dos madres de iraq
[Alissa J. Rubin] Una madre teme por la vida de su hijo guardia. Otra, cuyos hijos son insurgentes en Faluya, sueña con la gloria de su martirio.
Bagdad, Iraq. Athra tiene un sueño que se repite.
Su hijo mayor, Haider, se aparece ante ella. Lleva su uniforme marrón de la guardia nacional iraquí, y tiene las manos atadas por la espalda. Se pasea en un oscuro cuarto que parece una celda. Tiene la boca abierta. Está gritando, pero de su boca no sale ningún sonido.
Haider está vivo y libre, pero Athra cree que su pesadilla es una premonición de su futuro. Ella ha visto los videos de soldados iraquíes capturados, que los insurgentes publican en la red. Los primeros videos, mostrados repetidas veces por televisión, los muestra normalmente rogando por sus vidas. A menudo, unos días más tarde, un segundo video muestra cómo los matan a balazos o decapitan.
En un área aledaña a Bagdad, Mariam, 45, nativa de Faluya, se ha refugiado en un hospital abandonado después de huir, hace dos semanas, antes del inminente ataque norteamericano de su ciudad natal. Sus hijos matarían a Haider si lo conocieran.
Los tres hijos mayores de Mariam son reclutas de la resistencia de Faluya, vecinos de la ciudad que se unieron a los rebeldes. Ella no duda acerca de su intención de matar tropas de seguridad del gobierno.
"Se ha emitido una fatwa para decapitar a todo guardia nacional que entre a Faluya y sea capturado", dijo Mariam, que, como Athra, pidió que no se revelara su nombre completo por miedo a comprometer la seguridad de sus hijos. "Los consideramos traidores".
Este es el frente ahora dominante en la de guerra de Iraq. Más allá de las líneas sectarias o étnicas explícitas, la división está entre los iraquíes que luchan por el gobierno interino y los que luchan contra él.
De momento los resultados de esta batalla de iraquí contra iraquí han estado inclinados, con los insurgentes montando brutales ataques contra los que llevan el uniforme de las fuerzas de gobierno y que, a diferencia de las tropas norteamericanas, no están tan bien armados ni adiestrados como los guerrilleros. En la semana pasada solamente murieron 40 de ellos. Y en un solo incidentes a fines de octubre, 49 reclutas de la guardia nacional fueron ejecutados tras ser emboscados.
La manera en que las dos madres ven la vida de sus hijos -y sus muertes potenciales- hablan libros.
Para madre del guardia, que aspiraba a que sus hijos llevaran vidas tranquilas, cada día que pasa es un día de angustia.
Para la madre de los mujahedines, inspirada por una combinación de fe religiosa y justa indignación por la presencia militar norteamericana, la muerte significa gloria.
Aunque ella es ahora una refugiada y sus posesiones las guarda en unas gastadas bolsas de plástico que cuelgan de un clavo en la pared, Mariam es una matriarca por donde se la mire, orgullosa de sus hijos, quizás más orgullosa de los tres -todos en la veintena- que se quedaron en Faluya para luchar contra los "infieles".
"Todavía están allá, protegiendo la ciudad", dijo, ajustándose su hijab de color crema.
Estaba sentada con las piernas cruzadas en el desnudo piso del hospital, rodeada por sus dos hijos más jóvenes, sus tres hijas y algunos de sus nietos.
Para la madre musulmana sunní, los mujahedines son amigos y protectores y ella no cuestiona la elección de sus enemigos. El primer ministro iraquí interino "Iyad Allawi dijo que los mujahedines están usando a los civiles como escudos humanos", dijo. "Son mentiras. Fueron los mujahedines los que nos ayudaron a salir de Faluya; ellos nos metieron a un coche".
Mariam dice que no está preocupada por la vida de sus hijos. "Incluso si mueren, son mártires, y sabemos que estarán en el cielo", dijo. "Después de todo, tenemos que morir, pero si ellos mueren ahora, habrán muerto por alguna razón".
Sus hijos no eran miembros de la resistencia sino hasta que estalló el abril pasado el escándalo de la prisión de Abu Ghraib. Las fotografías mostraban a tropas norteamericanas torturando a prisioneros iraquíes, obligándolos a simular actos sexuales y de otro modo humillantes en frente de sus compañeros.
"Se unieron a la resistencia después de ver las fotos de Abu Ghraib. ¿Cómo podemos tolerar eso?", dijo Mariam.
Sus hijos desaparecieron en las últimas semanas. No le dicen qué están haciendo exactamente. Incluso antes de que ella se viniera a Bagdad, se quedaban fuera de casa la mayor parte del día o de la noche.
"Durante un tiempo no les vimos mucho porque nuestros estaban custodiando las calles y buscando a espías", dijo. "Cuando los llamo, me dicen: No te preocupes, sólo estamos comiendo y durmiendo', pero sabemos lo que están haciendo. No nos dicen que están peleando porque no quieren que nos preocupemos".
Para Mariam, los días de incertidumbre terminaron cuando se enteró esta semana que sus hijos habían sobrevivido la ofensiva de Faluya, que escaparon de la ciudad al cuarto día del asalto y que llegaron a Bagdad a través de caminos en el desierto.
Con los norteamericanos bombardeando las casas y mezquitas donde han buscado refugio los insurgentes, su opinión sobre la situación es directa: Sus hijos están protegiendo la tierra y propiedades de la familia; las tropas norteamericanas e iraquíes tienen la intención de destruirlas.
De los iraquíes que luchan junto a los norteamericanos, Mariam dice que son los más indignos de todos. "El guardia nacional es como un norteamericano -o quizás peor que un norteamericano, porque traiciona a sus hermanos iraquíes", dijo.
Su hija Esra, 26, asiente vigorosamente. "Quieren dinero y éxito", dijo. "Nuestros hombres hacen la guerra santa".
Mariam ya sabe dónde serán enterrados sus hijos -en el cementerio de los mártires en una cancha de fútbol de Faluya. Pero los días de duelo serán parecidos a los de otros combatientes de Faluya. Será una celebración.
"Se sirven refrescos en lugar de café, e incluso hacemos música y tocamos los tambores", dijo. "El hijo de mi vecino fue matado por los norteamericanos y su hija repartió caramelos -como en una boda".
Para Athra, la madre del guardia, la idea de celebrar la muerte de su hijo es inimaginable. Dice que su pesadilla la hace despertar sobresaltada de tanto en tanto, temblando y llena de sudor, y llorando.
Madre de dos hijos y dos hijas, Athra rogó a su hijo Haider, de 19, que no se metiera a la guardia nacional, pero él quería ganar dinero y la paga era buena: 350 dólares al mes.
"Fue el único trabajo que pudo encontrar -trató muchas veces de encontrar trabajo", dijo, hablando en casa de una prima porque tiene miedo de hablar sobre el trabajo de su hijo en su propia casa.
"Cuando me dijo que se haría guardia", dijo Athra, 38, "supe que sería su muerte". Desde septiembre, cuando Haider se unió a la guardia, ella ha vivido furtivamente, temerosa de que se conozca el empleo de su hijo.
"Ni siquiera se lo he contado a sus familiares", dijo. "Ni sus hermanas pequeñas ni sus hermanos lo saben. Tengo miedo de que ellos lo puedan contar a los vecinos. Tengo miedo de los espías". La prima en cuya casa hablamos es una excepción, y Athra confía en ella sólo porque la conoce desde su niñez.
La vecina es de Faluya -un lugar tenebroso para Athra, una musulmana chií que cubre su ropa con una abaya negra y su cabello con un pañuelo negro. Faluya es casi completamente sunní, y en estos días los chiíes que se aventuran por allá lo hacen por riesgo propio.
"Su hermano vive en Alemania y se fanfarronea de que le envía dinero a los combatientes mujahedines. La mujer espera que su hijo muera, porque entonces será un mártir", dijo Athra. "No sé cómo puede haber gente tan mala.
"Ella dice que mi hijo es un cobarde porque no está luchando de lado de la gente de Faluya".
Haider nunca se pone el uniforme en el vecindario. Cuando termina su turno, vuelve a casa llevándolo en una bolsa. Aparte de su prima, Athra tiene sólo una amiga más con la que puede hablar sobre sus temores -una mujer cuyo hijo también es un guardia.
Como las madres de los mujahedines, nunca sabe dónde está su hijo. Por su propia protección, a los guardias no se les dice dónde cumplirán su turno.
"Tengo miedo de que llegue el día en que lo envíen a Faluya o a Ramadi", dijo.
La mera vista de guardias nacionales en Bagdad la hace llorar. Ve en cada uno de ellos a su propio hijo -vulnerables, despreciados, un blanco. Han habido líos, dos veces, en la calle de Haifa, en un vecindario preponderantemente sunní, y ha visto los uniformes vacíos de un guardia nacional colgando como si fuera un espantapájaros, como advertencia a los que se unen a la guardia.
Colgando cerca había una bandera negra de Jamaat al Tawhid wal Jihad, un grupo militante que ha encabezado la resistencia de Faluya y asumido responsabilidad de muchos de los brutales atentados, incluyendo decapitaciones.
Ahora el hijo de Athra está en casa para el festivo musulmán de Eid al-Fitr, que terminó el lunes pasado. Pero es poco consuelo. "Incluso cuando está aquí llevo mi dolor dentro, porque sé que pronto volverá a partir", dijo.
La persigue el regalo que le hizo su hijo, a ella y su marido, antes de salir para su primera jornada: un álbum fotográfico. En el centro está su retrato en su uniforme de guardia nacional, y a cada lado una pequeña fotografía de cada uno de sus padres. Es el estilo que se usa en los funerales. "Creo que lo hizo porque sabe que va a morir", dijo.
Esos temores también los conocen las madres de los mujahedines. Debajo de su postura desafiante, Mariam también tiene un temblor en la voz. Mira furtivamente la televisión que muestra imágenes de tanques norteamericanos disparando contra casas de Faluya. Confiesa que se consuela a sí misma rezando una y otra vez una de las primeras oraciones que enseñó a sus hijos cuando eran niños: "Me confío a las manos de Dios".
Mariam llama a sus hijos a menudo -como lo hizo hasta que empezara el asalto de Faluya y ya no pudo localizarlos- y la dicen que todavía dicen sus oraciones. "Me gusta pensar que están rezando ahora", dice.
16 de noviembre de 2004
22 de noviembre de 2004
©los angeles times
©traducción mQh
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Su hijo mayor, Haider, se aparece ante ella. Lleva su uniforme marrón de la guardia nacional iraquí, y tiene las manos atadas por la espalda. Se pasea en un oscuro cuarto que parece una celda. Tiene la boca abierta. Está gritando, pero de su boca no sale ningún sonido.
Haider está vivo y libre, pero Athra cree que su pesadilla es una premonición de su futuro. Ella ha visto los videos de soldados iraquíes capturados, que los insurgentes publican en la red. Los primeros videos, mostrados repetidas veces por televisión, los muestra normalmente rogando por sus vidas. A menudo, unos días más tarde, un segundo video muestra cómo los matan a balazos o decapitan.
En un área aledaña a Bagdad, Mariam, 45, nativa de Faluya, se ha refugiado en un hospital abandonado después de huir, hace dos semanas, antes del inminente ataque norteamericano de su ciudad natal. Sus hijos matarían a Haider si lo conocieran.
Los tres hijos mayores de Mariam son reclutas de la resistencia de Faluya, vecinos de la ciudad que se unieron a los rebeldes. Ella no duda acerca de su intención de matar tropas de seguridad del gobierno.
"Se ha emitido una fatwa para decapitar a todo guardia nacional que entre a Faluya y sea capturado", dijo Mariam, que, como Athra, pidió que no se revelara su nombre completo por miedo a comprometer la seguridad de sus hijos. "Los consideramos traidores".
Este es el frente ahora dominante en la de guerra de Iraq. Más allá de las líneas sectarias o étnicas explícitas, la división está entre los iraquíes que luchan por el gobierno interino y los que luchan contra él.
De momento los resultados de esta batalla de iraquí contra iraquí han estado inclinados, con los insurgentes montando brutales ataques contra los que llevan el uniforme de las fuerzas de gobierno y que, a diferencia de las tropas norteamericanas, no están tan bien armados ni adiestrados como los guerrilleros. En la semana pasada solamente murieron 40 de ellos. Y en un solo incidentes a fines de octubre, 49 reclutas de la guardia nacional fueron ejecutados tras ser emboscados.
La manera en que las dos madres ven la vida de sus hijos -y sus muertes potenciales- hablan libros.
Para madre del guardia, que aspiraba a que sus hijos llevaran vidas tranquilas, cada día que pasa es un día de angustia.
Para la madre de los mujahedines, inspirada por una combinación de fe religiosa y justa indignación por la presencia militar norteamericana, la muerte significa gloria.
Aunque ella es ahora una refugiada y sus posesiones las guarda en unas gastadas bolsas de plástico que cuelgan de un clavo en la pared, Mariam es una matriarca por donde se la mire, orgullosa de sus hijos, quizás más orgullosa de los tres -todos en la veintena- que se quedaron en Faluya para luchar contra los "infieles".
"Todavía están allá, protegiendo la ciudad", dijo, ajustándose su hijab de color crema.
Estaba sentada con las piernas cruzadas en el desnudo piso del hospital, rodeada por sus dos hijos más jóvenes, sus tres hijas y algunos de sus nietos.
Para la madre musulmana sunní, los mujahedines son amigos y protectores y ella no cuestiona la elección de sus enemigos. El primer ministro iraquí interino "Iyad Allawi dijo que los mujahedines están usando a los civiles como escudos humanos", dijo. "Son mentiras. Fueron los mujahedines los que nos ayudaron a salir de Faluya; ellos nos metieron a un coche".
Mariam dice que no está preocupada por la vida de sus hijos. "Incluso si mueren, son mártires, y sabemos que estarán en el cielo", dijo. "Después de todo, tenemos que morir, pero si ellos mueren ahora, habrán muerto por alguna razón".
Sus hijos no eran miembros de la resistencia sino hasta que estalló el abril pasado el escándalo de la prisión de Abu Ghraib. Las fotografías mostraban a tropas norteamericanas torturando a prisioneros iraquíes, obligándolos a simular actos sexuales y de otro modo humillantes en frente de sus compañeros.
"Se unieron a la resistencia después de ver las fotos de Abu Ghraib. ¿Cómo podemos tolerar eso?", dijo Mariam.
Sus hijos desaparecieron en las últimas semanas. No le dicen qué están haciendo exactamente. Incluso antes de que ella se viniera a Bagdad, se quedaban fuera de casa la mayor parte del día o de la noche.
"Durante un tiempo no les vimos mucho porque nuestros estaban custodiando las calles y buscando a espías", dijo. "Cuando los llamo, me dicen: No te preocupes, sólo estamos comiendo y durmiendo', pero sabemos lo que están haciendo. No nos dicen que están peleando porque no quieren que nos preocupemos".
Para Mariam, los días de incertidumbre terminaron cuando se enteró esta semana que sus hijos habían sobrevivido la ofensiva de Faluya, que escaparon de la ciudad al cuarto día del asalto y que llegaron a Bagdad a través de caminos en el desierto.
Con los norteamericanos bombardeando las casas y mezquitas donde han buscado refugio los insurgentes, su opinión sobre la situación es directa: Sus hijos están protegiendo la tierra y propiedades de la familia; las tropas norteamericanas e iraquíes tienen la intención de destruirlas.
De los iraquíes que luchan junto a los norteamericanos, Mariam dice que son los más indignos de todos. "El guardia nacional es como un norteamericano -o quizás peor que un norteamericano, porque traiciona a sus hermanos iraquíes", dijo.
Su hija Esra, 26, asiente vigorosamente. "Quieren dinero y éxito", dijo. "Nuestros hombres hacen la guerra santa".
Mariam ya sabe dónde serán enterrados sus hijos -en el cementerio de los mártires en una cancha de fútbol de Faluya. Pero los días de duelo serán parecidos a los de otros combatientes de Faluya. Será una celebración.
"Se sirven refrescos en lugar de café, e incluso hacemos música y tocamos los tambores", dijo. "El hijo de mi vecino fue matado por los norteamericanos y su hija repartió caramelos -como en una boda".
Para Athra, la madre del guardia, la idea de celebrar la muerte de su hijo es inimaginable. Dice que su pesadilla la hace despertar sobresaltada de tanto en tanto, temblando y llena de sudor, y llorando.
Madre de dos hijos y dos hijas, Athra rogó a su hijo Haider, de 19, que no se metiera a la guardia nacional, pero él quería ganar dinero y la paga era buena: 350 dólares al mes.
"Fue el único trabajo que pudo encontrar -trató muchas veces de encontrar trabajo", dijo, hablando en casa de una prima porque tiene miedo de hablar sobre el trabajo de su hijo en su propia casa.
"Cuando me dijo que se haría guardia", dijo Athra, 38, "supe que sería su muerte". Desde septiembre, cuando Haider se unió a la guardia, ella ha vivido furtivamente, temerosa de que se conozca el empleo de su hijo.
"Ni siquiera se lo he contado a sus familiares", dijo. "Ni sus hermanas pequeñas ni sus hermanos lo saben. Tengo miedo de que ellos lo puedan contar a los vecinos. Tengo miedo de los espías". La prima en cuya casa hablamos es una excepción, y Athra confía en ella sólo porque la conoce desde su niñez.
La vecina es de Faluya -un lugar tenebroso para Athra, una musulmana chií que cubre su ropa con una abaya negra y su cabello con un pañuelo negro. Faluya es casi completamente sunní, y en estos días los chiíes que se aventuran por allá lo hacen por riesgo propio.
"Su hermano vive en Alemania y se fanfarronea de que le envía dinero a los combatientes mujahedines. La mujer espera que su hijo muera, porque entonces será un mártir", dijo Athra. "No sé cómo puede haber gente tan mala.
"Ella dice que mi hijo es un cobarde porque no está luchando de lado de la gente de Faluya".
Haider nunca se pone el uniforme en el vecindario. Cuando termina su turno, vuelve a casa llevándolo en una bolsa. Aparte de su prima, Athra tiene sólo una amiga más con la que puede hablar sobre sus temores -una mujer cuyo hijo también es un guardia.
Como las madres de los mujahedines, nunca sabe dónde está su hijo. Por su propia protección, a los guardias no se les dice dónde cumplirán su turno.
"Tengo miedo de que llegue el día en que lo envíen a Faluya o a Ramadi", dijo.
La mera vista de guardias nacionales en Bagdad la hace llorar. Ve en cada uno de ellos a su propio hijo -vulnerables, despreciados, un blanco. Han habido líos, dos veces, en la calle de Haifa, en un vecindario preponderantemente sunní, y ha visto los uniformes vacíos de un guardia nacional colgando como si fuera un espantapájaros, como advertencia a los que se unen a la guardia.
Colgando cerca había una bandera negra de Jamaat al Tawhid wal Jihad, un grupo militante que ha encabezado la resistencia de Faluya y asumido responsabilidad de muchos de los brutales atentados, incluyendo decapitaciones.
Ahora el hijo de Athra está en casa para el festivo musulmán de Eid al-Fitr, que terminó el lunes pasado. Pero es poco consuelo. "Incluso cuando está aquí llevo mi dolor dentro, porque sé que pronto volverá a partir", dijo.
La persigue el regalo que le hizo su hijo, a ella y su marido, antes de salir para su primera jornada: un álbum fotográfico. En el centro está su retrato en su uniforme de guardia nacional, y a cada lado una pequeña fotografía de cada uno de sus padres. Es el estilo que se usa en los funerales. "Creo que lo hizo porque sabe que va a morir", dijo.
Esos temores también los conocen las madres de los mujahedines. Debajo de su postura desafiante, Mariam también tiene un temblor en la voz. Mira furtivamente la televisión que muestra imágenes de tanques norteamericanos disparando contra casas de Faluya. Confiesa que se consuela a sí misma rezando una y otra vez una de las primeras oraciones que enseñó a sus hijos cuando eran niños: "Me confío a las manos de Dios".
Mariam llama a sus hijos a menudo -como lo hizo hasta que empezara el asalto de Faluya y ya no pudo localizarlos- y la dicen que todavía dicen sus oraciones. "Me gusta pensar que están rezando ahora", dice.
16 de noviembre de 2004
22 de noviembre de 2004
©los angeles times
©traducción mQh
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