Blogia
mQh

amables con el vicio - richard marosi


Tijuana, que hace esfuerzos para almidonar su imagen, quería sacar a las putas de la calle. Pero las paraditas se pusieron firmes, y el ayuntamiento accedió a hacer compromisos.
Tijuana, México. Frente al Bar El Burro, Mónica y Juana observaron cómo el sórdido paisaje de este barrio rojo de la ciudad fronteriza adquiría poco a poco una nueva imagen con ondulantes palmas, hoteles color pastel y elegantes farolas públicas.
Luego los inspectores de la ciudad echaron a Mónica y Juana y a todas las otras prostitutas de la calle y las empujaron hacia los bares y hoteles llenos de humo. Las nuevas aceras, dijeron los inspectores, eran para los turistas, no para las decenas de prostitutas que se apiñan en las puertas y aceras del Callejón de Coahuila.
Las mujeres -llamadas ‘las paraditas'- se rebelaron, provocando una clásica guerra cívica típica de Tijuana, que opuso a las autoridades contra la testaruda y celebrada tradición viciosa de la ciudad.
En septiembre, con las caras cubiertas con pañuelos azules, unas 200 prostitutas se reunieron en La Coahuila, como se conoce al barrio rojo, y cruzaron dos veces la ciudad en una demostración de desobediencia civil que culminó con una amenaza de desnudarse en las escalinatas del ayuntamiento. Los funcionarios del ayuntamiento retrocedieron y propusieron un compromiso.
Fue un empate convenientemente estridente para una ciudad que quiere imponer orden en un área que ha ayudado a dar origen a su reputación de ingobernable. Haga lo que haga, los esfuerzos de Tijuana por crear una nueva imagen que refleje su transformación en un floreciente centro cultural y en la región de las oportunidades de México chocaron inevitablemente con su pasado colorido y a menudo sórdido.
El drama "tenía todos los ingredientes: sexo, prostitutas, policías, La Coahuila, puteros", dijo Víctor Clark Alfaro, director del Centro Binacional de Derechos Humanos, de Tijuana.
Hoy, las paraditas siguen frente al Bar El Burro, el Hotel Eduardo y el Bar Miami, continuando con la tradición de hacer la calle que ha atraído a hombres del otro lado de la frontera durante generaciones.
"Quiero seguir parándome donde siempre", dijo la pelirroja Mónica, 44, fumando un cigarrillo frente a El Burro, "porque así puedo mantener a mis hijos".
Mónica, que prefiere los escotes profundos y los tacos altos acordonados que enmallan sus pantorrillas en rojo, está consciente de su lugar en la sociedad.
"Yo soy una mujer pecadora," dice.
Pero sus beneficios de cientos de sesiones a 20 dólares en el Hotel Najera, la ayudaron a construir su casa: una choza de puertas de garaje desechadas de casas suburbanas norteamericanas.
Guarda sus ahorros en un estuche de joyas debajo de su cama.
La enérgica defensa de Mónica de su modo de vida la ayudó a emerger como una de las líderes de la insurrección, y se transformó en una voz familiar en los programas radiales.
La prostitución es legal en Tijuana, pero está confinada en gran parte al barrio rojo de tres calles que los habitantes de la localidad llaman la "zona de tolerancia".
La prostitución es permitida en gran parte de México, aunque alguno estados han aprobado leyes contra su ejercicio, de acuerdo al profesor de leyes Jorge Vargas, de la Universidad de San Diego. (Las trabajadoras sexuales de México deben chequearse médicamente una vez al mes. Si no lo hacen, pueden ser multadas).
Unas 1.200 prostitutas de todo México trabajan en La Coahuila, transformándola en una destinación turística sexual que es tan popular como Ámsterdam y Bangkok, dice Melissa Farley, una investigadora de Investigación y Educación sobre la Prostitución, una organización sin fines de lucro de San Francisco.
Masajistas, bailarinas y caras striptiseras trabajan en decenas de clubes. Afuera, las paraditas se apoyan contra las mugrientas paredes de azulejos de bares y restaurantes. El Callejón de Coahuila es la central de las paraditas, el pulso de esta pecaminosa ciudad mexicana.
El tramo de unos 150 metros de clubes de striptease, tenderetes de tacos y salones de belleza es un bazar al aire libre atiborrado de ruidosos taberneros, silbantes vendedores de drogas y los campaneos de los vendedores de helado. Las prostitutas van vestidas como colegialas, destellantes minifaldas, bañadores transparentes. Una guiñada y una conversación susurrada con un posible cliente cierra un trato.
La mayoría de las paraditas son madres solteras que dicen que no pueden sostener a sus familias con trabajos de fábrica que, aunque en la bullente Tijuana son abundantes, sólo pagan 1 dólar con 50 la hora.
Frente al Bar El Burro, Juana, 42, con el pelo azabache brillante, dice que llegó aquí hace ocho años después de tratar sin éxito de entrar a Estados Unidos con sus tres hijos.
Marta, 42, una alta y castaña madre de seis hijos, empieza a trabajar a las cinco de la mañana. Dice que los negocios marchan bien a esa hora, porque los borrachos salen a tropezones de los bares buscando sexo.
Susana, 26, una antigua asistente de una funeraria, lleva a los hombres a través de una estrecha escalera hasta una ordenada habitación arriba de El Burro, donde muestra con orgullo una colección de muñecas de peluche apiladas en una silla.
Son regalos de su hijo de 5 años. No sabe que su madre es una prostituta que recibe a seis hombres cada día en este cuarto, donde una sábana azul cubre pulcramente la cama.
Susana también estuvo entre las que marcharon protestando por la calle, junto con Juana, Marta y cientos de otras.
La historia del vicio aquí se remonta al cambio del siglo pasado, cuando Tijuana todavía era una polvorienta avanzada de ranchos y cantinas. Más tarde, durante los años de 1940, el barrio rojo se trasladó de la Avenida de la Revolución, ahora la principal destinación turística, hacia su sitio actual unas calles más al oeste.
La concentración de tropas después de la Segunda Guerra Mundial en San Diego aseguró un suministro estable de clientes, que ahora incluye a estudiantes universitarios, hombres de negocios que fuman puros, jóvenes con tatuajes de pandillas, y jubilados de pantalones cortos. La Coahuila también ha sido durante muchos años un popular barrio nocturno para los vecinos de la localidad.
Pero las multitudes menguaron durante un tiempo a fines de los años setenta, cuando el área decayó y se transformó en un laberinto de hediondas y peligrosas aceras y callejones obscuros.
El proyecto de desarrollo urbano de la ciudad, que empezó en 1990 pero se puso en camino hace poco, es el último y más ambicioso intento de redefinir el área como un emporio sexual saneado, siguiendo el modelo de Las Vegas o Ámsterdam.
"Sabemos que la prostitución no va a desaparecer probablemente nunca..., pero estamos tratando, poco a poco, de cambiar la imagen del área, y también en Tijuana", dijo el antiguo alcalde Luis Alonso Morlett.
Todo marchaba de acuerdo a los planes hasta que los inspectores de la ciudad se aparecieran un buen día y dijeran a las paraditas que ya no convenían a la nueva imagen del paisaje urbano. Mónica y las otras recuerdan haber quedado consternadas cuando les dijeron que tendrían que pagar una multa de 100 dólares si se paraban frente al Bar El Burro.
Las mujeres no saben prácticamente nada de política. La mayoría tiene educación básica. Pero Mónica y Marta, ambas abuelas, dijeron que tienen toda una vida de experiencia en negociaciones con hombres empecinados.
"No nos íbamos a quedar calladas", dijo Marta.
Su primer esfuerzo para obtener ayuda fracasó cuando las prostitutas cruzaron la ciudad para reunirse con unos abogados. Resultaron ser chulos, dijeron.
Más tarde, un verdadero abogado, Ricardo Montoya Obeso, las ayudó a organizarse y a fijar un plan de acción. Propuso a las mujeres que se llamaran las "Marilyn Monroes".
"Era la puta más guapa del mundo", dijo Montoya. "Y lo digo con el debido respeto".
A Susana le gustó la idea: "Ella simboliza la belleza sexual, como nosotras".
Cada jefa adoptó un nombre de guerra -poniéndose a sí mismas los nombres de famosas actrices mexicanas. Una se llamó Niurka, una popular estrella de telenovelas. Mónica escogió un nombre más amenazador; se llamó La Tigresa.
Recibieron ayuda de las María Madgalenas -un grupo de prostitutas de una calle vecina que habían organizado años antes una protesta contra el acoso policial.
Las Magdalenas también tuvieron éxito a la hora de negociar con el ayuntamiento. Hace unos años, cuando la policía las quiso sacar de la calle, las mujeres amenazaron con publicar una lista con líderes de la comunidad que frecuentaban el barrio. Las autoridades retrocedieron.
Las Magdalenas y las Marilyn Monroes marcharon desde el barrio rojo y cruzaron los tres kilómetros que las separan del ayuntamiento."Me sentí como si estuviera en España, excepto que en lugar de ‘ver correr a los toros', vi correr a las prostitutas", escribió en una página web un hombre que presenció la protesta. "No es algo que se vea muy a menudo: una manifestación callejera de trabajadoras sexuales".
Al día siguiente, las mujeres se cogieron de los brazos y formaron una cadena humana, bloqueando las dos entradas del Callejón de Coahuila. No dejaron pasar a nadie.
Las protestas escalaron dos días más tarde cuando las mujeres volvieron a cruzar la ciudad para hablar con el alcalde. Tras su rechazo a recibirlas, amenazaron con desnudarse en las escalinatas del ayuntamiento.
"Que suban, no queremos un escándalo", dijo entonces el alcalde Jesús González Reyes a la policía, de acuerdo a la recepcionistas Imelda Echevarría.
Las protestas les ganaron la simpatía de gran parte de Tijuana.
La Tigresa y otras aparecieron en programas de radio. Algunos transeúntes las aplaudieron durante sus marchas. Los taxistas tocaron sus bocinas en señal de apoyo. Y muchos clientes y parranderos se negaron a romper su bloqueo.
Incluso expresando su indignación, las mujeres respetaron la actitud de tolerancia-hasta-cierto-punto del ayuntamiento hacia la prostitución. En lugar de desfilar en minifalda y blusas apretadas, llevaron vaqueros y camisas abotonadas. La amenaza de desnudarse, dice Mónica ahora, era bluff.
Después de eso, las autoridades reconocieron su error en asumir que las mujeres preferían trabajar dentro, en un intento de "dignificar" sus condiciones laborales.
Aunque sacar a las prostitutas de la calle sigue siendo el objetivo, los dueños de bares y líderes políticos han ideado un nuevo plan: crear zonas de espera en los vestíbulos de los hoteles donde las mujeres puedan reunirse cómodamente con sus clientes. Habrá sofás confortables, televisores, y se servirá té y café.
La persona que personifica el nuevo y elegante enfoque es Antonio Escobedo, el dueño de un cabaret que encabeza el plan de remodelación.
Un hombre chico de voz suave, llamado ‘Papi' por las striptiseras de su bar, Escobedo dice que nadie puede obligar a las paraditas a meterse a trabajar en hoteles, y las que sigan en la calle no serán multadas.
"Para las paraditas estar en la calle es parte de la historia de Tijuana", dice Escobedo. "Sacarlas de la calle fue una falta de taco. Cuando los hoteles estén listos", dice Escobedo, con un cortés gesto con su brazo, "las invitaremos a entrar".
Si el plan funciona o no, la batalla por el Callejón de Coahuila ha sido una importante lección para las autoridades de la ciudad, dice Clark, el activista de derechos humanos que organizó un encuentro entre funcionarios y las paraditas.
"Fue un modo de mostrar a las autoridades quiénes son realmente esas mujeres", dice Clark. "Que tienen sus problemas, que ven la prostitución de otra manera que los funcionarios".

5 de enero de 2005
©los angeles times
©traducción mQh

1 comentario

Gabriela Martinez Cordova -

Primero que nada, queria decir que se me hizo muy interesante esta pequeña lectura. Ahora si mi comentario va con la intencion de pedir ayuda, ya que me encuentro estudiando la carrera de comunicacion y encientro muy interesante la informacion y de mucha ayuda para mi investigacion.
Por esto mismo queria saber si podria facilitarme informacion sobre el reportaje que acabo de ller, de antemano muy agradecida, gabriela mtz. cordova