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esperando el estallido


[Joshua Partlow] Algunos soldados en Bagdad expresan su frustración con la guerra y su misión.
Bagdad, Iraq. El sargento de primera clase José Sixtos meditó sobre la sencilla pregunta sobre ética durante más de una hora. Pero no antes de que su caravana de vehículos blindados hubiera finalmente retornado a la base militar estadounidense, y los soldados sacaran las municiones de sus ametralladoras, y pasaran el robot que detecta bombas a otra patrulla. Se volvió entonces en su asiento y dio su respuesta.
"Piensa en lo que más odias de tu trabajo. Luego piensa que haces lo que más odias durante cinco horas, todos los días, a veces dos veces al día, con un calor de 49 grados Celsius", dijo.
¿Te sientes frustrado? "No tienes ni idea de cómo", dijo.
En momentos en que el presidente Bush proyecta desplegar más tropas en Bagdad, los soldados estadounidenses que han estado patrullando la capital durante meses describen su trabajo como una mortífera y exasperante misión en la que el enemigo es elusivo y el éxito, difícil. Caravanas de Humvees y vehículos de combate Bradley salen todos los días de la Base de Operaciones de Avanzada Falcon en el sur de Bagdad, con el objetivo de detener la violencia entre grupos religiosos iraquíes, adiestrar al ejército y policía iraquíes para que se encarguen ellos de la ciudad e informar sobre la disponibilidad de servicios básicos para los civiles iraquíes.
Pero algunos soldados del Segundo Batallón del Regimiento de Infantería Nº6, Primera División Blindada -entrevistados durante cuatro días en la base y en patrullas- dicen que están cada vez más incrédulos de su capacidad para sofocar la violencia y de los motivos para pelear. El batallón de más de 750 hombres llegó en marzo a Bagdad desde Kuwait y desde entonces han muerto seis soldados, quedando 21 heridos.
"Te jode. Honestamente, te sientes como si estuvieras dando vueltas en coche, esperando el estallido. Esa es la respuesta más honesta que te puedo dar", dijo el especialista Tim Ivey, 28, de San Antonio, un musculoso ex corredor de poder de reserva de la Universidad de Baylor. "Pierdes a algunos amigos y se te hace difícil".
"Nadie quiere estar aquí, sabes, a nadie le entusiasma lo que hacemos", dice el sargento Christopher Dugger, el jefe del pelotón. "Estábamos entusiasmados, pero el entusiasmo simplemente se acaba -todo tiene un límite. Como yo, personalmente, que me gustaría pelear en una guerra como la Segunda Guerra Mundial. Quiero pelear con un enemigo. Y esto, aquí", dice, haciendo un gesto abarcador de la base de arena y gravilla, las hileras de Humvees y las barracas, y las calles llenas de basura de Bagdad afuera, "aquí no hay enemigo. El enemigo no tiene cara. Está allí fuera, pero oculto".
"Hemos sido adiestrados como un ejército para pelear y destruir al enemigo y hacernos cargo", agrega Dugger, 26, de Reno, Nevada. "Pero no creo que hayamos sido adiestrados lo suficiente como para sacar a un país adelante, y eso es lo que en realidad estamos haciendo aquí".
"Es frustrante, pero estamos ayudando a esta gente", dice. "Aquí estoy con tipos que conozco bien, y no puedo imaginarme en ningún otro lugar".

Guerra Sin Fin
El sábado, después de una patrulla de cinco horas a través de los barrios del sur de Bagdad, los soldados del Primer Pelotón se sentaron en bancas de madera en un porche cercado frente a sus barracas.
Con las caras enrojecidas y sucias por la arena y el abrasador sol, fumaron cigarrillos y lanzaron las colillas contra una lata oxidada con una etiqueta que decía: ‘Butts'.
Los comandantes en Bagdad y en el Pentágono están "estudiando el panorama general todo el tiempo, pero nosotros no tenemos esa vista panorámica, sino simplemente otra bomba", dijo el especialista Joshua Steffey, 24, de Asheville, Carolina del Norte. El comandante de la compañía, el capitán Douglas A. DiCenzo, de Plymouth, Nuevo Hamphsire, y su artillero, el especialista Robert E. Blair, de Ocala, Florida, murieron en mayo al estallar una bomba improvisada.
Steffey dijo que quería "que alguien nos explique por qué estamos aquí". Con un montón de improperios, dijo que le daba un pepino que "Iraq fuera libre" o que "tengan democracia".
"La primera vez que muere alguien que conoces, lo primero que te preguntas es: ‘Bueno, ¿para qué murió?'"
"En este momento, se parece a la guerra contra las drogas en Estados Unidos", agregó el especialista David Fulcher, 22, un estudiante de medicina de Lynchburg, Virginia, sentado junto a Steffey. "Esta guerra no tiene fin: cuando encuentras una bomba que no ha estallado todavía, vas a encontrar alguna vez otra demasiado tarde. Sabes, es como cuando los polis agarran a alguien, y a la semana siguiente los de más arriba lo reemplazan por otro".
"Mi opinión personal, y no hablo por el resto, simplemente hablo por mí mismo, creo que la guerra civil va a ocurrir hagamos lo que hagamos", respondió Steffey. "Quizás este país la necesita: Alguien tiene que ganar. O sunníes, o chiíes, alguno tiene que ganar. Es obvio, esta gente no puede vivir unida".
Estaba oscuro ahora excepto por un tubo fluorescente y la punta de los cigarrillos de intenso rojo.
"Quiero decir, si comparas las bajas de esta guerra con las bajas de, digamos, la Segunda Guerra Mundial, sabes, es obvio que no se pueden comparar", dijo Fulcher. "Pero en la Segunda Guerra Mundial el objetivo estaba claro, sabías que estabas peleando porque, en lo esencial, había un tipo tratando de apoderarse del planeta. Pero en esta guerra te estás preguntando siempre: ¿Para qué invadimos este país?"
"¿Cómo llegamos a que teníamos que reconstruir este país a partir de la nada?", se preguntó Fulcher.
Siguió hablando. "Ellos dicen, bueno, estamos aquí y les dimos libertad, pero, realmente, ¿qué es eso? Sabes, ¿qué es la libertad? Aquí hay niños que no pueden ir a la escuela. La gente aquí no tiene poder", dijo. "Sabes, así que, sí, ahora tienen libertad, pero cuando no eran libres, todos tenían trabajo".
Steffey se levantó para dejar el porche e irse a la cama.
"Sabes, el punto es que ya se han perdido demasiadas vidas americanas, así que ahora tenemos un compromiso. Así que cualquiera sea el estado final que resulte, tenemos que alcanzarlo, para demostrar que no murieron en vano", dijo. "Ahora estamos demasiado involucrados".

El Temor Más Grande
El riesgo más grande al que hacen frente los soldados es la explosión de bombas improvisadas, conocidas entre los soldados como IED [artefactos explosivos improvisados; improvised explosive devices], la principal causa de muerte de las tropas estadounidenses en Iraq.
Los comandantes de batallón dicen que han dado grandes pasos limpiando las principales carreteras en su jurisdicción en el sur de Bagdad, incluyendo la carretera norte-sur que ellos llaman la Ruta Jackson, pero que los insurgentes continúan adaptándose.
"Si hacemos algo, el enemigo responde. Es una guerra permanente", dice el sargento primero Scott Wilmot, un analista de explosivos del batallón. "Desde donde estoy yo, la cantidad de artefactos explosivos están aumentando".
Todos los días soldados estadounidenses e iraquíes que patrullan barrios como Sadiyah, al-Amil y Bayaa -un área de unos 104 kilómetros cuadrados en los que viven medio millón de personas- recuperan un promedio de una a dos bombas improvisadas, a menudo detonadas por alguien observando los convoyes desde la distancia, dijo.
"Radios Motorola, celulares, abridores de puertas de garaje, timbres de puerta a control remoto. Ellos pueden usar, en teoría, cualquier cosa que pueda transmitir", dice Wilmot. "Cualquiera que piense que son estúpidos, se equivoca".
Tras el atentado con bomba en febrero contra el santuario chií de la cúpula dorada en Samarra, han aumentado los asesinatos religiosos entre facciones rivales de chiíes y sunníes y se han cobrado la vida de miles de iraquíes, a pesar de las medidas represivas en Bagdad que empezaron este mes. Los comandantes militares estadounidenses en Bagdad dicen que los motivos de las ejecuciones van más allá y que incluyen también rivalidades entre tribus, delincuencia y guerras internas de las sectas. La mayor parte de los asesinatos toman lugar fuera de la vista de los estadounidenses, dicen los comandantes.
"En este momento, se está haciendo difícil determinar qué grupos son los responsables", dice el capitán Eric Haas, de Williamsburg, Virginia, un oficial de inteligencia del Segundo Batallón. "Nuestro mayor temor es que esto se convierta en algo parecido a la guerra de Bosnia-Kosovo" donde la policía permita que ocurran masacres.
"Claramente, estamos haciendo progresos", agregó. "Pero tomará algún tiempo".
En esta palestra, día y noche, intervienen los soldados norteamericanos. Cada soldado de infantería realiza un promedio de diez patrullas a la semana, por un total de 50 a 60 de agotadoras horas, y "está teniendo un efecto", dice el comandante del batallón, el mayor Jeffrey E. Grable.
"A veces el fruto del trabajo no es obvio", dice Grable. Pero las patrullas tienen "un efecto de disuasión de la violencia religiosa. Desgraciadamente, no podemos estar en todas partes al mismo tiempo".

Sólo Promesas
La patrulla comandada por el capitán Mike Comstock, 27, de Boise, Idaho -dos Humvees y un vehículo de combate Bradley- empezó el sábado a la una de la mañana.
A 25 kilómetros por hora, la patrulla pasó a través de las deterioradas calles iraquíes con decenas de coches haciendo cola en las gasolineras, pilas de basura ardiendo, sitios eriazos llenos de escombros y enormes cráteres dejados por las bombas.
En una parada, la patrulla paró frente a la mezquita de Saadiq al-Amin en el barrio de Bayaa. Algunas de las mezquitas de la ciudad han almacenado armas y se han convertido en centros de operaciones de los insurgentes -utilizadas, dijo un oficial, "como nosotros usamos las armerías de la Guardia Nacional en casa".
"¿Cómo le va? ¿Hace calor, no?", le pregunta Comstock a Walid Khalid, 45, el segundo clérigo de la mezquita sunní, que abrió la puerta llevando sandalias y la tradicional túnica blanca.
"A nuestro imán lo mataron hace tres semanas", dice Khalid a través de un intérprete.
"En realidad, me entero recién ahora", dice Comstock, tomando notas.
"Alguna gente de aquí tiene miedo de venir a rezar los viernes", dice Khalid, para explicar luego que la mezquita no tiene ni agua ni electricidad. Dice que está preocupado de que la corrupta policía iraquí pueda atacar la mezquita, y que necesitaba permisos para cuatro rifles de asalto Ak-47 que guarda dentro de la mezquita.
"¿Le ayudaría si traemos a la policía nacional para que habléis con ellos?", preguntó Comstock. "Quizás debáis empezar a construir juntos".
"Nos gustaría cooperar, pero a veces esa gente viene a atacarnos y queremos defender la mezquita", dice Khalid. "El interior de la mezquita es nuestra frontera. Si cruzan esa línea, les dispararemos".
La patrulla de Comstock paró en algunas casas y tiendas de Bayaa para hacer un ‘chequeo SWET': revisar el alcantarillado, los servicios de agua y electricidad disponibles a los residentes. La mayoría dijeron que el servicio de aguas residuales era adecuado, pero que la electricidad no funcionaba más de cuatro horas al día. Algunos dijeron que tenían poca agua potable y que arrojaban su basura a lo largo de las calles principales. Las calles que conducían al interior de los barrios estaban bloqueadas con bloques de cemento y troncos de palmeras. La queja más repetida de los vecinos fue la falta de seguridad.
"No puedo arreglar la electricidad o el alcantarillado todo el tiempo. Nosotros recomendamos esos proyectos", dijo Comstock a Muhammed Adnan, un vecino de Bayaan. "Lo que podemos hacer es patrullar su barrio. Espero que eso ayude".
"Sólo recibimos promesas, nada más", dijo Adnan, 40. "Tres años de promesas, promesas, y promesas".
Comstock apuntó las palabras: "Sólo promesas".

28 de julio de 2006
©washington post
©traducción mQh
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