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escultores luchan por sobrevivencia


[John Donnelly] La recesión económica sofoca oportunidades.
Harare, Zimbabue. El escultor en piedra Nelson Gonisa se queda a veces mirando durante horas una roca. Cuando no se le ocurre nada, sabe que algo está estorbando sus pensamientos. Podría ser que está en la ruina, o que no tiene clientes, o que cree que su trabajo no sirve para nada.
Pero últimamente, como un modo de olvidar esos problemas, está usando una nueva estrategia tratando de convertir la piedra en arte.
"Pienso en las cosas positivas", dijo un día de la semana pasada en un asoleado jardín de esculturas en las afueras de esta ciudad capital. "Pienso en el amor, especialmente el amor de la familia: en el amor de tu esposa, de tus hijos, de lo que has dado a tus hijos. Historias bonitas, algo tan diferente a lo que pensamos aquí normalmente".
En los últimos violentos cinco años en Zimbabue, después de que la orden del gobierno en 2000 de ocupar las granjas de propiedad de blancos acarreara la condena internacional y arruinara la economía basada en la agricultura del país, sobrevivir como artista se ha transformado en un arte en sí mismo. Significa buscar nuevos mercados, y significa aprender a canalizar la estrés de la hiperinflación, el 80 por ciento de desempleo y un régimen que no ha dudado en usar la violencia contra sus opositores.
"Aquí el futuro es incierto", dijo Gonisa, 29, que tiene pocas esperanzas de que las elecciones parlamentarias del 31 de marzo mejoren de manera significativa la economía en general o los negocios. "Estos son días terribles. Pero no nos hemos rendido".
La tradición shona de la escultura en piedra se remonta quizás al siglo 11, a las Ruinas del Gran Zimbabue, las estructuras de piedras más grandes de África al sur de las pirámides egipcias. Allá, dentro de las fortalezas de piedra en el sur y centro de Zimbabue, exploradores encontraron varios tallados de pájaros hechos en esteatita verde-gris.
Pero tras siglos, la tradición empieza a titubear. Un pequeño grupo de hombres revivieron el arte hace poco más de una generación; sin maestros, agarraron martillo y cincel para trabajar la piedra, crearon su propio arte y empezaron a atraer seguidores que aprendieron de ellos. Eso provocó un renacimiento del arte escultórico en Zimbabue. Las obras de los escultores empezaron a llenar los espacios en los alrededores de la capital.
Hoy, sin embargo, esos espacios parecen surrealistas cementerios en decadencia. Figuras altas como la hierba alta de pájaros, serpientes, madres con niños en los brazos, amantes, incluso elefantes y serpentinas de frutas, cincelados de una roca llamada piedra de leopardo, ópalo verde y doramita, entre otras. Los espacios son silenciosos y carecen de vida. Los artistas esperan a la sombra de los árboles, saliendo sólo cuando aparece un raro turista.
Ahora, sin embargo, algunos escultores están tratando de encontrar nuevas maneras de encontrar clientes.
Gonisa y otros 14 escultores formaron la Cooperativa de Escultores Artpeace en el barrio de Mabvuku de Harare. El grupo alquiló un cobertizo y un patio para tallar sus enormes rocas. También empezaron el difícil proceso de vender sus obras fuera del país.
Un mercado es Sudáfrica; para unos dichosos pocos, las tiendas de la costanera en Cape Town venden sus obras a precios que varían entre 100 y más de 1.500 dólares. En Johanesburgo, una pequeña agente, Joanne Zondag, 47, también organiza en su casa cuatro exposiciones al año, y vende entre 100 y 150 esculturas al año.
"Es sólo una pequeña cantidad", dijo Zondag, que empezó con un escultor hace unos cinco años y ahora exhibe el trabajo de cerca de 50 artistas de Zimbabue. "No puedo mantener a 50 personas, pero puedo ayudar un poco. Realmente necesitan ser conocidos en el extranjero. Ahora en Harare es muy difícil".
Incluso es difícil transportar las esculturas. Innocent Manjengenja, 34, y Martin Umali, 28, miembros de la Cooperativa Artpeace, llevaron en autobús a Johanesburgo varias esculturas de piedra. Las piezas pesaban cientos de kilos y trasladarlas costó más de 200 dólares.
"Sólo traer aquí las esculturas en bus demuestra nuestra dedicación", dijo Umali.
Muchos escultores, dijo, han dejado de trabajar en Zimbabue. "Pero no quiero volver la espalda", dijo Umali. "Me gusta el arte desde que era niño, cuando acostumbraba mirar a los artistas famosos".
Lo mismo hacía Gonisa. "Yo admiraba a la gente que lo hacía, y empecé a preguntarles. Me enamoré de la piedra", dijo. Tras un aprendizaje de cinco años, empezó su propio taller en 2001. A medida que se deterioraba la situación política y económica, Gonisa dijo que expresaba su dolor en la piedra.
En un jardín de esculturas en Zimbabue se detuvo junto a una bola negra con un gran agujero en el medio.
"Esta es ‘Alma dolorosa'", dijo Gonisa, acariciando con su mano la lisa superficie de su obra. "Hice la boca muy ancha. Por dentro, la piedra es muy tosca; es muy desordenada, para mostrar cómo me está afectando todo esto. El exterior es pulido, y muestra cómo pretendo que las cosas son buenas".
Pero de momento lo que quiere es intentar algo nuevo. Junto a ‘Alma dolorosa' había una escultura de Gonisa más reciente llamada ‘Responsabilidad'. Mostraba a una madre que sostiene a su hijo en sus fuertes brazos.
"Preferiría expresar sentimientos de amor", dijo. "Es muy difícil estar siempre expresando dolor".

Se puede escribir al autor a: donnelly@globe.com.

10 de marzo de 2005
©boston globe
©traducción mQh

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