enemigos públicos
[Mark Costello] Los hombres más buscados de Estados Unidos.
Un caluroso día de junio de 1934, John Dillinger, un don nadie de Indiana convertido en asaltante de bancos, recluso fugado, símbolo sexual y fugitivo de la justicia conocido internacionalmente, se estaba aburriendo. Se había transformado en alguien demasiado famoso como para robar cómodamente el banco de Podunkia, Ohio, su antiguo pan de cada día. Se estaba escondiendo en Chicago. Sus gastos eran enormes. Le gustaban los cabarets y daba propinas como Robin Hood. Estaba sobornando a policías de tres jurisdicciones, y tenía que mantener una banda ociosa. Recién se había sometido, con un impresionante y estoico valor, a una tanda de horribles y espantosamente dolorosas operaciones de cirugía plástica realizadas por un abortista de callejón, y la última operación, aunque no fue particularmente efectiva en hacer de Dillinger otra persona, costaba un montón de pasta. Agobiado y apurado de dinero, en junio de 1934 John Dillinger estaba buscando nada menos que un nuevo modo de vivir, y de ganarse la vida.
¿Qué hacer? Dillinger hizo que su abogado llamara a un diario, el sensacionalista Chicago American, ofreciéndole una exclusiva: una dramática entrevista por unos meros 50 mil dólares. Cuando el diario rechazó la oferta, Dillinger se puso a trabajar en lo que esperaba que fueran unas memorias exitosas. Pero escribir memorias que sean éxitos de venta es muy lento en comparación con asaltar bancos. Dillinger pensó en un plan más audaz. Dirigiría y sería el protagonista de una película sobre sus hazañas.
"A Dillinger le entusiasmaba la idea de hacer una película", escribe Bryan Burrough en su nueva y colorida historia de los primeros días del FBI. El plan era comprar cámaras y equipos de filmación y poner a Dillinger y otro miembro de la banda llamado Homer van Meter a charlar sobre los vicios del crimen.
"¡Será un mensaje para la juventud de América!'", dijo van Meter, entusiasta.
"No, esa no es la idea, Van', dijo Dillinger. "Solamente les diremos que el crimen no paga'".
Pero el plan de Dillinger de rodar propaganda del tipo el-crimen-no-paga, no le pagó bien, no dejándole a su pequeña pandilla otra opción que, unos días más tarde, descender al South Bend, Indiana, ocupar las calles en torno a un banco, tomar un montón de rehenes y asesinar a un joven agente de policía antes de escapar con el dinero.
Este es el extraño terreno de Public Enemies'. En 1933 y 1934 millones de estadounidenses, desarraigados por la Depresión, marchaban a la deriva por las calles, familias enteras dormían en sus coches, y vivían en lo que se conocía bajo el lúgubremente jovial eufemismo de campos turísticos' -villas miserias sobre ruedas de la clase media. Se había montado el escenario para un nuevo tipo de delincuente, altamente móvil, armado con metralletas, capaz de fundirse en el tazón de polvo de la diáspora del mismo modo que Osama bin Laden entre los pashtún. Los nombres de esos rufianes todavía resuenan: Nelson Cara de Bebé [Babyface], Metralleta Kelly [Machine Gun Kelly], Ma Barker, Bonnie y Clyde, Dillinger mismo. Otro de este grupo, un asaltante de bancos, de Oklahoma, llamado Charles (el Guapo) Floyd, se transformaría en todo un héroe popular de las praderas, el personaje de una clásica canción de protesta de Woody Guthrie contra el capital: "Sí, he recorrido este mundo / Y he visto montones de hombres divertidos. / Algunos te roban con una pistola. / Y otros con una pluma".
Public Enemies' es la historia de estos fuera-de-la-ley, del país que los produjo y de la apanicada respuesta del gobierno. Por supuesto, había habido criminales antes de 1934. Lo que puso a esta cosecha aparte fue su rara y soñadora inclinación por una especie de condenado y barato glamour. Llamadle el pop trágico americano. Bonnie Parker, una flaca camarera de Texas, era una ávida lectora de revistas policíacas y de cine. Cuando ella y Clyde Barrow salieron de Dallas en su embrollada juerga de asesinatos a través de varios estados, se tomaron un famoso par de fotografías: Bonnie con una pistola, Clyde y Bonnie con cigarros. Las fotos, publicadas ampliamente con las espeluznantes poesías infantiles de Bonnie, se transformaron en la materia prima de las revistas que Bonnie había leído alguna vez. Alvin Karpis, el más astuto de los asaltantes de banco, se tomó el tiempo durante su fuga por varios estados para recorrer con su novia las calles de Hollywood con la esperanza de ver a una estrella de cine. Mientras el Guapo Floyd era el fugitivo más buscado de Estados Unidos, su esposa Ruby, en asociación con predicadores de radio, hizo una corta película sobre un tema cristiano, salió de gira con la película y en un espectáculo de vodevil llamado El Crimen No Paga', todo el tiempo observada y seguida por un equipo de agentes federales. A John Dillinger, igualmente obsesionado con las películas, le dispararon los agentes después de ver Manhattan Melodrama', en la que Clark Gable representaba a un personaje que se parecía un montón a John Dillinger. Estos bandidos amaban las cámaras, y las cámaras a ellos.
Burrough mantiene simples sus temas. El gobierno, enfrentado a un problema nacional con la delincuencia, se vio obligado a improvisar una fuerza de policía nacional que fuera capaz de localizar a los Dillingers y Floyds desde Michigan hasta Florida, desde Cuba hasta Las Vegas. La tarea de crear la nueva policía federal recayó de casualidad en un burócrata desconocido, el joven J. Edgar Hoover. Sabemos lo que pasó. Dillinger, Nelson y Floyd fueron esencialmente asesinados, al estilo de Cali, por los equipos de Hoover. La banda de Barrow fue desmantelada. Alvin Karpis y Metralleta Kelly se transformaron en los prisioneros trofeos de Alcatraz. El mito de los federales como vengadores de traje y corbata se estableció firmemente.
Burrough, corresponsal especial de Vanity Fair y autor de Los bábaros a nuestras puertas', ha escrito un libro que desborda de vívidos retratos. Su Dillinger is inolvidable, un personaje de las historias de Richard Ford, un hombre ruin y desgraciado y de un profundo pesimismo rural.
El retrato de J. Edgar Hoover es incluso más irresistible. Estricto, atildado y dedicado al trabajo de la supresión, Hoover aparece como un histérico límite tratando patéticamente de controlarse a sí mismo. En medio de una tensa cacería, Hoover bombardeó a su principal comandante de operaciones, el arreglado y atractivo Melvin Purvis, con horripilantes avances en memoranda intergubernamentales. Implacable en su persecución de criminales hombres, Hoover (que vivió con su madre hasta sus 43) sentía un extravagante aversión por las mujeres que se cruzaban en su camino, y demonizó a Bonnie Parkerm Ruby Floyd, Kathryn (la Señora Metralleta) y la infame Ma Barker, matriarca de la banda de Barker-Karpis. "Los atrofiados dedos de la maligna y astuta Ma Barker", decía un informe de prensa auspiciado por Hoover, "como satánicos tentáculos, controlaban la madeja de la que pendía el destino de los desesperados". Esta obsesión con las esposas y queridas, con los "dedos atrofiados" de la madre, son clásicos temas del fetichismo duro de Hoover hacia 1934. Sin embargo Burrough, para su crédito, también toca el otro lado: el don de Hoover para la organización, su incorruptibilidad en una época en que casi todas las comisarías de policías estaban "en la planilla", su innovadora fe en el poder de los archivadores (lo que ahora llamamos gestión de información). Con todo, no sorprende que este solitario, brillante, atormentado y reprimido joven a menudo se refería a sí mismo en sus memoranda como "La División".
La División se transformaría en el moderno FBI, una institución con un enorme poder con ángulos muertos igualmente grandes. Como la historia del surgimiento del FBI desde el circo que era 1934, Public Enemies' es un excelente libro sobre crímenes verdaderos con todo lo bueno y las limitaciones que eso implica. El conmovedor libro de Burrough usa con moderación las conclusiones doctorales. Al retratar la victoria de Hoover como progreso, Burrough apenas reconoce la ironía más grande. Matando a Dillinger, ese Grendel de los federales, Hoover entró a ruta que al final se transformó en el monstruo más grande.
Mark Costello es un ex fiscal federal. Su novela más reciente es 'Big If'.
7 de abril de 2005
©new york times
©traducción mQh
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¿Qué hacer? Dillinger hizo que su abogado llamara a un diario, el sensacionalista Chicago American, ofreciéndole una exclusiva: una dramática entrevista por unos meros 50 mil dólares. Cuando el diario rechazó la oferta, Dillinger se puso a trabajar en lo que esperaba que fueran unas memorias exitosas. Pero escribir memorias que sean éxitos de venta es muy lento en comparación con asaltar bancos. Dillinger pensó en un plan más audaz. Dirigiría y sería el protagonista de una película sobre sus hazañas.
"A Dillinger le entusiasmaba la idea de hacer una película", escribe Bryan Burrough en su nueva y colorida historia de los primeros días del FBI. El plan era comprar cámaras y equipos de filmación y poner a Dillinger y otro miembro de la banda llamado Homer van Meter a charlar sobre los vicios del crimen.
"¡Será un mensaje para la juventud de América!'", dijo van Meter, entusiasta.
"No, esa no es la idea, Van', dijo Dillinger. "Solamente les diremos que el crimen no paga'".
Pero el plan de Dillinger de rodar propaganda del tipo el-crimen-no-paga, no le pagó bien, no dejándole a su pequeña pandilla otra opción que, unos días más tarde, descender al South Bend, Indiana, ocupar las calles en torno a un banco, tomar un montón de rehenes y asesinar a un joven agente de policía antes de escapar con el dinero.
Este es el extraño terreno de Public Enemies'. En 1933 y 1934 millones de estadounidenses, desarraigados por la Depresión, marchaban a la deriva por las calles, familias enteras dormían en sus coches, y vivían en lo que se conocía bajo el lúgubremente jovial eufemismo de campos turísticos' -villas miserias sobre ruedas de la clase media. Se había montado el escenario para un nuevo tipo de delincuente, altamente móvil, armado con metralletas, capaz de fundirse en el tazón de polvo de la diáspora del mismo modo que Osama bin Laden entre los pashtún. Los nombres de esos rufianes todavía resuenan: Nelson Cara de Bebé [Babyface], Metralleta Kelly [Machine Gun Kelly], Ma Barker, Bonnie y Clyde, Dillinger mismo. Otro de este grupo, un asaltante de bancos, de Oklahoma, llamado Charles (el Guapo) Floyd, se transformaría en todo un héroe popular de las praderas, el personaje de una clásica canción de protesta de Woody Guthrie contra el capital: "Sí, he recorrido este mundo / Y he visto montones de hombres divertidos. / Algunos te roban con una pistola. / Y otros con una pluma".
Public Enemies' es la historia de estos fuera-de-la-ley, del país que los produjo y de la apanicada respuesta del gobierno. Por supuesto, había habido criminales antes de 1934. Lo que puso a esta cosecha aparte fue su rara y soñadora inclinación por una especie de condenado y barato glamour. Llamadle el pop trágico americano. Bonnie Parker, una flaca camarera de Texas, era una ávida lectora de revistas policíacas y de cine. Cuando ella y Clyde Barrow salieron de Dallas en su embrollada juerga de asesinatos a través de varios estados, se tomaron un famoso par de fotografías: Bonnie con una pistola, Clyde y Bonnie con cigarros. Las fotos, publicadas ampliamente con las espeluznantes poesías infantiles de Bonnie, se transformaron en la materia prima de las revistas que Bonnie había leído alguna vez. Alvin Karpis, el más astuto de los asaltantes de banco, se tomó el tiempo durante su fuga por varios estados para recorrer con su novia las calles de Hollywood con la esperanza de ver a una estrella de cine. Mientras el Guapo Floyd era el fugitivo más buscado de Estados Unidos, su esposa Ruby, en asociación con predicadores de radio, hizo una corta película sobre un tema cristiano, salió de gira con la película y en un espectáculo de vodevil llamado El Crimen No Paga', todo el tiempo observada y seguida por un equipo de agentes federales. A John Dillinger, igualmente obsesionado con las películas, le dispararon los agentes después de ver Manhattan Melodrama', en la que Clark Gable representaba a un personaje que se parecía un montón a John Dillinger. Estos bandidos amaban las cámaras, y las cámaras a ellos.
Burrough mantiene simples sus temas. El gobierno, enfrentado a un problema nacional con la delincuencia, se vio obligado a improvisar una fuerza de policía nacional que fuera capaz de localizar a los Dillingers y Floyds desde Michigan hasta Florida, desde Cuba hasta Las Vegas. La tarea de crear la nueva policía federal recayó de casualidad en un burócrata desconocido, el joven J. Edgar Hoover. Sabemos lo que pasó. Dillinger, Nelson y Floyd fueron esencialmente asesinados, al estilo de Cali, por los equipos de Hoover. La banda de Barrow fue desmantelada. Alvin Karpis y Metralleta Kelly se transformaron en los prisioneros trofeos de Alcatraz. El mito de los federales como vengadores de traje y corbata se estableció firmemente.
Burrough, corresponsal especial de Vanity Fair y autor de Los bábaros a nuestras puertas', ha escrito un libro que desborda de vívidos retratos. Su Dillinger is inolvidable, un personaje de las historias de Richard Ford, un hombre ruin y desgraciado y de un profundo pesimismo rural.
El retrato de J. Edgar Hoover es incluso más irresistible. Estricto, atildado y dedicado al trabajo de la supresión, Hoover aparece como un histérico límite tratando patéticamente de controlarse a sí mismo. En medio de una tensa cacería, Hoover bombardeó a su principal comandante de operaciones, el arreglado y atractivo Melvin Purvis, con horripilantes avances en memoranda intergubernamentales. Implacable en su persecución de criminales hombres, Hoover (que vivió con su madre hasta sus 43) sentía un extravagante aversión por las mujeres que se cruzaban en su camino, y demonizó a Bonnie Parkerm Ruby Floyd, Kathryn (la Señora Metralleta) y la infame Ma Barker, matriarca de la banda de Barker-Karpis. "Los atrofiados dedos de la maligna y astuta Ma Barker", decía un informe de prensa auspiciado por Hoover, "como satánicos tentáculos, controlaban la madeja de la que pendía el destino de los desesperados". Esta obsesión con las esposas y queridas, con los "dedos atrofiados" de la madre, son clásicos temas del fetichismo duro de Hoover hacia 1934. Sin embargo Burrough, para su crédito, también toca el otro lado: el don de Hoover para la organización, su incorruptibilidad en una época en que casi todas las comisarías de policías estaban "en la planilla", su innovadora fe en el poder de los archivadores (lo que ahora llamamos gestión de información). Con todo, no sorprende que este solitario, brillante, atormentado y reprimido joven a menudo se refería a sí mismo en sus memoranda como "La División".
La División se transformaría en el moderno FBI, una institución con un enorme poder con ángulos muertos igualmente grandes. Como la historia del surgimiento del FBI desde el circo que era 1934, Public Enemies' es un excelente libro sobre crímenes verdaderos con todo lo bueno y las limitaciones que eso implica. El conmovedor libro de Burrough usa con moderación las conclusiones doctorales. Al retratar la victoria de Hoover como progreso, Burrough apenas reconoce la ironía más grande. Matando a Dillinger, ese Grendel de los federales, Hoover entró a ruta que al final se transformó en el monstruo más grande.
Mark Costello es un ex fiscal federal. Su novela más reciente es 'Big If'.
7 de abril de 2005
©new york times
©traducción mQh
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