esclavos de sudán
[Robyn Dixon] Los esclavos sudaneses obtienen la libertad por un precio. La mayoría de ellos esperan ansiosos la emancipación, pero el desarraigo consterna a algunos de sus hijos.
Malual Kon, Sudán. El mapa de la vida de Majik está grabado en las cicatrices en su cuerpo. Son las huellas de golpizas violentas, su castración, el tiempo que fue dejado colgando de una cuerda amarrada al cuello. Pero el dolor y el trauma han borrado casi todas las demás cicatrices de la historia de su niñez.
No tiene idea de qué edad tiene ni cuál es su nombre de familia. Por las marcas y color de su iniciación, es obvio que es miembro de la dominante tribu dinka en el sur de Sudán. Pero dice que es árabe y el hombre que lo mantuvo como esclavo en el norte de Sudán es su padre.
"No sé si soy niño o adulto", dice, asombrado, cuando una pequeña multitud de aldeanos aquí reían disimuladamente sobre su confusión. Desprovisto de identidad, familia u hogar, no puede imaginar nada sobre su futuro, excepto que, debido a que le robaron su masculinidad, no se podrá casar nunca. Cuando lo piensa, agacha la cabeza con silenciosa tristeza.
"Todo lo que hago es comer y dormir, comer y dormir", dijo Majok, que fue llevado al sur de Sudán en enero por la Comisión para la Erradicación del Secuestro de Mujeres y Niños CEAWC, una organización fundada por el gobierno sudanés en 1999 tras la indignación internacional por la esclavitud a que son sometidos los sureños por los norteños, que hablan árabe y se identifican como árabes.
El acuerdo firmado en enero para poner fin a la guerra civil de 21 años entre el norte de Sudán, principalmente musulmán, y el sur predominantemente cristiano y animista, ha abierto el camino de un resurgimiento de los esclavos que retornan desde el norte. La CEAWC programa traer este año 7.000 secuestrados, casi 10 veces más que el año pasado.
Sudán era malamente conocida por la esclavitud hasta que fue conquistada por los británicos en el siglo 19. Pero la práctica fue revivida durante la guerra civil a mediados de los años ochenta, cuando el gobierno dominado por los árabes armó a las milicias conocidas como muraheleen para combatir a los rebeldes del sur, más o menos como ha recientemente armado a las milicias contra los rebeldes de Darfur al oeste del país.
Los murahaleen gozaron de carta blanca para asaltar aldeas, robar ganados, mata hombres, violar mujeres y secuestrar a sureños, incluyendo a miles de niños, para hacerlos trabajar como esclavos.
Aunque los relatos personales de esclavitud en el Sudán han estado emergiendo desde mediados de los años noventa, los retornos a gran escala ofrecen un conocimiento más amplio de la magnitud de las operaciones esclavistas de los murahaleen.
Los retornados llegan en el polvoriento calor, apiñados encima de camiones, algunos con terribles historias de secuestros organizados -negados durante años por el gobierno- de sureños para ser esclavizados en el norte.
Pero estos retornos a casa desafían una definición fácil. La felicidad de los retornados más viejos, deleitados con su libertad después de años de esclavitud, maltratos y matrimonios forzados, a menudo contrasta con la consternación y asombro de sus hijos nacidos en el norte. Adolescentes o en sus veinte, se sienten árabes, hablan sólo árabe y extrañan sus casas en el norte y sus padres árabes.
Han retornado, a veces contra su voluntad, a una región donde los derechos individuales pueden ser supeditados a decisiones familiares o tradiciones tribales, donde las mujeres y niños son considerados propiedad de sus parientes masculinos en el sur, que creen que ellos les pertenecen.
Agencias de ayuda como la UNICEF y Save the Children UK han cuestionado los métodos de CEAWC, mencionando informes de que el grupo ha reunido gente sin corroborar si son realmente esclavos, si las mujeres y niños quieren dejar el norte o incluso si tienen casas o familia donde volver. Algunos críticos acusan a CEAWC de atraer a gente con promesas engañadoras de que se satisfarán todas sus necesidades en Sudán del Sur.
Muchos esclavos y secuestrados retornan con esperanzas poco realistas. No saben nada de la aguda escases de servicios, agua y alimentos aquí en la árida y remota provincia sureña de Bah el Ghazal, golpeada por dos décadas de guerra. Algunos se consternan ante las privaciones que encuentran, y unos pocos incluso se han dado vuelta y retornado al norte.
A fines de enero, un convoy de unos cinco, viejos y grandes camiones Ford, adornados con manojos de cubos plásticos de agua como guirlandas de flores bulbosas, entró al pueblo comercial de Warawar, uno de los principales puntos de cruce desde el norte. Cientos de personas exhaustas bajaron de ellos.
Algunos admitieron que no eran antiguos esclavos, sino refugiados que habían pedido que los transportaran en los camiones de CEAWC para no hacer el viaje a casa caminando. Pero el portavoz de la CEAWC, James Aguer, insistió en que todos las 479 personas eran antiguos esclavos y sus hijos.
Pasaron la fría primera noche en el suelo en un recinto de Malual Kon.
"Me sorprendió, porque estábamos durmiendo en el suelo, a la intemperie", dijo Achol Deng, 45, que volvió con su padre, Cuor Koot, y sus tres hijos después de vivir más de dos décadas en el norte. A los pocos días, la mayoría de los recién llegados fueron enviados a sus pueblos.
Aboc Awet, ahora de 21, era una niña cuando fue secuestrada por milicias árabes y apuñalado en la cara y la espalda. La pusieron encima del techo de un largo y lento tren hacia el norte. Lloró todos los días del viaje de un mes, y extrañó a su madre. Recuerda que enormes manadas de polvoriento ganado robado caminaban a los lados.
"El tren era muy, muy largo. Todo el tren estaba lleno de gente secuestrada, dentro y arriba. Había mucha, mucha gente", dijo Awet. Los árabes atacaron todas las aldeas en el camino, volviendo cada vez con más ganado y secuestrados.
Nadie sabe cuánta gente fue secuestrada para ser utilizada como esclavos, ni cuántos siguen esclavos. Un estudio de 2003 por el Rift Valley Institute, con sede en Londres y Kenia, documentó por nombre 12.000 secuestros, permaneciendo 11.000 personas desaparecidas y 5.000 asesinatos.
La CEAWC dice que fueron secuestradas 20.000 personas, y se calcula que al menos 20.000 niños han nacido en la esclavitud. El portavoz Aguer dijo que la CEAWC y el Comité Dinka, un grupo de activistas en el norte, han retornado a 4.000 esclavos entre 1989 y 2004.
Pero un grupo religioso con base en Suiza, Solidaridad Cristiana Internacional SCI, menciona frecuentemente denuncias de jefes tribales sureños de que se ha secuestrado a 200.000 personas y declara que han comprado y liberado a 80.000 de ellos.
A fines de los años noventa, la SCI fue condenado por UNICEF y criticaba por Human Rights Watch por su polémica decisión de comprar esclavos para liberarlos. Los críticos dicen que la mayoría de la gente cuya libertad se compró no eran secuestrados y el dinero fue embolsado por intermediarios inescrupulosos que montaron los eventos.
El portavoz de la SCI, Max-Peter Stussi, dijo que las acusaciones de que mucha de la gente redimida no eran esclavos, eran infundadas.
Después de su largo viaje hacia el norte, Awet dice que fue llevada a una aldea llamada Dar el Afat, y se transformó en una de las cinco esclavas de su secuestrador, Ibrahim Salim. Debió sufrir duras palizas cuando trabajaba de mañana a noche recogiendo agua y leña, limpiando y cocinando. Tres niños poseídos por la familia de Salim se ocupaban del ganado y de las cabras. Dijo que todas las familias de la aldea tenían esclavos.
"Algunas familias tenían dos esclavos, algunas tres", dijo. "La gente los compraba en la aldea, o a veces los esclavos eran llevados a las casas, para que la gente los comprara".
Después de tres años, Salim se casó con ella. Dice que aceptó porque tenía miedo de que si decía que no, él la mataría. Ahora tiene una bebita, pero perdió otros dos bebés cuando dio a luz después de salvajes golpizas de su suegro.
Awet no lamenta que la hayan liberado de Salim y su violento padre. Espera encontrar un nuevo marido en el sur, que procure por ella.
Cuor Koot, que dice que tiene 60 o más, fue secuestrado hace más de dos décadas cuando los murahaleen atacaron su pueblo de Amath.
Esclavizado en el norte durante dos años, trabajó en una plantación de cacahuetes y mijo con cerca de 60 esclavos más, vigilados por pistoleros árabes. Dice que era golpeado diariamente, una vez tan brutalmente que perdió la conciencia.
"Ellos te podían atar de manos y pies y degollarte. Así es cómo matan", dijo. Después de fugarse una noche, Koot pasó el resto de los años trabajando sin paga en el norte.
Koot dijo que en el norte "nos trataban mal, como si no fuéramos personas, apenas esclavos. No teníamos ningún derecho". Pero su felicidad de volver a casa se ve atenuada cuando se da cuenta de que era más fácil ganar dinero en el norte.
"Me quedé atónito cuando volví y vi las condiciones. No sé cómo voy a cuidar de los niños aquí. He oído decir que Naciones Unidas me ayudará. Ellos dijeron: Si vuelves a tu aldea, te daremos de todo'".Trata de ser optimista, esperando semillas y herramientas y lluvia, para plantar. Su hija, Achol Denh, dice que le gustaría volver al norte. Después de ser secuestrada, fue hecha esposa por un árabe llamado Ali, que siempre la trató con cariño y respecto.
Su hija Sara Ali, 20, quedó horrorizada con la mudanza, pero como joven mujer en esta tradicionalista sociedad, no tiene nada que decir sobre su futuro. Su abuelo la casará tan pronto como pueda, para hacerse con el precio de la novia, de dos vacas, que aliviaría los problemas de la familia para volver a establecerse.
"Yo soy árabe. Quiero volver. Este lugar es malo para mí", dijo Sara Ali. "Creo que no podré vivir aquí. Este lugar está muy alejado y dejé a mi padre solo.
"Pero no me dejan volver. Si fuera por mí, me habría marchado".
Deng dijo que otra gente dinka en el norte le contaron que si ella volvía a su aldea, no tendría que volver a trabajar. Pero Deng, que dice que nunca se sintió como esclava que hacía el trabajo doméstico para su familia, no tendrá aquí faenas más livianas. Las mujeres en Bahr el Ghazal trabajan largas horas recogiendo leña, cocinando, cuidando de los niños, plantando y a menudo caminando durante horas sólo para recoger agua.
"Estoy consternada porque mis hijos no viven confortables", dijo Deng. "Estoy preocupada de que mis hijos se mueran. Mis hijos estaban acostumbrados a comer bien allá, pan y carne".
El portavoz Aguer dijo que mucha gente esclavizada cuando eran niños ya no hablan dinka y muchos han perdido a sus padres. Algunos se resistieron a las invitaciones de CEAWC de volver al sur, pero lo atribuye al miedo.
"Incluso ahora la gente tiene miedo", dijo. "Cuando se aparece la CEAWC a recogerlos, dicen no. Tienen miedo de ser asesinados".
Aguer negó las acusaciones de que la CEAWC recorre las aldeas norteñas reuniendo a los sureños, pero el proceso que describió -negociaciones con los dueños de esclavos- contradice las historias de los retornados. Muchos de ellos describieron los vehículos de la CEAWC, y la gente subiéndose caóticamente a ellos, a menudo con enfadados maridos árabes persiguiéndoles.
Majok, el joven lleno de cicatrices que fue castrado en la infancia, está feliz de no tener que trabajar todo el día sin que le paguen, ocupándose del ganado de su padre' árabe. Pero no tiene dónde ir ni nada que hacer en Malual Kon, donde su trastorno mental y confusión lo transforman en un personaje de ridículo. Nadie sabe aquí quién lo envió.
Si alguna vez conoció el cariño, lo ha olvidado. "No sé si mi padre me quería o no", dice, con tristeza.
30 de marzo de 2005
©los angeles times
©traducción mQh
"
No tiene idea de qué edad tiene ni cuál es su nombre de familia. Por las marcas y color de su iniciación, es obvio que es miembro de la dominante tribu dinka en el sur de Sudán. Pero dice que es árabe y el hombre que lo mantuvo como esclavo en el norte de Sudán es su padre.
"No sé si soy niño o adulto", dice, asombrado, cuando una pequeña multitud de aldeanos aquí reían disimuladamente sobre su confusión. Desprovisto de identidad, familia u hogar, no puede imaginar nada sobre su futuro, excepto que, debido a que le robaron su masculinidad, no se podrá casar nunca. Cuando lo piensa, agacha la cabeza con silenciosa tristeza.
"Todo lo que hago es comer y dormir, comer y dormir", dijo Majok, que fue llevado al sur de Sudán en enero por la Comisión para la Erradicación del Secuestro de Mujeres y Niños CEAWC, una organización fundada por el gobierno sudanés en 1999 tras la indignación internacional por la esclavitud a que son sometidos los sureños por los norteños, que hablan árabe y se identifican como árabes.
El acuerdo firmado en enero para poner fin a la guerra civil de 21 años entre el norte de Sudán, principalmente musulmán, y el sur predominantemente cristiano y animista, ha abierto el camino de un resurgimiento de los esclavos que retornan desde el norte. La CEAWC programa traer este año 7.000 secuestrados, casi 10 veces más que el año pasado.
Sudán era malamente conocida por la esclavitud hasta que fue conquistada por los británicos en el siglo 19. Pero la práctica fue revivida durante la guerra civil a mediados de los años ochenta, cuando el gobierno dominado por los árabes armó a las milicias conocidas como muraheleen para combatir a los rebeldes del sur, más o menos como ha recientemente armado a las milicias contra los rebeldes de Darfur al oeste del país.
Los murahaleen gozaron de carta blanca para asaltar aldeas, robar ganados, mata hombres, violar mujeres y secuestrar a sureños, incluyendo a miles de niños, para hacerlos trabajar como esclavos.
Aunque los relatos personales de esclavitud en el Sudán han estado emergiendo desde mediados de los años noventa, los retornos a gran escala ofrecen un conocimiento más amplio de la magnitud de las operaciones esclavistas de los murahaleen.
Los retornados llegan en el polvoriento calor, apiñados encima de camiones, algunos con terribles historias de secuestros organizados -negados durante años por el gobierno- de sureños para ser esclavizados en el norte.
Pero estos retornos a casa desafían una definición fácil. La felicidad de los retornados más viejos, deleitados con su libertad después de años de esclavitud, maltratos y matrimonios forzados, a menudo contrasta con la consternación y asombro de sus hijos nacidos en el norte. Adolescentes o en sus veinte, se sienten árabes, hablan sólo árabe y extrañan sus casas en el norte y sus padres árabes.
Han retornado, a veces contra su voluntad, a una región donde los derechos individuales pueden ser supeditados a decisiones familiares o tradiciones tribales, donde las mujeres y niños son considerados propiedad de sus parientes masculinos en el sur, que creen que ellos les pertenecen.
Agencias de ayuda como la UNICEF y Save the Children UK han cuestionado los métodos de CEAWC, mencionando informes de que el grupo ha reunido gente sin corroborar si son realmente esclavos, si las mujeres y niños quieren dejar el norte o incluso si tienen casas o familia donde volver. Algunos críticos acusan a CEAWC de atraer a gente con promesas engañadoras de que se satisfarán todas sus necesidades en Sudán del Sur.
Muchos esclavos y secuestrados retornan con esperanzas poco realistas. No saben nada de la aguda escases de servicios, agua y alimentos aquí en la árida y remota provincia sureña de Bah el Ghazal, golpeada por dos décadas de guerra. Algunos se consternan ante las privaciones que encuentran, y unos pocos incluso se han dado vuelta y retornado al norte.
A fines de enero, un convoy de unos cinco, viejos y grandes camiones Ford, adornados con manojos de cubos plásticos de agua como guirlandas de flores bulbosas, entró al pueblo comercial de Warawar, uno de los principales puntos de cruce desde el norte. Cientos de personas exhaustas bajaron de ellos.
Algunos admitieron que no eran antiguos esclavos, sino refugiados que habían pedido que los transportaran en los camiones de CEAWC para no hacer el viaje a casa caminando. Pero el portavoz de la CEAWC, James Aguer, insistió en que todos las 479 personas eran antiguos esclavos y sus hijos.
Pasaron la fría primera noche en el suelo en un recinto de Malual Kon.
"Me sorprendió, porque estábamos durmiendo en el suelo, a la intemperie", dijo Achol Deng, 45, que volvió con su padre, Cuor Koot, y sus tres hijos después de vivir más de dos décadas en el norte. A los pocos días, la mayoría de los recién llegados fueron enviados a sus pueblos.
Aboc Awet, ahora de 21, era una niña cuando fue secuestrada por milicias árabes y apuñalado en la cara y la espalda. La pusieron encima del techo de un largo y lento tren hacia el norte. Lloró todos los días del viaje de un mes, y extrañó a su madre. Recuerda que enormes manadas de polvoriento ganado robado caminaban a los lados.
"El tren era muy, muy largo. Todo el tren estaba lleno de gente secuestrada, dentro y arriba. Había mucha, mucha gente", dijo Awet. Los árabes atacaron todas las aldeas en el camino, volviendo cada vez con más ganado y secuestrados.
Nadie sabe cuánta gente fue secuestrada para ser utilizada como esclavos, ni cuántos siguen esclavos. Un estudio de 2003 por el Rift Valley Institute, con sede en Londres y Kenia, documentó por nombre 12.000 secuestros, permaneciendo 11.000 personas desaparecidas y 5.000 asesinatos.
La CEAWC dice que fueron secuestradas 20.000 personas, y se calcula que al menos 20.000 niños han nacido en la esclavitud. El portavoz Aguer dijo que la CEAWC y el Comité Dinka, un grupo de activistas en el norte, han retornado a 4.000 esclavos entre 1989 y 2004.
Pero un grupo religioso con base en Suiza, Solidaridad Cristiana Internacional SCI, menciona frecuentemente denuncias de jefes tribales sureños de que se ha secuestrado a 200.000 personas y declara que han comprado y liberado a 80.000 de ellos.
A fines de los años noventa, la SCI fue condenado por UNICEF y criticaba por Human Rights Watch por su polémica decisión de comprar esclavos para liberarlos. Los críticos dicen que la mayoría de la gente cuya libertad se compró no eran secuestrados y el dinero fue embolsado por intermediarios inescrupulosos que montaron los eventos.
El portavoz de la SCI, Max-Peter Stussi, dijo que las acusaciones de que mucha de la gente redimida no eran esclavos, eran infundadas.
Después de su largo viaje hacia el norte, Awet dice que fue llevada a una aldea llamada Dar el Afat, y se transformó en una de las cinco esclavas de su secuestrador, Ibrahim Salim. Debió sufrir duras palizas cuando trabajaba de mañana a noche recogiendo agua y leña, limpiando y cocinando. Tres niños poseídos por la familia de Salim se ocupaban del ganado y de las cabras. Dijo que todas las familias de la aldea tenían esclavos.
"Algunas familias tenían dos esclavos, algunas tres", dijo. "La gente los compraba en la aldea, o a veces los esclavos eran llevados a las casas, para que la gente los comprara".
Después de tres años, Salim se casó con ella. Dice que aceptó porque tenía miedo de que si decía que no, él la mataría. Ahora tiene una bebita, pero perdió otros dos bebés cuando dio a luz después de salvajes golpizas de su suegro.
Awet no lamenta que la hayan liberado de Salim y su violento padre. Espera encontrar un nuevo marido en el sur, que procure por ella.
Cuor Koot, que dice que tiene 60 o más, fue secuestrado hace más de dos décadas cuando los murahaleen atacaron su pueblo de Amath.
Esclavizado en el norte durante dos años, trabajó en una plantación de cacahuetes y mijo con cerca de 60 esclavos más, vigilados por pistoleros árabes. Dice que era golpeado diariamente, una vez tan brutalmente que perdió la conciencia.
"Ellos te podían atar de manos y pies y degollarte. Así es cómo matan", dijo. Después de fugarse una noche, Koot pasó el resto de los años trabajando sin paga en el norte.
Koot dijo que en el norte "nos trataban mal, como si no fuéramos personas, apenas esclavos. No teníamos ningún derecho". Pero su felicidad de volver a casa se ve atenuada cuando se da cuenta de que era más fácil ganar dinero en el norte.
"Me quedé atónito cuando volví y vi las condiciones. No sé cómo voy a cuidar de los niños aquí. He oído decir que Naciones Unidas me ayudará. Ellos dijeron: Si vuelves a tu aldea, te daremos de todo'".Trata de ser optimista, esperando semillas y herramientas y lluvia, para plantar. Su hija, Achol Denh, dice que le gustaría volver al norte. Después de ser secuestrada, fue hecha esposa por un árabe llamado Ali, que siempre la trató con cariño y respecto.
Su hija Sara Ali, 20, quedó horrorizada con la mudanza, pero como joven mujer en esta tradicionalista sociedad, no tiene nada que decir sobre su futuro. Su abuelo la casará tan pronto como pueda, para hacerse con el precio de la novia, de dos vacas, que aliviaría los problemas de la familia para volver a establecerse.
"Yo soy árabe. Quiero volver. Este lugar es malo para mí", dijo Sara Ali. "Creo que no podré vivir aquí. Este lugar está muy alejado y dejé a mi padre solo.
"Pero no me dejan volver. Si fuera por mí, me habría marchado".
Deng dijo que otra gente dinka en el norte le contaron que si ella volvía a su aldea, no tendría que volver a trabajar. Pero Deng, que dice que nunca se sintió como esclava que hacía el trabajo doméstico para su familia, no tendrá aquí faenas más livianas. Las mujeres en Bahr el Ghazal trabajan largas horas recogiendo leña, cocinando, cuidando de los niños, plantando y a menudo caminando durante horas sólo para recoger agua.
"Estoy consternada porque mis hijos no viven confortables", dijo Deng. "Estoy preocupada de que mis hijos se mueran. Mis hijos estaban acostumbrados a comer bien allá, pan y carne".
El portavoz Aguer dijo que mucha gente esclavizada cuando eran niños ya no hablan dinka y muchos han perdido a sus padres. Algunos se resistieron a las invitaciones de CEAWC de volver al sur, pero lo atribuye al miedo.
"Incluso ahora la gente tiene miedo", dijo. "Cuando se aparece la CEAWC a recogerlos, dicen no. Tienen miedo de ser asesinados".
Aguer negó las acusaciones de que la CEAWC recorre las aldeas norteñas reuniendo a los sureños, pero el proceso que describió -negociaciones con los dueños de esclavos- contradice las historias de los retornados. Muchos de ellos describieron los vehículos de la CEAWC, y la gente subiéndose caóticamente a ellos, a menudo con enfadados maridos árabes persiguiéndoles.
Majok, el joven lleno de cicatrices que fue castrado en la infancia, está feliz de no tener que trabajar todo el día sin que le paguen, ocupándose del ganado de su padre' árabe. Pero no tiene dónde ir ni nada que hacer en Malual Kon, donde su trastorno mental y confusión lo transforman en un personaje de ridículo. Nadie sabe aquí quién lo envió.
Si alguna vez conoció el cariño, lo ha olvidado. "No sé si mi padre me quería o no", dice, con tristeza.
30 de marzo de 2005
©los angeles times
©traducción mQh
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