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otra relación con mundo musulmán


Los países musulmanes deben tener la oportunidad de participar en el mercado mundial. Para ello es indispensable que Estados Unidos y otros países eliminen las aranceles que protegen a sus consentidas industrias nacionales.
Hace tres semanas, el ministro de Comercio de Pakistán llegó a Washington para reunirse con sus contrapartes estadounidenses. Su petición fue la de siempre: que el gobierno de Bush disminuya los odiosos aranceles sobre la ropa interior y camisas de Pakistán, y considere un tratado de libre comercio con el país de predominio musulmán. La respuesta también fue la de siempre: no.
En el estruendo de la campaña de diatribas sobre la seguridad nacional, la discusión no llamó la atención de ninguno de los candidatos. Pero ilustra una falla fundamental en las relaciones económicas de Estados Unidos con sus quejumbrosos aliados en la llamada guerra contra el terrorismo. Si el presidente Bush quiere acercarse al mundo musulmán, hay pocas cosas mejores que permitirle un mayor acceso al mercado estadounidense. La exportación de textiles es un paso fundamental para que los países más pobres puedan participar plenamente en la economía mundial.
Desgraciadamente, con el rechazo de la razonable petición de Pakistán para proteger a una moribunda pero políticamente poderosa industria textil estadounidense en el sur de Estados Unidos, el gobierno de Bush estropeó la oportunidad de darle algo más de credibilidad a su oratoria sobre ganarse los corazones y las mentes del mundo musulmán.
Ciertamente, Bush puede seguir sobornando con F-16 y dinero para combatir a los insurgentes en la frontera afgana al gobernante militar, el general Pervez Musharraf. Pero esa política miope no toma en cuenta la convergencia entre la economía y la seguridad nacional.
La industria más grande de Pakistán es la textil, y da cuenta del 45 por ciento de su empleo industrial. Los trabajadores de la industria textil y del vestido paquistaníes producen de todo, desde pantalones Ellis hasta camisas Gap. Pero el general Musharraf ha enfurecido a los fundamentalistas por tratar de complacer a Washington en los asuntos de Afganistán e Iraq. Así, las imágenes de televisión que muestran el fervor anti-norteamericano en Pakistán a menudo asustan a las compañías que quieren hacer negocios allá. Pero mientras más dependan los paquistaníes de las compañías norteamericanas para su supervivencia, menos probable será que se unan a la insurgencia anti-norteamericana. Washington puede ayudar alentando a esas empresas estadounidenses a permanecer en Pakistán, reduciendo sus aranceles de importación.
Esto se hará más urgente después del 31 de diciembre, cuando desaparezcan las cuotas de importación que han protegido durante tanto tiempo a las compañías textiles. China, con sus rápidas respuestas y factorías altamente eficientes, puede aplastar rápidamente a sus competidores.
Es fácil prever que cuando remonten las mínimas importaciones de ropa de China, las firmas textiles estadounidenses invocarán la cláusula de protección que obligaron a incluir en el acuerdo que permitirá la entrada de China en la Organización Mundial del Comercio en 2000. Es igualmente fácil prever que el Congreso y quienquiera sea presidente cederán ante los consentidos fabricantes estadounidenses. Las medidas proteccionistas no cambiarán con Noche Vieja.
El que cabildee más activamente obtendrá las cosas más ricas. Pero los aranceles de importación remplazarán a las cuotas como la mejor opción. Así que, ¿por qué no ofrecer algo a los pocos aliados musulmanes de Estados Unidos? Los funcionarios del gobierno dicen que quieren un tratado de libre comercio con países de Oriente Medio, y eso es bueno. Pero se niegan a oír los llamados a extender el tratado a otros países musulmanes. Si les da asco firmar un tratado basado en la religión, pueden iniciar pactos con países específicos, como con Pakistán, Indonesia y Afganistán.
La economía no se puede separar de la seguridad nacional. Los jóvenes paquistaníes que no pueden conseguir trabajo en las fábricas que exportan [sus productos] a Estados Unidos terminan a veces en campos de adiestramiento donde aprenden a matar a norteamericanos.

26 de octubre de 2004
©new york times
©traducción mQh

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