ayer murieron miles en áfrica
Un dramático llamado para ayudar a África.
Cuando el desastre natural -que ocurre una vez al siglo- se llevó a la muerte a más de 100.000 desdichados asiáticos en diciembre pasado, el mundo desarrollado abrió su corazón y su chequera. Sin embargo, cuando se trata de África, donde cientos de miles de hombres, mujeres y niños pobres mueren innecesariamente cada año debido a enfermedades evitables, o a desastres no naturales, como guerras civiles, gran parte del mundo desarrollado parece tener un corazón de piedra.
No todos los estados africanos son un fracaso. La mayoría no lo es. Pero las regiones más aquejadas del continente -incluyendo a Somalia y Sudán en el este, el Congo en el centro, Zimbabue y Costa de Marfil en el sur, y Liberia y Sierra Leona en el oeste- amenazan no solamente nuestra común humanidad, sino también la seguridad global. La letal combinación de líderes corruptos o destructivos, fronteras porosas y sin vigilancia, y jóvenes desarraigados o desesperados ha transformado a algunas de estas regiones en incubadoras del terrorismo internacional y enfermedades contagiosas como el sida. Otros santuarios para contrabandistas y traficantes de drogas cuyas víctimas se pueden encontrar en todo el mundo.
En muchos de esos lugares, la pobreza y el desempleo y la desesperación que engendran hacen a esos jóvenes vulnerables a la seducción de organizaciones terroristas, las que, además de ofrecer dos comidas al día, también proporcionan un blanco contra el que descargar su rabia contra las sociedades ricas, que llegan a creer los ven con condescendencia y los tratan con desprecio. Ahora se cree que los campos de adiestramiento de extremistas islámicos están brotando como hormigueros en la sabana.
"Estados Unidos se ha comprometido no sólo a luchar contra el terrorismo en términos militares, sino a luchar contra la pobreza, el analfabetismo y la ignorancia". El antiguo ministro de Asuntos Exteriores, Colin Powell, dijo eso. Bien, Estados Unidos ha lanzado su guerra contra el terrorismo después del 11 de septiembre de 2001, pero no se molestó en analizar algunas de las causas más profundas de la inestabilidad global. Este país va a gastar más de 400 billones de dólares en asuntos militares, y otros 100 billones de dólares o algo así para operaciones militares en Iraq y Afganistán. Pero esa suma no va a comprar nunca la paz para los americanos si el gobierno continúa gastando unos anémicos 16 billones de dólares -el presupuesto del Pentágono es 25 veces más alto- en ayuda al desarrollo que solucione los problemas de los países más pobres del mundo.
Durante décadas la mayoría de los americanos han preferido sea no enterarse de estos problemas, o, blanqueando la dimensión de la tragedia humana, han arrojado la toalla. Pero en términos del tipo de sumas que Occidente ni siquiera piensa dos veces en gastar en cosas tales como deportes y extravagancias de entretención, para no hablar de los presupuestos militares, satisfacer las necesidades más urgentes de África para escandalosamente económico. Lo que falta es voluntad política.
Este año hay una verdadera posibilidad de juntar y luego movilizar esta voluntad política. El primer ministro Tony Blair, de Gran Bretaña, que ha permanecido resueltamente firme junto al presidente Bush a pesar de los peligros políticos de Blair durante la guerra de Iraq, ha iniciado la presidencia de Gran Bretaña del Grupo de los Ocho países industrializados este año con el plan de dar cuenta de la pobreza en África. Blair quiere que su aliado Bush lo apoye en la próxima cumbre del Grupo de los Ocho en Gleneagles, en Escocia, en julio. Luego de la cumbre del Grupo de los Ocho habrá una cumbre de Naciones Unidas, en septiembre, en Nueva York, donde los presidentes del mundo examinarán los progresos hechos en el logro de los Objetivos de Desarrollo del Milenio de reducir la pobreza global a la mitad para 2015. Una de las principales metas era que los países desarrollados como Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia se esforzarían por destinar el 0.7 por ciento de sus ingresos nacionales a la ayuda al desarrollo de los países pobres.
Si el progreso hecho hasta ahora sirve de indicador, se tratará de una cumbre breve. Mientras Gran Bretaña está a casi la mitad de esa meta, con un 0.34 por ciento, y Francia alcanza un 0.41 por ciento, Estados Unidos sigue casi en el fondo, con un 0.18 por ciento. Sin duda alguna, el presidente Bush se referirá a su Cuenta del Reto del Milenio cuando asista a la cumbre. Tendrá razón cuando diga que su gobierno ha destinado más ayuda al desarrollo al año que el gobierno de Clinton, en términos de dólares. Su Cuenta del Reto del Milenio debía incrementar la ayuda de Estados Unidos a los países pobres comprometidos con políticas de fomento del desarrollo. Esta es una empresa loable, pero presenta tres grandes problemas.
Primero, ni el gobierno ni el Congreso han estado ni siquiera cerca de financiar completamente el programa. Segundo, el programa, anunciado en 2002, todavía no ha desembolsado un solo dólar.
Más importante aun, dependiendo en su mayor parte de programas como la Cuenta del Reto del Milenio, que une la ayuda al desarrollo a un buen gobierno, condenan a la muerte a millones de africanos que tienen gobiernos espantosos (Liberia, el Congo, la Costa de Marfil) o no tienen gobierno (Somalia). Ningún país donante está dispuesto, ni debería estarlo, a enviar dinero a gobiernos despóticos, ladrones o incompetentes que probablemente lo malgastarán o dirigirán a las cuentas bancarias personales de sus líderes. Deben establecerse e implementarse criterios internacionales estrictos de responsabilidad política, transparencia financiera y políticas económicas y sociales que fomenten el desarrollo, no sólo por los donantes extranjeros sino por prominentes e influyentes presidentes africanos, como el África del Sur, Thabo Mbeki.
La ayuda a la gente que vive bajo gobiernos que no cumplan con estos criterios deberá ser canalizada principalmente a través de organizaciones internacionales y no-gubernamentales. Los gobiernos dejados de lado no lo soportarán, pero no se les debe permitir que sean un obstáculo para llevar ayuda de fuera a las víctimas de su mal gobierno. No es la culpa de los millones de refugiados de África que ejércitos en guerra quemen sus aldeas y plantaciones y los empujen hacia campos inseguros y llenos de enfermedades, como los de la región de Darfur, de Sudán. Y ninguna persona razonable culparía a las víctimas de gobiernos canallas y destructivos, como el de Zimbabue, de la miseria económica y social que crean.
En los meses siguientes, Bush podría dar un paso de gigante para modificar el modo en que el mundo mira a Estados Unidos, uniéndose a Blair en lograr más ayuda para África. Queda poco tiempo; el continente se está muriendo. En la República Democrática del Congo, que es lo que menos es, mueren cada día unas 1.000 personas debido a enfermedades evitables como la malaria y la diarrea. Eso es el equivalente de un maremoto cada cinco meses, y sólo en ese país. En toda África, miles de personas mueren innecesariamente cada día por enfermedades como el sida, la tuberculosis y la malaria.
Hace cien años, antes de que tuviéramos el conocimiento médico de hoy para erradicar esas enfermedades, esto habría sido aceptable. Pero somos la primera generación capaz de poner fin a la miseria y las enfermedades que genera. Es hora de que pasemos el plato. Todos somos responsables de ver a las víctimas del maremoto del sudeste de Asia como más merecedoras de nuestra ayuda que las víctimas de malaria en África. Jeffrey Sachs, el economista que encabeza el Proyecto de Desarrollo del Milenio de Naciones Unidas para terminar con la pobreza en el globo, acusa justamente a la prensa en su libro The End of Poverty': "Todas las mañanas", escribe Sachs, "nuestros diarios informan: Más de 20.000 personas murieron ayer debido a la pobreza extrema'".
Así, en esta página, queremos dar ese primer paso.
Ayer, más de 20.000 personas murieron por extrema pobreza.
27 de febrero de 2005
©new york times
©traducción mQh
No todos los estados africanos son un fracaso. La mayoría no lo es. Pero las regiones más aquejadas del continente -incluyendo a Somalia y Sudán en el este, el Congo en el centro, Zimbabue y Costa de Marfil en el sur, y Liberia y Sierra Leona en el oeste- amenazan no solamente nuestra común humanidad, sino también la seguridad global. La letal combinación de líderes corruptos o destructivos, fronteras porosas y sin vigilancia, y jóvenes desarraigados o desesperados ha transformado a algunas de estas regiones en incubadoras del terrorismo internacional y enfermedades contagiosas como el sida. Otros santuarios para contrabandistas y traficantes de drogas cuyas víctimas se pueden encontrar en todo el mundo.
En muchos de esos lugares, la pobreza y el desempleo y la desesperación que engendran hacen a esos jóvenes vulnerables a la seducción de organizaciones terroristas, las que, además de ofrecer dos comidas al día, también proporcionan un blanco contra el que descargar su rabia contra las sociedades ricas, que llegan a creer los ven con condescendencia y los tratan con desprecio. Ahora se cree que los campos de adiestramiento de extremistas islámicos están brotando como hormigueros en la sabana.
"Estados Unidos se ha comprometido no sólo a luchar contra el terrorismo en términos militares, sino a luchar contra la pobreza, el analfabetismo y la ignorancia". El antiguo ministro de Asuntos Exteriores, Colin Powell, dijo eso. Bien, Estados Unidos ha lanzado su guerra contra el terrorismo después del 11 de septiembre de 2001, pero no se molestó en analizar algunas de las causas más profundas de la inestabilidad global. Este país va a gastar más de 400 billones de dólares en asuntos militares, y otros 100 billones de dólares o algo así para operaciones militares en Iraq y Afganistán. Pero esa suma no va a comprar nunca la paz para los americanos si el gobierno continúa gastando unos anémicos 16 billones de dólares -el presupuesto del Pentágono es 25 veces más alto- en ayuda al desarrollo que solucione los problemas de los países más pobres del mundo.
Durante décadas la mayoría de los americanos han preferido sea no enterarse de estos problemas, o, blanqueando la dimensión de la tragedia humana, han arrojado la toalla. Pero en términos del tipo de sumas que Occidente ni siquiera piensa dos veces en gastar en cosas tales como deportes y extravagancias de entretención, para no hablar de los presupuestos militares, satisfacer las necesidades más urgentes de África para escandalosamente económico. Lo que falta es voluntad política.
Este año hay una verdadera posibilidad de juntar y luego movilizar esta voluntad política. El primer ministro Tony Blair, de Gran Bretaña, que ha permanecido resueltamente firme junto al presidente Bush a pesar de los peligros políticos de Blair durante la guerra de Iraq, ha iniciado la presidencia de Gran Bretaña del Grupo de los Ocho países industrializados este año con el plan de dar cuenta de la pobreza en África. Blair quiere que su aliado Bush lo apoye en la próxima cumbre del Grupo de los Ocho en Gleneagles, en Escocia, en julio. Luego de la cumbre del Grupo de los Ocho habrá una cumbre de Naciones Unidas, en septiembre, en Nueva York, donde los presidentes del mundo examinarán los progresos hechos en el logro de los Objetivos de Desarrollo del Milenio de reducir la pobreza global a la mitad para 2015. Una de las principales metas era que los países desarrollados como Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia se esforzarían por destinar el 0.7 por ciento de sus ingresos nacionales a la ayuda al desarrollo de los países pobres.
Si el progreso hecho hasta ahora sirve de indicador, se tratará de una cumbre breve. Mientras Gran Bretaña está a casi la mitad de esa meta, con un 0.34 por ciento, y Francia alcanza un 0.41 por ciento, Estados Unidos sigue casi en el fondo, con un 0.18 por ciento. Sin duda alguna, el presidente Bush se referirá a su Cuenta del Reto del Milenio cuando asista a la cumbre. Tendrá razón cuando diga que su gobierno ha destinado más ayuda al desarrollo al año que el gobierno de Clinton, en términos de dólares. Su Cuenta del Reto del Milenio debía incrementar la ayuda de Estados Unidos a los países pobres comprometidos con políticas de fomento del desarrollo. Esta es una empresa loable, pero presenta tres grandes problemas.
Primero, ni el gobierno ni el Congreso han estado ni siquiera cerca de financiar completamente el programa. Segundo, el programa, anunciado en 2002, todavía no ha desembolsado un solo dólar.
Más importante aun, dependiendo en su mayor parte de programas como la Cuenta del Reto del Milenio, que une la ayuda al desarrollo a un buen gobierno, condenan a la muerte a millones de africanos que tienen gobiernos espantosos (Liberia, el Congo, la Costa de Marfil) o no tienen gobierno (Somalia). Ningún país donante está dispuesto, ni debería estarlo, a enviar dinero a gobiernos despóticos, ladrones o incompetentes que probablemente lo malgastarán o dirigirán a las cuentas bancarias personales de sus líderes. Deben establecerse e implementarse criterios internacionales estrictos de responsabilidad política, transparencia financiera y políticas económicas y sociales que fomenten el desarrollo, no sólo por los donantes extranjeros sino por prominentes e influyentes presidentes africanos, como el África del Sur, Thabo Mbeki.
La ayuda a la gente que vive bajo gobiernos que no cumplan con estos criterios deberá ser canalizada principalmente a través de organizaciones internacionales y no-gubernamentales. Los gobiernos dejados de lado no lo soportarán, pero no se les debe permitir que sean un obstáculo para llevar ayuda de fuera a las víctimas de su mal gobierno. No es la culpa de los millones de refugiados de África que ejércitos en guerra quemen sus aldeas y plantaciones y los empujen hacia campos inseguros y llenos de enfermedades, como los de la región de Darfur, de Sudán. Y ninguna persona razonable culparía a las víctimas de gobiernos canallas y destructivos, como el de Zimbabue, de la miseria económica y social que crean.
En los meses siguientes, Bush podría dar un paso de gigante para modificar el modo en que el mundo mira a Estados Unidos, uniéndose a Blair en lograr más ayuda para África. Queda poco tiempo; el continente se está muriendo. En la República Democrática del Congo, que es lo que menos es, mueren cada día unas 1.000 personas debido a enfermedades evitables como la malaria y la diarrea. Eso es el equivalente de un maremoto cada cinco meses, y sólo en ese país. En toda África, miles de personas mueren innecesariamente cada día por enfermedades como el sida, la tuberculosis y la malaria.
Hace cien años, antes de que tuviéramos el conocimiento médico de hoy para erradicar esas enfermedades, esto habría sido aceptable. Pero somos la primera generación capaz de poner fin a la miseria y las enfermedades que genera. Es hora de que pasemos el plato. Todos somos responsables de ver a las víctimas del maremoto del sudeste de Asia como más merecedoras de nuestra ayuda que las víctimas de malaria en África. Jeffrey Sachs, el economista que encabeza el Proyecto de Desarrollo del Milenio de Naciones Unidas para terminar con la pobreza en el globo, acusa justamente a la prensa en su libro The End of Poverty': "Todas las mañanas", escribe Sachs, "nuestros diarios informan: Más de 20.000 personas murieron ayer debido a la pobreza extrema'".
Así, en esta página, queremos dar ese primer paso.
Ayer, más de 20.000 personas murieron por extrema pobreza.
27 de febrero de 2005
©new york times
©traducción mQh
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