habitantes vuelven a faluya destruida
[Edmund Sanders]La ciudad está completamente destruida. Y aún hay cadáveres en las calles.
Bagdad, Iraq. Yasser Abbas Atiya juró que prefería dormir en la calle en su querida ciudad natal de Faluya antes que pasar otra noche en el miserable alojamiento bagdadí donde ha estado viviendo ilegalmente con su familia.
Sin embargo, treinta minutos después de haber vuelto a casa esta semana, Atiya ya había visto suficiente. Se marchó disgustado, sin planes de volver.
"No lo puedo soportar", dijo el tendero. "Nací en la ciudad. La conozco palmo a palmo. Pero cuando volví, no pude reconocerla".
Hay lagos de aguas servidas en las calles. Olor a cadáveres en los edificios quemados. No hay ni agua ni electricidad. Esperas largas y minuciosos registros por tropas norteamericanas en los puestos de control. Advertencias de que hay minas anti-personales y bombas. De vez en cuando hay tiroteos entre las tropas y los insurgentes.
"Pensé: Esta no es mi ciudad'", dijo Atiya el martes después de volver a la abandonada clínica de Bagdad donde su familia comparte con cerca otros 100 desplazados habitantes de Faluya. "¿Cómo podría llevar a mi familia a vivir allá?"
El clamor inicial de unos 200.000 refugiados que querían volver a las casas de las que habían huido el mes pasado está siendo remplazado por la amarga resignación de que la ciudad está en gran parte inhabitable y es poco segura. Las esperanzas de un rápido retorno a la normalidad en la intranquila ciudad sunní se están desvaneciendo, poniendo en duda que Faluya esté lista para participar en las elecciones nacionales de enero.
"No tenemos intenciones de volver", dijo Yasser Mowfauk Abbas, 20, un estudiante universitario que fue uno de los primeros habitantes en revisar sus casas. "Nadie se quedará".
Funcionarios norteamericanos e iraquíes dijeron que trataron de advertir a los habitantes de Faluya de que era demasiado pronto para volver, pero cedieron la semana pasada después de una oleada de protestas. Los funcionarios también se enfrentan a presiones para reabrir la ciudad antes de las elecciones. La invasión norteamericana de la ciudad el mes pasado fue motivada, en parte, por el deseo que allanar el camino de la votación.
"Les dijimos que hasta ahora hay áreas donde los escombros y ruinas no han sido limpiados todavía", dijo Kasim Daoud, el ministro de seguridad interino de Iraq. "También les dijimos que hay algunas calles que tienen minas anti-personales. Pero nuestra gente insistió en que querían volver".
Casi 15.000 habitantes han vuelto a Faluya durante la semana pasada, según cifras militares. Los retornados han tenido la opción de quedarse permanentemente o salir de la ciudad antes de que termine el día. Oficiales dijeron que no guardaban nota de cuántos optaban por quedarse.
Marines norteamericanos dicen que están haciendo lo que pueden para que la ciudad vuelva a ser habitable, pero tienen que vérselas con décadas de abandono y deterioro, así como con los resultados de los bombardeos del mes pasado.
Más de 700 trabajadores han sido contratados para labores de reconstrucción. Centros de ayuda distribuyen agua embotellada, comida y mantas. El miércoles se re-abrió un hospital.
Jefes militares están conscientes de que convenciendo a los faluyíes de que se integren en la sociedad iraquí y participen en las elecciones tendría una fuerte repercusión en el país, pues sería interpretado como que está encaminándose en una dirección positiva.
"Estamos concentrando los esfuerzos de reconstrucción con las mismas agallas, sudor y determinación que usamos para eliminar la viciosa amenaza que representaban los terroristas y los insurgentes", dijo el teniente coronel Dan Wilson, agente de operaciones de la Primera Fuerza Expedicionaria de la Marina en Faluya. "Queremos ayudar a los habitantes, de modo que puedan vivir en paz y gozar del privilegio de votar en las elecciones venideras".
Pero la campaña para ganar los corazones y la mente de la población local se disuelve en la nada a medida que los habitantes vuelven y ven sus casas quemadas, pilas de escombros y una fuerte presencia militar. Los vecinos dicen que votar es lo último que tienen en la cabeza.
"¿Qué elecciones?", preguntó Atiya. "Yo soy un refugiado. ¿Cómo puede un refugiado participar en las elecciones? Déjenme volver a casa y entonces hablaremos sobre las elecciones".
Después de soportar tres horas de puestos de control militares y chequeos, el lunes Atiya y dos hermanos entraron ansiosamente a la ciudad, inseguros sobre lo que encontrarían.
Tropas norteamericanas les entregaron panfletos advirtiéndoles de una miríada de peligros y diciéndoles que los militares norteamericanos no podían garantizar su seguridad. No beban agua, advertían los panfletos, ni utilicen los alimentos que encuentre.
Los habitantes están obligados a portar una pequeña tarjeta que especifica las nuevas reglas en la ciudad. Hay un toque de queda a las seis de la tarde. No se permite portar armas. Las pintadas y reuniones públicas son ilegales. Coches y visitantes están prohibidos.
Los hombres de entre 15 y 55 años deben portar tarjetas de identificación especiales. Oficiales norteamericanos han anunciado planes para tomar huellas digitales y escáneres de retina para impedir que vuelvan los rebeldes.
Atiya y sus hermanos cruzaron la ciudad y vieron la destrucción, y temieron lo peor. Cuando vio un pedazo de su tejado, la primera emoción de Atiya fue de alivio. La casa todavía estaba allí.
Sin embargo, cuando se acercaron, Atiya y sus hermanos comenzaron a maldecir.
Un enorme agujero en la casa de dos pisos parecía haber sido causado por un tanque, cuyas huellas eran todavía visibles en el lodo, dijo. La mayor parte de los muebles habían sido aplastados. "La mitad de mi casa había sido demolida", dijo Atiya.
En la cocina, los armarios habían sido arrancados de las paredes. Otros estaban vacíos, y las cosas yacían en el suelo.
"Estaban todos los platos quebrados, todas los vasos, todas las bandejas, como si alguien hubiera ido allí a quebrarla expresamente", dijo Raaid Abbas, 37, el hermano de Atiya. "¿Por qué?" Los hermanos no saben quién saqueó la casa, pero acusan a las tropas norteamericanas, debido a las huellas de las botas en el lodo.
Oficiales expresaron simpatía con los pesares de los residente retornados, pero dijeron que la culpa era de los militantes que habían controlado la ciudad y continuaban escondiéndose entre la población.
"Nuestras tropas nunca dañan adrede edificios o casas", dijo Wilson, el agente de operaciones. "Después de todo, en colaboración con el gobierno interino, estamos en la vanguardia de la restauración y limpieza de Faluya".
Los hermanos determinaron rápidamente que la casa, donde nacieron los tres, era inhabitable. Quisieron llevarse algunos suministros, como una estufa a parafina, para usarlos en el refugio de Bagdad. Pero, en un esfuerzo por prevenir el robo y el saqueo, las tropas norteamericanas prohibieron que los residentes sacaran cosas de la ciudad. Lo más que pudieron hacer los hermanos fue llevarse a escondidas algunas ropas adicionales, que se llevaron puestas. Cuando los hermanos volvieron a Bagdad y contaron sus historias, otros habitantes de Faluya sacudieron su cabeza, asombrados.
"Después de oír lo que contaron, no estoy dispuesto a volver", dijo Latif Jasim, 45. Atiya contó las malas noticias a su esposa y cuatro hijos. Su hija menor, Noora, 4, no entendía por qué no podían volver a casa. "Quiero mis vestidos", dijo, ocultándose tímidamente detrás de un hermano mayor.
Atiya dijo que la familia no tenía otra alternativa que continuar en el refugio improvisado hasta que las condiciones mejoraran en Faluya. "Estamos hasta la tusa de estar aquí", dijo. "Sólo queremos volver a casa".
30 de diciembre de 2004
©los angeles times
©traducción mQh
Sin embargo, treinta minutos después de haber vuelto a casa esta semana, Atiya ya había visto suficiente. Se marchó disgustado, sin planes de volver.
"No lo puedo soportar", dijo el tendero. "Nací en la ciudad. La conozco palmo a palmo. Pero cuando volví, no pude reconocerla".
Hay lagos de aguas servidas en las calles. Olor a cadáveres en los edificios quemados. No hay ni agua ni electricidad. Esperas largas y minuciosos registros por tropas norteamericanas en los puestos de control. Advertencias de que hay minas anti-personales y bombas. De vez en cuando hay tiroteos entre las tropas y los insurgentes.
"Pensé: Esta no es mi ciudad'", dijo Atiya el martes después de volver a la abandonada clínica de Bagdad donde su familia comparte con cerca otros 100 desplazados habitantes de Faluya. "¿Cómo podría llevar a mi familia a vivir allá?"
El clamor inicial de unos 200.000 refugiados que querían volver a las casas de las que habían huido el mes pasado está siendo remplazado por la amarga resignación de que la ciudad está en gran parte inhabitable y es poco segura. Las esperanzas de un rápido retorno a la normalidad en la intranquila ciudad sunní se están desvaneciendo, poniendo en duda que Faluya esté lista para participar en las elecciones nacionales de enero.
"No tenemos intenciones de volver", dijo Yasser Mowfauk Abbas, 20, un estudiante universitario que fue uno de los primeros habitantes en revisar sus casas. "Nadie se quedará".
Funcionarios norteamericanos e iraquíes dijeron que trataron de advertir a los habitantes de Faluya de que era demasiado pronto para volver, pero cedieron la semana pasada después de una oleada de protestas. Los funcionarios también se enfrentan a presiones para reabrir la ciudad antes de las elecciones. La invasión norteamericana de la ciudad el mes pasado fue motivada, en parte, por el deseo que allanar el camino de la votación.
"Les dijimos que hasta ahora hay áreas donde los escombros y ruinas no han sido limpiados todavía", dijo Kasim Daoud, el ministro de seguridad interino de Iraq. "También les dijimos que hay algunas calles que tienen minas anti-personales. Pero nuestra gente insistió en que querían volver".
Casi 15.000 habitantes han vuelto a Faluya durante la semana pasada, según cifras militares. Los retornados han tenido la opción de quedarse permanentemente o salir de la ciudad antes de que termine el día. Oficiales dijeron que no guardaban nota de cuántos optaban por quedarse.
Marines norteamericanos dicen que están haciendo lo que pueden para que la ciudad vuelva a ser habitable, pero tienen que vérselas con décadas de abandono y deterioro, así como con los resultados de los bombardeos del mes pasado.
Más de 700 trabajadores han sido contratados para labores de reconstrucción. Centros de ayuda distribuyen agua embotellada, comida y mantas. El miércoles se re-abrió un hospital.
Jefes militares están conscientes de que convenciendo a los faluyíes de que se integren en la sociedad iraquí y participen en las elecciones tendría una fuerte repercusión en el país, pues sería interpretado como que está encaminándose en una dirección positiva.
"Estamos concentrando los esfuerzos de reconstrucción con las mismas agallas, sudor y determinación que usamos para eliminar la viciosa amenaza que representaban los terroristas y los insurgentes", dijo el teniente coronel Dan Wilson, agente de operaciones de la Primera Fuerza Expedicionaria de la Marina en Faluya. "Queremos ayudar a los habitantes, de modo que puedan vivir en paz y gozar del privilegio de votar en las elecciones venideras".
Pero la campaña para ganar los corazones y la mente de la población local se disuelve en la nada a medida que los habitantes vuelven y ven sus casas quemadas, pilas de escombros y una fuerte presencia militar. Los vecinos dicen que votar es lo último que tienen en la cabeza.
"¿Qué elecciones?", preguntó Atiya. "Yo soy un refugiado. ¿Cómo puede un refugiado participar en las elecciones? Déjenme volver a casa y entonces hablaremos sobre las elecciones".
Después de soportar tres horas de puestos de control militares y chequeos, el lunes Atiya y dos hermanos entraron ansiosamente a la ciudad, inseguros sobre lo que encontrarían.
Tropas norteamericanas les entregaron panfletos advirtiéndoles de una miríada de peligros y diciéndoles que los militares norteamericanos no podían garantizar su seguridad. No beban agua, advertían los panfletos, ni utilicen los alimentos que encuentre.
Los habitantes están obligados a portar una pequeña tarjeta que especifica las nuevas reglas en la ciudad. Hay un toque de queda a las seis de la tarde. No se permite portar armas. Las pintadas y reuniones públicas son ilegales. Coches y visitantes están prohibidos.
Los hombres de entre 15 y 55 años deben portar tarjetas de identificación especiales. Oficiales norteamericanos han anunciado planes para tomar huellas digitales y escáneres de retina para impedir que vuelvan los rebeldes.
Atiya y sus hermanos cruzaron la ciudad y vieron la destrucción, y temieron lo peor. Cuando vio un pedazo de su tejado, la primera emoción de Atiya fue de alivio. La casa todavía estaba allí.
Sin embargo, cuando se acercaron, Atiya y sus hermanos comenzaron a maldecir.
Un enorme agujero en la casa de dos pisos parecía haber sido causado por un tanque, cuyas huellas eran todavía visibles en el lodo, dijo. La mayor parte de los muebles habían sido aplastados. "La mitad de mi casa había sido demolida", dijo Atiya.
En la cocina, los armarios habían sido arrancados de las paredes. Otros estaban vacíos, y las cosas yacían en el suelo.
"Estaban todos los platos quebrados, todas los vasos, todas las bandejas, como si alguien hubiera ido allí a quebrarla expresamente", dijo Raaid Abbas, 37, el hermano de Atiya. "¿Por qué?" Los hermanos no saben quién saqueó la casa, pero acusan a las tropas norteamericanas, debido a las huellas de las botas en el lodo.
Oficiales expresaron simpatía con los pesares de los residente retornados, pero dijeron que la culpa era de los militantes que habían controlado la ciudad y continuaban escondiéndose entre la población.
"Nuestras tropas nunca dañan adrede edificios o casas", dijo Wilson, el agente de operaciones. "Después de todo, en colaboración con el gobierno interino, estamos en la vanguardia de la restauración y limpieza de Faluya".
Los hermanos determinaron rápidamente que la casa, donde nacieron los tres, era inhabitable. Quisieron llevarse algunos suministros, como una estufa a parafina, para usarlos en el refugio de Bagdad. Pero, en un esfuerzo por prevenir el robo y el saqueo, las tropas norteamericanas prohibieron que los residentes sacaran cosas de la ciudad. Lo más que pudieron hacer los hermanos fue llevarse a escondidas algunas ropas adicionales, que se llevaron puestas. Cuando los hermanos volvieron a Bagdad y contaron sus historias, otros habitantes de Faluya sacudieron su cabeza, asombrados.
"Después de oír lo que contaron, no estoy dispuesto a volver", dijo Latif Jasim, 45. Atiya contó las malas noticias a su esposa y cuatro hijos. Su hija menor, Noora, 4, no entendía por qué no podían volver a casa. "Quiero mis vestidos", dijo, ocultándose tímidamente detrás de un hermano mayor.
Atiya dijo que la familia no tenía otra alternativa que continuar en el refugio improvisado hasta que las condiciones mejoraran en Faluya. "Estamos hasta la tusa de estar aquí", dijo. "Sólo queremos volver a casa".
30 de diciembre de 2004
©los angeles times
©traducción mQh
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