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ana frank no será holandesa


[Sara Honig] Aquellos que universalizan superficialmente el sufrimiento judío sólo toleran el judaísmo marginalmente un poco más que los universalizadores que igualan a los judíos con el mal reencarnado.
De vez en cuando, nuestra inflexibilidad burocrática reinante y tecnicismos legales merecen incesantes alabanzas. Igual que el seco veredicto del ministerio de Justicia holandés de que la ciudadanía del país no puede concederse a un muerto.
Es nuestra señal para suspirar de alivio y dar gracias al sentido común, incluso si se encuentra en tinta roja. El estamento oficial holandés afirmó lo obvio en respuesta a una iniciativa imprudente de convertir a Anna Frank en ciudadana holandesa casi 60 años después de que un ciudadano holandés la traicionara, llevando a su deportación y muerte miserable en Bergen - Belsen - antes de su decimosexto cumpleaños.
El examen razonado de su empadronamiento póstumo consiste en el prodigio de incluirla en la lista ‘El Holandés más Grande'. Esta vana preocupación póstuma coincide con la conversión al por mayor de numerosas víctimas del Holocausto al movimiento mormón. Nadie les preguntó, y nunca supieron que se convertirían en Santos del Último Día tras morir.
El hecho es que durante su vida, nadie acordó convertir a Ana ni a su familia - refugiados judíos de Alemania - en ciudadanos holandeses. Aunque era residente en Ámsterdam, continuó formalmente careciendo de estado, algo emblemático de la súplica de judíos desarraigados similares a los que nadie quería y cuya entrada en la patria judía les fue prohibida por Gran Bretaña.
Ana sucumbió porque era judía, no por ser holandesa. El reto de convertirla en holandesa hoy no es un honor sino una profanación, un intento de oscurecer la razón por la que se llevaron su vida. Ella fue físicamente barrida por su identidad, y hoy llega la continuación del crimen de borrar su identidad así como el de borrarla de la memoria colectiva mundial.
No difiere en absoluto de la negación del Holocausto, incluso si sus invocadores holandeses de la piedad universal están convencidos de sus buenas intenciones. No obstante están rescribiendo la historia y vaciándola de sus rasgos judíos. Importa poco si los revisionistas son antisemitas o son del tipo que convierten el dolor judío en un vehículo con el que asegurarse el rápido perdón en nombre de las víctimas para torturadores sin escrúpulos, colaboradores usureros o espectadores indiferentes.
Aquellos que universalizan superficialmente el sufrimiento judío sólo toleran el judaísmo marginalmente un poco más que los universalizadores que igualan a los judíos con el mal reencarnado.
Los segundos no dicen que el judaísmo sea perverso, sólo dicen que o no cuenta para nada, o bien es confortablemente ‘marginal'. Por lo tanto, expanden perspectivas que homogenizan, sentimentalizan, y por encima de todo, falsifican.
Una entrada del 11 de abril de 1944 en el diario de Ana Frank reza: "Dios nunca abandonó a nuestro pueblo. A través de todas las épocas, hubo judíos. Durante todas las épocas sufrieron, pero también nos hicieron más fuertes".
Para cuando esta cita llegó a Broadway en 1955 se convirtió en: "No somos los únicos que hemos sufrido... A veces es una raza... Otras veces otra".
El relativismo de rigor trivializa la unicidad de la tragedia judía y convierte a Ana en un icono estilizado de comprensión mutua, cooperación internacional, y no violencia. Pero una sobredosis masiva de sacarina puede ser tan mortal como la estricnina, especialmente si la buena voluntad humana ha sido sintetizada para tolerar el odio a chorros de los que continúan hoy destruyendo a los judíos y a su estado.
En los aledaños de la casa holandesa de Ana Frank, una atracción turística de primera fila, resuenan los manifestantes que comparan a los israelíes con los nazis cantando: "Hamas, Hamas - todos los judíos al gas".
Holanda rebosa de pseudo moralidad necia y santificación a mares, que demoniza a Israel pero simpatiza con los terroristas árabes cuya raison d'etre es aniquilar a más niños judíos como Ana. De haber sobrevivido, le habrían apuntado a ella y a su descendencia. Habrían matado a Ana por ser judía - igual que los Nazis.
De haber sobrevivido y vuelto al Ámsterdam de posguerra, Anna no habría sido llevada en volandas como un símbolo del amor fraternal. Como otros judíos alemanes de nacimiento, habría sido internada junto con colaboradores nazis. Eso le habría esperado a la Ana holandesa.
Es conveniente para el holandés centrarse en los refugios de Ana pero evitar el énfasis en los holandeses que la traicionaron; en el hecho de que Holanda colaboró, cercó, saqueó, y transportó a judíos como Ana hasta su muerte; que su nación contribuyó con el mayor porcentaje de voluntarios de la Waffen SS de toda Europa Occidental; que de todos los países occidentales ocupados, el mayor porcentaje de judíos exterminados en el Holocausto corresponde a Holanda, y que los holandeses no dispensaron precisamente una bienvenida cálida a los escasos supervivientes del horror desnudo.
Pueden permitirse santificarla e iconizarla porque no volvió.
Eso hace posible convertir a una niña precoz, imaginativa, normalmente hedonista y cambiante en un mártir, marca de fábrica de su coraje. Les permite reclamarla como propia.
Pero Ana sabía quién era ella y quién no era. Ese mismo 11 de abril escribe: "Si soportamos todo este sufrimiento y quedan judíos cuando esta guerra acabe… ya no podemos convertirnos nunca en holandeses o ingleses, o de cualquier otra nación. Siempre seremos judíos. Debemos seguir siendo judíos. Queremos seguir siendo judíos".

©Jerusalem Post/El Reloj
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