sombrías realidades de iraq
Muchas de las quejas de la resistencia sunní son legítimas. Posponer las elecciones podría dar oportunidad a tomarlas en serio y más adelante lograr la participación sunní en un proceso electoral. Es lo que propone un editorial del New York Times.
Esta semana ha sido devastadora en Iraq y apenas es miércoles.
Ayer, a la hora del almuerzo, una explosión destrozó un comedor en un base militar estadounidense cerca de Mosul, matando al menos a 14 personas e hiriendo a 57. El día anterior el presidente Bush finalmente reconoció que muchos de los más de 100.000 reclutas iraquíes con los que contaba Washington para hacerse cargo de tareas de seguridad mínimas estaban lejos de estar preparados para ello. Y el domingo, atentados con coche-bombas mataron a más de 60 personas en las ciudades sagradas chiíes de Nayaf y Karbala, mientras en Bagdad, unos asesinos enmascarados sacaron a plena luz del día a tres funcionarios de la junta electoral de sus coches y los ejecutaron ahí mismo.
Esto no es solamente caos pre-electoral. Es una cruda evidencia de que con unas cruciales elecciones a menos de seis semanas, los esfuerzos de Estados Unidos por instalar un nuevo gobierno iraquí que represente a los principales grupos de la población y capaz de defenderse a sí mismo y sus ciudadanos tienen todavía un largo camino por delante. Unos 21 meses después de la invasión norteamericana, las fuerzas militares estadounidense siguen esencialmente solas en la lucha contra una creciente resistencia, sin una perspectiva clara o definitiva de éxito en el futuro previsible.
Aparte de Gran Bretaña, Washington no tienen aliados militares internacionales importantes, y no cuenta con un apoyo militar iraquí significativo. Las elecciones que parecieron al principio que entregarían un gobierno con legitimidad nacional, amenazan cada vez más con intensificar las divisiones entre los grupos que se espera que participen en ellas con entusiasmo -los chiíes y los kurdos- y una comunidad sunní enajenada y resentida, que en este momento parece probable que se mantenga distante.
Todavía puede haber tiempo para que Washington tratar de salvar las elecciones, pero eso requerirá prestar una atención mucho más seria a las legítimas quejas sunníes y mostrar una disposición a aplazar las elecciones por varios meses, si eso proporciona una oportunidad razonable de concitar una mayor participación sunní. De momento, Bush se ha resistido enérgicamente a esa posibilidad. A medida que pasan las semanas sin progresos claros, las esperanzas de una solución decente se hacen cada vez más difíciles de mantener.
De momento, el único progreso reside en la disposición del re-elegido presidente Bush a enfrentar algunas duras verdades:
Una de ellas tiene que ver con las fuerzas de seguridad iraquíes, que han sido presentadas siempre como una clave para la retirada norteamericana. Durante más de un año, el ministro de Defensa Donald H. Rumsfeld y otros funcionarios del Pentágono han estado afirmando decenas de miles de iraquíes estaban siendo adiestrados para hacerse cargo de los deberes de seguridad en la primera línea, permitiendo a las fueras norteamericanas primero retirarse de las principales ciudades y, en una fase posterior, volver a casa. La semana pasada, en un encuentro con dos de los principales jefes militares norteamericanos responsables de Iraq, Bush recibió una franca evaluación de la capacidad de combate real de esos adiestrados iraquíes, que ahora oficialmente llegan a los 114.000 reclutas. Bush fue admirablemente franco acerca de esto en la rueda de prensa del lunes, observando que mientras se había adiestrado a unos pocos buenos generales y unos buenos reclutas, "todavía no existe la estructura de comando necesaria para tener fuerzas militares viables".
Nos complace que Bush reconozca esta aleccionadora realidad, pero todavía estamos esperando que nos explique quién ocupará el lugar de esos iraquíes todavía no preparados para el combate, y por cuánto tiempo. Dado la escasez de otros países dispuestos a levantar la mano como voluntarios, la única respuesta será más tropas norteamericanas y no solamente por esta primavera, como se había planeado. Desde los primeros días de la ocupación, las tropas norteamericanas han sido muy ligeras en el terreno en Iraq, permitiendo el saqueo y sabotaje que pronto se transformó en resistencia y tomó una costosa delantera.
Y enfrentarse a la necesidad de una presencia militar norteamericana ampliada significa más que una simple reorganización de los despliegues. Si más tropas en Iraq no se van a traducir en un Ejército, Marina y Guardia Nacional peligrosamente exhaustos y estirados, esas tropas deben ser ampliadas a través de un mayor reclutamiento. Eso significa gastar más en la parte menos atractiva del presupuesto militar, salarios para el personal básico, y menos en los caros nuevos sistemas de armamentos.
Otra dura realidad que debe ser tratada derechamente es la perspectiva de las elecciones iraquíes. Se suponía que las elecciones del 30 de enero serían el preludio de un gobierno nacional legítimo y de una asamblea ampliamente representativa para redactar una Constitución aceptable para todos los segmentos de la fragmentada población iraquí -seculares y religiosos, chiíes y sunníes, árabes y kurdos. Pero ahora las cosas parecen encaminarse hacia unos resultados pésimamente distorsionados. El entusiasmo y la participación son altos entre chiíes y kurdos, que sufrieron enormemente durante el gobierno minoritario sunní y ahora están ansiosos por gobernar. Pero en las áreas de predominio sunní, incluyendo Mosul, partes de Bagdad y la mayor parte de central y oeste de Iraq, hay una profunda y creciente alienación que amenaza con reducir la participación electoral y proporcionar una enorme reserva de apoyo para la resistencia. Sin un nivel aceptable de participación en todo Iraq, las elecciones no producirán un gobierno legítimo capaz de sostenerse a sí mismo, terminando con la resistencia y sobreviviendo sin la presencia indefinida de grandes cantidades de tropas norteamericanas.
La oportunidad del asalto militar contra Faluya del mes pasado descansaba en parte en el argumento de que los sunníes de Iraq querían realmente participar en las elecciones, pero estaban siendo frenadas por la intimidación de los insurgentes. Las causas de la enajenación sunní del actual proceso político son en realidad mucho más profundas, y afectan a grandes cantidades de personas de las que no se puede decir que sean partidarios de Al Qaeda, fundamentalistas islámicos o declarados seguidores de Saddam Hussein. Un sentimiento más amplio se ha apoderado de que los sunníes no tienen ningún futuro político, profesional o personal en un nuevo Iraq que sea modelado por Washington y sus aliados chiíes y kurdos.
Este sentimiento surgió de errores norteamericanos anteriores, como el despido masivo del viejo ejército nacional iraquí, dirigido por sunníes, y la completa exclusión de posiciones de gobierno de incluso los antiguos cuadros baazistas de nivel medio durante los primeros meses de la ocupación. Alimentó el continuado fracaso en convencer a los políticos nacionalistas sunníes auténticos de que tendrían una voz apropiada en el gobierno interino y en la preparación de las elecciones. Otro nivel de resentimiento se agregó con la destrucción física de las casas, trabajos e infraestructura provocada por las campañas anti-insurgentes de los norteamericanos en ciudades sunníes densamente pobladas, como Faluya. Una coalición de líderes políticos sunníes dirigida por Adnan Pachachi, un respetado moderado, ha llamado repetidas veces a posponer por varios meses las elecciones de enero para lograr una participación sunní más amplia. Sus peticiones deben ser tomadas en serio, no echadas a un lado como lo han sido hasta ahora por Bagdad y Washington.
Dejar a los sunníes de Iraq con ese ánimo sombrío y resentido socavará la creación de un Iraq nuevo y estable y envenenará las relaciones con el resto del mundo árabe, donde predominan los sunníes. El primer ministro interino de Iraq, Ayad Allawi, debe de algún modo reconocer todo esto. En lugar de apoyarlo en su locura, el gobierno de Bush debe estimularlo activamente a que lo piense de nuevo. Si posponer la fecha de las elecciones puede asegurar una participación sunní más adecuada, postergarlas es algo que conviene a todo el mundo.
22 de diciembre de 2004
©new york times
©traducción mQh
Ayer, a la hora del almuerzo, una explosión destrozó un comedor en un base militar estadounidense cerca de Mosul, matando al menos a 14 personas e hiriendo a 57. El día anterior el presidente Bush finalmente reconoció que muchos de los más de 100.000 reclutas iraquíes con los que contaba Washington para hacerse cargo de tareas de seguridad mínimas estaban lejos de estar preparados para ello. Y el domingo, atentados con coche-bombas mataron a más de 60 personas en las ciudades sagradas chiíes de Nayaf y Karbala, mientras en Bagdad, unos asesinos enmascarados sacaron a plena luz del día a tres funcionarios de la junta electoral de sus coches y los ejecutaron ahí mismo.
Esto no es solamente caos pre-electoral. Es una cruda evidencia de que con unas cruciales elecciones a menos de seis semanas, los esfuerzos de Estados Unidos por instalar un nuevo gobierno iraquí que represente a los principales grupos de la población y capaz de defenderse a sí mismo y sus ciudadanos tienen todavía un largo camino por delante. Unos 21 meses después de la invasión norteamericana, las fuerzas militares estadounidense siguen esencialmente solas en la lucha contra una creciente resistencia, sin una perspectiva clara o definitiva de éxito en el futuro previsible.
Aparte de Gran Bretaña, Washington no tienen aliados militares internacionales importantes, y no cuenta con un apoyo militar iraquí significativo. Las elecciones que parecieron al principio que entregarían un gobierno con legitimidad nacional, amenazan cada vez más con intensificar las divisiones entre los grupos que se espera que participen en ellas con entusiasmo -los chiíes y los kurdos- y una comunidad sunní enajenada y resentida, que en este momento parece probable que se mantenga distante.
Todavía puede haber tiempo para que Washington tratar de salvar las elecciones, pero eso requerirá prestar una atención mucho más seria a las legítimas quejas sunníes y mostrar una disposición a aplazar las elecciones por varios meses, si eso proporciona una oportunidad razonable de concitar una mayor participación sunní. De momento, Bush se ha resistido enérgicamente a esa posibilidad. A medida que pasan las semanas sin progresos claros, las esperanzas de una solución decente se hacen cada vez más difíciles de mantener.
De momento, el único progreso reside en la disposición del re-elegido presidente Bush a enfrentar algunas duras verdades:
Una de ellas tiene que ver con las fuerzas de seguridad iraquíes, que han sido presentadas siempre como una clave para la retirada norteamericana. Durante más de un año, el ministro de Defensa Donald H. Rumsfeld y otros funcionarios del Pentágono han estado afirmando decenas de miles de iraquíes estaban siendo adiestrados para hacerse cargo de los deberes de seguridad en la primera línea, permitiendo a las fueras norteamericanas primero retirarse de las principales ciudades y, en una fase posterior, volver a casa. La semana pasada, en un encuentro con dos de los principales jefes militares norteamericanos responsables de Iraq, Bush recibió una franca evaluación de la capacidad de combate real de esos adiestrados iraquíes, que ahora oficialmente llegan a los 114.000 reclutas. Bush fue admirablemente franco acerca de esto en la rueda de prensa del lunes, observando que mientras se había adiestrado a unos pocos buenos generales y unos buenos reclutas, "todavía no existe la estructura de comando necesaria para tener fuerzas militares viables".
Nos complace que Bush reconozca esta aleccionadora realidad, pero todavía estamos esperando que nos explique quién ocupará el lugar de esos iraquíes todavía no preparados para el combate, y por cuánto tiempo. Dado la escasez de otros países dispuestos a levantar la mano como voluntarios, la única respuesta será más tropas norteamericanas y no solamente por esta primavera, como se había planeado. Desde los primeros días de la ocupación, las tropas norteamericanas han sido muy ligeras en el terreno en Iraq, permitiendo el saqueo y sabotaje que pronto se transformó en resistencia y tomó una costosa delantera.
Y enfrentarse a la necesidad de una presencia militar norteamericana ampliada significa más que una simple reorganización de los despliegues. Si más tropas en Iraq no se van a traducir en un Ejército, Marina y Guardia Nacional peligrosamente exhaustos y estirados, esas tropas deben ser ampliadas a través de un mayor reclutamiento. Eso significa gastar más en la parte menos atractiva del presupuesto militar, salarios para el personal básico, y menos en los caros nuevos sistemas de armamentos.
Otra dura realidad que debe ser tratada derechamente es la perspectiva de las elecciones iraquíes. Se suponía que las elecciones del 30 de enero serían el preludio de un gobierno nacional legítimo y de una asamblea ampliamente representativa para redactar una Constitución aceptable para todos los segmentos de la fragmentada población iraquí -seculares y religiosos, chiíes y sunníes, árabes y kurdos. Pero ahora las cosas parecen encaminarse hacia unos resultados pésimamente distorsionados. El entusiasmo y la participación son altos entre chiíes y kurdos, que sufrieron enormemente durante el gobierno minoritario sunní y ahora están ansiosos por gobernar. Pero en las áreas de predominio sunní, incluyendo Mosul, partes de Bagdad y la mayor parte de central y oeste de Iraq, hay una profunda y creciente alienación que amenaza con reducir la participación electoral y proporcionar una enorme reserva de apoyo para la resistencia. Sin un nivel aceptable de participación en todo Iraq, las elecciones no producirán un gobierno legítimo capaz de sostenerse a sí mismo, terminando con la resistencia y sobreviviendo sin la presencia indefinida de grandes cantidades de tropas norteamericanas.
La oportunidad del asalto militar contra Faluya del mes pasado descansaba en parte en el argumento de que los sunníes de Iraq querían realmente participar en las elecciones, pero estaban siendo frenadas por la intimidación de los insurgentes. Las causas de la enajenación sunní del actual proceso político son en realidad mucho más profundas, y afectan a grandes cantidades de personas de las que no se puede decir que sean partidarios de Al Qaeda, fundamentalistas islámicos o declarados seguidores de Saddam Hussein. Un sentimiento más amplio se ha apoderado de que los sunníes no tienen ningún futuro político, profesional o personal en un nuevo Iraq que sea modelado por Washington y sus aliados chiíes y kurdos.
Este sentimiento surgió de errores norteamericanos anteriores, como el despido masivo del viejo ejército nacional iraquí, dirigido por sunníes, y la completa exclusión de posiciones de gobierno de incluso los antiguos cuadros baazistas de nivel medio durante los primeros meses de la ocupación. Alimentó el continuado fracaso en convencer a los políticos nacionalistas sunníes auténticos de que tendrían una voz apropiada en el gobierno interino y en la preparación de las elecciones. Otro nivel de resentimiento se agregó con la destrucción física de las casas, trabajos e infraestructura provocada por las campañas anti-insurgentes de los norteamericanos en ciudades sunníes densamente pobladas, como Faluya. Una coalición de líderes políticos sunníes dirigida por Adnan Pachachi, un respetado moderado, ha llamado repetidas veces a posponer por varios meses las elecciones de enero para lograr una participación sunní más amplia. Sus peticiones deben ser tomadas en serio, no echadas a un lado como lo han sido hasta ahora por Bagdad y Washington.
Dejar a los sunníes de Iraq con ese ánimo sombrío y resentido socavará la creación de un Iraq nuevo y estable y envenenará las relaciones con el resto del mundo árabe, donde predominan los sunníes. El primer ministro interino de Iraq, Ayad Allawi, debe de algún modo reconocer todo esto. En lugar de apoyarlo en su locura, el gobierno de Bush debe estimularlo activamente a que lo piense de nuevo. Si posponer la fecha de las elecciones puede asegurar una participación sunní más adecuada, postergarlas es algo que conviene a todo el mundo.
22 de diciembre de 2004
©new york times
©traducción mQh
0 comentarios