chicos iraníes buscan escape
[Megan K. Stack] Sienten repugnancia por el gobierno teocrático y algunos jóvenes se vuelcan a las drogas o al suicidio, a la música o a las montañas.
Teherán, Irán. Tienen las mejillas quemadas por la amenaza de nieve, pero las hermanas no tenían dónde ir. Se habían cubierto la cara con maquillaje y pintado las cejas hasta que no pudieron ni pestañear, caras llamativas para contrarrestar los vaqueros pardos y los abrigos negros. Esta tarde, tenían el ánimo tan bajo como las nubes que se amontonaban en las montañas.
"Este país es guarro", dijo Mansureh, una joven de 23 años que se ocupa del teléfono en un bufete de abogados porque no fue aceptada en la universidad. "Este régimen no le gusta a nadie, especialmente a la juventud. Hay tantas restricciones que no se puede hacer nada".
Era el viernes por la tarde, la hora de las oraciones en la República Islámica, pero las hermanas y cientos de otros jóvenes iraníes prefirieron marcharse a las montañas en las afueras de Teherán. Multitudes de veinteañeros inundaron los pedregosos senderos como si se encaminaran hacia algún lugar en particular -un concierto o una manifestación. Pero arriba no había nada; simplemente están subiendo para escapar de los neblinosos laberintos urbanos.
Las montañas estaban vivas de hormonas y potencial sin rumbo. Olvidemos las túnicas negras y las barbas; esos jóvenes iraníes vestían como si vinieran saliendo de una pataleta, con zapatillas descoloridas y gafas de aviador pinchadas arriba en sus cabezas. Caminaban arrastrando los pies, con los ojos vidriosos y fumando cigarrillos. Muchos de ellos parecían estar colocados. Chicos y chicas caminaban tomados de la mano. La luz del invierno pasaba por entre árboles mortecinos. El ánimo era nihilista.
"Creo que el gobierno quiere que la juventud use drogas, para que se mantengan tranquilos", dijo la hermana de Mansureh, una chica de 17 años en la escuela secundaria que sólo dio su nombre de pila, Mona. "Ellos dicen que es un problema, pero son ellos los que lo están importando".
Mientras su gobierno se pone en guardia contra el Occidente y vagos rumores de una intervención extranjera se difunden por la calle, la juventud de Teherán pasa el tiempo como en un sueño, pasando caprichosamente de la cultura pop a las tradiciones persas, buscando a tientas su lugar en el mundo. Conversaciones con docenas de jóvenes adultos en Teherán entregan una imagen de una generación perdida, descontenta y marcada por la ansiedad.
"Me gustaría empezar una nueva vida", dijo Mansureh, sus palabras colgando sobre el vapor de un té. "En otro lugar".
Como otros muchos iraníes, las dos hermanas están enfadadas con el estricto gobierno islamita, pero se deslizan en la letargia cuando se trata de política.
La noche anterior las habían echado de un centro comercial por una patrulla de moral del gobierno. Los choques con la policía son habituales; las dos dicen que llevan dinero en el bolsillo evitar -con sobornos- tener problemas. Sus amigos se han volcado a las drogas, o se han suicidado.
Hace 25 años, la furiosa juventud de Irán hizo una revolución en nombre del islam y del anti-imperialismo. Pero esos estudiantes crecieron y su celo se desvaneció a medida que se transformaban en canosos burócratas. Los hijos que tuvieron en masa respondiendo al afiebrado llamado de los clérigos, han heredado un legado de desempleo de dos dígitos, una general drogadicción y una devastadora desilusión religiosa.
"No hay trabajo para nosotros", dijo Rahim Keab, un soldado de 21 años en un sucio abrigo kaki que cruzaba un parque de la ciudad bajo un gélido cielo invernal. Él y otros cuatro amigos llegaron a la capital hace algunos meses desde una aldea campesina en el suroeste. Ahora están languideciendo. Keab no sabe qué hará cuando termine su servicio militar.
"Los jóvenes se quieren casar, pero antes tienen que encontrar trabajo", dijo Keab. "Así que algunos empiezan a fumar opio, y se enganchan. El gobierno no hace lo suficiente para nosotros".
Esta juvenil y apática masa es sin embargo una fuerza poderosa y no descubierta. Tres cuartos de la población del país tiene menos de 35 años. Son suficientes para modelar un opción; en un sistema verdaderamente representativo, decidirían quién gobierna.
Pero se cree que pocos jóvenes irán a las urnas en las elecciones presidenciales de la próxima primavera. Está el estupor de la impotencia, y la amenaza de boicot de algunos reformistas. Dicen que esquivarán las elecciones otra vez si se prohíbe que se presenten candidatos reformistas, como lo hicieron en las elecciones parlamentarias de este año.
"Cuando yo era joven, éramos revolucionarios y estábamos dispuestos a pagar el precio", dijo Hamid Reza Jalaipour, un sociólogo de 46 años y antiguo activista estudiantil que ahora dirige diarios reformistas. "Ahora la juventud no quiere pagar. Prefieren despolitizarse y los conservadores están muy contentos con eso. Lo que quieren son masas pasivas".
Incluso el legendario movimiento estudiantil de la República Islámica ha guardado silencio. Fueron los estudiantes lo que llevaron al poder al presidente Mohammad Khatami en 1997, embriagados con sus promesas de reforma y progreso. Pero Khatami resultó ser débil, y las reformas no llegaron nunca.
Así que los estudiantes perdieron la paciencia. Pero cuando se echaron a la calle a manifestarse masivamente en 1999, fueron detenidos y torturados. Poco a poco, el fuego se extinguió en los campus universitarios.
"Nuestro lenguaje era más osado", dijo Majid Haji Babei, un estudiante doctoral de 31 años y jefe del la Oficina de Unidad Estudiantil. "Pero nos golpearon e incluso nos arrojaron por la ventana, nos reprimieron y muchos terminamos en la cárcel. Naturalmente, algunos estudiantes se sienten desilusionados y ahora el riesgo de meterse en política es más alto".
Muchos jóvenes iraníes anhelan una vida mejor en el extranjero, pero no pueden articular dónde ni cómo. Resienten a su propio gobierno, pero se quejan de que han sido injustamente estigmatizados por Occidente. Hablan como gente vaciada de política y religión.
"Todos creen en Dios, pero ahora hay una enorme brecha entre nosotros y Dios", dijo Majod Ghanbari, un aficionado del cine de 28 años, entusiasta de la música y descontento empresario con el pelo lacio y vaqueros arrugados. "El gobierno trata de obligar a que la gente se una, pero en lugar de eso nos separa más".
Su hermano asiente. "Antes de la revolución había verdaderos creyentes, pero no ahora", dijo Hamid Ghanbari, que con sus 25 años es tan viejo como la revolución. "Después de la Revolución Islámica ya no tenemos religión".
Majid Ghanbari es dueño de una videoteca, un improbable y ruidoso cubil de forajidos metido en la esquina de un centro comercial en las arenosas junglas urbanas en Teherán Oeste. Sus paredes están cubiertas con brillantes carteles de películas de contrabando y álbumes musicales. Promueve los números del pop norteamericano junto con filmes iraníes. Se agacha sobre su ordenador todo el día, copiando cedé tras cedé.
"Lo que quieras, lo tengo", dijo.
¿Tienes algo de Dj Maryam, la misteriosa cantante que manipula su voz en el ordenador de modo que suena como los graznidos de un robot -la mujer de la que se dice que estuvo en la cárcel en Irán porque está prohibido que las mujeres canten? Su identidad es secreta, pero sus álbumes están en todas partes.
Por supuesto que tiene ese álbum, se mofa Ghanbari. "¿No la has oído en los taxis?" Unos clicks en el ratón, el cursor danza sobre su monitor plano y la voz se derrama sobre el centro comercial.
Como con la mayoría de sus compañeros iraníes, los pensamientos de Ghanbari no tocan la política. Ha observado con disgusto cómo han resurgido los fundamentalistas e impuesto un poder nuevo y descarado.
El otro día todo un camión de agentes de la policía de la moralidad allanó el centro comercial y detuvo a las mujeres que no llevaban un "buen hijab" -es decir, mujeres que dejaban ver demasiado pelo. Hace ocho años que la gente no había visto este tipo de acoso abierto de parte de los fundamentalistas, se quejó Ghanbari. "Esas chicas eran nuestras clientes", dijo.
En estos tiempos inquietos, Ghanbari encuentra consuelo en la música pop y en las películas de contrabando. "Casi todo el mundo apoya a la izquierda, pero ellos no tienen ningún poder", dijo. "Cuando la izquierda no hace nada, la gente simplemente se olvida y agacha la cabeza".
Dos colegialas entraron a la tienda, vestidas al estilo hip-hop. Andaban buscando la última música ilegal iraní de Los Angeles, y no se decepcionaron. Como si las hubiera estado esperando, Ghanbari metió la mano debajo de la alfombrilla del ratón y les pasó un cedé.
Cuando las niñas volvieron a la muchedumbre, Ghanbari suspiró. ¿Cuánto tiempo, se preguntaba, pasaría antes de que volviera la policía y cerrara su tienda por vender cedés ilegales? Pasa cada tantos meses.
"Entonces me pongo nervioso y me siento mal. Cada vez que pienso: Debería hacer algo. Irme del país'. ¿Qué tipo de vida es esta?", dijo, sacudiendo la cabeza. "Pero entonces abro la tienda la día siguiente, y tengo mi trabajo, mi vida. Y soy iraní, amo a Irán. Así que me olvido hasta la próxima vez".
27 de diciembre de 2004
©los angeles times
©traducción mQh
"Este país es guarro", dijo Mansureh, una joven de 23 años que se ocupa del teléfono en un bufete de abogados porque no fue aceptada en la universidad. "Este régimen no le gusta a nadie, especialmente a la juventud. Hay tantas restricciones que no se puede hacer nada".
Era el viernes por la tarde, la hora de las oraciones en la República Islámica, pero las hermanas y cientos de otros jóvenes iraníes prefirieron marcharse a las montañas en las afueras de Teherán. Multitudes de veinteañeros inundaron los pedregosos senderos como si se encaminaran hacia algún lugar en particular -un concierto o una manifestación. Pero arriba no había nada; simplemente están subiendo para escapar de los neblinosos laberintos urbanos.
Las montañas estaban vivas de hormonas y potencial sin rumbo. Olvidemos las túnicas negras y las barbas; esos jóvenes iraníes vestían como si vinieran saliendo de una pataleta, con zapatillas descoloridas y gafas de aviador pinchadas arriba en sus cabezas. Caminaban arrastrando los pies, con los ojos vidriosos y fumando cigarrillos. Muchos de ellos parecían estar colocados. Chicos y chicas caminaban tomados de la mano. La luz del invierno pasaba por entre árboles mortecinos. El ánimo era nihilista.
"Creo que el gobierno quiere que la juventud use drogas, para que se mantengan tranquilos", dijo la hermana de Mansureh, una chica de 17 años en la escuela secundaria que sólo dio su nombre de pila, Mona. "Ellos dicen que es un problema, pero son ellos los que lo están importando".
Mientras su gobierno se pone en guardia contra el Occidente y vagos rumores de una intervención extranjera se difunden por la calle, la juventud de Teherán pasa el tiempo como en un sueño, pasando caprichosamente de la cultura pop a las tradiciones persas, buscando a tientas su lugar en el mundo. Conversaciones con docenas de jóvenes adultos en Teherán entregan una imagen de una generación perdida, descontenta y marcada por la ansiedad.
"Me gustaría empezar una nueva vida", dijo Mansureh, sus palabras colgando sobre el vapor de un té. "En otro lugar".
Como otros muchos iraníes, las dos hermanas están enfadadas con el estricto gobierno islamita, pero se deslizan en la letargia cuando se trata de política.
La noche anterior las habían echado de un centro comercial por una patrulla de moral del gobierno. Los choques con la policía son habituales; las dos dicen que llevan dinero en el bolsillo evitar -con sobornos- tener problemas. Sus amigos se han volcado a las drogas, o se han suicidado.
Hace 25 años, la furiosa juventud de Irán hizo una revolución en nombre del islam y del anti-imperialismo. Pero esos estudiantes crecieron y su celo se desvaneció a medida que se transformaban en canosos burócratas. Los hijos que tuvieron en masa respondiendo al afiebrado llamado de los clérigos, han heredado un legado de desempleo de dos dígitos, una general drogadicción y una devastadora desilusión religiosa.
"No hay trabajo para nosotros", dijo Rahim Keab, un soldado de 21 años en un sucio abrigo kaki que cruzaba un parque de la ciudad bajo un gélido cielo invernal. Él y otros cuatro amigos llegaron a la capital hace algunos meses desde una aldea campesina en el suroeste. Ahora están languideciendo. Keab no sabe qué hará cuando termine su servicio militar.
"Los jóvenes se quieren casar, pero antes tienen que encontrar trabajo", dijo Keab. "Así que algunos empiezan a fumar opio, y se enganchan. El gobierno no hace lo suficiente para nosotros".
Esta juvenil y apática masa es sin embargo una fuerza poderosa y no descubierta. Tres cuartos de la población del país tiene menos de 35 años. Son suficientes para modelar un opción; en un sistema verdaderamente representativo, decidirían quién gobierna.
Pero se cree que pocos jóvenes irán a las urnas en las elecciones presidenciales de la próxima primavera. Está el estupor de la impotencia, y la amenaza de boicot de algunos reformistas. Dicen que esquivarán las elecciones otra vez si se prohíbe que se presenten candidatos reformistas, como lo hicieron en las elecciones parlamentarias de este año.
"Cuando yo era joven, éramos revolucionarios y estábamos dispuestos a pagar el precio", dijo Hamid Reza Jalaipour, un sociólogo de 46 años y antiguo activista estudiantil que ahora dirige diarios reformistas. "Ahora la juventud no quiere pagar. Prefieren despolitizarse y los conservadores están muy contentos con eso. Lo que quieren son masas pasivas".
Incluso el legendario movimiento estudiantil de la República Islámica ha guardado silencio. Fueron los estudiantes lo que llevaron al poder al presidente Mohammad Khatami en 1997, embriagados con sus promesas de reforma y progreso. Pero Khatami resultó ser débil, y las reformas no llegaron nunca.
Así que los estudiantes perdieron la paciencia. Pero cuando se echaron a la calle a manifestarse masivamente en 1999, fueron detenidos y torturados. Poco a poco, el fuego se extinguió en los campus universitarios.
"Nuestro lenguaje era más osado", dijo Majid Haji Babei, un estudiante doctoral de 31 años y jefe del la Oficina de Unidad Estudiantil. "Pero nos golpearon e incluso nos arrojaron por la ventana, nos reprimieron y muchos terminamos en la cárcel. Naturalmente, algunos estudiantes se sienten desilusionados y ahora el riesgo de meterse en política es más alto".
Muchos jóvenes iraníes anhelan una vida mejor en el extranjero, pero no pueden articular dónde ni cómo. Resienten a su propio gobierno, pero se quejan de que han sido injustamente estigmatizados por Occidente. Hablan como gente vaciada de política y religión.
"Todos creen en Dios, pero ahora hay una enorme brecha entre nosotros y Dios", dijo Majod Ghanbari, un aficionado del cine de 28 años, entusiasta de la música y descontento empresario con el pelo lacio y vaqueros arrugados. "El gobierno trata de obligar a que la gente se una, pero en lugar de eso nos separa más".
Su hermano asiente. "Antes de la revolución había verdaderos creyentes, pero no ahora", dijo Hamid Ghanbari, que con sus 25 años es tan viejo como la revolución. "Después de la Revolución Islámica ya no tenemos religión".
Majid Ghanbari es dueño de una videoteca, un improbable y ruidoso cubil de forajidos metido en la esquina de un centro comercial en las arenosas junglas urbanas en Teherán Oeste. Sus paredes están cubiertas con brillantes carteles de películas de contrabando y álbumes musicales. Promueve los números del pop norteamericano junto con filmes iraníes. Se agacha sobre su ordenador todo el día, copiando cedé tras cedé.
"Lo que quieras, lo tengo", dijo.
¿Tienes algo de Dj Maryam, la misteriosa cantante que manipula su voz en el ordenador de modo que suena como los graznidos de un robot -la mujer de la que se dice que estuvo en la cárcel en Irán porque está prohibido que las mujeres canten? Su identidad es secreta, pero sus álbumes están en todas partes.
Por supuesto que tiene ese álbum, se mofa Ghanbari. "¿No la has oído en los taxis?" Unos clicks en el ratón, el cursor danza sobre su monitor plano y la voz se derrama sobre el centro comercial.
Como con la mayoría de sus compañeros iraníes, los pensamientos de Ghanbari no tocan la política. Ha observado con disgusto cómo han resurgido los fundamentalistas e impuesto un poder nuevo y descarado.
El otro día todo un camión de agentes de la policía de la moralidad allanó el centro comercial y detuvo a las mujeres que no llevaban un "buen hijab" -es decir, mujeres que dejaban ver demasiado pelo. Hace ocho años que la gente no había visto este tipo de acoso abierto de parte de los fundamentalistas, se quejó Ghanbari. "Esas chicas eran nuestras clientes", dijo.
En estos tiempos inquietos, Ghanbari encuentra consuelo en la música pop y en las películas de contrabando. "Casi todo el mundo apoya a la izquierda, pero ellos no tienen ningún poder", dijo. "Cuando la izquierda no hace nada, la gente simplemente se olvida y agacha la cabeza".
Dos colegialas entraron a la tienda, vestidas al estilo hip-hop. Andaban buscando la última música ilegal iraní de Los Angeles, y no se decepcionaron. Como si las hubiera estado esperando, Ghanbari metió la mano debajo de la alfombrilla del ratón y les pasó un cedé.
Cuando las niñas volvieron a la muchedumbre, Ghanbari suspiró. ¿Cuánto tiempo, se preguntaba, pasaría antes de que volviera la policía y cerrara su tienda por vender cedés ilegales? Pasa cada tantos meses.
"Entonces me pongo nervioso y me siento mal. Cada vez que pienso: Debería hacer algo. Irme del país'. ¿Qué tipo de vida es esta?", dijo, sacudiendo la cabeza. "Pero entonces abro la tienda la día siguiente, y tengo mi trabajo, mi vida. Y soy iraní, amo a Irán. Así que me olvido hasta la próxima vez".
27 de diciembre de 2004
©los angeles times
©traducción mQh
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jorge -