Blogia
mQh

buenos aires de borges


[Larry Rohter] Una ciudad poblada por la imaginación de uno de sus hijos predilectos.
El taxi avanzó por la Avenida Garay y se detuvo pocas calles antes de la Plaza de la Constitución. La esquina parecía familiar, aunque nunca había estado ahí antes, y cuando vi el letrero de la Calle Tacuarí, lo recordé: en su cuento ‘El Aleph', Jorge Luis Borges había escogido un sótano en uno de esos edificios anónimos de esta calle anónima como el centro de unos místicos "puntos del espacio que contienen todos los otros puntos" en el universo.
Para los admiradores de Borges, caminar por Buenos Aires es tropezarse con las creaciones de su fervorosa imaginación. Su lugar de nacimiento lo tenía hechizado, y le gustaba sobre todo recorrer sin rumbo fijo sus calles, aunque se quejaba de que no tenía ‘fantasmas' y decidió que poblar esa ciudad de inmigrantes y rápido crecimiento con sus propias fantasmagorías sería una de sus tareas. "En mis sueños nunca salgo de Buenos Aires", escribió, aunque sus sueños eran a menudo angustiantes, como lo expresó en uno de los varios poemas llamados ‘Buenos Aires':

Y la ciudad ahora es como un plano
de mis humillaciones y fracasos;
desde esa puerta he visto los ocasos
y ante ese mármol he aguardado en vano.


En junio se conmemora el vigésimo aniversario de la muerte de Borges, y entre entonces y su nacimiento en agosto, la ciudad organizará lecturas, mesas redondas, exposiciones, un concierto y otros homenajes. La mayor parte del tiempo, sin embargo, buscar huellas visibles de Borges en Buenos Aires es, para usar una imagen borgesiana, como tratar de leer un palimpsesto: tienes que mirar por encima de la última capa para sentir su presencia subyacente.
Por ejemplo, la calle en la zona de Palermo, donde Borges creció, conocida entonces como Serrano y ahora rebautizada en su honor. Hoy el vecindario es quizás el más chic de Buenos Aires, lleno de elegantes bares, restaurantes y boutiques visitadas por jóvenes escritores, artistas y cineastas que es más probable que mencionen como influencias a Paul Auster o Martin Amis que a Borges.
En la juventud de Borges, sin embargo, Palermo estaba en los miserables suburbios del norte de la ciudad, como lo dijo él, un lugar semi-rural frecuentado por gauchos y delincuentes buenos para beber y pelear en las pulperías que salpicaban el barrio. Sus historias de bravura y las repentinas erupciones de violencia a las que estaban inclinados impresionaron al libresco chico conocido como Georgie, y lo dejaron con una fascinación por los cuchillos que más tarde impregnaría los cuentos y poemas de ‘El puñal'.

Es más que una estructura hecha de metales; los hombres lo pensaron y lo formaron para un fin muy preciso; es, de algún modo eterno, el puñal que anoche mató un hombre en Tacuarembó y los puñales que mataron a César. Quiere matar, quiere derramar brusca sangre.

La casona de la familia Borges en Palermo todavía existe, en Serrano 2135, pero no está abierta al público y no hay nada que indique que Borges vivió allí excepto una pequeña placa. Justo más arriba en la calle, sin embargo, en la esquina de Guatemala y Serrano, está el sitio que, en el poema ‘Buenos Aires', Borges imaginó como la "fundación mítica de Buenos Aires", una ciudad que "juzgo tan eterna como el agua y el aire".
A primera vista, la esquina no parece muy prometedora: un boliche de hamburguesas, una tienda de diseño y un bar llamado Mundo Bizarro, cuyo lema es ‘In Alcohol We Trust', reflejan el carácter actual de Palermo. Pero el cuarto ocupante de la esquina es una taberna llamada ‘Almacén el Preferido', en un edificio que data de 1885 y que Borges describe como el bastión de los matones:

Un almacén rosado como revés de naipe
brilló y en la trastienda conversaron un truco.


Sin embargo, todavía más que las tabernas, Buenos Aires es una ciudad de cafés, y Borges y sus amigos eran parroquianos de varios. La mayoría de estos han desaparecido o, como La Perla, en el barrio judío conocido como Once, se han convertido en pizzerías y, como el Gran Café Tortoni, cerca de la esquina de Suipacha con Avenida de Mayo, se transformó en una trampa de turistas, en la que se puede apreciar una figura de cera de Borges sentado a una mesa con Carlos Gardel, el más grande cantante de tangos.
Pero el Richmond, en Florida 468, todavía conserva algo de la atmósfera de los años veinte, cuando Borges estaba publicando una revista literaria de vanguardia, Martín Fierro, justo a la vuelta de la esquina, y pasaba gran parte del tiempo con otros escritores. Como sugiere su nombre, da la sensación de ser un club inglés, con paneles de madera y grabados de escenas de caza y de mansiones de campo en las paredes. Eso habría atraído a Borges, que se enorgullecía de su origen inglés por el lado materno de la familia.
El círculo de conocidos de Borges incluía al joven escritor Adolfo Bioy Casares, con el que escribió una serie de cuentos de detectives escenificados en Buenos Aires, y la esposa de Bioy, la poetisa Silvina Ocampo. Pero quizás el más encantador e influyente de sus amigos fue el pintor y poeta Alejandro Schulz Solari, al que alguna vez Borges llamó "nuestro William Blake". El pintor, que usaba el nombre artístico de Xul Solar, era doce años mayor que Borges y compartía su debilidad por la invención de universos y lenguajes imaginarios y la exploración del esoterismo de este mundo. En los años cincuenta, Borges huiría periódicamente de la sofocante atmósfera del apartamento que compartía con su madre y se marcharía a casa de Xul Solar en Laprida 1212, donde los dos hombres a menudo pasaban el día hablando de la cábala o de sagas nórdicas.

La casa de Xul Solar es hoy un museo dedicado a su trabajo, con más de cien de sus pinturas así como de los extravagantes objetos que creó y que llamaba ‘reliquias de otro cosmos'. Mirar las pinturas deja en claro la afinidad intelectual entre los dos artistas: las acuarelas de Xul Solar están llenas de utopías, ciudades flotando en el cielo, criaturas que son mitad hombre, mitad máquinas, universos alternativos y otros detalles que ahora tenemos por típicas de Borges.
Visitar estos y otros sitios donde vivió o trabajó Borges ayuda a apreciar la potente imaginación que tenía. En 1937, por ejemplo, su carrera originalmente promisoria parecía haberse estancado, y se vio obligado a tomar un trabajo catalogando libros en la biblioteca municipal Miguel Cané, donde permaneció hasta 1945. Allí tenía poco que hacer, así que pasaba gran parte del tiempo en su pequeño cuarto sin ventanas en la parte de atrás del segundo piso, donde escribió muchas de las historias que llegaría más tarde a publicar bajo el título de ‘Ficciones', incluyendo el cuento ‘La biblioteca de Babel'.
"El hombre, el imperfecto bibliotecario, puede ser obra del azar o de los demiurgos malévolos; el universo, con su elegante dotación de anaqueles, de tomos enigmáticos, de infatigables escaleras para el viajero y de letrinas para el bibliotecario sentado, sólo puede ser obra de un dios", escribió.
Borges escribió más tarde que "la cantidad de libros y anaqueles que mencioné en mi relato fueron literalmente los que tenía a mi alcance". Pero como el cuarto en el que fue escrito el cuento, que puede ser visitado, la biblioteca misma es pequeña, posee una limitada colección de libros y es difícilmente meritoria de la inmortalidad con que la ungió Borges. Está en Carlos Calvo 4321, en la sección obrera de Boedo; Borges acostumbraba a viajar en el tranvía 7 para ir a su trabajo, y leía a Dante de pie, y aunque el tranvía ya no existe, un recorrido de autobuses con el mismo número todavía hace el mismo trayecto.
Para un hombre cuya vida personal era a menudo infeliz, las bibliotecas le daban una especie de consuelo: "Yo, que me figuraba el Paraíso / bajo la especie de una Biblioteca", escribió en un poema. Tras el derrocamiento del dictador Juan Perón en 1955, Borges fue nombrado director de la Biblioteca Nacional. Este fue el tipo de lugar que se presta para ser el escenario de su cuento sobre la biblioteca de Babel -una estructura octogonal de cuatro pisos cuyas columnas están grabadas con los nombres de grandes escritores y pensadores, como Shakespeare, Goethe y Platón.
La biblioteca, en México 564 en el barrio de San Telmo, es ahora el conservatorio nacional de música y está abierto a los visitantes. La puerta de al lado es la sede de la Sociedad Argentina de Escritores, donde Borges, a veces, ofrecía lecturas públicas. Actualmente la sociedad comparte el espacio con un restaurante, Legendaria Buenos Aires, cuyo comedor principal está adornado con retratos de cantantes de ópera famosos. Hay, sin embargo, un recuerdo de Borges en una pared del restaurante: una placa de metal con el listado de los miembros de la directiva entre 1942-1944, entre ellos Jorge Luis Borges.
Aparte cuchillos, quizás un motivo favorito en la obra de Borges son los felinos, evocados en poemas como ‘El otro tigre', en el que medita sobre la diferencia entre el animal real y aquellos que pueblan su imaginación. Desde la infancia sintió fascinación por esos animales y visitaba a menudo el zoológico de Buenos Aires, en la Avenida de Las Heras, al borde de Palermo, para observar a los grandes gatos. A veces, ya bien entrado en los sesenta, lo acompañaría una mujer a la que esperaba impresionar, y le recitaría poemas parado frente a las jaulas:

Iba y venía, delicado y fatal, cargado de infinita energía, del otro lado de los firmes barrotes y todos lo mirábamos.

Los felinos siguen ahí, y entre ellos un solitario tigre de Bengala que pasa la mayor parte del tiempo durmiendo debajo de un árbol. Siendo adulto, Borges vivió en varios apartamentos en la zona de Recoleta, en la calle Presidente Quintana y en la Avenida Pueyrrydón, también devotamente marcadas con placas de bronce. Pero vivió más tiempo, casi 40 años, en el apartamento 6B de Maipú 994, justo al lado de la Plaza de San Martín, y lo consideraba su verdadero hogar.
Cuando yo era un joven corresponsal de Newsweek a principio de los años ochenta, entrevisté allá dos veces a Borges. Recuerdo que el apartamento era pequeño y austero, sin televisión ni radio y, más sorprendentemente para un hombre que para entonces ya estaba ciego, sin tocadiscos. Borges insistió en que la entrevista se hiciera en inglés, que hablaba con un acento que llamaba de Northumberland, heredado de su abuela materna y me enseñó su debilidad por palabras anticuadas.
Aunque el apartamento no está abierto al público, La Ciudad, la librería en la galería comercial al otro lado de la calle, donde Borges pasó muchas de sus tardes, todavía funciona. En la vitrina hay primeras ediciones de muchas de las obras de Borges, junto con fotografías de él sentado en una silla que todavía ocupa un lugar de honor en el local, como si se esperara su retorno. Cuando la octogenaria propietaria, Elizabeth Alonso, anda de buen humor, se la puede convencer de que comparta algunos recuerdos de su amigo, y cliente más famoso.
Pero quizás el recuerdo más vivo de que Borges no era solamente un personaje literario sino un vecino de carne y hueso de Buenos Aires se encuentra en Paraguay 521, un estudio de fotografía donde los residentes todavía se hacen tomar sus fotos de pasaporte y de carné de identidad. Mire cuidadosamente la colección, en la ventana central, de unas tres docenas de retratos, y allá, el cuarto desde la derecha, en la hilera de arriba, está Borges, todavía mirando, curioso, el mundo que, por lo ajeno que le era, le obligó a inventarse uno propio.

14 de mayo de 2006
©new york times
©traducción mQh
rss

0 comentarios