Blogia
mQh

¿y después del líbano?


[Anthony Shaidid] La angustia se apodera del país cuando observa las ruinas de la guerra.
Mukhtara, Líbano. El sábado, en su ciudadela en la cima de la colina, Walid Jumblat se veía preocupado. En la bizantina y siempre cambiante política del Líbano, el líder de la comunidad drusa del país se ha convertido en uno de los críticos más severos de Hezbolah. Pero como el astuto veterano que es, comprende la aritmética de Oriente Medio en estos días: En la guerra, la supervivencia significa victoria. Y tras 18 años de guerra con Israel, se estaba preparando para lo que significará la supervivencia de Hezbolah para un país asido por una volátil incertidumbre.
La supervivencia del Líbano, dijo, estaba ahora en manos de Hezbolah y su líder, Hasan Nasrallah.
"Tenemos que reconocer que han derrotado a los israelíes. No se trata de ganar un pueblo más o de perderlo. Han derrotado a los israelíes", dijo. "Pero la cuestión ahora es a quién ofrecerá Nasrallah su victoria".
En contraste con los primeros días de la guerra, con ambiciosas declaraciones de norteamericanos e israelíes de que desmantelarían la milicia del grupo libanés, ahora casi nadie espera que Hezbolah desaparezca de la escena en la que ha jugado durante largo tiempo un papel de primera importancia, apoyándose en una comunidad musulmana chií que hoy se siente todavía más asediada. Y en un país donde la victoria de una comunidad es la derrota de otra, la supervivencia de Hezbolah seguramente alterará de modo fundamental al Líbano, que se tambalea con el shock de un conflicto que ha terminado con la vida de cientos de civiles, ha obligado a huir de sus casas a 750 mil y ha dejado en ruinas la infraestructura del país. Para un país cuya identidad no ha sido nunca definitiva y donde la diversidad religiosa es más una maldición de una bendición, el Líbano se enfrenta ahora a las contradicciones de su propia historia.
Incluso antes de que se logre una tregua, los libaneses han empezado a preguntarse: ¿Qué tipo de país nos dejará la guerra?
Desde la sureña ciudad de Tyre, hasta los barrios cristianos de Beirut, los vecinos hablan agriamente sobre las perspectivas de una guerra civil en un país todavía ensombrecido por los quince años del fratricidio que terminó en 1990. Las divisiones entre los musulmanes chiíes y las otras confesiones del país -drusos, musulmanes sunníes y cristianos- se han hecho más profundas que en cualquier momento en quizás una generación. Como nunca antes, los libaneses especulan sobre la estabilidad del gobierno, sobre si puede este incluso sobrevivir.
Nasrallah trató enérgicamente de mitigar esas preocupaciones el sábado en una emisión del canal de televisión de su grupo, al-Manar. "Les digo a los libaneses que nadie debería tener miedo del triunfo de la resistencia", dijo, sonando discreto y seguro. "Yo afirmo que la victoria será de todo el Líbano, de todos los árabes, musulmanes y cristianos honorables, que estuvieron con el Líbano y lo defendieron".
Pero reflejaban más los ánimos las palabras de Hassan Taryaki, un sunní encargado de proporcionar ayuda a los refugiados chiíes de la sureña ciudad de Sidón, donde 57 chiíes abandonaron sus hogares.
Taryaki, un hombre serio de 21 años, ha trabajado durante días con otros 30 voluntarios de la Universidad de San José, un campus en la cima de la colina en la costera ciudad sunní donde han buscado refugio 400 mil musulmanes chiíes desplazados. Durmieron a unos metros de aquí, en el patio, en aulas y en un sombreado terreno cubierto de hierba con vistas al rocoso valle. Pero un abismo separaba sus sentimientos de los de ellos.
"Ahora el país es un montón de escombros", dijo. "No sólo lo que reconstruimos, sino todo. Está totalmente destruido".
Estudiante de la Universidad Americana del Líbano, Taryaki fue tajante. Dijo que Hezbolah emergería de la guerra con su organización intacta. Conservaría de uno u otro modo sus armas, y los otros grupos del Líbano tendrían que responder.
"Si gana Hezbolah, el grupo será el líder del país, y todo el mundo tendrá que empezar a reconstruir sus milicias de nuevo para tener algo que decir", dijo. "Si tienes una milicia, puedes sobrevivir. Si no, no puedes. Todo volverá a ser como en los años ochenta".
Dijo que el objetivo ahora, para las comunidades, era "protegerse a sí mismas".
Funcionarios estadounidenses han insistido en que el Líbano no puede volver a su status quo anterior, pero Taryaki expresó temor sobre cómo será el nuevo orden.
"No somos un país fuerte", dijo, sombrío.

"Ya Estábamos en Guerra"
Sidón es el lugar de nacimiento de Rafiq Hariri, el ex primer ministro libanés que jugó un papel fundamental en la reconstrucción de la infraestructura de Beirut y en la reconstrucción de su centro, un símbolo de la recuperación del país de la guerra civil de 1975-1990. Su asesinato el año pasado provocó masivas protestas en la Plaza de los Mártires de Beirut, que contribuyeron a que el gobierno sirio pusiera fin a su presencia militar de 29 años en el país. Las manifestaciones culminaron el 14 de marzo. Una semana antes, Hezbolah había organizado una demostración pro-Siria. Aunque enorme, fue más pequeña que las otras. De cierto modo, el Líbano sigue estando dividido entre esas dos protestas.
Al año siguiente, los intentos de reconciliación entre las facciones del Líbano no llevó a ninguna parte y Hezbola bloqueó efectivamente todo intento de desarme de su milicia, la última de la época de la guerra civil que todavía portaba armas.
"Ya teníamos una guerra en este país antes de que empezara esta guerra", dice Tayseer Shalaan, 28, un musulmán chií que huyó en una caravana de cien personas hace días de su aldea de Bidyas cerca de la ciudad de Tyre, al sur del país.
Estaba con sus vecinos en la ribera a lo largo del campus. En sus palabras se observaban a veces los sentimientos ambiguos de la comunidad chií: la confianza de que son el grupo más grande del Líbano, subrayado por la sensación de asedio de un grupo que ha sido maltratado durante mucho tiempo, ignorado y marginado por la política libanesa, su destino en manos de señores feudales y clérigos reaccionarios.
En estos días hablan de la invasión israelí de 1982, cuando miles de combatientes palestinos fueron obligados a salir de Beirut en botes, poniendo fin a lo que fue durante un tiempo un estado palestino dentro del estado en el sur del Líbano.
"No pueden meternos a todos en un bote" dice Abu Malek Jiha, un conductor de 40 años, de Tyre.
Sentados en el suelo, compartiendo tazas de amargo café, los otros asintieron. Se oyó una explosión en la distancia. "¿Oís eso?", preguntó Shalaan. Un amigo, Ghaleb Atwi, miró en la distancia hacia la explosión, luego pensó en el futuro.
"¿Cuál es la justificación para quitarle las armas a Hezbolah?", preguntó. "¿Proteger a Israel? Ese país tiene el arsenal nuclear más grande del mundo, y nosotros tenemos rifles y viejos cohetes para defender a nuestros hijos y la tierra en que vivieron nuestros abuelos".
Cada uno ofreció su propia premonición de lo que pasaría si Hezbolah fuera desarmado forzosamente.
"Si tratan de imponer el desarme a la fuerza, la guerra se intensificará y extenderá", dijo Atwi.
"La violencia no lleva a ninguna parte", agregó Jiha. "Sólo provocará más guerras. Recuérdenlo".

¿Hezbolah Como Eminencia Gris?
Larguirucho y cínico, Jumblatt presentó una lúgubre visión de las dificultades del Líbano. "Estamos atascados entre el martillo israelí y el yunque sirio e iraní".
Desde el inicio del conflicto, ha insistido en que Hezbolah estaba actuando a instancias de sus aliados, Irán y Siria, cada país con sus propios objetivos : Irán para proteger su programa nuclear, Siria para reafirmarse a sí misma en el región y evitar que un tribunal internacional investigue su posible responsabilidad en la muerte de Hariri. Las acusaciones de Jumblatt han indignado a los líderes de Hezbolah. "Esta victoria será un incentivo para fortalecer nuestra unidad nacional", dijo Nasrallah el sábado.
Jumblatt dijo que él no veía unidad, sino división. No cree que Hezbolah se desarme, a pesar de su aceptación de un plan libanés para una tregua que sugiere que podría incluir su desarme. Fue franco al decir que su gobierno no tenía poder para implementarlo. Desechó los temores de otros de una guerra civil; su milicia fue acusada de haber participado en las atrocidades del último conflicto. Pero, dijo, "temo por el futuro del Líbano".
"O tenemos un estado capaz de afirmar su control sobre el país o tendremos un estado comparable a lo que está pasando en Palestina", dijo. "Es decir, un estado reducido y debilitado y una milicia más poderosa que el ejército libanés que decide en cualquier momento sobre la guerra y la paz y que tiene un programa definido por los iraníes y sirios". Lo calificó como "una especie de golpe de estado".
"No puedo imaginarme un estado libanés que sobreviva a una milicia y un ejército. Eso es", dijo.
De momento, los líderes de las facciones libanesas han formado un frente unido frente a las agresiones de Israel. A diferencia de lo que ocurrió durante la guerra civil, nadie ha aceptado las justificaciones israelíes y estadounidenses, aunque muchos han expresado en privado que esperan que el conflicto obligue al desarme de Hezbolah. Pero estas posturas cuidadosas se asumen en parte para conservar la credibilidad y las credenciales nacionalistas para tener algo que decir después de la guerra.
Muchos temen que incluso si no vuelve a estallar un conflicto, un Hezbolah considerado victorioso podría convertirse en una eminencia gris en política.
"Hezbolah sería capaz, por ejemplo, de imponer su opción preferida para presidente de la república, vetar a candidatos a formar parte de un futuro gobierno, etcétera", dijo Melhem Chaoul, sociólogo y profesor en la Universidad Libanesa de Beirut. "Tendríamos un estado semi totalitario bajo la forma de una democracia basada en el consenso".
No todos comparten la certeza de Jumblatt de que no habrá una nueva guerra civil. "Todos estamos muy preocipados por esa posibilidad", dijo un ministro sunní, que pidió que no se mencionara su nombre.

Rabia en el Ambiente
El miércoles pasado se emitió un polémico programa de televisión de dos horas en el canal LBC, una estación que apoya al Partido Cristiano Libanés. En ‘Talk of the People', jóvenes de varias facciones sacaron cuentas sobre la guerra.
Ali al-Ghoul, uno de los invitados, dijo que para él Irán e Israel eran lo mismo, que la lealtad hacia Irán era lo mismo que la lealtad hacia Israel.
Otro invitado, Osama Wehbeh, lo pensó. "¿Quién va a ganar? ¿El Líbano, Hezbolah o Irán?"
Un tercer invitado, Georges Jreij, alzó su voz. Haciéndose eco de las acusaciones formuladas por Nasrallah, dijo que Israel había estado planeando hacía mucho esta guerra, incluso antes de que fueran capturados sus dos soldados por Hezbolah en una incursión al otro lado de la frontera. "¿Por qué permitimos que Israel destruya al Líbano sin tener nada con que negociar?", se preguntó. "¿Ahora es rendirse la norma y resistir se ha convertido en algo anómalo?"
El programa ofreció una mirada a lo que se dice en las calles del Líbano, donde las opiniones suenan a menudo más indignadas que las palabras de la elite política.
"Por lo que veo a mi alrededor, creo que tenemos un 90 por ciento de posibilidades de que estalle una guerra civil", dijo Faten Dimasi, 29, que trabaja en una joyería en Sidón. "¿Habrá problemas entre sunníes y chiíes?"
La política del Líbano ha menudo es reducida de manera simplista a sus sectas religiosas. Estas facciones crean los contornos de la opinión pública y sus dirigentes exigen a veces lealtad incondicional. Pero dentro de cada grupo todavía existe una enorme diversidad que trasciende las lealtades religiosas. En el programa del LBC , las opiniones de los invitados a menudo contradicen las de sus grupos confesionales.
Los seguidores del líder cristiano Michel Aoun han participado activamente proporcionando ayuda a los chiíes musulmanes desplazados, coordinándose con las campañas de asistencia de Hezbolah mismo. En todo el país grupos de base no-confesionales se han movilizado para prestar ayuda en una exhibición de unidad nacional.
En ciudades como Sidón, los clérigos sunníes han llamado a la guerra santa, que va más allá de Hezbolah en su enfrenamiento con Israel, y retroceden ante lo que ven como lazos demasiado estrechos de los líderes de la comunidad con Estados Unidos. "La guerra es el estado natural de las relaciones con el enemigo sionista y debe ser erradicado", declara una pancarta en un barrio sunní de Sidón. Allá, uno de los grupos sunníes más radicales, a menudo en líos con Hezbolah, ha desplegado a 500 activistas para ayudar con el reasentamiento de unos ocho mil chiíes desplazados.
Pero la infusión de decenas de miles de personas desplazadas, a veces atiborrando las calles, ha crispado los lazos sociales en barrios que han ido perdiendo cada vez más su diversidad desde el fin de la guerra civil. Otros se preocupan de que la guerra callejera se pueda convertir en algo más serio, o que Hezbolah trate de reafirmarse en los barrios.
"Está perfecto cuando tienes invitados por una semana; también podría ser dos semanas. Pero cuando es un período más largo, seguro que surgirán problemas", dice Mira Ghandour, 42, una ejecutiva de mercadeo en el barrio cristiano de Ashrafiyeh.
Otros libaneses dicen que no confían ni en sí mismos.
"Así somos. Es nuestra naturaleza", dice Dimasi. "Si no encontramos a alguien con quien pelear, terminamos peleándonos entre nosotros. Si no tenemos problemas, los buscamos".
En el programa de televisión ‘Talk of the People' los problemas hicieron arder la noche del miércoles.
En un momento, Luana Saghieh preguntó qué había perdido Israel en todo esto.
"Nosotros somos los que retrocedemos en veinte años", dijo. "No me importa. Por el Líbano yo ahora haría un pacto hasta con el demonio", agregó.
Los otros invitados la emprendieron contra ella. Uno dijo que ella se preocupaba solamente de su ‘bronzage', bronceado en francés, una palabra que usa todo el mundo.
A veces, la discusión devino tan intensa que los productores debieron intervenir.
Cerraron los micrófonos, excepto el del coordinador.

Forma Parte del Pueblo
Ghassan Farran, 49, médico, estaba parado encima de los escombros de lo que había sido su casa en Tyre, al sur del Líbano.
Vivía en un edificio que el miércoles fue convertido en polvo por cuatro misiles israelíes. Se cree que un apartamento era usado, aunque rara vez, como oficina por Nabil Kaouk, un líder de Hezbolah del sur del Líbano. Las explosiones en un barrio densamente edificado en el centro de la ciudad, provocaron un círculo de destrucción en las residencias aledañas. Los escombros se amontonaban en balcones todavía intactos, como si fuesen muebles desechados. Cerca estaban los álbumes de foto de Farran, que ya se había mudado con su mujer y cuatro hijos a una cuadra más allá.
Cogió las fotografías, hojeándolas una por una. En total se habían quemado cientos de sus fotos, que constituían su pérdida más dolorosa.
"Todos mis sueños, yo y mis hijos", dijo. "Esto es lo que recibimos de Estados Unidos".
No negó que Hezbolah tuviera una oficina en el edificio, pero se enfurece con el hecho de que 16 civiles resultaron heridos.
"¿Esto es terrorismo?", preguntó, apuntando hacia las ruinas de su casa. "¿Yo soy terrorista?", preguntó, apuntándose a sí mismo. "En el Líbano hay oficinas de Hezbolah en todas partes. Hezbolah forma parte del pueblo, no de Siria ni de Irán ni de ninguna otra parte. Si quieren destruir a Hezbolah, tendrán que destruir a todo el Líbano, todo".
Farran es chií, pero de izquierdas, y su postura laica está lejos de la amalgama ideológica de tradicionalismo religioso y nacionalismo árabe de Hezbolah. En una entrevista al día siguiente, dijo que se sentía solo, varado en la guerra y en lo que vendría.
"¿Qué opciones tengo? Pelear contra Israel o irme del Líbano. Pero no puedo marcharme. Tengo que quedarme, y si me quedo alguien tiene que protegerme", dice, dando una calada a su cigarrillo. "Hezbolah es la única fuerza militar que me puede proteger".
Pero la protección, reconoció, no era mutua. "La comunidad libanesa está dividida. Aquí hay dos opiniones contradictorias sobre el futuro del Líbano. Lo sabe todo el mundo. Lo que yo espero es que los ciudadanos libaneses no empiecen a matarse unos a otros después de la guerra. Eso es lo que espero".
Hizo una larga pausa, sopesando las posibilidades de una guerra civil.
"Espero que no la haya", dijo, finalmente. "Pero, sí, estoy preocupado".

Alia Ibrahim y Lynn Maalouf en Beirut contribuyeron a reportaje.

29 de julio de 2006
©washington post
©traducción mQh
rss

0 comentarios