niñas desarraigadas de bagdad
[Joshua Partlow] Para las niñas desarraigadas de Bagdad, la escuela ofrece un difícil refugio. Las familias huyen de la violencia religiosa.
Bagdad, Iraq. Los libros de texto en su nueva escuela pueden referirse a sus aprietos como ‘desplazamientos internos forzados', pero las niñas iraquíes que pasan por esta situación la describen con otros términos.
Safwan Abbas tiene miedo de fracasar en matemáticas. Fatima Hamza recorre los pasillos extrañando a sus amigas. Para alcanzar a sus compañeras de curso, Hadil Muhanned tiene que extender sus horas de lecturas nocturnas y usar gafas de montura metálica.
Según Naciones Unidas, solamente en Bagdad, 38.766 personas han abandonado sus casas para escapar de los diarios asesinatos religiosos, y los ecos de esta masiva emigración resuenan todos los días en la Escuela Secundaria de Niñas Amil, en Bagdad. Ubicada en la zona chií relativamente segura de Kadhimiyah, en la ribera occidental del río Tigris, el local escolar de blancas paredes de cemento se ha convertido en un refugio para alumnas chiíes musulmanas que huyen con sus familias de la segregación religiosa que ahora está desgarrando muchos de los barrios bagdadíes.
En los últimos tres meses, la Escuela Secundaria Amil ha aceptado a 135 nuevas alumnas, haciendo subir su población escolar a más de mil, y más familias se aparecen cada día. El ministerio iraquí de Derechos Humanos ha enviado funcionarios a distribuir faldas, mochilas y zapatos a las nuevas pupilas.
Las maestras que antes enseñaban en aulas de cuarenta estudiantes deben enseñar ahora en aulas atiborradas con más de setenta niñas, a veces tres por pupitre. La directora de la escuela, Suad Kokaz, ha iniciado clases especiales después del horario escolar para las nuevas alumnas, muchas de las cuales sólo han asistido esporádicamente a sus antiguas escuelas debido al miedo a la violencia. La orientadora escolar, Shulair Abdullah, tiene una lista, de hasta dieciséis nombres, que alumnas que han perdido a familiares en incidentes violentos en los últimos meses.
"Me la paso gritando todos los días, es un trabajo muy duro", dice Kokaz. "Nunca presencié tantos cambios".
Como incontables otras en Bagdad, la vida Safwan Abbas como niña de catorce años cambió con una carta. Hasta octubre había vivido con sus padres y dos hermanos en el barrio predominantemente sunní de Ghazalihya al oeste de Bagdad. Pero el mensaje que se leía en la octavilla que deslizaron en su patio era tajante: "Sois infieles. Tenéis 72 horas para marcharos", recordó.
"Tenía tanto miedo... Pensaba que llegarían a matarnos en cualquier momento", dice.
Cuando llegaron a Kadhimiyah, Safwan, una niña de cara redonda, suave voz y ojos negros, se matriculó en la Amil con mucho miedo. Recorría los pasillos de azulejos moteados, donde zumbaban los gritos de las alumnas de primaria que comparten el edificio, y miraba las desnudas paredes blancas de las aulas, sintiéndose desorientada.
"La primera vez que vine, me sentí como una extraña. Sentía que tenía que volver a mi viejo barrio", dice. "Adaptarse ha sido muy difícil. No se trata solamente de hacerse con nuevas amigas. Me siento desesperada. Es tan frustrante. No me puedo adaptar. Echo de menos a mis amigas y mi casa".
Dijo que lloró tres semanas seguidas. Recuerda sus llamadas telefónicas nocturnas para intercambiar chismes, conversaciones que duraban a veces más de tres horas, con su mejor amiga, Tahani Talib. Todavía tiene su celular, pero sus padres han decidido que no seguirán pagando sus llamadas ahora que tienen que pagar 385 dólares de alquiler al mes -una considerable suma en Bagdad, y casi el doble de lo que una familia iraquí pagaba por un apartamento en ese barrio antes de la guerra. Safwan pasa a menudo las noches y los viernes estudiando, pero no puede entender las clases de matemáticas en Amil.
"Este es el primer año que repito matemáticas", dijo. "Es difícil ver que mis amigas aprueban los exámenes, mientras yo repito. Hago lo que puedo, pero es muy difícil".
Después de las cuatro horas de clases de las mañanas, Hadil Muhanned, 17, dice que pasa hasta siete horas estudiando para poder cumplir con las exigencias curriculares de Amil. Había que leer mucho -geografía, física, inglés, historia, química, matemáticas-, así que tuvo que usar gafas. Pero cada día que pasa se siente más aliviada, dice.
Antes de que su familia se mudara del barrio predominantemente sunní de Adel, Hadil era una de las pocas alumnas chiíes que asistía a la Escuela Secundaria al-Khuroud. Rara vez asistió más de dos veces a la semana, debido a los enfrentamientos en el barrio. Una alumna y su padre habían sido secuestrados, dice. Hombres armados mataron al guardia de la escuela. Las niñas leían las pintadas garabateadas en las murallas de concreto del barrio: "No se admiten chiíes".
El 28 de enero, después de que Hadil se hubiera retirado, un proyectil de mortero impactó en al-Khuroud, matando al menos a cinco niñas e hiriendo a más de veinte, dejando los ventanales hechos trizas y la sangre salpicada en los peldaños de piedra de la escuela.
"Vivíamos con una constante ansiedad", dice. "Aquí nos sentimos al menos cómodas. Estamos viviendo todas juntas".
Según Naciones Unidas, el año pasado las amenazas de violencia han desplazado de sus casas a más de 470 mil personas en Iraq. A menudo huyen de barrios mixtos para vivir bajo la relativa protección de su propia secta.
En Bagdad, las milicias y los rebeldes han tratado sistemáticamente de uniformar los barrios mixtos. Muchos vecindarios en el lado oeste de la capital se han convertido en barrios predominante sunníes, mientras que los chiíes tienden a concentrarse al este del Tigris. Cerca de la Secundaria Amil, los refugiados internos han empezado a vivir en locales escolares abandonados, una muestra de la crisis humanitaria que ha agotado los recursos del gobierno, según Abdul-Samad Sultan, el ministro de Inmigración.
"Realmente necesitamos ayuda internacional, porque podríamos usar todo el presupuesto del país y no sería suficiente. Como la gente perdió todo, necesitan combustible, electricidad, hay que mejorar la situación sanitaria, la educación, los trabajos", dijo. "Muchas de estas familias viven, por supuesto, bastante por debajo de la línea de la pobreza".
Desde noviembre, al estudiante de primer año, Fatima Hamza, 15, sus padres, cuatro hermanos y dos hermanas han compartido un apartamento de un dormitorio en Kadhimiyah después de huir también del barrio de Adel. Sentada en la oficina de Kokaz, la directora, con un pañuelo negro bordado de flores que cubre su pelo negro, Fatima se muerde las uñas y explica en voz baja su inquietud.
"Antes de esto, en nuestras escuelas allá, teníamos amigas y nuestra casa y nuestro hogar, pero aquí es diferente", dijo. "Es difícil, psicológicamente, dejar todo eso detrás".
"Me está yendo bien en las clases, pero tengo problemas relacionándome con la gente", agregó, para bajar la voz y convertirla en un susurro, fuera del alcance de la directora: "No todas están felices de tenernos aquí".
La llegada de nuevas alumnas de barrios sunníes también ha puesto a prueba a maestros y administradores. Kokaz, que dijo que muchas alumnas tienen atrasos curriculares de meses, pidió a sus maestras que permitan que las estudiantes pospongan los exámenes si no se sienten preparadas.
"Se comportan como salvajes en la escuela", dice Majda Chechan, directora de la escuela primaria que comparte el edificio con Amil. "Rompieron la escalera".
La orientadora, Abdullah, realiza sesiones de terapia con algunas de las alumnas nuevas para tratar sus problemas emocionales y sus dificultades de adaptación al nuevo entorno. Varias alumnas se niegan a aceptar que las nuevas circunstancias sean permanentes.
"¿Cambiará la situación?", pregunta Fatima en la oficina de la directora. "La mayoría de mis amigas también son desplazadas. No queremos que esta situación dure toda la vida".
Safwan Abbas tiene miedo de fracasar en matemáticas. Fatima Hamza recorre los pasillos extrañando a sus amigas. Para alcanzar a sus compañeras de curso, Hadil Muhanned tiene que extender sus horas de lecturas nocturnas y usar gafas de montura metálica.
Según Naciones Unidas, solamente en Bagdad, 38.766 personas han abandonado sus casas para escapar de los diarios asesinatos religiosos, y los ecos de esta masiva emigración resuenan todos los días en la Escuela Secundaria de Niñas Amil, en Bagdad. Ubicada en la zona chií relativamente segura de Kadhimiyah, en la ribera occidental del río Tigris, el local escolar de blancas paredes de cemento se ha convertido en un refugio para alumnas chiíes musulmanas que huyen con sus familias de la segregación religiosa que ahora está desgarrando muchos de los barrios bagdadíes.
En los últimos tres meses, la Escuela Secundaria Amil ha aceptado a 135 nuevas alumnas, haciendo subir su población escolar a más de mil, y más familias se aparecen cada día. El ministerio iraquí de Derechos Humanos ha enviado funcionarios a distribuir faldas, mochilas y zapatos a las nuevas pupilas.
Las maestras que antes enseñaban en aulas de cuarenta estudiantes deben enseñar ahora en aulas atiborradas con más de setenta niñas, a veces tres por pupitre. La directora de la escuela, Suad Kokaz, ha iniciado clases especiales después del horario escolar para las nuevas alumnas, muchas de las cuales sólo han asistido esporádicamente a sus antiguas escuelas debido al miedo a la violencia. La orientadora escolar, Shulair Abdullah, tiene una lista, de hasta dieciséis nombres, que alumnas que han perdido a familiares en incidentes violentos en los últimos meses.
"Me la paso gritando todos los días, es un trabajo muy duro", dice Kokaz. "Nunca presencié tantos cambios".
Como incontables otras en Bagdad, la vida Safwan Abbas como niña de catorce años cambió con una carta. Hasta octubre había vivido con sus padres y dos hermanos en el barrio predominantemente sunní de Ghazalihya al oeste de Bagdad. Pero el mensaje que se leía en la octavilla que deslizaron en su patio era tajante: "Sois infieles. Tenéis 72 horas para marcharos", recordó.
"Tenía tanto miedo... Pensaba que llegarían a matarnos en cualquier momento", dice.
Cuando llegaron a Kadhimiyah, Safwan, una niña de cara redonda, suave voz y ojos negros, se matriculó en la Amil con mucho miedo. Recorría los pasillos de azulejos moteados, donde zumbaban los gritos de las alumnas de primaria que comparten el edificio, y miraba las desnudas paredes blancas de las aulas, sintiéndose desorientada.
"La primera vez que vine, me sentí como una extraña. Sentía que tenía que volver a mi viejo barrio", dice. "Adaptarse ha sido muy difícil. No se trata solamente de hacerse con nuevas amigas. Me siento desesperada. Es tan frustrante. No me puedo adaptar. Echo de menos a mis amigas y mi casa".
Dijo que lloró tres semanas seguidas. Recuerda sus llamadas telefónicas nocturnas para intercambiar chismes, conversaciones que duraban a veces más de tres horas, con su mejor amiga, Tahani Talib. Todavía tiene su celular, pero sus padres han decidido que no seguirán pagando sus llamadas ahora que tienen que pagar 385 dólares de alquiler al mes -una considerable suma en Bagdad, y casi el doble de lo que una familia iraquí pagaba por un apartamento en ese barrio antes de la guerra. Safwan pasa a menudo las noches y los viernes estudiando, pero no puede entender las clases de matemáticas en Amil.
"Este es el primer año que repito matemáticas", dijo. "Es difícil ver que mis amigas aprueban los exámenes, mientras yo repito. Hago lo que puedo, pero es muy difícil".
Después de las cuatro horas de clases de las mañanas, Hadil Muhanned, 17, dice que pasa hasta siete horas estudiando para poder cumplir con las exigencias curriculares de Amil. Había que leer mucho -geografía, física, inglés, historia, química, matemáticas-, así que tuvo que usar gafas. Pero cada día que pasa se siente más aliviada, dice.
Antes de que su familia se mudara del barrio predominantemente sunní de Adel, Hadil era una de las pocas alumnas chiíes que asistía a la Escuela Secundaria al-Khuroud. Rara vez asistió más de dos veces a la semana, debido a los enfrentamientos en el barrio. Una alumna y su padre habían sido secuestrados, dice. Hombres armados mataron al guardia de la escuela. Las niñas leían las pintadas garabateadas en las murallas de concreto del barrio: "No se admiten chiíes".
El 28 de enero, después de que Hadil se hubiera retirado, un proyectil de mortero impactó en al-Khuroud, matando al menos a cinco niñas e hiriendo a más de veinte, dejando los ventanales hechos trizas y la sangre salpicada en los peldaños de piedra de la escuela.
"Vivíamos con una constante ansiedad", dice. "Aquí nos sentimos al menos cómodas. Estamos viviendo todas juntas".
Según Naciones Unidas, el año pasado las amenazas de violencia han desplazado de sus casas a más de 470 mil personas en Iraq. A menudo huyen de barrios mixtos para vivir bajo la relativa protección de su propia secta.
En Bagdad, las milicias y los rebeldes han tratado sistemáticamente de uniformar los barrios mixtos. Muchos vecindarios en el lado oeste de la capital se han convertido en barrios predominante sunníes, mientras que los chiíes tienden a concentrarse al este del Tigris. Cerca de la Secundaria Amil, los refugiados internos han empezado a vivir en locales escolares abandonados, una muestra de la crisis humanitaria que ha agotado los recursos del gobierno, según Abdul-Samad Sultan, el ministro de Inmigración.
"Realmente necesitamos ayuda internacional, porque podríamos usar todo el presupuesto del país y no sería suficiente. Como la gente perdió todo, necesitan combustible, electricidad, hay que mejorar la situación sanitaria, la educación, los trabajos", dijo. "Muchas de estas familias viven, por supuesto, bastante por debajo de la línea de la pobreza".
Desde noviembre, al estudiante de primer año, Fatima Hamza, 15, sus padres, cuatro hermanos y dos hermanas han compartido un apartamento de un dormitorio en Kadhimiyah después de huir también del barrio de Adel. Sentada en la oficina de Kokaz, la directora, con un pañuelo negro bordado de flores que cubre su pelo negro, Fatima se muerde las uñas y explica en voz baja su inquietud.
"Antes de esto, en nuestras escuelas allá, teníamos amigas y nuestra casa y nuestro hogar, pero aquí es diferente", dijo. "Es difícil, psicológicamente, dejar todo eso detrás".
"Me está yendo bien en las clases, pero tengo problemas relacionándome con la gente", agregó, para bajar la voz y convertirla en un susurro, fuera del alcance de la directora: "No todas están felices de tenernos aquí".
La llegada de nuevas alumnas de barrios sunníes también ha puesto a prueba a maestros y administradores. Kokaz, que dijo que muchas alumnas tienen atrasos curriculares de meses, pidió a sus maestras que permitan que las estudiantes pospongan los exámenes si no se sienten preparadas.
"Se comportan como salvajes en la escuela", dice Majda Chechan, directora de la escuela primaria que comparte el edificio con Amil. "Rompieron la escalera".
La orientadora, Abdullah, realiza sesiones de terapia con algunas de las alumnas nuevas para tratar sus problemas emocionales y sus dificultades de adaptación al nuevo entorno. Varias alumnas se niegan a aceptar que las nuevas circunstancias sean permanentes.
"¿Cambiará la situación?", pregunta Fatima en la oficina de la directora. "La mayoría de mis amigas también son desplazadas. No queremos que esta situación dure toda la vida".
Naseer Mehdawi contribuyó a este reportaje.
8 de marzo de 2007
17 de febrero de 2007
©washington post
©traducción mQh
0 comentarios