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el último palestino


[Hussein Agha y Robert Malley] Abu Mazen es quizás la última esperanza de los palestinos.
Del mismo modo que su ascenso político dio forma al paisaje palestino contemporáneo, la muerte de Yasser Arafat lo transformará fundamentalmente. Arafat era único y se ajustaba particularmente a las condiciones de su pueblo tras la guerra de 1948: derrotado, desposeído, y disperso, sin un estado que lo defendiera, un territorio que lo contuviera o una estrategia política que lo uniera. Los palestinos estaban divididos por familia, clases y clan, dispersos en toda la región y más allá todavía, explotados por los objetivos contradictorios de muchos y presa de las ambiciones de todos. A fuerza de historia y personalidad, carisma y astucia, engatusando y amenazando, suerte y mera perseverancia, Arafat llegó a representarlos igualmente y a emerger como el rostro del pueblo palestino, ante ellos y ante el mundo.
El principal objetivo de Arafat era la unidad nacional, sin la cual creía que no se podría alcanzar nada. Era el puente entre los palestinos en la diáspora y los de dentro, entre los que fueron desposeídos en 1948 y los que fueron ocupados en 1967, palestinos de Cisjordania y de la Franja de Gaza, jóvenes y viejos, ricos y pobres, estafadores y trabajadores honestos, modernistas y tradicionalistas, militaristas y pacifistas, musulmanes y laicos. Era un líder nacional, hombre de tribu, patriarca de la familia, empleador, samaritano, jefe de un movimiento nacionalista laico, y profundamente dedicado a todo ellos a la vez, aspirando a ser su personificación más destacada de cada uno de esos grupos disparatados, incluso cuando tenían ideas opuestas. Su estilo fue a menudo criticado y menospreciado, pero su preeminente posición fue rara vez cuestionada. No es probable que algún dirigente palestino pueda reproducir su clase de política, ciertamente no bajo las condiciones de la ocupación, e incuestionablemente, no ahora.
El hombre elegido para sucederlo es diferente en casi todo, excepto en un crítico aspecto. Abu Mazen es, como Arafat, una rareza: un personaje palestino genuinamente nacional. Pero lo es de una manera radicalmente diferente. Donde Arafat alcanzó prestigio nacional identificándose y perteneciendo a cada simple electorado e interés faccional, Abu Mazen lo consigue sin identificarse con nadie. Arafat se sumergía en la política local; Abu Mazen flota sobre ella, sirviendo sólo al movimiento nacional como un todo. El Viejo, con infatigables bravatas, gobernó por medio de una arrolladora y abrumadora presencia retórica y física. Modesto y sobrio, hombre de pocas palabras pero muchos hechos, el nuevo presidente ha construido su carrera huyendo de los focos. Nació en lo que hoy es Israel en 1935 y lo abandonó en 1948. Miembro fundador de Fatah, secretario general del Comité Ejecutivo de la Organización para la Liberación de Palestina OLP, asesor de Arafat y principal negociador entre bastidores en la Conferencia de Madrid en 1991 para los Acuerdos de Oslo en 1993, tuvo a menudo influencia, pero fue rara vez visible. Hasta ahora, su único roce con el cargo público fue su breve nombramiento como primer ministro en 2003. Con la muerte de Arafat, la política de las pesas ha terminado, para dejar entrar la política del toque ligero.
Arafat vivía en un mundo borgesiano donde una cosa y su opuesto podían cohabitar en el mismo punto del espacio y el tiempo, donde lo que importaba era el impacto del lenguaje, no el significado real de las palabras y donde los mitos se combinaban con los hechos para producir realidad. El mundo de Abu Mazen está más enraizado en lo que es familiar y reconocido por la mayoría de la gente como el orden de las cosas. Su lenguaje pertenece a la variedad aceptable y cotidiana, su realidad está mucho menos animada por los fantasmas del pasado. En lugar de la política de lo ambiguo y la intensidad creativa, él representa la política de una clara y fría racionalidad.

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Abu Mazen es un político por convicción, lo que hasta hace poco no quería decir mucho sobre un político. Su conducta es rara vez intrigante; es, si algo, una pura extensión de su compostura emocional y temperamental, un rasgo que da cuenta de sus muchos éxitos y no pocos reveses. Guiado por un profundo sentido de lo ético, la repugnancia por la mera conveniencia política y una exagerada confianza en el poder de la razón, rara vez se da por vencido o ataca cuando es rechazado o desdeñado. Convencido de que tiene la lógica y la razón de su lado, e igualmente convencido de que la lógica y la razón son las facultades que guían a los demás, esperaría más bien pacientemente hasta que la gente, a su debido tiempo, viera las cosas como él. Tiene poco de manipulador, embustero o conspirador, lo que quizás explica por qué es implacable con las manipulaciones, engaños y conspiraciones de otros. Esa fue la clave que hizo bascular su relación con Arafat: porque él no dudaba en oponerse al Viejo, prefería la reclusión al enfrentamiento o al compromiso; porque incluso cuando se enfadaba, Arafat sabía que, a diferencia de muchos de sus colegas, los motivos de Abu Mazen eran sinceros antes que oportunistas, y por eso nunca perdió la confianza en él y lo perdonó casi siempre.
Abu Mazen es también un musulmán profundamente devoto. Inspirado por el islam, pero alérgico a su papel en la política, reza diariamente y ayuna para Ramadán, pero no fomenta ninguna de las dos, creyendo que la religión es un asunto de creencias privadas, no de exhibición pública, menos todavía de regulación pública. En sus tratos ahora regulares con líderes de Hamas o la Yihad Islámica, esto le da un inconfundible filo; está convencido de que no es menos musulmán que ellos, y cuando se reúne con un político auto-proclamado islámico, lo ve como político, no como musulmán.
Todavía más importante, conserva un núcleo de principios de los que no le gusta apartarse y sobre los cuales no hace compromisos. En el otoño de 1999, en las secuelas de la elección de Ehud Barak como primer ministro israelí, presentó a los funcionarios estadounidenses una propuesta directa para un acuerdo final: un estado palestino dentro de las fronteras al 4 de junio de 1967; Jerusalén Este como su capital; y el reconocimiento del principio del derecho de los refugiados a retornar. Dentro de esos ‘parámetros' y en conformidad con la legalidad internacional, no dejó espacio para discusión. Habría canjes menores y equitativos de tierra para tomar en cuenta a algunos asentamientos israelíes; disposiciones para permitir a los judíos un acceso libre de obstáculos a sus sitios sagrados; y el derecho a retornar sería implementado de una manera que no amenazara los intereses demográficos de Israel. Pero la aceptación previa de la propuesta básica era lo más importante, porque sin ello no habría ni legitimidad internacional ni una paz justa. Estados Unidos e Israel ignoraron su propuesta. Las negociaciones avanzaron como a lo largo del pasillo de un mercado de posturas y tratos, indiferente ante cualquier principio fundamental: los porcentajes de territorios de Cisjordania que debían ser devueltos por Israel variaron furiosamente, así como la propuesta asignación de soberanía sobre Jerusalén Este y el número de refugiados que podrían reasentarse en Israel.
Este modo de negociación era anatema para Abu Mazen, que creía que nada bueno saldría de las negociaciones, pensando que era contraproducente para los palestinos y, en la medida en que despertaba expectativas falsas sobre el alcance de posibles compromisos palestinos, deshonesto con los israelíes. Además, cuando su sugerencia en la primavera de 2000 de negociaciones secretas entre no funcionarios de cada lado fuera rechazada por Barak y otros menos convenientes funcionarios palestinos fueron elegidos para llevar las negociaciones, él esencialmente se excluyó a sí mismo.

Descontento con la marcha de las negociaciones hasta la cumbre de Camp David, Abu Mazen se opuso vehemente al estallido de violencia que siguió. La violencia le sorprendía como inútil y poco razonable, equivalente a usar la más frágil arma palestina para atacar el flanco más fuerte de Israel. Abu Mazen miraba la violencia en términos de costes y beneficios, y mientras los costes eran altos, los beneficios eran pocos: los israelíes cerraban filas, Estados Unidos tomaba partido, la comunidad internacional volvía la espalda, y la Autoridad Palestina se desmoronaba. En lugar de eso, creía que el objetivo debía ser iniciar conversaciones con varios grupos políticos israelíes, usar un lenguaje que Washington pudiera entender, y atraer al mundo a la causa palestina. Para ese fin, los palestinos deben estabilizar la situación, restaurar la ley y el orden, contener a todas las milicias armadas, construir instituciones centralizadas transparentes y legítimas y, sobre todo, cesar los ataques armados contra Israel. En su visión, los medios y los fines se entrelazan si los palestinos presentan un caso justo, tendrán una audiencia justa. De la moderación palestina saldrá tanto un mayor apoyo internacional como una mayor receptividad de la opinión pública israelí a demandas lógicas.
Su creencia en la persuasión y los principios por sobre la presión violenta es una posición arriesgada y, para muchos palestinos, imprudente. Según lo ven, los palestinos no militarizaron el conflicto, sino Israel; cuando se alcanzaron treguas tentativas e informales, Israel las violó; y si los palestinos dejaban de pelear, se desarmarían unilateralmente, eliminando toda presión para que Israel hiciera compromisos.
La opinión diferente de Abu Mazen se ha formado durante su larga experiencia con Israel. Como parte del triunvirato de la OLP, junto con Yasser Arafat y Khalil El-Wazir (Abu Jihad), supervisó los contactos con los israelíes desde mediados de los años setenta. Aunque estos contactos empezaron con activistas anti-sionistas marginales, gradualmente llegaron a incluir a árabes-israelíes, la izquierda sionista, antiguos oficiales moderados, y miembros del Partido Laborista. Tras los Acuerdos de Oslo, Abu Mazen extendió su alcance para incluir a fuerza menos obvias pero, a sus ojos, más relevantes: el Likud y los judíos ortodoxos. De esos intercambios concluyó que la sociedad israelí era tanto intrigantemente compleja en sus divisiones y cautivantemente simple en sus aspiraciones, que eran volver a la normalidad y a la seguridad. Si se les ofrecía ese resultado, los israelíes, en su opinión, estarían dispuestos a hacer las concesiones necesarias para una paz estable y justa -una convicción que pareció a algunos palestinos como el colmo de la ingenuidad, a otros el pináculo del pragmatismo.

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Abu Mazen, un hombre sin un apoyo genuino, se ha transformado en un hombre sin una oposición efectiva. Esto, en gran parte, explica su ruta fluida e incontestada hacia el poder. Cuatro años de un agotador y devastador enfrentamiento con Israel y con la pérdida del único líder que han conocido, los palestinos se encuentran consternados, con miedo y cansados. Ni la opinión pública ni ningún grupo significativo del electorado está de ánimos para pelear; Abu Mazen, que no fue la primera opción de ningún electorado en particular, fue la opción natural de todos. Hoy es el último palestino con estatura nacional y credenciales históricas, el único que puede hablar auténticamente a nombre de todos. Cualquier otro líder habría sin duda provocado una prolongada, costosa y divisiva lucha por la sucesión. En resumen, su elección fue menos un ejercicio en conferir legitimidad que en confirmarla.
A su alrededor se ha reunido una multitud de intereses divergentes. Los palestinos que temían que la muerte de Arafat acarreara más caos, ven en Abu Mazen el reconfortante símbolo de la seguridad personal y la estabilidad colectiva. Para los muchos que están simplemente agotados por la intifada, es visto como el que con más probabilidad traerá calma y quizás incluso alguna mejora de su situación. Para los militantes perseguidos por Israel, podría ser el líder con el que negociar una amnistía que les permitiría volver a llevar vidas normales. Miembros de la comunidad empresarial y la elite social creen que él entiende sus necesidades y puede crear un clima más comprensivo de sus intereses comerciales. Miembros de la atrincherada burocracia que creció junto con la Autoridad Palestina, resentidos de las pérdidas sufridas desde la insurrección, tienen esperanzas de que Abu Mazen los vuelva a la posición de que disfrutaban después de 1993. Para los refugiados palestinos y miembros de la diáspora, preocupados de que sus intereses sean descartados una vez se reinicien las negociaciones, sus orígenes en lo que hoy es la ciudad israelí de Safad, su pasado de lucha política fuera de los territorios, y su largo apoyo del derecho a retornar les ofrece alguna confianza. Luego están los que han cerrado filas en torno a la persona considerada ungida por la única potencia de verdad, Estados Unidos, aunque su preferencia es de hecho el reflejo de las imaginadas preferencias de otros.

Las circunstancias procuran extraños compañeros de ruta. Con la planeada retirada de Israel de la Franja de Gaza, la desconfianza entre los palestinos de Cisjordania (que temen que Gaza siga su propio camino) y los de Gaza (que temen que sus contrapartes traten de estorbar la retirada) ha alcanzado nuevas alturas. Sin embargo, los dos lados se han reunido en torno a Abu Mazen, que es visto como no estando comprometido con nadie y por eso ninguno lo considera una amenaza. Algunos pensaban que los jóvenes miembros de Fatah lo rechazarían, pero la sucesión llegó demasiado pronto y rechazar la dirigencia establecida de un movimiento ya profundamente dividido habría sido demasiado oneroso. En lugar de eso, los supuestos futuros líderes vieron en Abu Mazen a alguien no afiliado con ninguna facción en particular, garante de la continuidad y, sobre todo, un personaje de transición óptimo durante cuyo gobierno se podrían preparar otros para sucederle. Entretanto, los leales al viejo Arafat, preocupados por sus posiciones -como miembros del Comité Central de Fatah- se aferran a él como un seguro contra las sospechadas ambiciones de estos recién llegados.
Hamas y Yihad Islámica están conscientes de que el programa de Abu Mazen es incompatible con los suyos, que él rechaza la violencia y la existencia de milicias armadas. Pero han vivido con él antes, y tienen confianza en que lo pueden hacer de nuevo. Creen que conocen sus maneras: co-optar, no aplastar. Convencidos de que Israel no le dará una posibilidad justa y que por eso fracasará, pueden permitirse esperar hasta la siguiente ronda, al mismo tiempo que sacan ventaja de un merecido descanso. En lo que se refiere a Estados Unidos, Israel, Europa y los países árabes, Abu Mazen no sólo cree en los programas que dice que llevará a cabo -terminar los ataques armados, construir instituciones palestinas, reafirmar el imperio de la ley- sino, todavía más importante, es visto como el único palestino remotamente capaz de lograrlo.
Entre esta amplia gama de electorados domésticos e internacionales, los que apoyan completamente su visión política son pocos y los que creen que él finalmente verá las cosas como ellos, muchos. Pero de momento, Abu Mazen puede hablar y actuar con relativa libertad, sin duda con más libertad de la que él mismo y otros esperaban. Debido a que ellos se han acercado a él antes que él a ellos, se encuentra sorprendentemente bajo poca presión de los mismos grupos a los que Arafat trataba perpetuamente de apaciguar y que, a su vez, trataban de atarlo de manos. Los centros de poder concurrentes que han existido alguna vez, están ahora durmientes, incapaces o no dispuestos a formar un oposición organizada y efectiva. Quizás más importante, ha alcanzado esta posición porque sus inclinaciones políticas, más que las de cualquier otro líder palestino hoy, están en armonía con las prioridades inmediatas de su pueblo: la seguridad y la aspiración a llevar vidas normales, libres del temor a ataques israelíes y bandas palestinas; progreso material y reinicio de actividades económicas básicas; y libertad de movimiento, la capacidad de circular nuevamente sin constantes puestos de control, toque de queda y humillaciones. Irónicamente, los palestinos ahora aspiran a muchas de las condiciones que prevalecían antes de la intifada, condiciones que en gran parte la provocaron, y que, en sus mentes, Abu Mazen está mejor equipado para restaurarlas.

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Ariel Sharon ha ganado la actual ronda del conflicto palestino-israelí. Su objetivo de toda la vida era que los palestinos se cansaran de su lucha nacional. Provocar el empobrecimiento y la desesperación del pueblo palestino no fue nunca su propósito, pero veía ese resultado como un pre-requisito para desviar la atención de los palestinos de los temas políticos hacia asuntos mundanos de interés más inmediato y cotidiano. Parece haber logrado esta ambición, un resultado Abu Mazen largo tiempo pronosticado, que explica por qué al principio mismo de la intifada armada en 2000, llamó a ponerle fin. La insurrección, advirtió, perjudicaría más a los palestinos que a los israelíes; en última instancia, volverían al punto de partida, terminar con la insurrección y reconstruir sus vidas, sólo más divididos, aporreados y aislados que antes.
El exhausto palestino convenía los propósitos de los dos hombres, aunque difieren fuertemente en lo que quieren hacer con él. A ojos de Sharon, proporciona un bienvenido medio de despolitizar el movimiento nacional palestino; a los de Abu Mazen, es una fase necesaria antes de que la nación palestina pueda ser re-politizada sobre nuevas bases.
El presidente palestino tiene pocas esperanzas de que se pueda lograr un acuerdo total con Ariel Sharon. Hay demasiadas cosas que los separan, y no es la menor la preferencia del primer ministro por un acuerdo interino de largo término en el que los temas difíciles, como las fronteras definitivas, la jurisdicción de Jerusalén y el destino de los refugiados, sean pospuestos indefinidamente. Con nociones tan diferentes, el período inmediato no es propicio para un acuerdo bilateral, sino para medidas unilaterales, en el que Israel se retire de Gaza y del norte de Cisjordania y los palestinos pongan orden en su casa. Las negociaciones para un acuerdo permanente sigue siendo su objetivo, pero no piensa que el otro lado esté preparado para eso. Reconstruyendo las instituciones palestinas y el movimiento nacional mismo, renunciando genuinamente a la violencia, remozando los lazos internacionales y articulando claramente exigencias palestinas inalterables y básicas, cree que el período post-Sharon puede estar preparado para eso o incluso más y que, en el entretanto, su pueblo cosechará los beneficios de una tranquilidad recobrada y largo tiempo esperada.

Incuestionablemente, es una apuesta. El apoyo de Abu Mazen es tan amplio como variable, un reflejo de las circunstancias mucho más que de adherencia a su persona o programa. El estado de conmoción actual de los palestinos probablemente pasará, sus temores se apaciguarán y su terminará su fatiga, momento en el que es probable que se hagan oír exigencias más políticas -que Israel deje en libertad a los prisioneros palestinos, ponga fin a la construcción de asentamientos o termine la ocupación. A medida que pase el tiempo, inevitablemente habrá que optar, y hacerse de enemigos. Algunos que lo apoyan tibiamente, romperán filas, surgirá el fantasma de una oposición efectiva y organizada, y se oirán renovados llamados a la violencia. Abu Mazen espera que para entonces habrá producido beneficios tangibles bajo la forma de estabilidad, orden, mejores condiciones de vida, y libertad de movimiento, acumulando un capital político más rápidamente de lo que lo gasta y compensando la pérdida de apoyo de algunos electorados con la consolidación del apoyo de otros.
Para lograrlo, Abu Mazen está descansando pesadamente en el apoyo de la comunidad internacional, principalmente de Estados Unidos, para ir más allá de un mejoramiento material e inmediato de las condiciones de vida de los palestinos. Terminar con la violencia e implementar reformas institucionales son causas en las que cree profundamente y que llevará a cabo por el bien del pueblo palestino, no importa qué ocurra. Pero también ve un importante beneficio secundario, que es poner a prueba al presidente Bush y confrontarlo con sus propias palabras. Bush ha dicho más de una vez que la contención de los grupos militantes y la democratización de la sociedad palestina conduciría a la solución de los dos-estados. Si los palestinos abandonan sus objetivos, espera Abu Mazen, Estados Unidos tendrá que cumplir con su palabra, ejerciendo presión sobre Israel para que haga las concesiones políticas que necesitará urgentemente hacer.
Abu Mazen también depende de cambios en Israel, y espera que la situación más tranquila que creará puede conducir a presiones internas para un acuerdo comprehensivo, en oposición a la satisfacción popular con el status quo. Si se puede lograr eso con suficiente rapidez, la impaciencia palestina puede ser manejada, y se podrá evitar un retorno al conflicto armado. En resumen, debe lograr de Israel y de la comunidad internacional suficiente movimiento lo suficientemente pronto si no se quiere que los palestinos finalmente se cansen también de él. Sabe que esta es precisamente la maniobra que intentó en vano durante su poco exitoso período como primer ministro, si bien con tres cruciales diferencias: Arafat ya no está, los palestinos están más dispuestos a dar una posibilidad a Abu Mazen, e Israel y Estados Unidos han tenido tiempo de aprender de ese desafortunado precedente.
También en esto la diferencia con Arafat es palpable. Mientras Abu Mazen está donde está hoy debido a que el ánimo popular sintoniza con el suyo, Arafat estuvo donde estuvo tanto tiempo debido que trabajaba infatigablemente para seguir sintonizado con los ánimos populares. Al participar activamente en cada electorado palestino interno, Arafat se aseguraba que su prestigio fuera independiente de las circunstancias; situándose encima de las riñas, Abu Mazen se asegura que su status quede ligado inextricablemente a ellos. Abu Mazen goza de un poder que es a la vez casi absoluto y más probablemente temporal. Aliviado de la necesidad de satisfacer las exigencias de cada electorado, su margen de maniobra es considerablemente amplio. Pero si cambia la opinión prevaleciente, si Estados Unidos no presiona a Israel, o si Israel no responde, el consenso que se ha formado tan rápidamente en torno a él se evaporará con la misma rapidez.

Tiene que hacer frente a dos retos adicionales y paradójicos. Primero, porque su principal capital es el crédito internacional más que la credibilidad interna, y porque los palestinos están convencidos de que Estados Unidos pueden obtener de Israel lo que ellos mismos no pueden, finalmente se esperará más de él que de Arafat. Segundo, en la medida en que su poder es sobre todo el resultado de la fatiga popular, mientras más éxito tenga en mejorar la situación, más riesgos corre de que su plataforma de apoyo se resquebraje.
Entre las potenciales minas, hay dos que están a la vuelta de la esquina. La primera es la retirada de Israel de Gaza. Esto no es algo a lo que él se pueda oponer: la tierra está siendo devuelta a los palestinos y, por primera vez en la historia del conflicto, los asentamientos serán evacuados. Gaza, libre de la presencia de Israel, puede ser reconstruido y servir como modelo para el resto de los territorios ocupados. Pero es también algo que no puede permitirse acoger con entusiasmo: muchos palestinos temen que con todos los ojos volcados sobre Gaza, la retirada sea acompañada por un mayor fortalecimient de los bloques de asentamientos dentro de Cisjordania, más construcciones israelíes en la estratégica área de Jerusalén y la continuada construcción del muro de separación, todo parte de un sospechado plan más amplio para imponer fronteras de largo plazo de facto que dividirá a Cisjordania en cantones. Guardando el equilibrio entre esas dos consideraciones, es probable que Abu Mazen elogie la retirada de Gaza como un logro que es parte de la hoja de ruta y mantenga cualquier coordinación con los israelíes a un mínimo, conservando el interés internacional en Cisjordania.

La segunda mina es una que sabe que está a la vista: una propuesta israelí para fundar un estado palestino con fronteras provisionales en Gaza y partes de Cisjordania. Ansioso de un logro político, y obsesionado con el imperativo de la construcción de instituciones, Estados Unidos y Europa probablemente exigirán su aprobación; incluso se espera que algunos países árabes, desesperados por la estabilidad y cualquier signo de progreso, se unan al coro. Pero lo que algunos ven como una concesión israelí, Abu Mazen lo ve como una trampa, un intento de aminorar el conflicto, de privarlo de su poder emocional, reducirlo a una disputa de fronteras simple y controlable, y retrasar un acuerdo comprehensivo. Luchará por encontrar un modo que no aleje a importantes auspiciadores internacionales ni lo aleje de profunda convicción de que la propuesta es una treta -aunque cómo puede hacer las dos cosas en este momento no lo sabe ni él.

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Indudablemente, el poder lo afectará, como afecta a todos los que prueban. Desde ya, tiene que adquirir, o simular, un gusto por la oratoria y el contacto físico por los que Arafat era famoso. Más ampliamente, su supervivencia política requerirá el tipo de peligroso acto de equilibrio que siempre desdeñó y dejó en general al Viejo: concentrándose sen mejoras materiales sin dejar de lado los temas políticos; conservar la confianza israelí y americana sin perder la de Hamas o de la Yihad Islámica; disciplinar las milicias armadas, sin aplastarlas; acercarse a la vieja generación, sin enajenar a las nuevas; mantener la unidad de Fatah sin ser paralizado por ella; poner fin a la violencia sin que parezca sumisión ante Israel -y, por supuesto, alejarse del legado de Arafat, sin romper con él. Con el tiempo, el principal reto será si puede reconciliar las numerosas expectativas que personifica y canalizar el tibio apoyo del que disfruta de otros grupos concurrentes en apoyo activo de sí mismo y sus medidas. En este sentido, los resultados de las elecciones sobreestiman y subestiman a la vez su fortaleza: más de 60 por ciento que lo votó, no comparte su plataforma, y más del 30 por ciento no le votó, no constituyen una oposición unificada, coherente o efectiva.
También hay una serie de preguntas sin respuesta. ¿Qué pasará si Abu Mazen no puede proporcionar lo que exigen Israel y Estados Unidos? ¿Qué pasaría si Abu Mazen no es capaz de llegar a un acuerdo con Hamas, la Yihad Islámica y los militantes de Fatah, o si alcanza un acuerdo, pero no se mantiene, o si se mantiene pero Israel continúa los ataques bélicos? ¿Qué pasaría si se rompe el frágil consenso político a su alrededor o si estallan conflictos internos?
Durante su efímero mandato como primer ministro en 2003, en una época en que gozaba del apoyo de Estados Unidos, la ayuda de Naciones Unidas, Europa y de gran parte del mundo árabe, preguntamos en estas páginas por qué, en medio de semejante multitud, se sentía tan solo.* Operaba entonces son apoyo popular, con una importante oposición, y a la sombra de un padre fundador y posesivo. Un año y medio más tarde, el padre ya no está y los electorados palestinos se vuelcan ahora hacia Abu Mazen y confían en él. Se ha transformado en el objeto de numerosos reivindicaciones, a menudo incompatibles. Un protector y salvador, una figura de transición y la última esperanza de una generación, el diablo para algunos y el menor de los males para otros: para los palestinos, Abu Mazem es todo esto a la vez. Hay mucha gente ahora, y ciertamente ya no está solo. Cuando piensa en lo que queda por hacer, a veces se pregunta de dónde vendrán sus electores, cuánto tiempo lo apoyarán, y qué ha hecho para merecer su abundante y a menudo molesta compañía.

Notas
[*] ‘Three Men in a Boat' The New York Review, 14 Agosto 2003.

12 de enero de 2005
12 de marzo de 2005
©new york review of books
©traducción mQh

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