elecciones iraquíes en peligro
[Marina Ottaway] Las dificultades que enfrentan las elecciones y las incertidumbres sobre sus resultados llevan a algunos funcionarios estadounidenses a preferir la convocatoria de un referéndum en lugar de elecciones.
Mientras George W. Bush y John F. Kerry intercambiaban observaciones mordaces sobre Iraq, se prestó poca atención a una decisión que tendrá importantes consecuencias sobre el futuro político de ese país: ¿Permitirá Estados Unidos que Iraq convoque a elecciones competitivas en enero? ¿O apostará a seguro y convertirá las elecciones anunciadas en un referéndum con una sola lista de candidatos y enviar así un mensaje a todos los regímenes de Oriente Medio de que está de acuerdo con ellos en que las elecciones plantean demasiados riesgos para ese rincón tan volátil del mundo?
Lo que Estados Unidos prometió en Iraq fueron elecciones libres, honestas y competitivas -en otras palabras, elecciones como deben ser en una democracia. A pesar de las dificultades provocadas por la falta de seguridad, especialmente en el Triángulo Sunní, Washington ha reiterado su compromiso de convocar a elecciones en enero, la fecha programada.
Las elecciones realizadas en condiciones de inseguridad son difíciles y nunca perfectas, pero se han realizado con éxito en muchos países y pueden resultar en Iraq. El problema es que muchos en el gobierno estadounidense, particularmente en la embajada de Bagdad, no están seguros de que Estados Unidos deba correr el riesgo de realizar elecciones genuinas. En lugar de eso, optan por elecciones no competitivas, de menor riesgo, en las que el resultado está predeterminado. Prefieren impulsar una "coalición gigante" de los principales partidos políticos, que se pondrían de acuerdo entre ellos de antemano sobre la distribución de escaños parlamentarios y puestos en el gabinete.
Una coalición de este tipo incluiría a los mismos partidos seculares y religiosos chiíes, sunníes y kurdos que están en el Consejo de Gobierno Iraquí y que respaldan ahora al primer ministro Ayad Allawi. Como en el pasado, el poder será repartido entre ellos de tal manera que ningún partido tenga una posición dominante. Con esta coalición que participaría en las elecciones sin rivales, o en el mejor de los casos enfrentándose a una coalición de nuevos y débiles partidos, los resultados de las elecciones podrían predeterminarse y eliminar los riesgos. Pero el precio puede ser alto.
Unas elecciones competitivas genuinas harían una gran diferencia en Iraq. Darían al futuro gobierno un grado de legitimidad que una coalición manejada por Estados Unidos no tendrá nunca. Enviarían un mensaje a Iraq y a la región de que Estados Unidos cumplió con su palabra y que quizás debieran comenzar a recuperar al menos un mínimo de confianza en la sinceridad del gobierno estadounidense. Sería un ejemplo para otros países árabes.
Pero también pueden conducir a la formación de un gobierno controlado por los partidos religiosos chiíes. Estos partidos están tratando de construir su coalición propia y separada en la suposición de que juntos ganarán las elecciones, ya que los chiíes constituyen la mayoría de la población de Iraq. La formación de un gobierno dominado por partidos religiosos sería una humillación para el gobierno de Bush, un signo de que, nuevamente, la realidad de Iraq desbarata los planes norteamericanos. Al tratar de absorber a los partidos chiíes en una coalición gigantesca, Estados Unidos espera diluir su influencia.
Pero mientras las elecciones no competitivas no plantean peligro, no aumentan la legitimidad del nuevo gobierno ni persuadirían a los iraquíes de lo apoyen. Los chiíes se sentirían despojados de su victoria, y los sunníes se sentirían subrepresentados e impotentes, especialmente si una gran parte del Triángulo Sunní no vota debido a la falta de seguridad. Los kurdos continuarían sopesando sus opciones. De hecho, nada cambiaría porque unas elecciones no competitivas pondrían en el poder a un gobierno muy parecido al actual.
A cambio de una disminución de los riesgos a corto plazo, Estados Unidos socavaría su capacidad de fomentar reformas políticas en el mundo árabe. Al evitar las elecciones competitivas por temor de una victoria islamita, Estados Unidos le haría el juego a los gobiernos árabes que utilizan la amenaza islámica para justificar sus regímenes autoritarios. Para los partidos democráticos y organizaciones de la sociedad civil en el mundo árabe, el ejemplo de unas elecciones no competitivas en Iraq serían extremadamente desalentador. Y los iraquíes, ser convocados a las urnas para emitir un voto que no significa elegir, sería un retroceso a los días de Saddam Hussein.
Las elecciones competitivas son arriesgadas, pero el riesgo y la incertidumbre son el precio de la democracia. No habrá nunca un momento mejor que dar ese difícil primer paso hacia la incertidumbre en Iraq que ahora, donde la presencia de 140.000 soldados norteamericanos hace improbable que incluso una victoria de los partidos chiíes conduzca a la formación de una república musulmana al estilo de Khomeini. Aceptando la opción de menor riesgo, Estados Unidos sólo pospondría el día del ajuste de cuentas, instalando un régimen de marginal legitimidad y anunciaría al mundo que este país habla de libertad, pero le tiene miedo a la democracia. Sería una mala idea.
8 de noviembre de 2004
9 de noviembre de 2004
©washington post
©traducción mQh
Lo que Estados Unidos prometió en Iraq fueron elecciones libres, honestas y competitivas -en otras palabras, elecciones como deben ser en una democracia. A pesar de las dificultades provocadas por la falta de seguridad, especialmente en el Triángulo Sunní, Washington ha reiterado su compromiso de convocar a elecciones en enero, la fecha programada.
Las elecciones realizadas en condiciones de inseguridad son difíciles y nunca perfectas, pero se han realizado con éxito en muchos países y pueden resultar en Iraq. El problema es que muchos en el gobierno estadounidense, particularmente en la embajada de Bagdad, no están seguros de que Estados Unidos deba correr el riesgo de realizar elecciones genuinas. En lugar de eso, optan por elecciones no competitivas, de menor riesgo, en las que el resultado está predeterminado. Prefieren impulsar una "coalición gigante" de los principales partidos políticos, que se pondrían de acuerdo entre ellos de antemano sobre la distribución de escaños parlamentarios y puestos en el gabinete.
Una coalición de este tipo incluiría a los mismos partidos seculares y religiosos chiíes, sunníes y kurdos que están en el Consejo de Gobierno Iraquí y que respaldan ahora al primer ministro Ayad Allawi. Como en el pasado, el poder será repartido entre ellos de tal manera que ningún partido tenga una posición dominante. Con esta coalición que participaría en las elecciones sin rivales, o en el mejor de los casos enfrentándose a una coalición de nuevos y débiles partidos, los resultados de las elecciones podrían predeterminarse y eliminar los riesgos. Pero el precio puede ser alto.
Unas elecciones competitivas genuinas harían una gran diferencia en Iraq. Darían al futuro gobierno un grado de legitimidad que una coalición manejada por Estados Unidos no tendrá nunca. Enviarían un mensaje a Iraq y a la región de que Estados Unidos cumplió con su palabra y que quizás debieran comenzar a recuperar al menos un mínimo de confianza en la sinceridad del gobierno estadounidense. Sería un ejemplo para otros países árabes.
Pero también pueden conducir a la formación de un gobierno controlado por los partidos religiosos chiíes. Estos partidos están tratando de construir su coalición propia y separada en la suposición de que juntos ganarán las elecciones, ya que los chiíes constituyen la mayoría de la población de Iraq. La formación de un gobierno dominado por partidos religiosos sería una humillación para el gobierno de Bush, un signo de que, nuevamente, la realidad de Iraq desbarata los planes norteamericanos. Al tratar de absorber a los partidos chiíes en una coalición gigantesca, Estados Unidos espera diluir su influencia.
Pero mientras las elecciones no competitivas no plantean peligro, no aumentan la legitimidad del nuevo gobierno ni persuadirían a los iraquíes de lo apoyen. Los chiíes se sentirían despojados de su victoria, y los sunníes se sentirían subrepresentados e impotentes, especialmente si una gran parte del Triángulo Sunní no vota debido a la falta de seguridad. Los kurdos continuarían sopesando sus opciones. De hecho, nada cambiaría porque unas elecciones no competitivas pondrían en el poder a un gobierno muy parecido al actual.
A cambio de una disminución de los riesgos a corto plazo, Estados Unidos socavaría su capacidad de fomentar reformas políticas en el mundo árabe. Al evitar las elecciones competitivas por temor de una victoria islamita, Estados Unidos le haría el juego a los gobiernos árabes que utilizan la amenaza islámica para justificar sus regímenes autoritarios. Para los partidos democráticos y organizaciones de la sociedad civil en el mundo árabe, el ejemplo de unas elecciones no competitivas en Iraq serían extremadamente desalentador. Y los iraquíes, ser convocados a las urnas para emitir un voto que no significa elegir, sería un retroceso a los días de Saddam Hussein.
Las elecciones competitivas son arriesgadas, pero el riesgo y la incertidumbre son el precio de la democracia. No habrá nunca un momento mejor que dar ese difícil primer paso hacia la incertidumbre en Iraq que ahora, donde la presencia de 140.000 soldados norteamericanos hace improbable que incluso una victoria de los partidos chiíes conduzca a la formación de una república musulmana al estilo de Khomeini. Aceptando la opción de menor riesgo, Estados Unidos sólo pospondría el día del ajuste de cuentas, instalando un régimen de marginal legitimidad y anunciaría al mundo que este país habla de libertad, pero le tiene miedo a la democracia. Sería una mala idea.
8 de noviembre de 2004
9 de noviembre de 2004
©washington post
©traducción mQh
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