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malta, isla de intrigas


[Lyn Hamilton] Invadido innumerables veces, este país multicultural es algo abrumador, pero atractivo, incluso si, o especialmente si llegas con algún misterio en tu cabeza.
Me extravié. Otra vez. Los letreros hacia el cuartel de la policía de Malta en Floriana, que hasta ahora apuntaban hacia la derecha, indican ahora inexplicablemente hacia la izquierda, lo que quiere decir que entre el letrero que tengo enfrente y el último que pasé, debería haber una comisaría de policía. Pero a menos que los agentes cuelguen la ropa en el balcón del primer piso y vendan fruta y verduras en la planta baja, esta no es la comisaría.
Sin embargo, alguien que estaba cerca quería ayudarme. "Hola, querida", me llamó una voz.
Me volví y vi a un alegre grupo de viejos malteses descansando a la sombra de un laurel de jardín de botones rosados.
"¿Tienes novio, querida?", preguntó una de las mujeres.
Con la edad que tengo y proviniendo de un lugar donde no es común que te hagan de primeras esta pregunta, me quedé desconcertada, pero cuando lo preguntó una segunda vez, le dije que no. Las sonrisas desaparecieron. Una de las mujeres buscó torpemente un pañuelo y se secó una lágrima. Pensé que no era amable provocar el llanto de las octogenarias de la isla.
"Pero casi tengo uno", mentí.
Todos volvieron a sonreír. Pedí indicaciones y antes de que me diera cuenta y a pesar de mis protestas, estábamos todos de pie, moviéndonos, lentamente, con bastones y todo, hacia una imponente edificio a una cuadra de ahí.
Cuando llegamos, no quise entrar. Estaba en Malta para investigar y escribir una novela de misterio con un asesinato, entendéis, y aunque necesitaba saber la ubicación del cuartel de la policía, no tenía por qué hacerme amiga íntima del hosco agente que había al otro lado del portalón. Murmuré mis gracias, me volví y me alejé a toda prisa, dejándolos a todos parados allá. Imagino que todavía están contando a sus nietos sobre la rara turista que se arrepintió de acudir a la policía y que tenía una situación marital poco clara.
O quizás no. Los malteses están más que acostumbrados a las visitas, raras y otras, que invaden su país. Casi todos los países con intereses en el Mediterráneo, desde los fenicios en el siglo 9 antes de Cristo hasta los británicos en el 20, han reclamado a Malta en propiedad, seducidos por una de las bahías naturales más hermosas del mundo y una fantástica ubicación en medio del Mar Mediterráneo entre Sicilia y Túnez. Algunas de las más grandes figuras de la historia -San Pablo, Napoleón, el Conde Rogerio el Normando- han puesto sus pies en las rocosas playas de Malta. Todos han dejado sus huellas en el paisaje de la isla y, como resultado, Malta es un museo vivo, un lugar donde ráfagas de historia mediterránea, de miles de años, pueden ser vistas, tocadas y olfateadas.
Para una escritora, la particular mezcla de historia de Malta es irresistible. Para una autora como yo, que escribe misterios arqueológicos, hay suficientes criptas, cavernas y catacumbas para ocultar cientos de cadáveres. Pero incluso para una escritora es difícil captar la esencia del lugar.
Los malteses se enorgullecen de las analogías alimentarias para definirse a sí mismos. Dirán que su cultura es como su comida, una mezcla, refiriéndose al hecho de que hasta hace poco las amas de casa maltesas llevaban la cena de la familia a la panadería de la localidad, donde la colocaban con las demás en el horno de ladrillos y el alimento adquiría los aromas y sabores de todas las otras. Te dirán que su carácter nacional es como el pan maltés: de corteza dura por fuera, blando por dentro.
Sea la analogía con la comida correcta o no, se necesita un cierto tipo de persona para aguantar lo que han aguantado los malteses. Han sufrido conflictos con los que no tenían nada que ver, y casi murieron de hambre y fueron bombardeados hacia el término de la Segunda Guerra Mundial. Conquistados, pero nunca subyugados; aplastados, pero no asimilados, los casi 400.000 habitantes de las islas maltesas son testaruda, feliz y, a veces, irritantemente malteses.
Hace 25 años que vengo aquí y sin embargo tengo que confesar que he pasado gran parte del tiempo en Malta irremediablemente extraviada, una confesión bochornosa ya que la isla es de apenas 27 kilómetros en su punto más extenso, y 14 en su parte más ancha. Sé dónde está todo -pero no necesariamente lo encuentro. Yo culpo de esto parcialmente a una definición de las señalizaciones de carretera que, a pesar de mejoras recientes, es esencialmente caprichosa. Para mí, tanto las señalizaciones como el maltés, una lengua que el resto de los humanos no podemos ni comprender ni pronunciar correctamente, tienen como fin mantener a los intrusos al quite. Nosotros, invasores modernos, tenemos la fortuna de que casi todo el mundo habla inglés.
No soy la única que sufre de dislexia direccional. Casi todos los viajeros independientes en Malta pasan una parte de su tiempo tratando de saber dónde están, lo que es una fuente de hilaridad para los habitantes. Un amigo canadiense que trabajaba aquí descubrió la tradición de apostar sobre lo tarde que llegarían los primerizos en llegar a la oficina en su primer día de trabajo.
Cuando volví por nostalgia para quedarme una semana la primavera pasada, estaba decidida a no extraviarme. El plan era el siguiente: Para mantenerme en la línea, hablando arqueológicamente, empezaría por el principio, o al menos en el alba de la habitación humana, y avanzaría hacia las principales épocas en la historia de la isla. Esa es una de las maravillas de Malta. Puedes cubrir varios milenios en apenas unos días. Para dar cuenta de mi ineptitud geográfica, sólo viajaría por autobús.
Para hacer el plan más fácil, encontré un hotel a corta distancia del terminal central justo al lado de la principal puerta de la capital, Valletta. El autobús que abordé llena de optimismo esa primera mañana se veía tan antiguo como los sitios prehistóricos que pensaba visitar: un rotundo y pequeño número en una rejilla hechiza y dos relicarios en el panel -uno para la Virgen María, y otro para la selección italiana de fútbol. El hombre que iba a mi lado me explicó que los autobuses son privados, que sus dueños son a menudos los choferes mismos, y que operan en un esquema de rutas directas. Hay un horario, agregó, pero los choferes parten cuando quieren.
"No se puede extraviar", me aseguró cuando salíamos del terminal con un brutal bocinazo y un regüeldo del tubo de escape. "Si se queda en el bus lo suficiente, llegará de vuelta aquí".
Liberada del terror que provoca conducir en Malta: conducen por la izquierda, las curvas dan miedo y no hay, nunca, un estacionamiento, me senté para disfrutar del viaje hacia mi destino, los templos de Hagar Qim y Mnajdra. Pasamos por una serie de pequeños pueblos, con el tinte amarillo mantecoso de las piedras de aquí. Miré las fachadas donde los panaderos, banqueros, zapateros remendones y fabricantes de ataúdes ejercen sus oficios como lo han hecho durante siglos. Miré a los niños en sus elegantes uniformes jugando en los patios de las escuelas, a un sacerdote saludando a sus feligreses, a mujeres haciendo la cola del pan, y a hombres en un café argumentando ruidosamente, probablemente sobre política.
Pronto los pueblos dieron lugar al campo, a pequeños terrenos de tierras agrícolas de matices rojizos, separados por murallas de piedras. El terreno es extraordinariamente variado si se considera los apenas 190 kilómetros cuadrados de la isla, llenas de escarpadas cordilleras, profundos valles y una costa que tiene tantas playas como empinados acantilados. Los polvorientos caminos están alineados con laureles, buganvillas e hibiscos, que contrastan por su brillo con la tierra pedregosa. Estaba demasiado cautivada para ver el letrero con mi destinación desapareciendo en la distancia. Afortunadamente, el camino de vuelta no era demasiado largo. Hagar Qim y Mnajdra son antiguos templos de piedra en la costa sur de Malta: Hagar Qim está arriba de una cuesta con vistas al mar, Mnajdra en un promontorio a unos 500 metros más abajo. Hacia el año 3.600 antes de Cristo, o unos 1.500 años después de que llegaran los primeros habitantes de la isla (probablemente de Sicilia), ocurrió algo extraordinario. Utilizando solamente herramientas de piedra, comenzaron a cavar templos circulares con varias cámaras en las rocas calizas de la isla, estructuras tan grandes que los viajeros del siglo 17 pensaron que eran el trabajo de gigantes. Las ruinas salpican Malta y su isla hermana, Gozo.
‘Única' es una palabra usada en abundancia, pero los megalíticos templos de Malta son justamente únicos. No había nada como ellos antes y a pesar de una rara teoría opuesta, no ha habido nada semejante desde entonces. Anteriores a Stonehenge y a la Gran Pirámide de Giza en más de mil años, son las obras arquitectónicas de piedra de pie más antiguas del mundo -lugares poderosos y evocativos que parecen salir de la roca.
Son mis preferidos: Hagar Qim es el más imponente de los dos, con grandes bloques de piedra amarilla y rocas erguidas de 5 metros de alto que evocan su antigua grandeza; Mnajdra es un complejo de tres templos con una impresionante fachada cóncava y un vestíbulo en el cual, durante los equinoccios, el sol da sobre un altar de piedra.
Es aquí donde se encontraron varias estatuillas de mujeres voluptuosas, incluyendo la llamada Venus de Malta. Qué representaban los templos fue alguna vez un tema de intensas especulaciones. Hace algunos años se propuso la tesis de que estaban dedicados a una gran deesa, y la teoría se ha mantenido. De acuerdo a esta, un pueblo de agricultores pacíficos construyó los templos para representar el cuerpo de la deesa. Entrar al templo era como entrar en su vientre. Es una teoría atractiva, fácil de creer cuando estás aquí.
Con todo, no todo el mundo está de acuerdo. Un colega turista en Mnajdra señaló primero una marcas picadas en una roca, y luego la diminuta isla de Filfla, justo frente a la costa.
"Está bastante claro de qué se trata", dijo.
Para mí no estaba nada de claro, y quizás era evidente.
"Estrellas", explicó.
Es mejor un hombre con una teoría que con un avance. En una visita anterior un hombre se hacía acercado a unas desprevenidas turistas y sugerido que tener sexo en el altar de piedra era la máxima experiencia de la vida. "Quizás", susurró seductor, "quiera reunirse conmigo después de que cierre el templo".
O quizás no. Tener sexo en el altar quizás ya no sea una opción, ahora que hay guardia de seguridad en el sitio. Hace tres años unos patanes inescrupulosos -almas gemelas de los que mataron a los dos últimos halcones malteses en 1982- destruyeron Mnajdra, echando abajo muchas de sus macizas piedras. Ha sido restaurado, y ahora está más bello que nunca.
El tiempo es corto, y yo tenía que cubrir varios países y me quedaban sólo cinco días más para hacerlo, así que volví a la parada del bus para dirigirme a mi siguiente sitio: el Hipogeo Hal Safieni, un templo subterráneo para los muertos, que estuvo en el pasado lleno de los huesos de miles de personas.
El método de transporte es esencialmente ineficiente y exige un montón de idas y vueltas. Sin embargo, me dio una amplia oportunidad para darme el gusto de probar mi comida maltesa favorita: una bolsa de pasteles escamosos rellena de queso ricotta llamados ‘pastizzi'; pasteles calientes rellenos de dátiles, llamados ‘imqaret'; y ‘gbejniet', pequeños quesos pimentados, todos listos en los numerosos tenderetes de las cocinerías que rodean el terminal. Así fortificada pero todavía aturdida por mi primer descuido, estaba dispuesta a seguir el viaje.
Para llegar al hipogeo y a los templos cercanos de Tarxien, las guías de viaje aconsejan desembarcar en la iglesia de Tarxien. Es más o menos lo mismo que decirle alguien en el centro de Los Angeles que tome el bus hacia Santa Mónica y se base en Starbucks. No hay un límite distinguible entre las dos ciudades; es difícil saber cuando has salido de una y entrado en la otra. También hay un montón de iglesias. Cada pueblo tiene al menos una, y normalmente varias. A pesar de un valiente intento, me pasé de parada.
Preocupada de perder también mi visita turística -debido a la fragilidad del sitio, las visitas al hipogeo son limitadas y deben ser reservadas de antemano-, pedí ayuda. Los malteses se enorgullecen de su cortesía y a menudo te preguntan si piensas que son amables. Salvo un raro chofer cascarrabias, la mayoría de ellos lo son. Una pareja muy agradable me llevó hasta la puerta del hipogeo. Dijeron que iban en la misma dirección que yo, pero no era verdad. Los vi dar un rodeo después de despedirnos.
El hipogeo, construido hacia el 3.600 antes de Cristo, es impresionante. Similar en forma a los templos que visité antes, es un lugar misterioso, oscuro y húmedo y vagamente desorientador. Se oyen ruidos en los pasillos débilmente iluminados, las sombras se ven estropeadas, la curva de las paredes ligeramente distorsionada. La gente que construyó esto debe haber sido extraordinaria, pero 1.600 años después de construir el primer templo, desaparecieron. Nadie sabe por qué. Malta estuvo inhabitada durante un largo tiempo.
Con los siglos, la gente empezó a volver poco a poco, por accidente o con un propósito, y la isla se transformó en un satélite de los fenicios, cartaginenses, romanos, bizantinos, árabes, normandos, hohenstaufens, angevinos, aragoneses y castellanos -los poderes imperiales de Europa pasándola de un lado a otro según crecían y decaían sus fortunas.
Quedan vestigios de todos, y uno de los lugares más placenteros para vivirlos es Mdina y su vecina, Rabat.
Los fenicios construyeron el primer centro urbano de Malta casi exactamente en el centro de la isla. Luego los bizantinos fortificaron la ciudad, como los árabes más tarde. La muralla árabe todavía existe, pero la ciudad misma, Mdina, es ahora una ciudadela medieval con amplias vistas desde sus bastiones. Es fácil de encontrar: La cúpula de su catedral se ve desde kilómetros de distancia, y con 500 metros de lado a lado incluso para mí es difícil de esquivar, aunque sus arquitectos trataron de confundir a los invasores con calles estrechas y angulosas y callejones sin salida.
Una ciudad de casas particularmente bonitas, desde las normandas hasta las barrocas, rezuma ambiente. En planta baja las casas no tienen ventanas, pero sí balcones en el primer piso. Se cuentan historias de grandes tesoros, de secretos protegidos por las murallas, y cuando se camina por sus calles adoquinadas, sobre todo en la noche, uno se convence de que esas historias son verdaderas.
Mdina también fue importante para Roma, porque la isla, acordonada de mansiones y granjas, aprovisionaba al imperio. Justo en las afueras de Mdina, en la periferia de Rabat, se halla el Museo Romano de Antigüedades. El edificio, lamentablemente cerrado por renovación la primavera pasada, es neoclásico, pero fue levantado sobre las ruinas de una mansión romana del año 50 antes de Cristo, y los pisos originales de mosaicos, algunas de sus columnas y muchos de sus artefactos todavía están ahí.
El más importante visitante de la era romana fue San Pablo, que supuestamente naufragó aquí en el año 60 después de Cristo. Los malteses no se oponen a que lo diga, pero las evidencias en apoyo de la presencia del apóstol aquí no son concluyentes. Otros lugares, como Creta, disputan el reclamo de Malta. Sin embargo, los malteses trazan su conversión a él, y prácticamente todos los malteses son católicos, la mayoría de ellos devotamente. El nombre de San Pablo está asociado a las obras arquitectónicas más bellas de la isla, lugares donde uno puede pasarse días. En Mdina encontrarás una catedral del siglo 17, donde sus frescos muestran al apóstol predicando a los isleños. En Rabat hay una Iglesia de San Pablo, construida sobre una gruta en la que se dice que se refugió, y unas catacumbas llamadas por su nombre están en las cercanías. Más allá, dos iglesias marcan el acontecimiento mismo: el naufragio de San Pablo en Valletta y la Bahía de San Pablo.
Si San Pablo fue quien más influyó en la mente de los malteses, los visitantes que causaron el mayor impacto en el paisaje fueron los Caballeros de Malta. Esos caballeros errantes, expulsados de Jerusalén, Acre, Chipre y finalmente de Rhodes -huyendo eternamente de la creciente marea del islam- necesitaban un hogar. Aunque tenían algo más lujoso en mente, no tenían muchas alternativas. El precio estaba bien: el Sacro Emperador romano Carlos V les cedería la isla por un apreciado halcón maltés al año para sus cotos de caza. En 1530, la Soberana Orden Militar y Practicante de los Caballeros de San Juan de Jerusalén, de Rhodes y de Malta tomó posesión de la isla y empezó, como otras muchas civilizaciones antes -y como harían después los franceses y los británicos- a moldear Malta a su capricho.
Los otomanos persiguieron a los caballeros fueron perseguidos hasta Malta, pero surgieron victoriosos después de un sitio particularmente sangriento en 1565. Ahora héroes de Europa, tenían los recursos necesarios para construir lo que quisieran con la ayuda del arquitecto del Papa Pío IV.
Su obra maestra es Valletta, una ciudad fortificada en una cuña de tierra entre el Puerto de Marsamxett y el Puerto Grande. Valletta es una ciudad moderna en muchos respectos, con edificios gubernamentales por todas partes y el habitual complemento de cadenas de restaurantes de comida rápida y tiendas de recuerdos.
Pasé una agradable media hora en una diminuta tienda de zapatos conversando de cosas que son normales en las ciudades pequeñas de todo el mundo. Mostrándome orgullosamente fotografías de sus nietos, el zapatero me dijo que la tienda había sido de la familia durante generaciones, pero que sus bien educados hijos no tenían interés en ella. Estaba en contra del ingreso en la Unión Europea, aunque Malta ingresó esta primavera. En su opinión, eso era el último ataque extranjero.
Aunque sea moderna, Valletta es todavía la ciudad de los caballeros. Pasé dos días caminando por sus calles, buscándolos. Son fáciles de encontrar -a veces literalmente, con sus caras trazadas en la piedra de sus sarcófagos. Más que eso, casi todas las calles y callejones muestran su presencia. Originalmente, los caballeros cuidaban a los enfermos durante las Cruzadas, pero estaban preparados para combatir. Había suficientes almenas, murallas, bastiones, armerías y fuertes para tener contentos para siempre a los historiadores militares, y el Puerto Grande fortificado es una vista impresionante.
También fueron capaces de crear belleza. Dirigidos por un Maestre, los caballeros se organizaban en ‘langues', lenguas, cada una con su propia residencia, o ‘auberge'. Uno de los edificios más atrayentes en Valletta es el Albergue de Castilla y León, ahora la sede del primer ministro. Muchos de los edificios de los caballeros siguen en pie, están en uso y merecen una visita: el Albergue de Provenza es hoy el atractivo Museo Nacional de Arqueología, la Sagrada Enfermería es el Centro Mediterráneo de Conferencias y el palacio del Maestre es ahora el Parlamento.
No es solamente en los edificios que se puede encontrar a los fantasmas de los caballeros. El Monte de Sceberras, sobre el que yace la ciudad, no fue nivelado, y las calle descienden en todas direcciones desde la arteria principal, la calle de la República. Las más empinadas fueron apisonadas, y algunas todavía lo son, con subidas de sólo dos o tres pulgadas, que es más o menos todo lo que un caballero con armadura completa podía levantarse. En la tarde, después de que las tiendas y las oficinas han cerrado, casi podía oír el metálico ruido de sus armaduras en las calles vacías.
Aunque Valletta fue originalmente austera, que convenía a los caballeros que habían hecho votos de pobreza, las modas barrocas europeas llegaron a Malta en los años de 1650 y cambiaron para siempre la faz de la isla. Debe haber algo en la exageración o en los grandes gestos que atrae la sensibilidad maltesa, porque Valletta sigue siendo un excelente ejemplo de arquitectura barroca. Su expresión más opulenta es la iglesia de los caballeros, la Co-Catedral de San Juan. Aunque por fuera se ve desaliñada, por dentro es un himno al exceso glorioso, cada centímetro labrado, dorado o pintado.
A su modo, la transformación de la catedral fue un reflejo de la de los caballeros, los que, ignorando sus votos, se enriquecieron con exceso. Cuando Napoleón propuso que era tiempo de que se marcharan, lo hicieron con profundo dolor, ya que habían vivido bajo el encanto de la isla durante 268 años.
Caer bajo el hechizo de Malta es extraordinariamente fácil. Hay algo sobre esta rocosa y reseca isla y su gente que hechiza inesperadamente, no importa por qué no cómo de reluctante se haya llegado a la isla. Creo que es porque no importa lo a menudo que se la visite, siempre hay algo que sorprende, algo que te hará sonreír.
Finalmente vi el interior de la comisaría de policía maltesa. La comisaría no era hostil, solamente caótica -el sargento, en lo que parecía una conferencia telefónica, tenía un auricular en cada oreja y estaba gritando. Me dirigí hacia él a denunciar el extravío de mi pasaporte. (En Malta los pasaportes no se pierden ni son robados, sino solamente extraviados).
De algún modo pensé que era apropiado, dado el tiempo que pase extraviándome, que mi pasaporte pasara por lo mismo. Cuando rellenaba los formularios, pensé que lo que realmente había extraviado en Malta era mi corazón.

4 de octubre de 2004
17 de enero de 2005
©los angeles times
©traducción mQh

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