porqué de la guerra fría
[James Mann] Ahora sabemos porqué el terrorífico impasse de las superpotencias no terminó en guerra abierta.
Cuando el Ejército Popular de Liberación de China cruzó sorpresivamente el río Yalu durante la Guerra de Corea, el general Douglas MacArthur ordenó que se arrojasen bombas atómicas sobre las tropas chinas. La Unión Soviética respondió con ataques nucleares contra las ciudades de Corea del Sur, Pusan e Inchon. Los estadounidenses contraatacaron arrasando Vladivostok y dos ciudades chinas; los soviéticos, a su vez, bombardearon Frankfurt y Hamburgo.
Todo esto es pura ficción, por supuesto; ningún país ha usado armas nucleares desde que Estados Unidos destruyera Nagasaki el 9 de agosto de 1945. Pero en un par de espantosos párrafos del nuevo libro de John Lewis Gaddis, ‘The Cold War’, este escenario se presenta como un hecho dentro de una historia de otro modo factible, hasta que finalmente el autor declara la ficción.
Es la manera poco convencional de Gaddis de hacer un importante punto: La Guerra Fría fue significativa históricamente más por lo que no pasó que por lo que ocurrió efectivamente. Por espantoso que fuera el gran enfrentamiento global, Estados Unidos y la Unión Soviética nunca iniciaron una guerra a toda escala. "Antes de 1945 las grandes potencias se hicieron guerra con tanta frecuencia que parecían rasgos permanentes del espacio internacional", observa Gaddis. Pero las armas nucleares significaban que "por primera vez en la historia, nadie podía estar seguro de ganar, ni siquiera de sobrevivir, una gran guerra". Y así las guerras que pelearon las superpotencias y sus aliados -como en Corea, Vietnam y Afganistán- fueron de alcance limitado.
Gaddis, que enseña historia en la Universidad de Yale, es el más prominente historiador estadounidense de la Guerra Fría. Emergió primero a los 34 años como líder de la escuela ‘post-revisionista’ de la historia de la Guerra Fría. El primer grupo de historiadores que escribieron sobre la Guerra Fría la atribuyeron en gran parte al deseo de que la Unión Soviética dominara Europa, de José Stalin. A fines de los años cincuenta y sesenta, la escuela revisionista, dirigida por William Appleman Williams de la Universidad de Wisconsin, argumentó que la Guerra Fría fue sobre todo una consecuencia de los intereses económicos estadounidenses, que empujaron a Moscú a reaccionar defensivamente ante la potencial invasión estadounidense de su patio trasero.
Pero llegó Gaddis. Rechazando ambas contenciones, su libro de 1972, ‘The United States and the Origin of the Cold War’ [Estados Unidos y el origen de la Guerra Fría], retrató los orígenes del conflicto entre Estados Unidos y la Unión Soviética menos como la falta de uno de los lados y más como el resultado de una plétora de intereses conflictivos y el deficiente conocimiento mutuo de las dos superpotencias, propulsado por la política nacional y la inercia burocrática. Desde entonces Gaddis ha explorado la Guerra Fría en seis otros libros y, en el proceso, sus puntos de vista han evolucionado -más notablemente en ‘We Now Know’ (1997), que se basó en archivos soviéticos recientemente disponibles. Especialmente desde el colapso soviético, ha enfatizado la importancia de los valores democráticos y la capacidad de Estados Unidos para relacionarse con sus aliados de un modo profundamente más decente que la Unión Soviética con Europa del Este. De hecho, Gaddis ha retrocedido casi hasta el punto donde empezaban los primeros historiadores de la Guerra Fría, responsabilizando a Stalin y la brutal naturaleza de su régimen.
El último libro de Gaddis reduce toda la historia de la Guerra Fría a 266 páginas de texto a veces brillante por su agudeza y lúcida prosa destinada no a historiadores y especialistas, sino a lectores corrientes. Para producir esta nueva síntesis, no ha hecho mucho trabajo de campo en archivos, y, a veces, descansa pesadamente en sus trabajos anteriores. Sin embargo, hay que reconocer que Gaddis no se limita a rescribir su propia obra ni a volver a trazar los principales acontecimientos de 1946 a 1991. En lugar de eso, trata de encontrar nuevos modos (como su sorprendente invención coreana) para cubrir el tema, retrocediendo y considerando todo el período con distancia y perspectiva.
Gaddis empieza ‘The Cold War’, por ejemplo, no en Moscú, Washington o Europa del Este, sino en una isla frente a las costas de Escocia, donde un enfermizo y deprimido escritor inglés llamado Eric Blair, escribiendo bajo el nombre de pluma de George Orwell, se sentó a escribir su novela ‘1984’, el clásico retrato de un mundo totalitario. "Vale la pena empezar con visiones... porque fijan las esperanzas y los temores", explica Gaddis. "La historia determina luego qué prevalecerá". En las páginas finales concluye que la Guerra Fría "empezó con un retorno del temor y terminó con el triunfo de la esperanza, una inusual trayectoria para los grandes trastornos históricos".
Los ensayos en escritura imaginativa de Gaddis no son siempre exitosos. El ficticio pasaje sobre el uso de armas nucleares en la Guerra de Corea, por ejemplo, es tan fuera de carácter con el resto del libro que deja al sorprendido lector preguntándose qué está pasando. Su capítulo final se convierte misteriosamente en una disertación sobre cómo el aniversario número quinienos del viaje de Cristóbal Colón muestra la precariedad de los juicios históricos.
Gaddis claramente escribe mucho mejor sobre los primeros períodos de la Guerra Fría, de 1940 hasta la crisis de los misiles cubanos en 1962, que sobre períodos posteriores. Cuando cubre los orígenes del conflicto entre Estados Unidos y la Unión Soviética, su narrativa es segura de sí misma, el análisis agudo. Examinando cómo en los años cincuenta Estados Unidos rechazó la idea de una guerra nuclear limitada, por ejemplo, llama a Dwight D. Eisenhower "el estratega más sutil y brutal de la era nuclear... Insistió en planificar solamente una guerra total. Su propósito era asegurarse de que no estallaría ninguna guerra en absoluto".
Cuando Gaddis trata los años sesenta y setenta, en contraste, ofrece menos percepciones y parece estar con prisa de cubrir todo. Se estanca en los detalles de acontecimientos tales como el conflicto entre Somalia y Etiopia a fines de los años setenta, incluso aunque reconoce más tarde que no afectó el panorama general de la Guerra Fría. Su manera de introducir las revueltas contra la autoridad establecida en lugares como Estados Unidos y Francia a fines de los años sesenta es describir como Mao Zedong de China se quejó una vez de que los jóvenes alborotadores Guardias Rojos no le escuchaban -un ejemplo bizarro, ya que como Gaddis mismo lo admite más tarde, fue Mao quien había aguijoneado a los Guardias Rojos a rebelarse en primer lugar.
Gaddis enfatiza particularmente el rol de la ideología, especialmente el fracaso del marxismo-leninismo en predecir cómo se conducían gente y países. La lucha de clases no emergía del modo que habían anticipado los teóricos comunistas, y, para sorpresa de Stalin, las principales potencias occidentales colaboraron unas con otras durante décadas antes que hacerse la guerra por cuestiones económicas. "Es en esto donde los capitalistas tenían razón: eran mejores que los comunistas a la hora de aprender de la historia, porque nunca adoptaron una sola teoría simple, sacrosanta y por eso incontestada de la historia", concluye Gaddis.
Los principales héroes de su historia son los que desafiaron al régimen soviético en el reino de las ideas y valores, como Orwell, Andrei Sajarov, Alexander Solyenitsin, Vaclav Havel y el Papa Juan Pablo 23. En cuestiones de estrategia, Gaddis le otorga un gran valor a George F. Kennan (que murió el año pasado a los 101), el brillante diplomático estadounidense que escribió el famoso ‘largo telegrama’ de 1946 y el anónimo artículo ‘X’ en la revista Foreign Affairs, que ambos explicaban los orígenes de la estrategia soviética y sentaron las bases de la política americana de contención. (Gaddis, que está escribiendo la biografía de Kennan, dedica a él ‘The Cold War’).
Gaddis es marcadamente menos entusiasta sobre los líderes occidentales que buscaron un entendimiento práctico con el comunismo soviético sin amenazar su legitimidad. Por ejemplo, explora cuidadosamente las ideas estratégicas de Richard M. Nixon y Henry Kissinger, dando crédito (demasiado, de hecho) a su diplomacia secreta de equilibrio de poder. Pero luego concluye que su búsqueda de una détente con Moscú reflejaba "una especie de anestesia moral... En su búsqueda de estabilidad geopolítica, el gobierno de Nixon había empezado a apoyar la estabilidad doméstica en la Unión Soviética" -rechazando a disidentes y profetas como Sajarov y Solyenitsin.
Sin embargo, esos detractores son los que ganaron finalmente. La Guerra Fría tuvo como resultado el descrédito de las dictaduras en todo el planeta y "la globalización de la democracia", escribe Gaddis. "Fomentar la democracia se convirtió en el modo más visible en que los estadounidenses y sus aliados de Europa Occidental podían diferenciarse a sí mismos de sus rivales marxistas-leninistas".
Debido a estas opiniones, Gaddis se ha convertido en el historiador favorito del gobierno de George W. Bush, el que, por supuesto, está ahora tratando de promover la democracia en Oriente Medio. Hace un año, Gaddis fue llamado a la Casa Blanca a exponer sus ideas antes de que Bush leyera su segundo discurso inaugural, en el que volvió a enfatizar la importancia de la democracia.
En sus otros escritos, Gaddis se ha convertido en un partidario, con reservas, de la estrategia del gobierno de Bush para combatir el terrorismo. Mientras critica el carácter unilateral del primer mandato de Bush, le da crédito a la idea de la guerra disuasiva o incluso preventiva, argumentando que los atentados del 11 de septiembre de 2001 demostraron que Washington necesitaba una nueva estrategia para una nueva era. "Ese acontecimiento reveló una categoría de amenazas tan difíciles de detectar y sin embargo tan devastadoras si se llevaban a cabo, que Estados Unidos tenía pocas opciones sino usar medios disuasivos para impedir su emergencia", escribió hace un año en Foreign Affairs.
Y sin embargo las conclusiones de Gaddis en su nuevo libro ponen en cuestión otros aspectos de la actual estrategia del gobierno. Varios de los principales funcionarios del gobierno, empezando con el vice-presidente Cheney y el ministro de Defensa, Donald Rumsfeld, comenzaron sus carreras y desarrollaron sus ideas durante la Guerra Fría. Han enfatizado sobre todo la importancia del poderío militar estadounidense. Pero Gaddis saca la conclusión opuesta. "La Guerra Fría será recordada, entonces, como el punto en que el poderío militar, una característica definitoria del ‘poder’ en sí mismo en los últimos cinco siglos, dejó de ser eso", argumenta. "Después de todo, la Unión Soviética se derrumbó con todas sus fuerzas militares y con su capacidad nuclear intacta". Esas son palabras que vale la pena recordar en momentos en que Estados Unidos, la superpotencia sobreviviente, se ocupa del mundo tras la Guerra Fría. Sin ideales, los misiles no importan.
Todo esto es pura ficción, por supuesto; ningún país ha usado armas nucleares desde que Estados Unidos destruyera Nagasaki el 9 de agosto de 1945. Pero en un par de espantosos párrafos del nuevo libro de John Lewis Gaddis, ‘The Cold War’, este escenario se presenta como un hecho dentro de una historia de otro modo factible, hasta que finalmente el autor declara la ficción.
Es la manera poco convencional de Gaddis de hacer un importante punto: La Guerra Fría fue significativa históricamente más por lo que no pasó que por lo que ocurrió efectivamente. Por espantoso que fuera el gran enfrentamiento global, Estados Unidos y la Unión Soviética nunca iniciaron una guerra a toda escala. "Antes de 1945 las grandes potencias se hicieron guerra con tanta frecuencia que parecían rasgos permanentes del espacio internacional", observa Gaddis. Pero las armas nucleares significaban que "por primera vez en la historia, nadie podía estar seguro de ganar, ni siquiera de sobrevivir, una gran guerra". Y así las guerras que pelearon las superpotencias y sus aliados -como en Corea, Vietnam y Afganistán- fueron de alcance limitado.
Gaddis, que enseña historia en la Universidad de Yale, es el más prominente historiador estadounidense de la Guerra Fría. Emergió primero a los 34 años como líder de la escuela ‘post-revisionista’ de la historia de la Guerra Fría. El primer grupo de historiadores que escribieron sobre la Guerra Fría la atribuyeron en gran parte al deseo de que la Unión Soviética dominara Europa, de José Stalin. A fines de los años cincuenta y sesenta, la escuela revisionista, dirigida por William Appleman Williams de la Universidad de Wisconsin, argumentó que la Guerra Fría fue sobre todo una consecuencia de los intereses económicos estadounidenses, que empujaron a Moscú a reaccionar defensivamente ante la potencial invasión estadounidense de su patio trasero.
Pero llegó Gaddis. Rechazando ambas contenciones, su libro de 1972, ‘The United States and the Origin of the Cold War’ [Estados Unidos y el origen de la Guerra Fría], retrató los orígenes del conflicto entre Estados Unidos y la Unión Soviética menos como la falta de uno de los lados y más como el resultado de una plétora de intereses conflictivos y el deficiente conocimiento mutuo de las dos superpotencias, propulsado por la política nacional y la inercia burocrática. Desde entonces Gaddis ha explorado la Guerra Fría en seis otros libros y, en el proceso, sus puntos de vista han evolucionado -más notablemente en ‘We Now Know’ (1997), que se basó en archivos soviéticos recientemente disponibles. Especialmente desde el colapso soviético, ha enfatizado la importancia de los valores democráticos y la capacidad de Estados Unidos para relacionarse con sus aliados de un modo profundamente más decente que la Unión Soviética con Europa del Este. De hecho, Gaddis ha retrocedido casi hasta el punto donde empezaban los primeros historiadores de la Guerra Fría, responsabilizando a Stalin y la brutal naturaleza de su régimen.
El último libro de Gaddis reduce toda la historia de la Guerra Fría a 266 páginas de texto a veces brillante por su agudeza y lúcida prosa destinada no a historiadores y especialistas, sino a lectores corrientes. Para producir esta nueva síntesis, no ha hecho mucho trabajo de campo en archivos, y, a veces, descansa pesadamente en sus trabajos anteriores. Sin embargo, hay que reconocer que Gaddis no se limita a rescribir su propia obra ni a volver a trazar los principales acontecimientos de 1946 a 1991. En lugar de eso, trata de encontrar nuevos modos (como su sorprendente invención coreana) para cubrir el tema, retrocediendo y considerando todo el período con distancia y perspectiva.
Gaddis empieza ‘The Cold War’, por ejemplo, no en Moscú, Washington o Europa del Este, sino en una isla frente a las costas de Escocia, donde un enfermizo y deprimido escritor inglés llamado Eric Blair, escribiendo bajo el nombre de pluma de George Orwell, se sentó a escribir su novela ‘1984’, el clásico retrato de un mundo totalitario. "Vale la pena empezar con visiones... porque fijan las esperanzas y los temores", explica Gaddis. "La historia determina luego qué prevalecerá". En las páginas finales concluye que la Guerra Fría "empezó con un retorno del temor y terminó con el triunfo de la esperanza, una inusual trayectoria para los grandes trastornos históricos".
Los ensayos en escritura imaginativa de Gaddis no son siempre exitosos. El ficticio pasaje sobre el uso de armas nucleares en la Guerra de Corea, por ejemplo, es tan fuera de carácter con el resto del libro que deja al sorprendido lector preguntándose qué está pasando. Su capítulo final se convierte misteriosamente en una disertación sobre cómo el aniversario número quinienos del viaje de Cristóbal Colón muestra la precariedad de los juicios históricos.
Gaddis claramente escribe mucho mejor sobre los primeros períodos de la Guerra Fría, de 1940 hasta la crisis de los misiles cubanos en 1962, que sobre períodos posteriores. Cuando cubre los orígenes del conflicto entre Estados Unidos y la Unión Soviética, su narrativa es segura de sí misma, el análisis agudo. Examinando cómo en los años cincuenta Estados Unidos rechazó la idea de una guerra nuclear limitada, por ejemplo, llama a Dwight D. Eisenhower "el estratega más sutil y brutal de la era nuclear... Insistió en planificar solamente una guerra total. Su propósito era asegurarse de que no estallaría ninguna guerra en absoluto".
Cuando Gaddis trata los años sesenta y setenta, en contraste, ofrece menos percepciones y parece estar con prisa de cubrir todo. Se estanca en los detalles de acontecimientos tales como el conflicto entre Somalia y Etiopia a fines de los años setenta, incluso aunque reconoce más tarde que no afectó el panorama general de la Guerra Fría. Su manera de introducir las revueltas contra la autoridad establecida en lugares como Estados Unidos y Francia a fines de los años sesenta es describir como Mao Zedong de China se quejó una vez de que los jóvenes alborotadores Guardias Rojos no le escuchaban -un ejemplo bizarro, ya que como Gaddis mismo lo admite más tarde, fue Mao quien había aguijoneado a los Guardias Rojos a rebelarse en primer lugar.
Gaddis enfatiza particularmente el rol de la ideología, especialmente el fracaso del marxismo-leninismo en predecir cómo se conducían gente y países. La lucha de clases no emergía del modo que habían anticipado los teóricos comunistas, y, para sorpresa de Stalin, las principales potencias occidentales colaboraron unas con otras durante décadas antes que hacerse la guerra por cuestiones económicas. "Es en esto donde los capitalistas tenían razón: eran mejores que los comunistas a la hora de aprender de la historia, porque nunca adoptaron una sola teoría simple, sacrosanta y por eso incontestada de la historia", concluye Gaddis.
Los principales héroes de su historia son los que desafiaron al régimen soviético en el reino de las ideas y valores, como Orwell, Andrei Sajarov, Alexander Solyenitsin, Vaclav Havel y el Papa Juan Pablo 23. En cuestiones de estrategia, Gaddis le otorga un gran valor a George F. Kennan (que murió el año pasado a los 101), el brillante diplomático estadounidense que escribió el famoso ‘largo telegrama’ de 1946 y el anónimo artículo ‘X’ en la revista Foreign Affairs, que ambos explicaban los orígenes de la estrategia soviética y sentaron las bases de la política americana de contención. (Gaddis, que está escribiendo la biografía de Kennan, dedica a él ‘The Cold War’).
Gaddis es marcadamente menos entusiasta sobre los líderes occidentales que buscaron un entendimiento práctico con el comunismo soviético sin amenazar su legitimidad. Por ejemplo, explora cuidadosamente las ideas estratégicas de Richard M. Nixon y Henry Kissinger, dando crédito (demasiado, de hecho) a su diplomacia secreta de equilibrio de poder. Pero luego concluye que su búsqueda de una détente con Moscú reflejaba "una especie de anestesia moral... En su búsqueda de estabilidad geopolítica, el gobierno de Nixon había empezado a apoyar la estabilidad doméstica en la Unión Soviética" -rechazando a disidentes y profetas como Sajarov y Solyenitsin.
Sin embargo, esos detractores son los que ganaron finalmente. La Guerra Fría tuvo como resultado el descrédito de las dictaduras en todo el planeta y "la globalización de la democracia", escribe Gaddis. "Fomentar la democracia se convirtió en el modo más visible en que los estadounidenses y sus aliados de Europa Occidental podían diferenciarse a sí mismos de sus rivales marxistas-leninistas".
Debido a estas opiniones, Gaddis se ha convertido en el historiador favorito del gobierno de George W. Bush, el que, por supuesto, está ahora tratando de promover la democracia en Oriente Medio. Hace un año, Gaddis fue llamado a la Casa Blanca a exponer sus ideas antes de que Bush leyera su segundo discurso inaugural, en el que volvió a enfatizar la importancia de la democracia.
En sus otros escritos, Gaddis se ha convertido en un partidario, con reservas, de la estrategia del gobierno de Bush para combatir el terrorismo. Mientras critica el carácter unilateral del primer mandato de Bush, le da crédito a la idea de la guerra disuasiva o incluso preventiva, argumentando que los atentados del 11 de septiembre de 2001 demostraron que Washington necesitaba una nueva estrategia para una nueva era. "Ese acontecimiento reveló una categoría de amenazas tan difíciles de detectar y sin embargo tan devastadoras si se llevaban a cabo, que Estados Unidos tenía pocas opciones sino usar medios disuasivos para impedir su emergencia", escribió hace un año en Foreign Affairs.
Y sin embargo las conclusiones de Gaddis en su nuevo libro ponen en cuestión otros aspectos de la actual estrategia del gobierno. Varios de los principales funcionarios del gobierno, empezando con el vice-presidente Cheney y el ministro de Defensa, Donald Rumsfeld, comenzaron sus carreras y desarrollaron sus ideas durante la Guerra Fría. Han enfatizado sobre todo la importancia del poderío militar estadounidense. Pero Gaddis saca la conclusión opuesta. "La Guerra Fría será recordada, entonces, como el punto en que el poderío militar, una característica definitoria del ‘poder’ en sí mismo en los últimos cinco siglos, dejó de ser eso", argumenta. "Después de todo, la Unión Soviética se derrumbó con todas sus fuerzas militares y con su capacidad nuclear intacta". Esas son palabras que vale la pena recordar en momentos en que Estados Unidos, la superpotencia sobreviviente, se ocupa del mundo tras la Guerra Fría. Sin ideales, los misiles no importan.
James Mann es el autor en residencia de la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de la Universidad Johns Hopkins. Su libro más reciente es ‘Rise of the Vulcans: The History of Bush’s War Cabinet’.
Libro reseñado:
The Cold War. A New History
John Lewis Gaddis
Penguin Press
333 pp.
$27.95
3 de febrero de 2006
©washington post
©traducción mQh
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