funeral en todas las casas
[Sudarsan Raghavan] En un poblado iraquí, funerales en todas las familias. Atentado en mercado se cobra numerosas víctimas.
Bagdad, Iraq. Ahora, Khider Walli Ahmad no tiene a nadie. Perdió a su esposa, y a su hijo de cuatro años, a su padre, madre, y a su hermana. Murieron el sábado cuando un terrorista suicida hizo detonar un camión cargado de explosivos en un atiborrado mercado.
Entre los escombros de su casa de ladrillos de adobe y una pequeña tienda, Ahmad encontró pedazos de sus cuerpos. Su padre de 69 años, que vendía cigarrillos y productos lácteos, era el que estaba más cerca de la explosión.
"De mi padre sólo quedaron pedazos, que yo y unos vecinos recogimos llorando y metimos en una bolsa", dijo Ahmad, 39, el domingo, el trauma grabado en su cara. El año pasado, dijo, militantes sunníes mataron a su hermano Ali y a su sobrino durante una peregrinación a la ciudad santa chií de Karbala.
"Y hoy perdí a toda mi familia", dijo.
En el pueblo chií turcomano de Amerli, a ochenta kilómetros al sur de la rica ciudad petrolera de Kirkuk, el dolor y la indignación se mezclaban con perplejidad tras el ataque más mortífero contra iraquíes desde la invasión norteamericana de 2003. Casi todo el mundo perdió a familiares y amigos, y en algunos casos a toda la familia.
Las muertes se elevaron a más de 140, pero todavía se encuentran desaparecidas unas viente personas, dijeron funcionarios policiales el domingo. Más de 270 personas quedaron heridas, agregaron. En el atentado anterior más mortífero hasta ayer, en marzo un camión bomba mató a 152 personas en la norteña ciudad de Tall Afar.
En Amerli, muchos vecinos tratan de entender por qué su remoto y apacible pueblo fue escogido como blanco. E instintivamente culparon de la carnicería a los sunníes asociados al grupo insurgente al Qaeda en Iraq.
"¿Por qué no puede la policía o el ejército protegernos de esos matones?", preguntó Ahmad, un hombre alto, flaco y desgreñado. Llevaba una tradicional bata blanca, salpicada de sangre seca. Con voz ronca, dijo que había estado despierto toda la noche, gritando y llorando por su familia.
"Me marcharé de aquí porque ahora odio a Iraq, y la religión que permite estos asesinatos", dijo. "Que Dios los maldiga".
Un corresponsal especial del Washington Post visitó Amerli el domingo, un pueblo situado en un árido y desolado tramo entre la ciudad de Tuz Khormato y la volátil provincia de Diyala, donde las fuerzas norteamericanas han iniciado una intensa campaña para erradicar a al Qaeda en Iraq y otros extremistas árabes sunníes. El domingo, decenas de pendones negros lamentando a los muertos colgaban de paredes y casas. En los controles de seguridad, los policías llevan brazaletes negros en su brazo izquierdo y el dolor en sus caras.
"Vine a trabajar por mi propia cuenta, porque hoy es mi día libre", dijo Emad Abdul Hussein, un agente de policía, mientras se ocupaba de un puesto de control en la entrada del mercado. "Pero creo que es mi obligación ayudar a controlar esta zona arrasada".
"Perdí a un tío y a un primo, pero no nos vamos a rendir", agregó.
El comandante Khalaf Abdullah, subdirector de la policía e Amerli, dijo que la explosión destruyó más de cincuenta casas, la mayoría de ellas derrumbándose sobre sus habitantes, y destruyó 45 tiendas. También dañó seriamente veinte casas y 35 vehículos.
"Hay un funeral en todas las casas del pueblo", dijo Abdullah.
En el mercado, el camión bomba dejó un cráter de 3.6 metros de profundidad. Las tiendas y casas que no fueron reducidas a escombros quedaron feamente quemadas.
La bomba explotó durante la hora pique de la mañana, cuando la gente llega al mercado a comprar mercaderías o a coger un taxi minibús hacia la cercana Tuz Khormato o Kirkuk, dijeron oficiales el domingo.
Mohammad Rasheed Barzanjy, alcalde de Tuz Khormato, dijo que la semana pasada insurgentes de al Qaeda amenazaron con atacar la zona debido a que los vecinos apoyaban las operaciones militares en los alrededores de Baqubah, la capital de la provincia de Diyala.
"Es seguro y tranquilo y están tratando de paralizar y confundir al gobierno con estos ataques para mostrar al mundo que pueden llegar a cualquier lugar para demostrar el fracaso de la policía", dijo Barzanjy sobre los insurgentes. "Pero de hecho están mostrando al mundo lo salvajes y crueles que son atacando a civiles inocentes".
Luego pronunció los nombres de las víctimas que conocía: Qanbar Abdullah al-Bayati, que murió con su esposa y cinco hijos, dos de los cuales eran niños, y Muhsin Shaheed Akbar, que perdió a sus cuatro hijos, que estaban en su taller en el mercado.
"Esta muerte al por mayor ha devastado este pequeño y tranquilo pueblo, destruyendo la autoestima y dignidad de sus vecinos", dijo Taherr al-Bayati, juez en Kirkuk que nació en Amerli.
El domingo, organizaciones turcomanas locales se movilizaron para ayudar a entregar medicinas y víveres a las víctimas, y los funcionarios municipales prometieron reiniciar los servicios de electricidad y agua, que fueron interrumpidos por la explosión. Un grupo turcomano prometió llevar a ciento cincuenta de los heridos a la vecina Turquía para su tratamiento.
Sin embargo, la indignación y frustración eran palpables. Indignadas turbas atacaron con piedras una delegación dirigida por Hamad Hamoud Shagtti, gobernador de la provincia de Salahuddin, culpando a los funcionarios por fracasar a la hora de proteger al pueblo. La delegación fue obligada a interrumpir su visita, dijo Barzanjy, el alcalde. Muchos vecinos exigieron compensaciones.
Zainulabideen Rustum Abdullah, 58, perdió a su esposa, tres hijas, su nieto y su nuera. Sufrió quemaduras, e impacto de metralla en su cabeza.
"Nos exterminaron despiadadamente, y culpamos a los norteamericanos, al gobierno iraquí, a los criminales y a los políticos que nos trajeron esta catástrofe y destrucción", dijo. "Con su sectarismo y política han destruido todo".
Abdul Razak Taqi al-Bayati perdió un hijo, Qanbar, un taxista que estaba aparcado en el mercado. Entre los escombros Bayati desenterró primero el collar de su hijo, con su pequeño pendiente en la forma de Iraq. Luego encontró a Qanbar.
"Reconocí la mano de mi hijo, que estaba cercenada del cuerpo, por el tatuaje que llevaba", recordó Bayati, 55, de cara arrugada y que llevaba una túnica tradicional azul oscuro. "Cuando llegué a casa, estaba completamente derrumbada".
El domingo, estaba en camino hacia el hospital de Kirkuk para ver a su nieto de cuatro, Sajjad. Tenía metralla en el estómago y sus piernas estaban feamente quemadas. Horas después, los dos abordaron un avión hacia Turquía, donde recibirá tratamiento médico.
Qanbar era el padre de Sajjad.
Entre los escombros de su casa de ladrillos de adobe y una pequeña tienda, Ahmad encontró pedazos de sus cuerpos. Su padre de 69 años, que vendía cigarrillos y productos lácteos, era el que estaba más cerca de la explosión.
"De mi padre sólo quedaron pedazos, que yo y unos vecinos recogimos llorando y metimos en una bolsa", dijo Ahmad, 39, el domingo, el trauma grabado en su cara. El año pasado, dijo, militantes sunníes mataron a su hermano Ali y a su sobrino durante una peregrinación a la ciudad santa chií de Karbala.
"Y hoy perdí a toda mi familia", dijo.
En el pueblo chií turcomano de Amerli, a ochenta kilómetros al sur de la rica ciudad petrolera de Kirkuk, el dolor y la indignación se mezclaban con perplejidad tras el ataque más mortífero contra iraquíes desde la invasión norteamericana de 2003. Casi todo el mundo perdió a familiares y amigos, y en algunos casos a toda la familia.
Las muertes se elevaron a más de 140, pero todavía se encuentran desaparecidas unas viente personas, dijeron funcionarios policiales el domingo. Más de 270 personas quedaron heridas, agregaron. En el atentado anterior más mortífero hasta ayer, en marzo un camión bomba mató a 152 personas en la norteña ciudad de Tall Afar.
En Amerli, muchos vecinos tratan de entender por qué su remoto y apacible pueblo fue escogido como blanco. E instintivamente culparon de la carnicería a los sunníes asociados al grupo insurgente al Qaeda en Iraq.
"¿Por qué no puede la policía o el ejército protegernos de esos matones?", preguntó Ahmad, un hombre alto, flaco y desgreñado. Llevaba una tradicional bata blanca, salpicada de sangre seca. Con voz ronca, dijo que había estado despierto toda la noche, gritando y llorando por su familia.
"Me marcharé de aquí porque ahora odio a Iraq, y la religión que permite estos asesinatos", dijo. "Que Dios los maldiga".
Un corresponsal especial del Washington Post visitó Amerli el domingo, un pueblo situado en un árido y desolado tramo entre la ciudad de Tuz Khormato y la volátil provincia de Diyala, donde las fuerzas norteamericanas han iniciado una intensa campaña para erradicar a al Qaeda en Iraq y otros extremistas árabes sunníes. El domingo, decenas de pendones negros lamentando a los muertos colgaban de paredes y casas. En los controles de seguridad, los policías llevan brazaletes negros en su brazo izquierdo y el dolor en sus caras.
"Vine a trabajar por mi propia cuenta, porque hoy es mi día libre", dijo Emad Abdul Hussein, un agente de policía, mientras se ocupaba de un puesto de control en la entrada del mercado. "Pero creo que es mi obligación ayudar a controlar esta zona arrasada".
"Perdí a un tío y a un primo, pero no nos vamos a rendir", agregó.
El comandante Khalaf Abdullah, subdirector de la policía e Amerli, dijo que la explosión destruyó más de cincuenta casas, la mayoría de ellas derrumbándose sobre sus habitantes, y destruyó 45 tiendas. También dañó seriamente veinte casas y 35 vehículos.
"Hay un funeral en todas las casas del pueblo", dijo Abdullah.
En el mercado, el camión bomba dejó un cráter de 3.6 metros de profundidad. Las tiendas y casas que no fueron reducidas a escombros quedaron feamente quemadas.
La bomba explotó durante la hora pique de la mañana, cuando la gente llega al mercado a comprar mercaderías o a coger un taxi minibús hacia la cercana Tuz Khormato o Kirkuk, dijeron oficiales el domingo.
Mohammad Rasheed Barzanjy, alcalde de Tuz Khormato, dijo que la semana pasada insurgentes de al Qaeda amenazaron con atacar la zona debido a que los vecinos apoyaban las operaciones militares en los alrededores de Baqubah, la capital de la provincia de Diyala.
"Es seguro y tranquilo y están tratando de paralizar y confundir al gobierno con estos ataques para mostrar al mundo que pueden llegar a cualquier lugar para demostrar el fracaso de la policía", dijo Barzanjy sobre los insurgentes. "Pero de hecho están mostrando al mundo lo salvajes y crueles que son atacando a civiles inocentes".
Luego pronunció los nombres de las víctimas que conocía: Qanbar Abdullah al-Bayati, que murió con su esposa y cinco hijos, dos de los cuales eran niños, y Muhsin Shaheed Akbar, que perdió a sus cuatro hijos, que estaban en su taller en el mercado.
"Esta muerte al por mayor ha devastado este pequeño y tranquilo pueblo, destruyendo la autoestima y dignidad de sus vecinos", dijo Taherr al-Bayati, juez en Kirkuk que nació en Amerli.
El domingo, organizaciones turcomanas locales se movilizaron para ayudar a entregar medicinas y víveres a las víctimas, y los funcionarios municipales prometieron reiniciar los servicios de electricidad y agua, que fueron interrumpidos por la explosión. Un grupo turcomano prometió llevar a ciento cincuenta de los heridos a la vecina Turquía para su tratamiento.
Sin embargo, la indignación y frustración eran palpables. Indignadas turbas atacaron con piedras una delegación dirigida por Hamad Hamoud Shagtti, gobernador de la provincia de Salahuddin, culpando a los funcionarios por fracasar a la hora de proteger al pueblo. La delegación fue obligada a interrumpir su visita, dijo Barzanjy, el alcalde. Muchos vecinos exigieron compensaciones.
Zainulabideen Rustum Abdullah, 58, perdió a su esposa, tres hijas, su nieto y su nuera. Sufrió quemaduras, e impacto de metralla en su cabeza.
"Nos exterminaron despiadadamente, y culpamos a los norteamericanos, al gobierno iraquí, a los criminales y a los políticos que nos trajeron esta catástrofe y destrucción", dijo. "Con su sectarismo y política han destruido todo".
Abdul Razak Taqi al-Bayati perdió un hijo, Qanbar, un taxista que estaba aparcado en el mercado. Entre los escombros Bayati desenterró primero el collar de su hijo, con su pequeño pendiente en la forma de Iraq. Luego encontró a Qanbar.
"Reconocí la mano de mi hijo, que estaba cercenada del cuerpo, por el tatuaje que llevaba", recordó Bayati, 55, de cara arrugada y que llevaba una túnica tradicional azul oscuro. "Cuando llegué a casa, estaba completamente derrumbada".
El domingo, estaba en camino hacia el hospital de Kirkuk para ver a su nieto de cuatro, Sajjad. Tenía metralla en el estómago y sus piernas estaban feamente quemadas. Horas después, los dos abordaron un avión hacia Turquía, donde recibirá tratamiento médico.
Qanbar era el padre de Sajjad.
K.I. Ibrahim en Baghdad contribuyó a este reportaje.
10 de julio de 2007
©washington post
©traducción mQh
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