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¿está loco kim jong il?


[Bradley K. Martin] ¿Están locos los norcoreanos? ¿Es su presidente un chiflado clínico?
Estas preguntas se hacen particularmente importantes durante crisis en las aisladas relaciones del país con el mundo exterior. La semana pasada Pyongyang gatilló la última de estas crisis al anunciar que poseía armas nucleares y que no volvería a la mesa de negociaciones sobre Washington, Pekín, Seúl, Tokio y Moscú.
Los extranjeros han debatido el tema de la sanidad mental y racionalidad de los norcoreanos de a pie desde que se hizo evidente que el equipo padre-hijo de Kim Il Sung y Kim Jong Il le había lavado el cerebro a casi toda la población.
Durante mi primera visita a Corea del Norte en 1979, la gente soltaba robóticamente lemas memorizados en respuesta a mis preguntas. También mostraban muchos la amabilidad que los estadounidenses están acostumbrados a ver en miembros de grupos de verdaderos creyentes. No pude evitar trazar paralelos con la secta del Templo del Pueblo del reverendo Jim Jones, de la que casi 1.000 miembros se suicidaron colectivamente en Jonestown, Guyana, en 1978.
En marzo 1993, durante la primera crisis sobre las armas nucleares, Kim Jong Il colocó al país en pie de ‘semi-guerra' y realizó un mitin en Pyongyang. Los soldados se raparon como preparación para la guerra. Cantaban sollozando: "Aunque el mundo se vuelque cien veces, la gente todavía cree en el Jefe Kim Jong Il".
Uno de esos soldados se fugó más tarde a Corea del Sur. Dijo que los norcoreanos creían que si estallaba una guerra entre Estados Unidos y Corea del Sur, "todos morirían -en el Norte y en el Sur". Sin embargo, dijo -repitiendo lo que había oído de otros desertores- la gente quería ir a la guerra y terminarla pronto. Pensaban que no tenían nada que perder. "O se muere de hambre o en la guerra".
La histeria popular alcanzó un clímax en los años noventa y probablemente ha disminuido algo. Los norcoreanos que no murieron como resultado de la escasez de alimentos concentraron sus esfuerzos en nuevas estrategias de supervivencia, tales como el comercio y el mundo empresarial. Sin embargo, no hubo ninguna disminución del incesante adoctrinamiento que enseña a la gente a culpar de sus problemas no a sus gobernantes sino a Estados Unidos, Japón y Corea del Sur.
En la medida en que la propaganda más efectiva del mundo continúa produciendo obediencia fanática entre los jóvenes, la población norcoreana -especialmente los militares, con más de un 1 millón de tropas- sigue siendo un arma levantada. Si la gente alguna vez obedece una orden recibida desde arriba y se marcha a pelear hasta la muerte, el resultado sería probablemente una de las guerras más sangrientas de la historia.
La pregunta clave tiene que ver, entonces, con el líder que tiene el dedo en el gatillo: ¿Es Kim Jong Il un demente?
Yo no soy médico, pero mi corta respuesta, basada en que lo he estudiado durante años, es que no lo es. Aunque Kim es un déspota, insensible y a veces violento, no es un maníaco genocida de la escuela de Hitler.
Kim toma decisiones racionales para mantenerse en el poder. En 1993 la hambruna obligó a sus súbditos a romper muchas leyes para sobrevivir. En lugar de reprimirlos, instruyó a los funcionarios de seguridad a ser indulgentes y "evitar crear enemigos internos".
Con esa sola decisión quizás revertió un proceso que podría haber causado revueltas populares y el colapso del régimen.
Hay un montón de extrañezas por explicar. Kim fue el niño mimado como el primogénito del dictador, y algunas de sus conductas publicitadas como adulto han sido extremadamente extrañas. Por ejemplo, hizo secuestrar a un director de cine y a su esposa actriz surcoreanos para involucrarlos en un proyecto para mejorar el cine norcoreano.
Una anécdota del ejército norcoreano cuenta que Kim, durante la primera crisis nuclear, juró a su padre que prefería "destruir el planeta" antes que perder una guerra. Causó la impresión de que está suficientemente loco como para provocar un Armagedón nuclear.
El argumento contrario es que la difusión de esa imagen de miedo tiene por intención animar a sus súbditos a luchar al mismo tiempo que obliga a sus enemigos a tratar de apaciguarlo. En esto, Kim es más zorro que loco.
Parece probable que Pyongyang es serio en cuanto al desarrollo y anuncio de su capacidad en armas nucleares para disuadir a agresores.
Kim está apostando alto. Claramente, tiene miedo no sólo por el futuro de su régimen, sino de perder su propia vida. La revista Newsweek citó a un visitante no identificado del extranjero que dice que Kim lamenta que las fuerzas convencionales norcoreanos sean anticuadas e inadecuadas. Sin armas nucleares, el actual Gran Timonel cree que él podría ser atacado personalmente.
Llámenle paranoia, pero es suficientemente racional, considerando la cantidad de gente en posiciones altas en Washington a la que le gustaría verlo muerto.

17 de febrero de 2005
©los angeles times
©traducción mQh

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