, una enfermera del centro de nutrición, dijo que había estado teniendo problemas con su leche. Hace poco, perdió toda su leche, pero ha estado haciendo esfuerzos para reducir el estrés.
Su madre, Omnasour Haraba, 58, dijo que estaba haciendo que su hija se pusiera más nerviosa con las preocupaciones. Haraba, que tiene una cara cansada y ojos lacrimosos, sacudió su bastón y dijo que su familia terminaría peor que incluso los más desesperados de este campamento. Su hija la cogió la mano y llevó un cuenco de agua turbia a sus secos labios, tratando de aliviar sus destrozados nervios.
"Tenemos mucho, mucho miedo. Ocurrieron cosas malas durante la guerra, y ahora llevamos esta vida desdichada", dijo Haraba, enrollando su pañuelo naranja en su cabeza, golpeándose el pecho con su mano derecha y luego doblándose como un balón a la sombra de su tienda. Su otra hija, Raida Baheredin, 20, se acercó a consolarla y a decirle que ninguna moriría.
Buscando La Calma
En otra sección del campamento, Malka Silek Mohamed, 28, dijo que había perdido su leche. Como muchas otras mujeres aquí, ya no tiene un plan de reserva: Le robaron su cabra durante el ataque contra su pueblo.
En África rural, cuando las mujeres están muy cansadas de amamantar, se vuelven hacia sus animales. En la mayoría de las aldea no hay preparados para lactantes. Cuando no hay animales, es como si el dinero repentinamente hubiera desaparecido de la cuenta de ahorros.
"No hay leche, y este es un problema grave para las mujeres en los campamentos", dijo Hadija Adam, 47, madre de nueve que ha reunido a un grupo de mujeres para hablar sobre sus problemas.
"Es malo aquí porque algunas mujeres no pueden alimentar a sus hijos", dijo Mazaher Hager, 20, que corrió para unirse al grupo de mujeres con pañuelos de cabeza sueltos y de colores, formando todo un arco iris de naranjas, rojos y azules. Sus ropas, empero, no iban con el ánimo. Algunas de las mujeres del grupo gritaron sus quejas, diciendo que necesitaban más agua, más alimento, más ayuda.
"Estamos débiles del viaje que hicimos para llegar", declaró Hager, que dijo que había sido violada en abril cuando su aldea fue atacada y ahora se sentía enferma, con dolores de cabeza y vaginales. "Ya no puedo cargar cosas como antes. Me duele incluso cuando acarreo agua".
Adam hizo callar al grupo. Lo que las mujeres necesitaban, resolvió, era formar un comité. "Hay que hacer como los hombres", dijo, moviendo las manos. Hay que tratar de nombrar a un jefe, dijo.
Ella ha sido siempre así, explicó más tarde. "Una luchadora", dijo, sacándose la gruesa arena de su ropa.
"Cuando llegaron los janjaweed, le dije a las mujeres que se negaran a tener sexo. Yo cogí unas rocas y empecé a arrojárselas cuando vinieron a por mí en el pozo". Un hombre le disparó un balazo en su pierna derecha, dijo, y la violaron apuntándole con un arma a su cabeza.
Mecka se enteró de la reunión organizada por Adam. Una amiga de una tienda vecina le preguntó si quería asistir a la reunión, jalándola de la mano.
Pero Mecka se iba a quedar en su tienda. Trataría de comer un cuenco de harina de maíz y beber algo de agua. Sabía que tenía que relajarse para que la leche volviera a sus pechos, así que le pidió a otra vecina que le hiciera las trenzas. Tenía que distraerse en algo y pensar en otra cosa.
"Sin mi marido, me siento siempre triste. Estoy triste toda la noche y todo el día. Pero quiero amamantar a Issa de nuevo", dijo Mecka, poniendo a su bebé en su regazo mientras él le chupaba la mano. Lo miró, alisó su rizada mota de pelo de pelo y dijo: "No me quiero sentir inútil".
22 de agosto de 2004
14 de octubre de 2004
©washington post
©traducción mQh
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