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debate por disolución de ejército iraquí


[Michael R. Gordon] La Casa Blanca decidió disolver el ejército iraquí contra el consejo de los militares en Iraq. Ahora pagan las consecuencias.
Cuando el general de división David H. Petraeus viajó a Bagdad el 14 de junio de 2003, llevaba un mensaje claro para las autoridades de la ocupación encabezada por Estados Unidos. Como comandante de la División Aerotransportada Nº101, el general Petraeus había estado trabajando infatigablemente para lograr el apoyo de los iraquíes en Mosul y en las provincias vecinas del norte de Iraq.
Pero el decreto de las autoridades de abolir al Ejército iraquí y anular la paga de 350.000 soldados había causado un enorme descontento en gran parte del país. Estallaron disturbios en las ciudades. Justo el día anterior, 16 de los soldados del general Petraeus habían sido heridos cuando trataban de reprimir una violenta manifestación.
Cuando llegó al enorme Palacio Norte de Abu Ghraib para una ceremonia, el general Petraeus divisó a Walter B. Slocombe, asesor de L. Paul Bremer III, que encabezaba el gobierno de ocupación. Acercándose a él, el general Petraeus le dijo que la decisión de cancelar la paga de los soldados había puesto en peligro la vida de los norteamericanos.
Más de un año después, la disolución de Bremer de dar de baja al Ejército iraquí todavía arroja una sombra sobre la ocupación de Iraq. Los militares estadounidenses habían contado con usar a los soldados iraquíes para reconstruir el país e imponer el orden a lo largo de sus fronteras. En lugar de eso, cuando una violencia insurrección convulsionó al país, las fuerzas norteamericanas se encontraron privadas de dar una cara iraquí a la ocupación.
Aunque Bremer se corrigió pronto a sí mismo sobre el pago de los salarios de los ex soldados, su decisión de abolir formalmente al ejército iraquí y construir sistemáticamente uno nuevo, batallón por batallón, todavía es considerada como una de las decisiones más polémicas de la posguerra.
Slocombe argumenta que la medida era necesaria para fundar un ejército iraquí que no estuviera contaminado por la corrupción y que fuera aceptable para los grupos étnicos que habían sufrido durante mucho tiempo la represión de los militares de Saddam Hussein. También dice que era lo único que se podía hacer, ya que muchos soldados iraquíes habían abandonado sus puestos y habían vuelto a la población civil, y las bases militares iraquíes habían sido saqueadas.
Pero generales norteamericanos de alta jerarquía estaban proponiendo en privado una aproximación mucho más diferente, de acuerdo a entrevistas con funcionarios militares y civiles. Comandantes de alto rango se estaban reuniendo en secreto con antiguos oficiales iraquíes para discutir sobre el mejor modo de reconstruir el ejército y llamar a los soldados a que volvieran a sus puestos cuando Bremer llegó a Bagdad con su plan [de disolución del ejército].
"Fue una decisión absolutamente equivocada", dijo el coronel Paul Hughes del Ejército, que sirvió como asesor de Jay Garner, un generado retirado de tres estrellas y el primer administrador civil de Iraq. "Con esa simple decisión, pasamos de ser liberadores a ocupantes", dijo. "Al abolir el ejército destruimos lo que era para los iraquíes el último símbolo de soberanía que podían reconocer y como resultado provocamos el surgimiento de un importante sector de la resistencia".

Formulando El Plan
Cuando el gobierno de Bush empezó la planificación del Iraq de posguerra a comienzos de 2003, el desmantelamiento de las fuerzas armadas iraquíes no hacía parte de la estrategia. Douglas J. Feith, el subsecretario de Defensa, formuló en una sesión de marzo de 2003 del Consejo Nacional de Seguridad a la que asistió el presidente Bush, una política para retener y re-adiestrar a las fuerzas militares iraquíes existentes.
La idea, que fue elaborada con el general Garner, era conservar las unidades existentes, retirar a los baazistas de alto rango y otros partidarios de Saddam Hussein, y poner a trabajar a los soldados. Los militares iraquíes, razonaron los funcionarios del Pentágono, contarían con sus propios transportes y podrían ayudar en la reconstrucción, funcionando como una especie de Cuerpo de Conservación Civil moderno. Las unidades que demostraran ser capaces y políticamente confiables podrían ayudar a los militares norteamericanos a mantener el orden.
En la reunión de la Casa Blanca, Feith ofreció otro argumento a favor de utilizar al ejército existente. Iraq estaba siendo golpeado por el desempleo y licenciar a 350.000 hombres armados, privarlos de ingresos y, de hecho, echarlos a la calle, podría ser desastroso.
Los comandantes norteamericanos también apoyaron ese enfoque. En una reunión de marzo de 2003 con un equipo visitante de funcionarios del Pentágono, el general John P. Abizaid, entonces delegado del general Tommy Frank, expresaron su preocupación de que los norteamericanos despertaran el resentimiento de los iraquíes si se ocupaban ellos mismos de las labores de seguridad en Iraq. Era partidario de una transferencia rápida del poder a un gobierno iraquí interino y el uso de fuerzas iraquíes para complementar y finalmente remplazar a las norteamericanas.
"Debemos ser modestos en todo", dijo el general Abizaid, de acuerdo a los apuntes tomados por un funcionario del Pentágono. "En su cultura, somos un anticuerpo".
También había un imperativo militar. Los comandantes norteamericanos sabían que tenían suficientes tropas para derrocar a Hussein, pero que les sería difícil controlar a un enorme país de 25 millones de personas y de fronteras porosas con Siria, Irán, Arabia Saudí, Turquía y Kuwait. El Cuerpo V, que supervisaba a las tropas del Ejército norteamericano en Iraq, quería que fueran unidades del Ejército iraquí las que controlaran las fronteras para bloquear el ingreso al país de terroristas, yihadistas y grupos patrocinados por Irán e impidieran que realistas y posibles alijos de armas convencionales salieran de él, dijo un antiguo oficial del Cuerpo V.
El gobierno de Bush no sólo discutió la idea de conservar al viejo ejército. El equipo del general Garner aproximó a empresas privadas que podrían re-adiestrarlo. La MPRI, una firma consultora con sede en Alexandria, Virginia, y dirigida por Carl Vueno, un general en retiro y antiguo jefe del estado mayor del Ejército, recibió un contrato inicial de 625.000 dólares. La compañía envió a un equipo de nueve miembros a Kuwait para comenzar un programa para involucrar a antiguos soldados iraquíes en la reconstrucción del país.
RONCO, una firma consultora de Washington, formuló una propuesta para chequear a los soldados iraquíes de modo que pudieran integrarse a una nueva unidad de combate o ser adiestrados en otras funciones. La compañía formuló un detallado plan para instalar tres centros de investigación de antecedentes en el norte, centro y sur de Iraq.
Los planificadores civiles y militares habían estado alentando activamente a unidades del Ejército iraquí para que se rindieran en masa o huyeran y no lucharan defendiendo a Hussein. Hubo indicios de que los iraquíes harían justamente eso. Enfrentados a las tropas norteamericanas y británicas que avanzaban y a los furiosos bombardeos desde el aire, la mayoría de los soldados enemigos huyeron durante los primeros días de la guerra -en lugar de rendirse. Sin embargo, los generales norteamericanos decidieron que era vital utilizar a las tropas iraquíes, que habían hecho según los oficiales lo que ellos les habían pedido.

Las Nuevas Fuerzas Armadas Iraquíes
El 17 de abril, poco más de una semana después de que entraran las primeras tropas norteamericanas en Bagdad, el general Abizaid participó en una video-conferencia por satélite de funcionarios de alto rango, incluyendo a Paul D. Wolfowitz, el subsecretario de Defensa. El general Abizaid observó que ya no había unidades iraquíes funcionando, pero instó a que Estados Unidos formara unas fuerzas armadas militares iraquíes de tres divisiones que se habían "auto desmovilizado" así como a miembros de grupos de la oposición, que serían invitados a presentarse en los centros de reclutamiento.
En Iraq, los generales norteamericanos estaban tratando de montar un nuevo ejército iraquí. El 9 de mayo, el teniente general David McKiernan y otros oficiales de alta jerarquía se reunieron con Faris Naima, un antiguo oficial iraquí, en una reunión coordinada por un agente de la CIA en Bagdad.
Naima tenía el aspecto de un soldado profesional y hablaba inglés con fluidez. Había sido comandante de la Academia Militar de Al Bakr, un centro de adiestramiento para oficiales iraquíes de alto rango. Sospechoso políticamente, pero todavía apreciado por el gobierno de Hussein, fue nombrado embajador iraquí en las Filipinas y en Austria. De acuerdo a un informe de Kuna, la agencia de prensa kuwaití, el hijo de Hussein, Qusay, le ordenó a él y su esposa regresar a Bagdad después de su estadía en Viena, pero Naima se negó a ello.
Luciendo un raído traje de ejecutivo en la reunión con los generales norteamericanos, Naima extrajo un trozo de papel doblado de su chaqueta donde detallaba su plan sobre cómo proceder.
Debido a que había estallado el saqueo en Bagdad y la delincuencia era galopante, dijo que era necesaria una demostración de poder. Lo más importante, dijo, era la seguridad. También dijo que los norteamericanos debían actuar con rapidez para pedir a los suboficiales y a la policía que volvieran a sus trabajos, según dijo un agente que asistió a la reunión.
Naima instó a los norteamericanos a fundar una fuerzas militar iraquí de tres divisiones, que podrían ser desplegadas en el norte, centro y sur de Iraq. Una compañía del Ejército sería estacionada en cada ciudad importante para respaldar a la policía. Naima dijo que había un montón de potenciales jefes militares que no estaban comprometidos con los baazistas. La idea, dijo, sería comenzar desde arriba, creando un nuevo ministerio iraquí de Defensa, y luego seguir con otras instituciones subordinadas. Se exigiría a todos los oficiales que renunciaran al Partido Baaz.
Cuando los norteamericanos preguntaron dónde encontrarían a esos oficiales, Naima tenía la respuesta. Yo los traeré, dijo a los generales.
También ofreció algunos consejos políticos. Los norteamericanos deberían anunciar un plan de retirada, de modo que los iraquíes no los percibieran como ocupantes. Y tenían que pagar a los militares, a la policía y a los funcionarios. Iraq era un país de funcionarios, dijo, y necesitaban sus salarios para sobrevivir.
Los norteamericanos estaban impresionados. Pensaron que podrían trabajar desde arriba tanto como desde abajo y llamar a los soldados iraquíes de vuelta al servicio, chequearlos e instalar rápidamente un nueva fuerza.
Mientras los generales norteamericanos y la CIA trabajaban para reactivar al ejército, el gobierno de la ocupación del general Garner estaba haciendo esfuerzos paralelos. Poco después de llegar a Bagdad, uno de sus estrategas de mayor jerarquía, el coronel Hughes, del Ejército, escuchó a un oficial de la División Aerotransportada Nº101, cuyas tropas se encontraban patrullando Bagdad. Algunos antiguos oficiales iraquíes habían dicho a los norteamericanos que querían que se les pagaran sus salarios.
Después de obtener la aprobación de sus superiores, el coronel Hughes se reunió con un grupo de oficiales en el club de oficiales de la Guardia Republicana iraquí. Los hombres, que se llamaban a sí mismos Asamblea Militar Independiente, dijeron que estaban dispuestos a colaborar con los norteamericanos. Aunque muchos querían trabajar fuera de los militares, estaban dispuestos a proporcionar nombres de reclutas potenciales, incluyendo suboficiales de rangos más bajos. Antes de la guerra, habían retirado del ministerio de Defensa iraquí los ordenadores que contenían los expedientes del personal militar. Finalmente, entregaron a los norteamericanos una lista de unos 50.000 a 70.000 nombres, incluyendo a la policía militar.
En Washington, sin embargo, Bremer estaba desarrollando un enfoque dramáticamente diferente. Un antiguo diplomático de aspecto juvenil, Bremer remplazaría en mayo al general Garner. Se daría a conocer en Bagdad por su personalidad asertiva, y por lucir trajes de Brooks Brothers con sus características botas de desierto.
Creía que muchos de los problemas con la violencia y la criminalidad que Estados Unidos enfrentaba en Iraq provenían de los temores de que Hussein y sus partidarios baazistas pudieran sobrevivir a los ocupantes norteamericanos y volver al poder. Quería acciones enérgicas para demostrar que los baazistas estaban terminados, para siempre.
En un memorándum al Pentágono, Bremer apuntó su anhelo de que "mi llegada a Iraq esté marcada por pasos claros, públicos y decisivos para garantizar a los iraquíes que estamos determinados a erradicar el saddanismo". Mientras su principal propósito fue promover la ‘desbaazificación' de Iraq, los planes para desmantelar el ejército de Hussein se transformaron pronto en parte de su proyecto. Slocombe, que fue subsecretario de Defensa durante el gobierno de Clinton, recomendó que los militares iraquíes y el ministerio de Defensa fueran formalmente eliminados.
Tal como lo veía él, el Ejército iraquí ‘se había ausentado sin permiso'. Ya no había ninguna división intacta, muchos vehículos había sido robados y las bases militares, saqueadas. Además, Slocombe pensaba que la fuerza era corrupta y estaba dominada por agentes sunníes. No creía que fuera posible volver a enlistar el ejército existente y creía que no había otra opción que construir otro nuevo desde cero.
Tras su llegada a Iraq, Slocombe se reunió con Naima, antiguos oficiales iraquíes y el general McKiernan. Slocombre agradeció a los oficiales iraquíes, pero dejó en claro que no los veía como el núcleo de un nuevo comando iraquí, dijo un participante. Fue un golpe, no sólo para los iraquíes sino también para los oficiales militares norteamericanos que pensaban que habían identificado a los oficiales de mayor jerarquía que podían colaborar en la reconstitución del ejército.
Feith, delegado del ministro de Defensa Donald H. Rumsfeld, dijo en una entrevista que el pensamiento de Bremer representaba un cambio necesario. Feith dijo que utilizar al ejército iraquí había parecido algo razonable, debido a que utilizar a un ejército intacto superaba las desventajas de utilizar a una fuerza potencialmente corrupta.
"Al principio, era coherente decir que los utilizaríamos [a los soldados iraquíes]", dijo Feith. "Luego cuando vimos que el Ejército no conservaba sus unidades, que la gente había desaparecido, que los saqueadores se habían hecho con toda la infraestructura, los acontecimientos anularon todas las ventajas a favor de utilizar al ejército. Y nos quedamos solamente con las desventajas, un ejército deficiente, corrupto, cruel y no democrático".
Después de llegar a Iraq, Bremer emitió formalmente la Orden Nº2, ‘La disolución de instituciones', que abolía al ejército.
La orden, datada al 23 de mayo, observaba que las autoridades de la ocupación programaban crear en un futuro cercano un Nuevo Cuerpo Iraquí como el primer paso hacia la formación de una institución de defensa nacional para un Iraq libre. Pero el programa para su construcción era metódico y nadie que hubiera servido en el ejército iraquí del rango de coronel para arriba sería reclutado sin una investigación de antecedentes exhaustiva. Había disposiciones para pagar un desahucio a los oficiales que serían dados de baja, pero se les dejaría de pagar un salario. No se mencionaba ningún programa para re-adiestrar a las tropas para otras tareas.

El Papel De La Administración
El papel de importantes funcionarios del gobierno de Bush en la aprobación de estos planes no está claro. Slocombe dijo que la decisión fue el tema de extensas consultas con funcionarios de alto rango del ministerio de Defensa en Washington. Un borrador del decreto de Bremer en el que abolía al ejército, dijo, fue enviado a Rumsfeld antes de que fuera emitido.
Lawrence Di Rita, portavoz de Rumsfeld, dijo en un mensaje por correo electrónico que el tema no fue discutido por funcionarios del gabinete y "no fue de ninguna manera decidido por el ministro de Defensa".
El general Peter Pace, de la Infantería, vice-presidente de la Junta de Jefes del Estado Mayor Conjunto, dijo que los Jefes del Estado Mayor no fueron consultados sobre la decisión.
Condoleezza Rice, la asesora nacional de seguridad de Bush, indicó que la idea no se originó en el Consejo de Seguridad Nacional, pero sí reconoció que la Casa Blanca no la objetó. "No creo nadie haya pensado que estaba terriblemente fuera de contexto con lo que estábamos tratando de lograr y se había establecido toda una estructura para que esas decisiones pudieran ser tomadas en el terreno o a través de la cadena de mando del Pentágono", dijo en una entrevista.
En el terreno mismo, sin embargo, el plan era mucho más polémico de lo que muchos pensaron en Washington. Gran parte del debate no giró sobre la abolición del ejército, sino sobre el plan subsecuente supervisado por Slocombe de fundar un nuevo ejército desde cero.
Con este programa, que Slocombe dijo que había elaborado con estrategas militares, tomaría un año montar la primera división de infantería -unas 12.000 tropas iraquíes- y dos años, adiestrar y equipar a una fuerza de tres divisiones. Para evitar la contaminación baazista, ningún oficial por encima del rango de coronel podría enlistarse sin ser sometido a una investigación de antecedentes.
A los militares no les gustó este enfoque. A los comandantes no les interesaba si el ejército era o no formalmente desmantelado provisto que pudieran fundar uno nuevo lo más rápidamente posible para que ocupara su lugar. Pero el general Abizaid quería que los soldados iraquíes estuvieran preparados en algunos meses, y no en varios años como dijeron los estrategas bajo su mando.
Cuando el coronel John Agoglia, el agente de enlace entre el gobierno de la ocupación y el general Franks del Comando Central se enteraron del plan, llamó rápidamente al cuartel general militar en Qatar.
"Hubo una discusión sobre si dar de baja oficialmente al viejo ejército y no sobre si llamar a los viejos reclutas", dijo Slocombe en una entrevista. "La discusión giró sobre si empezar el proceso de adiestramiento, equipamiento y formación de un ejército iraquí bajo el mando de antiguos generales iraquíes escogidos".
Slocombre dijo que su enfoque no era más lento que el defendido por los comandantes norteamericanos, porque el saqueo de las bases habría obstaculizado el re-adiestramiento. Argumentó que su plan engendraría un aliado más confiable, no una fuerza dirigida por los sunníes que no sería aceptada por los chiíes y otros grupos étnicos.
Un antiguo estratega del comando del general Franks estuvo resueltamente en contra. "Queríamos llamar a los soldados lo más pronto posible, ponerlos de nuestro lado y luego determinar en quiénes se podía confiar", dijo el estratega, que no quiso ser identificado debido a que no quiere verse involucrado públicamente en la controversia. "Habría sido mucho más rápido que construir un batallón a la vez. Y lo que queríamos era enviar un mensaje psicológico de que ellos formarían parte del nuevo Iraq, para impedir que se volcaran contra nosotros".
El general Garner, que estaba poniendo fin a su período de servicio en Iraq en ese momento, también se oponía. Dijo que no le comunicaron el plan de antemano. "Lo que estaba pasando era que cientos de soldados iraquíes estaban volviendo justo en ese momento", dijo Garner. "Pudimos haberlos incorporado en las antiguas unidades. En lugar de eso, simplemente les cerramos la puerta".
El general Franks y sus comandantes estaban en una difícil posición, tratando de tener influencia en una decisión que ya había sido tomada. A fines de mayo, el almirante James A. Robb, un oficial de estrategia del Comando Central, dijo a Slocombe que el general Abizaid creía que los antiguos oficiales iraquíes de mayor jerarquía no deberían ser descalificados y que el plan de adiestramiento debía ser acelerado. El general Franks se extendió sobre la idea de una video-conferencia con Bremer el 2 de junio.
"Creo que la velocidad con que se está haciendo puede ser llamada un error de cálculo", dijo el general Franks sobre el plan en la entrevista.
También instó a Bremer a pagar a los soldados desmovilizados, que tenían pocas expectativas de trabajo en un país con una tasa de desempleo galopante. El general Petraeus apoyó esa posición cuando se encontró con Slocombre en una ceremonia militar en Bagdad dos semanas más tarde.
En un compromiso, Slocombe aceptó que los oficiales iraquíes de mayor jerarquía podían servir en un comité asesor, pero sin perspectivas de mando la idea se desvaneció pronto.
Poco después de que Bremer emitiera su orden de abolir el ejército, el gobierno de la ocupación hizo un descubrimiento. Había decidido inicialmente excluir a los oficiales con el rango de coronel y superiores, a menos que pudieran probar que no eran baazistas de alto rango. Pero un análisis de los antecedentes personales mostró que los baazistas importantes no aparecían en grandes números sino en el rango de general. Incluso así, sólo un 50 por ciento de esos oficiales serían afectados. Eso era lo que le había dicho Naima al general McKiernan.
Había otro problema con los planes para el Ejército iraquí. Las siglas del Nuevo Cuerpo Iraquí resultaron ser una blasfemia en árabe, de modo que el nombre tenía que ser cambiado.

Estirando A Los Militares
Cuando la insurgencia echó raíces en el volátil Triángulo Sunní y en otras ciudades iraquíes, los militares norteamericanos se encontraron cada vez más ‘estirados'. Al mismo tiempo, el general Abizaid estaba presionando a Bremer y a Slocombe para que aceleraran el adiestramiento de los militares y había instado a que se formara una milicia que ayudaría a llenar el hueco en seguridad. Pero los miembros del nuevo Cuerpo de Defensa Civil iraquí vivían en casa y no eran una fuerza nacional.
Slocombe y el general de división Paul D. Eaton, que fue llevado para que supervisara el adiestramiento del ejército, elaboró un nuevo plan para acelerar el adiestramiento, sacando ventaja de un acuerdo para adiestrar a los oficiales iraquíes en Jordania.
Sin embargo, cuando estallaron los conflictos en Faluya antes este año, las recién adiestradas fuerzas de seguridad iraquíes no se desempeñaron demasiado bien. Un unidad del Ejército iraquí mostró no tener estómago para la batalla. Cuando se les ordenó unirse para la batalla a los marines norteamericanos, los soldados se negaron a abordar un helicóptero que los llevaría a la ciudad diciendo que no levantarían las armas contra compatriotas iraquíes.
En junio, casi un año después de que expresara sus preocupaciones sobre la decisión inicial de no pagar al ejército, el general Petraeus fue nombrado en una nueva posición: adiestrar el nuevo Ejército iraquí.
Como reconocimiento de la nueva soberanía iraquí, se ha reclutado a un general iraquí veterano que sirve como jefe del estado mayor del ejército y a algunos oficiales superiores. El general Petraeus ha adiestrado a una brigada de una nueva fuerza de intervención para luchar contra los insurgentes y a otra brigada de tropas regulares del ejército. Tiene la intención de tener una división de cada una para enero. Pero él -y sus jefes civiles y militares- tienen en mente un objetivo más amplio. Saben que con un ejército iraquí que pueda derrotar a los insurgentes y asegurar la paz, los norteamericanos finalmente se marcharán a casa. "Sé dónde terminará todo esto", dijo el general Petraeus cuando asumió sus nuevas funciones. "Terminará cuando los iraquíes se hagan cargo de su país".

21 de octubre de 2004
26 de octubre de 2004
©new york times
©traducción mQh

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