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muerte en el batallón


[David Zucchino] La pérdida de un cabo en Iraq cambió el modo en que una unidad del Ejército continuó su misión. Al final, se cumplió la promesa y se detuvo a los sospechosos.
Muqdadiya, Iraq. Cuando su batallón quedó aquí a cargo a mediados de febrero, el teniente coronel Roger Cloutier se juró a sí mismo, y ante los soldados, que si alguno de ellos era atacado, todo el batallón respondería rápida y violentamente.
"Perseguiremos al enemigo, si nos ataca", dijo el coronel a los militares. "No le daremos ni reposo ni refugio. Quiero que lo cacemos hasta en sus sueños".
Una semana más tarde, el cabo Jacob Palmatier, un oficinista de 29 años, pidió ser relevado de su trabajo de oficina para manejar un lanzagranadas en un convoy hacia el sur. Estaba en la torrecilla de un camión de 5 toneladas cuando dos astillas de metralla de una bomba improvisada se incrustaron en su cuerpo.
A minutos de una de sus primeras misiones de combate, Palmatier se desangró hasta la muerte al lado de la calle, el soldado estadounidense número 1.481 que encontraba la muerte en Iraq.
Para el Primer Batallón de los Osos de la Guerra del Regimiento de Infantería Nº30 de la Tercera División de Infantería del Ejército, fue la primera muerte en combate, y puso en movimiento una serie de sucesos que transformaron la presencia del batallón en la región.
Desencadenó una persecución que penetró una célula insurgente, conduciendo a la captura de ocho sospechosos de ser jefes de células. Precipitó un enfrentamiento que redefinió la relación entre Cloutier y jeques y alcaldes de la localidad. Forjó lazos más estrechos entre los Osos de la Guerra y el batallón local del ejército iraquí, dando vida a una investigación sobre la infiltración de esa unidad por los insurgentes.
Pero más que nada, las repercusiones de esa muerte de un soldado norteamericano cumplieron la promesa del comandante de un modo que dio a sus soldados algún grado de lúgubre satisfacción y la sensación de que estaban de algún modo más seguros.
"Fue un catalizador", dijo Cloutier, los ojos rojos y fatigado después de dos días de 24 horas de redadas y balaceras después de la muerte de Palmatier. "Fue como sacar un tronco de un atasco. Todo empezó a fluir nuevamente".
El coronel se enfrentó a la clase política local, amenazando invadir las aldeas con tanques y vehículos de combate Bradley.
"Esto no lo toleramos", dijo a los jeques tribales y alcaldes de los pueblos, exigiendo que le entregaran los nombres de los insurgentes que eran culpables del atentado con bomba.
El jefe de Palmatier, el teniente primero David Suttles, un oficial de cara lisa cuatro días más joven que el cabo, estaba con él cuando murió. Suttles cree que la muerte de Palmatier fue una muerte significativa, una tragedia de la que salió algo bueno.
"Debido a la respuesta ante el ataque, y a lo que aprendimos y a lo que hicimos después, todos en el batallón nos sentimos más seguros debido a su muerte", dijo Suttles, fumando un cigarrillo en su catre al final del pasillo donde estaba la litera de Palmatier.
A las 7:17 de la mañana del 24 de febrero, un soleado jueves, alguien que estaba escondido en un campo usó un celular para detonar una carga explosiva amarrada a dos vainas de artillería de 130 milímetros cuando pasaba el camión de Palmatier. Minutos después Palmatier moría desangrado y sus compañeros en la cabina del camión, los soldados Stephen Fuller y Marcus Riles, estaban heridos y tratando de salir de los escombros.
En la Base de Operaciones de Avanzada Normandía, un campo fortificado en el área, Cloutier se estaba afeitando. Estaba de buen humor; recién le habían dicho que dos insurgentes habían volado por los aires y muerto mientras trataban de colocar una bomba improvisada. Minutos más tarde, le dijeron que había un hombre muerto del convoy logístico de combate de la mañana, que llevaba correo y suministros.
Cloutier envió un destacamento de reacción rápida a la búsqueda de sospechosos. Rodeó el sitio con tanques y vehículos de combate. Su contraparte del ejército iraquí, el coronel Thear Ismael Abid Tamimi, levantó ocho puestos de control itinerantes en los alrededores de Muqdadiya, una ciudad comercial en las llanas zonas agrícolas al borde del Triángulo Sunní a unos 100 kilómetros al nordeste de Bagdad.En un puesto de control los soldados iraquíes pararon a un Opel gris. Un coche similar había sido usado en el asesinato el 20 de febrero de un sargento mayor iraquí y de un concejal del ayuntamiento dos días después. Dentro, de acuerdo a oficiales, se encontraban los Blancos de Alto Valor números 6 y 8 en la lista del batallón de los diez insurgentes más buscados en su sector de la provincia de Diyala.
Esas detenciones ayudaron a romper una célula insurgente sunní con lazos con Siria y Chechenia, dijeron Cloutier y sus oficiales de inteligencia. Los dos hombres -hermanos en un grupo insurgente formado por lazos tribales y familiares- habían ordenado los asesinatos, dijeron.
En el sitio del atentado, Cloutier convocó al alcalde y al jefe de policía de la ciudad. Los obligó a mirar la sangre y los destrozos. Les advirtió: "Esto no lo vamos a tolerar".
El coronel trasladó el mismo mensaje a los jeques tribales y alcaldes de las aldeas adyacentes. "Les dije que sabía que ellos sabían quiénes lo habían hecho", dijo Cloutier. El coronel ordenó a los funcionarios locales a presentarse en su despacho a las cinco de la tarde de ese día con una lista de nombres de sospechosos".
Cloutier también quería enviar un mensaje a sus soldados. Los hizo recoger hasta el más pequeño trozo de metal y papel y escombros del sitio del atentado.
Limpiaron hasta la última gota de sangre. No quería dejar que los insurgentes pudieran usar como trofeo.
Más tarde ese día, jeques, alcaldes y funcionarios de policía entraron a la oficina apenas amoblada de Cloutier en un antiguo recinto militar iraquí, justo pasando la cabeza embalsamada de un oso instalada en el centro de operaciones. El coronel había compartido el té con la mayoría de ellos durante sus visitas de introducción en este país donde los jefes militares norteamericanos son como virreyes, repartiendo dinero y organizando proyectos cívicos. Había sido amable y recatado.
Ahora, diez horas después de la muerte de Palmatier, Cloutier estaba furioso. No saludó a los hombres. No les ofreció té. No se levantó.
Cloutier es como un delantero de fútbol americano, de hombros y cuello gruesos. Su rasgo dominante es su enorme cráneo: pelado al rape, rosado y brillante. En su uniforme de combate y botas, enroscado de rabia, es una visión impresionante.
Durante casi una hora, denostó contra los iraquíes. "Les dije que tenía dinero en una mano y tanques en la otra", dijo. "Les pregunté qué querían: el dinero o los tanques".
Cuando terminó, el coronel hizo una pausa y dijo: "Ahora quiero los nombres".
Los iraquíes le entregaron 13 nombres de supuestos insurgentes, dijo. Uno por uno pidió a los funcionarios que prometieran que lo ayudarían a él y al nuevo gobierno electo iraquí en la lucha contra la resistencia. Todos accedieron, dijo.
La información entregada por los funcionarios, junto con inteligencia obtenida con el interrogatorio de los dos sospechosos detenidos en el puesto de control, ayudaron a Abid y Cloutier a capturar al Blanco de Alto Valor número 2. El sospechoso, que había sido buscado durante un año por el batallón anterior en Muqdadiya, fue conectado a un par de casas prefabricadas junto al Lago Hamrin cerca de la frontera iraní, dijo Cloutier.
La noche siguiente un convoy a todoterrenos blindados Humveed y vehículos de combate Bradley salieron del Normandía, acompañado por soldados del batallón Nº205 del ejército iraquí. Al borde del lago, los vehículos rodearon las dos casas.
Soldados iraquíes echaron abajo la puerta de entrada de la primera casa. En un dormitorio se encontraba el Blanco Nº2 con su esposa; sus hijos dormían en otra habitación. (Los comandantes, mencionando medidas de seguridad, no revelaron los nombres de los detenidos).
Los soldados encontraron armas, municiones y materiales para hacer bombas en las dos casas, dijeron oficiales de inteligencia. También recuperaron, dijeron, documentos que vinculaban al detenido con las guerrillas de la asolada república rusa de Chechenia y una fotografía del sospechosos con otros insurgentes en Siria.
Al día siguiente, los soldados volvieron a las casas, usando palos para pinchar la espuma de los azulejos del techo. De arriba de una cuna cayeron una ametralladora, un lanzagranadas y una bolsa de municiones. Los soldados también encontraron folletos titulados ‘La yihad en Iraq' y dos carnés de identidad, ambos con la foto del Blanco Nº2 y las palabras en inglés: "Sindicato de Personas Honorables de Iraq".
Bajo interrogatorio, el Blanco Nº2 proporcionó los nombres de siete hombres de la localidad que dijo que eran los financistas y organizadores de la célula, dijeron oficiales de inteligencia. A la noche siguiente, en tres redadas en el centro de Muqdadiya, soldados iraquíes apoyados por tropas americanas allanaron varias casas y detuvieron a cinco de los siete.
Menos de 72 horas después de la muerte de Palmatier, tres de los 10 hombres más buscados por el batallón habían sido capturados, junto con cinco otros miembros claves de la célula.
Cloutier dijo que los sospechosos habían ordenado el atentado que mató a Palmatier. Los oficiales también obtuvieron el nombre del hombre que puso la bomba, dijo él y otros oficial de inteligencia.
Después de los allanamientos, Cloutier pensó en todas las veces que había conversado con Palmatier en el pasillo. Se sentía bien de haberse tomado el tiempo para conocerlo, dijo, porque su temor más grande era mirar en un body bag de uno de sus soldados y no reconocer la cara.
"Yo conocía a ese chico. Era un buen chico", dijo el coronel sobre Palmatier, que deja una viuda, Bridget.
Su voz se quebró, y se limpió los ojos con su puño. "Hay que machacar a esos bastardos. Los cazaré uno por uno. A Palmatier lo mató un cobarde".
En una gaveta de su escritorio el coronel colocó una foto de Palmatier manejando un lanzagranadas. Junto a ella hay un trozo de la metralla de la fatal bomba improvisada.
Al otro lado del recinto, en el cuarto de barraca de Palmatier, había un hueco donde había estado su litera. En una pared había un clavo donde colgaba sus cosas. Arriba estaba escrito su apodo: "P. Diddy", que se le otorgó en honor a sus atormentados intentos de hacer rap.
Su compañero el soldado Kenneth Berry, en la oscuridad, miraba un DVD en su portátil. Mencionó que Palmatier había sido universitario, que tenía un diploma de historia por la Universidad de Illinois. Le enseñó a Berry a "trabajar inteligentemente", dijo.
Justo dos días antes de su muerte, Palmatier había sido entrevistado para un video del batallón que sería enviado a Ft. Benning, Georgia. El video muestra a un joven sonriente, con la cabeza rapada y gafas de marcos oscuros discutiendo la cultura e historia iraquíes.
Más abajo en el pasillo, Fuller, que fue herido en el atentado, recordó que el cuerpo de Palmatier había chocado contra él, que estaba al volante, tratando de controlar el camión inclinado hacia un lado. Se había dañado la rodilla, pero los efectos psicológicos eran peores. La noche anterior se había reunido con los psicólogos del equipo de estrés de combate del batallón.
"Me ayudaron a hablar sobre lo ocurrido", dijo Fuller casi susurrando.
El teniente Suttles estaba fumando en su cuarto al otro lado del pasillo, revisando en su mente los detalles del atentado, cómo había corrido hacia el camión impactado desde su todoterrenos, tratando en el caos de calmar a sus soldados y mirando a un médico tratar frenéticamente de salvar al cabo agonizante. Palmatier no volvió en sí.
Dos cosas le ayudaron a dormir esa noche, dijo el teniente.
"Una, todos en el terreno hicieron exactamente lo que se supone que tienen que hacer en caso de ataque", dijo. "Y dos, el cabo Palmatier no sufrió".
El domingo el batallón se reunió en uniforme de combate completo para el funeral del cabo, rodeado de decenas de soldados iraquíes con boinas escarlatas. El rifle, botas, casco y su placa de identificación de Palmatier fueron colocados en un pedestal, junto con sus medallas Purple Heart y Bronze Star. También había un medallón con la inscripción: "Nuestro País, No Nosotros".
El sargento Terriance Hamilton, un amigo íntimo, cantó un himno llamado ‘No me quejaré'.
"No tenía que ir en esa misión", dijo Hamilton. "Él pensaba que debía estar ahí".
Cloutier y Suttles lucharon por contener las lágrimas mientras hablaban. El teniente dijo que Palmatier hacía su trabajo a la perfección, revisando la zona con su lanzagranadas, cuando la explosión lo mató.
El coronel dijo: "Si mides la riqueza de un hombre por la cantidad de gente que lo quiere, entonces Jacob Palmatier era en realidad un hombre rico".
Se tocaron cintas. Los fusileros dispararon salvos. El sargento primero pasó lista, repitiendo el nombre de Palmatier tres veces, a lo que nadie respondió.
Esa noche, las fotos de los últimos detenidos se exhibían en una pizarra en el atiborrado despacho de inteligencia del batallón. Debajo de las palabras "El Hall de la Infamia Presenta Orgullosamente una Galería de Rufianes", emergían los rostros de los Blancos de Alto Valor números 2, 6 y 8.
Un día de estos, juraron muchos en el batallón, la exhibición incluirá otra foto: la del hombre que colocó la bomba que terminó con la promisoria vida del cabo Jacob Palmatier.

5 de marzo de 2005
©los angeles times
©traducción mQh

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