metas posibles para salir de iraq
[Anthony Lake] Ex asesor de seguridad nacional, Lake propone metas alcanzables en Iraq. Entre ellas, dejar de atacar a la resistencia y adiestrar a las fuerzas de seguridad iraquíes fuera de Iraq.
Más serio que la negativa del presidente y de personeros importantes a reconocer sea la situación cada vez peor en Iraq, sea errores cometidos en el pasado, es su incapacidad de delinear una clara estrategia global para el futuro. En efecto, se nos dice que nuestras tropas permanecerán allá hasta que terminen su trabajo. Pero el trabajo mismo sigue estando mal definido, más allá de los esloganes sobre la libertad y la democracia.
El presidente debe responder ahora la siguiente pregunta: ¿Cuál es el estado político final que debe ser alcanzado antes de que podamos decir a nuestros soldados que la misión está cumplida y que pueden volver a casa?
Nuestra única esperanza es definir una estrategia global que tenga una pequeña posibilidad de ser alcanzada. Una estrategia está en el horizonte: las elecciones, convocadas para fines de año, de un gobierno constitucional iraquí. Una vez instalado, podríamos retirar nuestras tropas de combate, dejando atrás sólo el personal que sea necesario para adiestramiento y asesoría. Toda otra meta es inalcanzable y podría enredar a nuestras fuerzas de combate en una guerra civil indefinida.
La estrategia se desarrollará mejor si se anticipan algunos acontecimientos claves. Hay tres, y tendrán lugar el próximo año.
Primero, realizar elecciones creíbles de una asamblea nacional de transición a fines de este mes es algo problemático. La resistencia ha crecido significativamente en los últimos 15 meses. En casi la mitad del país, donde vive un 40 por ciento de los iraquíes, la situación es tan precaria que mucha gente no se atreverá a acercarse a las urnas. El resultado será que esas áreas del país que cuentan con suficiente seguridad -especialmente las regiones chiíes y kurdas- estarán desproporcionadamente representadas en la asamblea nacional, haciendo que la participación sunní sea todavía menos probable y garantiza su futura oposición.
Sin embargo, el gobierno tiene la razón: Posponer las elecciones a esta altura no es viable. Tres cuartos o más de la población iraquí quiere elecciones. Los insurgentes verían cualquier aplazamiento como una vindicación de su estrategia. Finalmente, no está claro cuando se darían las condiciones propicias para realizar elecciones.
El siguiente punto crítico es la redacción de una nueva Constitución por la nueva asamblea elegida. Nosotros, y la comunidad internacional, debemos garantizar que proteja los derechos de la minoría y que incluya mecanismos para la solución no violenta de los conflictos. Las posibilidades de que durante muchos años asistamos a una continuada lucha entre sunníes, chiíes y kurdos, son muy altas. La ausencia de una Constitución garantizará que la lucha sea fundamentalmente militar.
El tercer punto crítico tendrá lugar con la elección del nuevo gobierno. Necesitamos claridad sobre qué hacer cuando se forme. Si continuamos proporcionando grandes cantidades de tropas de combate en lo que probablemente será una guerra civil prolongada, quedaremos atrapados allá por muchos años. Algunos pueden favorecer este curso de acción, considerando esta lucha como una guerra civil entre un gobierno más o menos democrático y los opositores radicales. Pero debemos ver a Iraq como es: un frente central del conflicto regional entre chiíes y sunníes radicales. Meterse en el medio no sólo continuará significándonos grandes costes militares y sociales, sino también implicará serios costes políticos en todo el mundo musulmán.
Ahora deberíamos no sólo decidir, sino anunciar, que la presencia de nuestras tropas de combate terminará una vez que hayamos cumplido nuestra misión de dejar un gobierno constitucional elegido. Pero ahora y entonces, la misión de nuestras fuerzas militares será apoyar esta estrategia política.
En lo fundamental, deberíamos poner fin a nuestras operaciones contra la resistencia. Esta ofensiva es un fracaso -al menos de acuerdo a la métrica rumsfeldiana de que deberíamos matar insurgentes más rápidamente que crearlos. Hace un año, funcionarios de la inteligencia calculaban que había entre 2.000 y 5.000 insurgentes. Hoy, de acuerdo al director del servicio secreto iraquí, hay unos 3.000 combatientes fanáticos y 200.000 simpatizantes de los insurgentes.
La otra misión militar importante debe ser continuar con el adiestramiento y equipamiento de las fuerzas de seguridad iraquíes. Pero necesitamos hacerlo de un modo más serio y expedito. No podemos esperar que los jóvenes iraquíes, desesperados por tener algún tipo de ingreso, se transformen en agentes de policía competentes después de un par de semanas de clases. Nuestros amigos en Europa y otras partes deberían colaborar mucho más que ahora, si no adiestrando a los iraquíes en Iraq, por lo menos adiestrándolos en sus propios países.
Esta estrategia político-militar nos ofrecería la posibilidad de lograr éxitos posibles, uno que nos permitiría concentrarnos nuevamente en las amenazas serias a nuestra seguridad en todo el mundo. Se lo debemos a nuestros intereses y a nuestra sociedad -y especialmente a nuestros militares, que podrían ser acusados algún día, como lo fueron tan injustamente antes en el caso de Vietnam, de haber fracasado en alcanzar metas que eran, a fin de cuentas, inalcanzables.
Anthony Lake, ex asesor de seguridad nacional, es profesor de la Universidad de Georgetown.
25 de enero de 2005
©boston globe
©traducción mQh
El presidente debe responder ahora la siguiente pregunta: ¿Cuál es el estado político final que debe ser alcanzado antes de que podamos decir a nuestros soldados que la misión está cumplida y que pueden volver a casa?
Nuestra única esperanza es definir una estrategia global que tenga una pequeña posibilidad de ser alcanzada. Una estrategia está en el horizonte: las elecciones, convocadas para fines de año, de un gobierno constitucional iraquí. Una vez instalado, podríamos retirar nuestras tropas de combate, dejando atrás sólo el personal que sea necesario para adiestramiento y asesoría. Toda otra meta es inalcanzable y podría enredar a nuestras fuerzas de combate en una guerra civil indefinida.
La estrategia se desarrollará mejor si se anticipan algunos acontecimientos claves. Hay tres, y tendrán lugar el próximo año.
Primero, realizar elecciones creíbles de una asamblea nacional de transición a fines de este mes es algo problemático. La resistencia ha crecido significativamente en los últimos 15 meses. En casi la mitad del país, donde vive un 40 por ciento de los iraquíes, la situación es tan precaria que mucha gente no se atreverá a acercarse a las urnas. El resultado será que esas áreas del país que cuentan con suficiente seguridad -especialmente las regiones chiíes y kurdas- estarán desproporcionadamente representadas en la asamblea nacional, haciendo que la participación sunní sea todavía menos probable y garantiza su futura oposición.
Sin embargo, el gobierno tiene la razón: Posponer las elecciones a esta altura no es viable. Tres cuartos o más de la población iraquí quiere elecciones. Los insurgentes verían cualquier aplazamiento como una vindicación de su estrategia. Finalmente, no está claro cuando se darían las condiciones propicias para realizar elecciones.
El siguiente punto crítico es la redacción de una nueva Constitución por la nueva asamblea elegida. Nosotros, y la comunidad internacional, debemos garantizar que proteja los derechos de la minoría y que incluya mecanismos para la solución no violenta de los conflictos. Las posibilidades de que durante muchos años asistamos a una continuada lucha entre sunníes, chiíes y kurdos, son muy altas. La ausencia de una Constitución garantizará que la lucha sea fundamentalmente militar.
El tercer punto crítico tendrá lugar con la elección del nuevo gobierno. Necesitamos claridad sobre qué hacer cuando se forme. Si continuamos proporcionando grandes cantidades de tropas de combate en lo que probablemente será una guerra civil prolongada, quedaremos atrapados allá por muchos años. Algunos pueden favorecer este curso de acción, considerando esta lucha como una guerra civil entre un gobierno más o menos democrático y los opositores radicales. Pero debemos ver a Iraq como es: un frente central del conflicto regional entre chiíes y sunníes radicales. Meterse en el medio no sólo continuará significándonos grandes costes militares y sociales, sino también implicará serios costes políticos en todo el mundo musulmán.
Ahora deberíamos no sólo decidir, sino anunciar, que la presencia de nuestras tropas de combate terminará una vez que hayamos cumplido nuestra misión de dejar un gobierno constitucional elegido. Pero ahora y entonces, la misión de nuestras fuerzas militares será apoyar esta estrategia política.
En lo fundamental, deberíamos poner fin a nuestras operaciones contra la resistencia. Esta ofensiva es un fracaso -al menos de acuerdo a la métrica rumsfeldiana de que deberíamos matar insurgentes más rápidamente que crearlos. Hace un año, funcionarios de la inteligencia calculaban que había entre 2.000 y 5.000 insurgentes. Hoy, de acuerdo al director del servicio secreto iraquí, hay unos 3.000 combatientes fanáticos y 200.000 simpatizantes de los insurgentes.
La otra misión militar importante debe ser continuar con el adiestramiento y equipamiento de las fuerzas de seguridad iraquíes. Pero necesitamos hacerlo de un modo más serio y expedito. No podemos esperar que los jóvenes iraquíes, desesperados por tener algún tipo de ingreso, se transformen en agentes de policía competentes después de un par de semanas de clases. Nuestros amigos en Europa y otras partes deberían colaborar mucho más que ahora, si no adiestrando a los iraquíes en Iraq, por lo menos adiestrándolos en sus propios países.
Esta estrategia político-militar nos ofrecería la posibilidad de lograr éxitos posibles, uno que nos permitiría concentrarnos nuevamente en las amenazas serias a nuestra seguridad en todo el mundo. Se lo debemos a nuestros intereses y a nuestra sociedad -y especialmente a nuestros militares, que podrían ser acusados algún día, como lo fueron tan injustamente antes en el caso de Vietnam, de haber fracasado en alcanzar metas que eran, a fin de cuentas, inalcanzables.
Anthony Lake, ex asesor de seguridad nacional, es profesor de la Universidad de Georgetown.
25 de enero de 2005
©boston globe
©traducción mQh
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