no volverá a violar a mi hija
[Eric Rich] Mujer liberada tras asesinato de su marido narra toda una vida de maltratos. Violó a su hijastra, cuyo hijo se criará ahora sin su padre.
Laura Rogers recuerda que metió la mano debajo de la cama donde dormía su marido, y cogió la escopeta. Había estado despierta toda la noche.
Recuerda que llevó la escopeta calibre 20 a la salida, donde había estado sin mirar televisión durante horas. Lo abrió y deslizó un proyectil en su recámara. De vuelta en el dormitorio, miró a su marido, Walter Rogers, 43, durmiendo al lado derecho.
El sol no había salido todavía.
Laura Rogers no recuerda haber sostenido el arma a menos de 30 centímetros de la cara de su marido, apuntándole al ojo izquierdo. No recuerda haber jalado el gatillo.
"Recuerdo el sonido del disparo, y que corrí, y dije: ¿Qué he hecho?'", dijo en una entrevista esta semana.
Seis meses después de matar a su marido, Laura Rogers, 36, fue dejada en libertad del Centro de Detención del condado de Anne Arundel.
Fue acusada de homicidio en primer grado, un crimen castigado con cadena perpetua en prisión, pero ella se confesó culpable de homicidio involuntario. El juez del tribunal de distrito Paul A. Hackner la sentenció a diez años de prisión, el máximo para ese delito, pero suspendió toda la pena, excepto los 198 días que había pasado en prisión desde su detención. Hackner dijo que lo había convencido un diagnóstico de que ella sufría el síndrome de las esposas maltratadas. Y calificó a su marido, la víctima, de "un horrible ser humano".
La fiscalía no se opuso al veredicto. Este era un caso de asesinato que los fiscales no se atreven a presentar ante un jurado.
Es una vieja historia: una esposa que se dice maltratada mata al hombre que la atormentaba. Laura Rogers no es de ninguna manera la primera mujer que pone fin a años de supuestos abusos jalando un gatillo en la noche. Pero rara vez el sistema judicial acepta que la culpa es del marido. Rara vez excusa el sistema un homicidio y envía a la esposa a casa.
Pero este caso no era como otros.
En primer lugar, había que pensar en el bienestar psicológico de una niña de 17 años.
Y había un video.
Un horrible video.
Una Muerte en la Familia
Laura Rogers describió el asesinato y las circunstancias que lo rodearon en una entrevista, al día siguiente de salir de la prisión. Habló sentada a una mesa de conferencia en el despacho de su abogado, Clarke F. Ahlers, con las manos apretadas.
Tiene el pelo castaño y liso y lleva el corte de pelo de las reclusas; llevaba pantalones de gimnasia azules y un jersey azul con un corazón rojo en el pecho. En su muñeca derecha luce un tatuaje de una rosa púrpura. Habla casi siempre monótonamente, aunque en una ocasión rompió a llorar, cuando recontaba su vida y su relación con Walter Rogers antes de coger la escopeta.
"Tan pronto como disparé, la coloqué en el suelo", dijo, hablando de la escopeta que disparó esa mañana temprano el último sábado de abril.
El estallido despertó a su hija, entonces de 16, y a su hijo menor, hijos de un matrimonio anterior. Rogers dijo que los volvió rápidamente a poner en la cama, diciéndoles que no sabía lo que había pasado.
Luego llamó a la policía y les pidió que se acercaran a su recluido apartamento, en la parte de atrás de un edificio de oficinas en una calle sin salida en un parque industrial de Laurel, al oeste del condado de Anne Arundel.
La primera patrulla de agentes llegó pensando que se trataba de un suicidio, dijeron Rogers y Ahlers, una idea que ella no trató de desmentir. Pero los detectives se mostraron escépticos casi desde el principio.
Dos días después, en un aparente esfuerzo de proteger a su madre, Laura Rogers, la hija de 16, se confesó culpable. Sin embargo, los detectives se dieron cuenta de que la chica no podía haberlo hecho: No sabía cómo cargar la escopeta. Le dijeron a Laura Rogers lo que había dicho la chica, y Rogers admitió rápidamente que ella había jalado el gatillo.
Dijo que "tomar una vida es algo con lo que tendré que vivir el resto de mi vida". Pero dijo que se sentía como si "respirara de nuevo" por primera vez en años. Dijo que entendía que para entender su situación -el "terror y el miedo" de ella y su familia- había que entender que no tenía alternativa.
Buenos Tiempos Que Se Estropearon
Conoció a Walter Rogers hace 12 años en un concierto de Clint Black en el Merriweather Post Pavilion en Columbia. Los dos habían estado casados antes. Ella lo encontró guapo, agradable, un hombre de familia que la aceptaba con sus dos hijos.
"Siempre decía que había sido amor a primera vista", dijo Laura Rogers. "Yo nunca le creí. Yo había tenido ya un mal matrimonio, así que estaba muy escéptica. Pero él supo cómo seducirme".
Siete meses después comenzaron a vivir juntos en casa de los padres de ella. Él le propuso matrimonio, arrodillándose en una Pizza Hut. Se casaron menos de dos años después de haberse conocido.
"Fue maravilloso, al comienzo", dijo ella. "Nos llevábamos muy bien. Me trató maravillosamente hasta el tercer año de matrimonio".
"Pero los últimos seis años he vivido aterrorizada".
Dijo que él se había transformado en un abusador con la manía de querer controlarlo todo. La familia se mudó una docena de veces en diez años, limitando su capacidad de conocer otra gente. No le dejaba tener amigos ni la dejaba trabajar.
"Pasé por un montón de cambios emocionales, estando con él", dijo. "Quiero decir, físicamente, sí, también me pegaba. No pasó muchas veces, pero, sí, también me pegó. Un montón de veces, pero el maltrato emocional deja cicatrices profundas".
Dijo que creía que no podía marcharse. "Yo sabía que él nunca me dejaría, y si yo me marchaba, él sabría encontrarme", dijo. "Yo vivía con miedo de que nos maltratara, a mí y a mis hijos".
En 2000, su hija se quejó de que Walter Rogers le había pasado la mano por su pecho. La policía de Mississipi, donde estaban viviendo, investigó la acusación. Walter Rogers fue acusado formalmente. Pero el caso fue desechado.
Luego, en mayo de 2003, su hija contó a funcionarios de la escuela de Anne Arundel que su padrastro estaba abusando sexualmente de ella. Los detectives visitaron a los Rogers en casa ese mismo día. A pesar de los maltratos que Laura Rogers misma estaba sufriendo, no imaginaba en esa época que su marido estuviera abusando de su hija.
"Walter era muy convincente", dijo. "Me convenció a mí, a las asistentes sociales, a la policía. Convenció a todo el mundo de que él no había hecho nada y, básicamente, que era un santo".
Tan convincente fue que la chica fue acusada de presentar una denuncia falsa. Fue condenada por el tribunal juvenil del condado de Anne Arundel.
En una entrevista con las autoridades, Walter Rogers lloró y dijo que su hijastra lo había acusado falsamente. Dijo que había mentido antes sobre lo mismo, en Mississippi, y dijo que su "mundo se estaba derrumbando. Los problemas de salud, simplemente el día a día... Yo no hice nada".
La condena de la chica adolescente finalmente fue anulada. Para entonces, las pruebas de sus denuncias eran irrefutables.
Un Arma y un Motivo
El 23 de abril mientras secaba la ropa en una centrífuga en una lavandería, Laura Rogers entró a un Wal-Mart no muy lejos de su casa y compró la escopeta. Dijo que su marido la había enviado a comprarla, diciendo que estaba preocupado por los robos en su aislado vecindario.
Su hija de 16 tenía siete meses de embarazo entonces. Laura Rogers dijo que creía que el padre era un niño de la escuela.
Hacia las nueve de la noche, la chica le contó a su madre donde hallar pruebas de que los abusos sexuales de su padrastro eran verdad. Había un video, dijo, en el armario de Walter Rogers. Le dijo que mirara detrás de su colección de la revista Playboy.
La familia estaba preparando un viaje a Carolina del Norte. Esa noche, cuando Walter Rogers, un jornalero, estaba guardando sus herramientas en el patio y preparando el viaje, Laura Rogers sacó el video. Lo puso en su cámara de video en su dormitorio y miró hasta que no aguantó más en la pequeña pantalla de la cámara.
Las imágenes mostraban a Walter Rogers teniendo relaciones sexuales con la niña. Laura Rogers dijo que cuando estaba mirando se quedó paralizada. "No sé qué pasó", recordó. "Creo que me metí en mi caparazón".
Pero dijo que ella lo sabía. "Cuando vi el video, pensé que él nunca volvería a tocar a mi hija. En ese momento tuve la certeza de que él lo estaba haciendo, que ahora no podría convencerme de que no era así".
Su hija, se dio cuenta entonces, había estado contando la verdad. Y su marido había violado repetidas veces a su hija, había mentido sobre el asunto, había hecho procesar a la niña y seguía abusando de ella. Cuando sacó el video, recordó, Walter Rogers entraba a casa. Él le dijo que se asegurara que llevar lo suficiente para el viaje de la semana.
Laura Rogers dijo que se sentía disgustada, pero no le dijo nada.
"Está bien", le dijo.
Horas más tarde, cuando el sol estaba por salir, se acercó a la puerta del dormitorio. La abrió y, con la luz que entraba de la salita, sacó la escopeta de debajo de la cama.
Caso Cerrado
EL martes el juez Hackner dijo en el tribunal que un diagnóstico de síndrome de esposa maltratada imponía la liberación de Laura Rogers. Pero él tomó esa decisión sólo después de haber visto en su despacho el video, y después de oír al abogado Ahlers describir a Walter Rogers como "una persona que sacaba un placer enfermizo y sádico en atormentar a otra gente".
Los fiscales dijeron que habían aceptado el acuerdo en parte para evitar que la hija de Laura Rogers, ahora de 17, pasara por la dura prueba de tener que declarar sobre los abusos de que fue víctima. Su hijo, un niño, nació en el verano y fue entregado en adopción. Análisis de DNA probaron que el padre era Walter Rogers.
La cárcel abrió sus puertas a las seis de la tarde del martes y Laura Rogers salió convertida en una mujer libre. Pensando más tarde en lo que había visto en la diminuta pantalla de la cámara, dijo que había hecho lo que tenía que hacer.
"Cuando vi a este hombre violando a mi hija, pensé que no podía dejar que eso siguiera pasando", dijo. "Yo no podía cambiar el pasado. Pero sí podía cambiar el futuro".
12 de noviembre de 2004
15 de enero de 2005
©washington post
©traducción mQh
Recuerda que llevó la escopeta calibre 20 a la salida, donde había estado sin mirar televisión durante horas. Lo abrió y deslizó un proyectil en su recámara. De vuelta en el dormitorio, miró a su marido, Walter Rogers, 43, durmiendo al lado derecho.
El sol no había salido todavía.
Laura Rogers no recuerda haber sostenido el arma a menos de 30 centímetros de la cara de su marido, apuntándole al ojo izquierdo. No recuerda haber jalado el gatillo.
"Recuerdo el sonido del disparo, y que corrí, y dije: ¿Qué he hecho?'", dijo en una entrevista esta semana.
Seis meses después de matar a su marido, Laura Rogers, 36, fue dejada en libertad del Centro de Detención del condado de Anne Arundel.
Fue acusada de homicidio en primer grado, un crimen castigado con cadena perpetua en prisión, pero ella se confesó culpable de homicidio involuntario. El juez del tribunal de distrito Paul A. Hackner la sentenció a diez años de prisión, el máximo para ese delito, pero suspendió toda la pena, excepto los 198 días que había pasado en prisión desde su detención. Hackner dijo que lo había convencido un diagnóstico de que ella sufría el síndrome de las esposas maltratadas. Y calificó a su marido, la víctima, de "un horrible ser humano".
La fiscalía no se opuso al veredicto. Este era un caso de asesinato que los fiscales no se atreven a presentar ante un jurado.
Es una vieja historia: una esposa que se dice maltratada mata al hombre que la atormentaba. Laura Rogers no es de ninguna manera la primera mujer que pone fin a años de supuestos abusos jalando un gatillo en la noche. Pero rara vez el sistema judicial acepta que la culpa es del marido. Rara vez excusa el sistema un homicidio y envía a la esposa a casa.
Pero este caso no era como otros.
En primer lugar, había que pensar en el bienestar psicológico de una niña de 17 años.
Y había un video.
Un horrible video.
Una Muerte en la Familia
Laura Rogers describió el asesinato y las circunstancias que lo rodearon en una entrevista, al día siguiente de salir de la prisión. Habló sentada a una mesa de conferencia en el despacho de su abogado, Clarke F. Ahlers, con las manos apretadas.
Tiene el pelo castaño y liso y lleva el corte de pelo de las reclusas; llevaba pantalones de gimnasia azules y un jersey azul con un corazón rojo en el pecho. En su muñeca derecha luce un tatuaje de una rosa púrpura. Habla casi siempre monótonamente, aunque en una ocasión rompió a llorar, cuando recontaba su vida y su relación con Walter Rogers antes de coger la escopeta.
"Tan pronto como disparé, la coloqué en el suelo", dijo, hablando de la escopeta que disparó esa mañana temprano el último sábado de abril.
El estallido despertó a su hija, entonces de 16, y a su hijo menor, hijos de un matrimonio anterior. Rogers dijo que los volvió rápidamente a poner en la cama, diciéndoles que no sabía lo que había pasado.
Luego llamó a la policía y les pidió que se acercaran a su recluido apartamento, en la parte de atrás de un edificio de oficinas en una calle sin salida en un parque industrial de Laurel, al oeste del condado de Anne Arundel.
La primera patrulla de agentes llegó pensando que se trataba de un suicidio, dijeron Rogers y Ahlers, una idea que ella no trató de desmentir. Pero los detectives se mostraron escépticos casi desde el principio.
Dos días después, en un aparente esfuerzo de proteger a su madre, Laura Rogers, la hija de 16, se confesó culpable. Sin embargo, los detectives se dieron cuenta de que la chica no podía haberlo hecho: No sabía cómo cargar la escopeta. Le dijeron a Laura Rogers lo que había dicho la chica, y Rogers admitió rápidamente que ella había jalado el gatillo.
Dijo que "tomar una vida es algo con lo que tendré que vivir el resto de mi vida". Pero dijo que se sentía como si "respirara de nuevo" por primera vez en años. Dijo que entendía que para entender su situación -el "terror y el miedo" de ella y su familia- había que entender que no tenía alternativa.
Buenos Tiempos Que Se Estropearon
Conoció a Walter Rogers hace 12 años en un concierto de Clint Black en el Merriweather Post Pavilion en Columbia. Los dos habían estado casados antes. Ella lo encontró guapo, agradable, un hombre de familia que la aceptaba con sus dos hijos.
"Siempre decía que había sido amor a primera vista", dijo Laura Rogers. "Yo nunca le creí. Yo había tenido ya un mal matrimonio, así que estaba muy escéptica. Pero él supo cómo seducirme".
Siete meses después comenzaron a vivir juntos en casa de los padres de ella. Él le propuso matrimonio, arrodillándose en una Pizza Hut. Se casaron menos de dos años después de haberse conocido.
"Fue maravilloso, al comienzo", dijo ella. "Nos llevábamos muy bien. Me trató maravillosamente hasta el tercer año de matrimonio".
"Pero los últimos seis años he vivido aterrorizada".
Dijo que él se había transformado en un abusador con la manía de querer controlarlo todo. La familia se mudó una docena de veces en diez años, limitando su capacidad de conocer otra gente. No le dejaba tener amigos ni la dejaba trabajar.
"Pasé por un montón de cambios emocionales, estando con él", dijo. "Quiero decir, físicamente, sí, también me pegaba. No pasó muchas veces, pero, sí, también me pegó. Un montón de veces, pero el maltrato emocional deja cicatrices profundas".
Dijo que creía que no podía marcharse. "Yo sabía que él nunca me dejaría, y si yo me marchaba, él sabría encontrarme", dijo. "Yo vivía con miedo de que nos maltratara, a mí y a mis hijos".
En 2000, su hija se quejó de que Walter Rogers le había pasado la mano por su pecho. La policía de Mississipi, donde estaban viviendo, investigó la acusación. Walter Rogers fue acusado formalmente. Pero el caso fue desechado.
Luego, en mayo de 2003, su hija contó a funcionarios de la escuela de Anne Arundel que su padrastro estaba abusando sexualmente de ella. Los detectives visitaron a los Rogers en casa ese mismo día. A pesar de los maltratos que Laura Rogers misma estaba sufriendo, no imaginaba en esa época que su marido estuviera abusando de su hija.
"Walter era muy convincente", dijo. "Me convenció a mí, a las asistentes sociales, a la policía. Convenció a todo el mundo de que él no había hecho nada y, básicamente, que era un santo".
Tan convincente fue que la chica fue acusada de presentar una denuncia falsa. Fue condenada por el tribunal juvenil del condado de Anne Arundel.
En una entrevista con las autoridades, Walter Rogers lloró y dijo que su hijastra lo había acusado falsamente. Dijo que había mentido antes sobre lo mismo, en Mississippi, y dijo que su "mundo se estaba derrumbando. Los problemas de salud, simplemente el día a día... Yo no hice nada".
La condena de la chica adolescente finalmente fue anulada. Para entonces, las pruebas de sus denuncias eran irrefutables.
Un Arma y un Motivo
El 23 de abril mientras secaba la ropa en una centrífuga en una lavandería, Laura Rogers entró a un Wal-Mart no muy lejos de su casa y compró la escopeta. Dijo que su marido la había enviado a comprarla, diciendo que estaba preocupado por los robos en su aislado vecindario.
Su hija de 16 tenía siete meses de embarazo entonces. Laura Rogers dijo que creía que el padre era un niño de la escuela.
Hacia las nueve de la noche, la chica le contó a su madre donde hallar pruebas de que los abusos sexuales de su padrastro eran verdad. Había un video, dijo, en el armario de Walter Rogers. Le dijo que mirara detrás de su colección de la revista Playboy.
La familia estaba preparando un viaje a Carolina del Norte. Esa noche, cuando Walter Rogers, un jornalero, estaba guardando sus herramientas en el patio y preparando el viaje, Laura Rogers sacó el video. Lo puso en su cámara de video en su dormitorio y miró hasta que no aguantó más en la pequeña pantalla de la cámara.
Las imágenes mostraban a Walter Rogers teniendo relaciones sexuales con la niña. Laura Rogers dijo que cuando estaba mirando se quedó paralizada. "No sé qué pasó", recordó. "Creo que me metí en mi caparazón".
Pero dijo que ella lo sabía. "Cuando vi el video, pensé que él nunca volvería a tocar a mi hija. En ese momento tuve la certeza de que él lo estaba haciendo, que ahora no podría convencerme de que no era así".
Su hija, se dio cuenta entonces, había estado contando la verdad. Y su marido había violado repetidas veces a su hija, había mentido sobre el asunto, había hecho procesar a la niña y seguía abusando de ella. Cuando sacó el video, recordó, Walter Rogers entraba a casa. Él le dijo que se asegurara que llevar lo suficiente para el viaje de la semana.
Laura Rogers dijo que se sentía disgustada, pero no le dijo nada.
"Está bien", le dijo.
Horas más tarde, cuando el sol estaba por salir, se acercó a la puerta del dormitorio. La abrió y, con la luz que entraba de la salita, sacó la escopeta de debajo de la cama.
Caso Cerrado
EL martes el juez Hackner dijo en el tribunal que un diagnóstico de síndrome de esposa maltratada imponía la liberación de Laura Rogers. Pero él tomó esa decisión sólo después de haber visto en su despacho el video, y después de oír al abogado Ahlers describir a Walter Rogers como "una persona que sacaba un placer enfermizo y sádico en atormentar a otra gente".
Los fiscales dijeron que habían aceptado el acuerdo en parte para evitar que la hija de Laura Rogers, ahora de 17, pasara por la dura prueba de tener que declarar sobre los abusos de que fue víctima. Su hijo, un niño, nació en el verano y fue entregado en adopción. Análisis de DNA probaron que el padre era Walter Rogers.
La cárcel abrió sus puertas a las seis de la tarde del martes y Laura Rogers salió convertida en una mujer libre. Pensando más tarde en lo que había visto en la diminuta pantalla de la cámara, dijo que había hecho lo que tenía que hacer.
"Cuando vi a este hombre violando a mi hija, pensé que no podía dejar que eso siguiera pasando", dijo. "Yo no podía cambiar el pasado. Pero sí podía cambiar el futuro".
12 de noviembre de 2004
15 de enero de 2005
©washington post
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Joana -