Blogia
mQh

exoneran a jefe indio ahorcado en 1858


[Tomas Alex Tizon] Un grupo de indios nisqually trata de limpiar el nombre de Leschi, el último jefe de la tribu, que fue ahorcado en 1958 por el asesinato de un miliciano blanco.

Tacoma, Washington, Estados Unidos. Una mañana de invierno hace 146 años, un grupo de hombres de la ley llevaron a un hombre entrado en los cuarenta, de piel oscura y complexión robusta, a un lugar en la pradera donde se formaba una cuenca natural. Estaba atiborrada de espectadores, casi todos blancos. En el fondo había una horca improvisada.
Lo hicieron subir por la escalerilla. Se inclinó, recitó una oración en una lengua que pocos en la audiencia pudieron entender. De acuerdo a una traducción dijo que había hecho las paces con Dios y que ya no quería vivir. Agradeció a su carcelero por su amabilidad.
A las 11:35, el hombre, que había pasado sus dos últimos años en prisión, fue colgado. Su nombre era Leschi, el último jefe de la tribu nisqually y el primer hombre en ser legalmente ejecutado en el territorio que sería más tarde el estado de Washington.
Había sido condenado por el asesinato de un miliciano blanco. Leschi negó toda implicación en el crimen. Varias personas, incluyendo a oficiales de alta jerarquía del Ejército que se negaron a ejecutarlo, e incluso, al final, su verdugo, creían que Leschi había caído en una trampa.
La ejecución, el 19 de febrero de 1858, fue el último golpe en la subyugación de las tribus indias de Puget Sound. Los indios nisqually, que habían vivido en la región durante miles de años, perdieron sus tierras, su libertad y su jefe. La última humillación fue que Leschi, que trató de proteger a su pueblo, pasara a la historia del estado como un asesino convicto.
"Eso nos transformaría en descendientes de un asesino", dijo Cynthia Iyall, cuya línea genealógica la conecta con la hermana de Leschi, hace seis generaciones. La tribu, de unos 500 miembros, habita en una pequeña y frondosa reservación al este de Tacoma.
"Muchas generaciones de gente nisqually han tenido que vivir con esto", dijo Iyall. Tiene 43 años, es pequeña y bien parecida, de pelo castaño y ojos celestes que heredó de su madre no india. "Para la gente más vieja era incluso difícil hablar sobre el asunto. Podías ver el dolor en sus caras. Podías ver la rabia".
Iyall creció oyendo la historia de Leschi, cerca de Tumwater. Su abuelo acostumbraba llevarla a lugares en las colinas donde Leschi acampaba. Pero no fue sino hasta que Iyall se mudó a la reservación cuando era adulta que empezó a interesarse más profundamente en la historia.
Devoró todos los relatos del suceso, y mientras más aprendió sobre Leschi -que había sido más un orador que un guerrero, que había ayudado en la región a los primeros colonos blancos y que trató dos veces de hacer la paz con el Ejército-, más profunda se hizo la herida.
Tras la muerte de su abuelo Iyall se acercó a otro viejo, Sherman Leschi. Sherman era el último descendiente masculino vivo que llevaba el apellido Leschi. Vivió solo toda su vida, no tuvo hijos, nunca se casó. Tenía un extraordinario parecido con el jefe Leschi, cuya imagen fue captada por un artista. Iyall dijo que algunos visitantes que conocían el dibujo verían a Sherman y se quedaban boquiabiertos: "¡Leschi!"
En 2000 un domingo por la mañana, Iyall y Sherman, 68, estaban en la salita. Sherman estaba fascinado por la historia de Leschi. Salía en todas las conversaciones. Pero esta vez estaba más meditabundo.
"Quiero que hagas algo", le dijo a Iyall.
Iyall examinó su cara.
"Quiero que limpies el nombre de Leschi".
Seis meses más tarde, Sherman enfermó y murió.

El día que Leschi fue ahorcado se pudieron oír los tambores indios de varias tribus en la distancia, que expresaban así su protesta. Las ideas de deshacer la injusticia "empezaron el día mismo de su ejecución", dice Larry Seaberg, 65, un descendiente directo.
Pero la tribu nisqually, asediada por las penurias durante la mayor parte de los previos once siglos y medio, estaba demasiado ocupada tratando de sobrevivir como para iniciar esfuerzos serios y limpiar legalmente la reputación de Leschi.
Iyall recordó que salió aturdida de casa de Sherman esa mañana de domingo.Tenía un trabajo de tiempo completo como asesora de desarrollo de la tribu y unas pocas conexiones fuera del territorio indio. Quería llevar a cabo el anhelo de Sherman. También era el suyo propio, pero tenía miedo -hasta una mañana de primavera.
Cuatro meses después de la muerte de Sherman, Iyall caminaba por un sendero en el bosque cuando un búho se paró en una rama justo arriba de su cabeza. Se detuvo. El búho la miró. Avanzó otro poco y el búho voló sobre ella y volvió a posarse en una rama frente a ella y la miró a los ojos.
"Debemos haber estado mirándonos durante dos minutos", contó Iyall.
Volvió a casa corriendo, temblando, y le contó a otros el incidente y a pesar de haber tenido toda la vida aversión por las supersticiones terminó convenciéndose de que el búho le llevaba un mensaje de Sherman y otros ancestros nisqually, quizás de Leschi mismo. El mensaje era:
"Te hemos encargado de algo. Házlo. Te ayudaremos".
Durante meses Iyall habló con varias personas. Dos años más tarde, dirigía un grupo de tres mujeres con ancestros indios, de entre 40 y 80 años: una historiadora, una curadora de museos y una abogado.
Había un montón de pistas que seguir. Cuando Iyall y sus tres aliadas se reunieron seriamente en 2002, el estado de Massachusetts exoneró a cinco mujeres condenadas por brujería y ejecutadas por las autoridades coloniales hace tres siglos.
Nada semejante había pasado en territorio indio, pero la palabra "exoneración" quedó resonando. El grupo de Iyall se llamó a sí mismo el Comité para Exonerar al Jefe Leschi. Querían hacer algo más que formar una pandilla de indios tocando los tambores. Pero necesitaban ayuda desde fuera.

Un encuentro casual puso al grupo en contacto con John Ladenburg, el presidente del condado de Pierce. Con la ayuda de Ladenburg, el grupo reclutó a una pareja de legisladores del estado y en marzo la legislatura aprobó una resolución pidiendo a la Corte Suprema del estado que revocara la sentencia de Leschi y "enderezara una atroz injusticia".
Había un problema: El alto tribunal no podía hacerlo. El presidente del tribunal, Gerry Alexander, dijo que no nadie podía tener la capacidad legal para apelar a la corte a nombre de un hombre muerto hace casi 150 años. También dijo que el tribunal del estado no tenía jurisdicción para revocar una resolución de la Corte Suprema Territorial, que era una institución federal y el tribunal más importante de la región antes de la formación del estado.
Pero Alexander propuso una idea: ¿Qué tal si se llamaba a formar un "tribunal histórico" que reexaminara el caso de Leschi? Una comisión de importantes jueces del estado podría, como en todo juicio, oír a las dos partes y emitir un veredicto.
Al menos un miembro del grupo de Iyall, la solitaria anciana nisqually, Cecilia Svinth Carpenter, 80, estaba contra la idea. "¿Qué pasa si lo vuelven a condenar?", se preguntaba. Carpenter quería tener certeza sobre el resultado.
Alexander se negó a ello. Dijo que el tribunal tenía que ser "correcto".
La tribu nisqually y el grupo de Iyall accedieron, con temor, y se fijó la fecha del juicio para el 10 de diciembre en el auditorio del Museo de Historia del estado de Washington.
Los jueces incluían a dos jueces de la Corte Suprema del estado, dos jueces de apelación, dos jueces del condado y un juez tribal, que revisarían de antemano todos los documentos existentes sobre el caso.
La defensa de Leschi estaría a cargo de Ladenburg y de un abogado de la tribu. El caso del gobierno lo representarían dos fiscales del condado de Pierce. Leschi fue encarcelado e inicialmente juzgado en el condado de Pierce, que comprende Tacoma y la reservación nisqually.
Se llamaría Tribunal Histórico de Instrucción y Justicia. El veredicto no sería legalmente vinculante, pero gozaría del peso moral de los más altos representantes de la justicia en el estado.
El día del juicio unas 200 personas llenaron el auditorio, que tenía la forma de una cuenca parcial, con lados inclinados y un pequeño escenario en el punto más bajo. Muchos asistentes, de tribus locales, llevaban coloridas chaquetas y cuentas. Cerca del frente, Iyall y sus amigas se tomaban nerviosamente de la mano y esperaban que empezara.
Sonó el martillo. "Poneros de pie", dijo el alguacil.

Declararon once testigos. Eran historiadores, ancianos de las tribus y expertos en derecho militar e indígena. Dos testigos, ambos descendientes de Leschi, estallaron en llanto. Otros en la audiencia también lloraron.
Los abogados de las dos partes interrogaron a los testigos, los que, uno por uno, reconstruyeron una imagen de la vida en Puget Sound a mediados de 1850.
En esos años, un hombre pequeño y resuelto, el gobernador Isaac Stevens, trabajando a nombre del gobierno estadounidense, negociaba los tratados con los indios de la región, supuestamente para mantener la paz entre los indios y los colonos blancos que llegaban en grandes números. Pero el objetivo no declarado era despojar a los indios de sus tierras.
Mediante seis tratados en dos años, los indios perdieron casi todo lo que es ahora el estado de Washington. Los nisqually, que habían vivido en aldeas a lo largo de 125 kilómetros del río Nisqually, fueron encerrados en 520 hectáreas en un rocoso acantilado lejos del río.
"Somos un pueblo salmonero, un pueblo de pescadores", declaró el anciano Billy Frank. Sin acceso al río, la tribu estaba condenada.
Los dos jefes de la tribu en esa época, Leschi y su hermano Quiemuth, dirigieron la resistencia. Hubo ataques y contraataques, con asesinatos de las dos partes. Un clima de temor y odio impregnaba la región.
Stevens formó una milicia territorial para ayudar al Ejército. Envió un destacamento de milicianos para capturar a Leschi y su hermano.
Un día de octubre de 1855, los miembros de ese destacamento fueron emboscados junto a un sendero que cruzaba la pradera de Connell, cerca de lo que ahora es el lago Bonney. Un coronel de la milicia, de nombre A. Benton Moses, fue disparado por la espalda y matado. Un soldado identificó a Leschi como su asesino.
Oficiales del Ejército que conocían a Leschi le prometieron amnistía para poner fin a la guerra. El jefe fue delatado por uno de sus sobrinos. Quiemuth se entregó él mismo, y fue apuñalado hasta la muerte en el despacho del gobernador. No se acusó a nadie por el asesinato de Quiemuth.
Pero traicionando la promesa del Ejército, Leschi fue juzgado dos veces por el asesinato de Moses.
El primer juicio terminó en una convicción a morir en la horca, y uno de los jurados, Ezra Meeker, finalmente escribió un informe sobre el caso. Leschi fue juzgado una segunda vez, condenado por un jurado de 12 hombres blancos, y sentenciado a muerte. La Corte Suprema Territorial mantuvo la sentencia.
Esos eran los hechos, que no fueron disputados por ninguno de los lados.
La acusación del gobierno, representada por los fiscales Carl Hultman y Mary Robnett, intentó alguna defensa.
Robnett alegó que los juicios de Leschi se realizaron según las leyes de la época y que no había evidencias de que el veredicto hubiera sido motivado por motivos políticos o raciales. De hecho, propuso, el juicio en curso estaba más políticamente motivado que los de Leschi. Hultman dijo que la Corte Suprema Territorial había revisado el veredicto y decidido que había "suficientes pruebas" como para mantenerlo.
"¿Cómo podemos oponernos a esa decisión?", dijo Hultman, explicando los breves documentos manuscritos que todavía perviven. "Sabemos menos que ellos".
Los abogados de Leschi dijeron que el jefe fue juzgado durante un sistema judicial no desarrollado, y que el veredicto se emitió en una atmósfera racialmente cargada.
Los testimonios sacaron a luz hechos poco conocidos:
El único testigo en ambos juicios, el miliciano A.B. Rabbeson, formó parte del jurado que condenó al jefe. Rabbeson fue también del jurado en el segundo juicio. Los jueces en ambos juicios eran miembros de la Corte Suprema Territorial, lo que, en efecto, significa que ellos mismos revisaron sus propios veredictos y lo mantuvieron.
Las evidencias de que Rabbeson confundió a Leschi con otra persona, y un informe del Ejército que mostraba que Leschi no estaba en la pradera de Connell ese día, no fueron presentados nunca al tribunal. Quizás la omisión más importante fue que el juez en el segundo juicio, a diferencia del primero, no instruyó al jurado a considerar a Leschi, como sí hizo el Ejército, un "combatiente enemigo".
Un testimonio significativo provino del testigo que más simpatía mostró por el gobernador Stevens, el profesor de historia jubilado Kent Richards y autor de una biografía de Stevens.
"Stevens creía que la ejecución de Leschi pondría fin a la guerra", dijo Richards. Al final de cada guerra "alguien debe ser tenido responsable y en las guerras indígenas de los 1850 al oeste de Washington, Leschi fue considerado responsable".
Los testimonios en el tribunal de Alexander duraron cuatro horas y media.
Los jueces deliberaron durante media hora. Cuando volvieron a entrar al auditorio, Iyall se levantó de la silla y se acercó a tomar de la mano a Billy Frank.
El veredicto fue unánime. En la recapitulación, Alexander dijo que existía un estado de guerra entre el Ejército estadounidense y los indios de la región, y que como combatiente legal, "el jefe Leschi no debió, de acuerdo a la ley, ser juzgado por el delito de homicidio".
Alexander declaró que Leschi quedaba exonerado.
La multitud estalló en aplausos. Aplaudieron incluso los fiscales. Iyall se levantó y abrazó a sus amigos y familiares, algunos llorando de alegría.
Pero Carpenter, la anciana, seguía en su silla sin mostrar ninguna emoción. Era el resultado que ella esperaba, pero una parte de ella se negaba a aceptarlo.
"Esto no cambia los antecedentes legales", dijo. "Es la escapatoria para los blancos y del estado de Washington. Nos dicen: ‘Lo sentimos'. Y tengo que aceptarlo. Es lo mejor que podemos hacer".
Una fría mañana, pocos días después de la exoneración, Iyall se subió a su camioneta y se dirigió hacia el lugar donde habían colgado a Leschi, a unos 16 kilómetros.
La cuenca en la pradera había sido rellenada hace tiempo, y olvidada. En el estacionamiento de un centro comercial en lo que es ahora la ciudad obrera de Lakewood, hay una laja debajo de un roble sin hojas. Una inscripción en él dice que a unos 300 metros del lugar se colgó al último jefe de la tribu nisqually.
Cuando Iyall se paró ahí, con las manos en los bolsillos de su chaqueta, leyendo el texto, una anciana pasó por ahí con un bastón y se detuvo junto a ella.
También leyó la inscripción.
"Limpiaron su nombre, sabes", dijo la mujer. "Yo paso por aquí todos los días, y siempre es doloroso. Me puse muy feliz cuando me enteré".
"Yo también", dijo Iyall.
Iyall volvió al lugar una vez con Sherman Leschi, poco antes de la muerte de este.
Han pasado más de cuatro años desde su última conversación en su salita. Ese día salió de su casa aturdida, y ahora sentía un tipo diferente de excitación, la que se siente después de haber luchado por algo durante mucho tiempo y de haberlo logrado, pero ya no se tienen energías para celebrarlo.
Sin embargo, esperaba que sus ancestros estuvieran contentos ahora, y que los tambores de celebración estuvieran sonando en algún lugar.

2 de diciembre de 2004
8 de enero de 2005
©los angeles times
©traducción mQh

0 comentarios