loado rey sol marxista
[Joshua Kurlantzick] En el estado paria de Corea del Norte.
¿Hay en el mundo moderno un líder tan mal entendido como Kim Jong Il? Selig Harrison, un experto en Corea del Norte que ha viajado innumerables veces a Pyongyang, considera a Kim como una especie de Gorbachof asiático, un hombre que impulsa "reformas por sigilo". Para el presidente Bush, en contraste, el presidente de Corea del Norte es un "pigmeo", un líder brutal y estúpido: desde 2001 la Casa Blanca se ha negado, hasta hace poco, a iniciar conversaciones bilaterales con Corea del Norte.
En Rogue Regime: Kim Jong Il and the Looming Threat of North Korea' [Régimen Paria: Kim Jong Il y el Peligro de Corea del Norte], el veterano corresponsal en Asia, Jasper Becker, presenta un convincente alegato para definir a Kim de una vez para siempre -no como un dictador corriente, aunque nuclear, sino como un tirano extraordinariamente hábil que preside una de las peores catástrofes causadas por el hombre en la historia moderna, peor que Camboya durante los Khmer Rouge o la Unión Soviética en los años treinta.
Becker no puede informar desde Corea del Norte, y no es un experto nuclear. En lugar de eso, apoyándose en extensas entrevistas con exiliados norcoreanos, ofrece un relato altamente digerible que desentraña la historia de Kim, estudia su estilo de mando y detalla las grotescas consecuencias de esas decisiones. Su libro es un sutil alegato ante el mundo para amplíe su foco más allá del reconocidamente importante problema nuclear, hacia la enorme catástrofe humanitaria que toma lugar bajo la mirada de Kim Jong Il.
Becker traza la destructiva conducta de Kim en los primeros días de la única dinastía comunista del mundo. El régimen se fundó en mentiras, y Kim Il Sung, el padre del actual gobernante, destruyó todas las pruebas de la participación soviética en su subida al poder y en el lavado de cerebro de los coreanos, mucho más profundo que cualquier otro país comunista. En 1963, un diplomático soviético en el Norte calificó al gobierno de Kim Il Sung de "Gestapo política".
Kim Il Sung gozaba al menos de algún respeto dentro de su país por su papel como fundador del Norte. También se enfrentaba a algunos controles, aunque limitados, de su poder: a diferencia de Kim Jong Il, se reunía regularmente con los cuadros. Pero después de la muerte de su padre en 1994, Kim Jong Il transformó Corea del Norte de un régimen totalitario odioso en algo todavía peor, un estado de "un Rey Sol marxista" dispuesto a supervisar una orgía sin paralelos de extravagancias y absolutismo.
Los detalles de esas extravagancias provienen de antiguos lacayos de Kim. "A pesar de los inmensos privilegios de que gozaban... los que gobernaron a la Unión Soviética y China, no aspiraban a llevar una vida totalmente ajena a sus compatriotas", escribe Becker. "No mostraban signos de un deseo de consumo que emulara los gustos del jet-set multimillonario". Kim sí lo hace -y ha construido un parque de 100 limusinas importadas, así como un séquito de mujeres adiestradas en "grupos de placer" al servicio de las necesidades sexuales del presidente. Kim importa luchadores profesionales de Estados Unidos, a un coste de 15 millones de dólares, para que lo diviertan. Y cuando decidió construir una industria cinematográfica, hizo lo que los jefes de los estudios de Hollywood solamente sueñan: secuestró a directores y actores extranjeros y los obligó a trabajar para él. Sus bodegas de vino contienen más de 10.000 botellas francesas. Hace volar a chefs de Italia para que le preparen pizzas. Entretanto, su pueblo recoge raíces para comer.
El hambre había sido un problema bajo Kim Il Sung. Pero bajo Kim Jong Il, escribe Becker, se convirtió probablemente "en la hambruna más devastadora de la historia", con tasas de mortalidad de casi el 15 por ciento de la población, superando "cualquier desastre comparable en el siglo 20", incluso bajo la China de Mao. (Uno de los libros anteriores de Becker versó sobre el hambre en China a fines de los años cincuenta y principio de los sesenta). Según algunos cálculos, murieron más de tres millones de norcoreanos, más víctimas que en la Camboya de Pol Pot y las agencias internacionales están advirtiendo de que este año puede ocurrir una hambruna particularmente grave.
Sobrevivir ha exigido tenacidad. Se ha informado de coreanos que han asesinado a niños y mezclado su carne con cerdo para comer. Cuando conocí a refugiados norcoreanos en Asia, apenas parecían humanos -figuras atrofiadas con caras amarillentas y aterradas. Algunos norcoreanos han tratado de cultivar su propio alimento, potencialmente un signo de pensamiento independiente. Pero durante años Kim los ha obstaculizado, aunque empezó a abrir poco a poco la economía en los últimos tres años. A los que protestaban se los enviaba a un extenso sistema de campos de prisioneros, que puede haber implicado la muerte de un millón de personas. En este estado de esclavitud interna, sugiere Becker, se han realizado pruebas con armas químicas y mujeres embarazadas cuyos hijos estaban manchados por sangre extranjera han sido obligadas a abortar. Kim Jong Il se ha "resistido a adoptar políticas que podrían haber puesto fin rápidamente a la misera", dice Becker, haciendo "del dolor que infligió a todo un pueblo un delito monstruoso y sin paralelos".
A pesar de la hambruna, y a pesar de algunos informes de inteligencia de que su régimen estaba a punto de derrumbarse, Kim Jonh Il ha sobrevivido en el poder durante más de una década. Becker responsabiliza con fuertes términos a la comunidad internacional de aceptar tácitamente el osario de Kim. Agencias de Naciones Unidas que se suponían que debían supervisar la crisis humanitaria en Corea del Norte han desviado la vista, negándose a enfrentarse al gobierno anfitrión. Se han negado a llamar hambruna al hambre del Norte, y han permitido a Pyongyang a controlar la ayuda alimentaria, logrando así que la ayuda sea canalizada a través de los asociados de Kim.
En Corea del Sur, donde gran parte de la población no recuerda la Guerra de Corea, gobiernos sucesivos han impedido vergonzosamente la entrada de refugiados de Corea del Norte, al mismo tiempo que canaliza cientos de millones de dólares hacia el Norte. El gobierno de Clinton también proporcionó asistencia a Kim, mientras daba poca prioridad a los derechos humanos. Kim Jong Il "obtuvo suficiente ayuda extranjera" de Estados Unidos y Corea del Sur, "para continuar la distribución de alimentos y artículos y mantener la lealtad de los seguidores recalcitrantes", escribe Becker. Por otro lado, negándose a menudo a negociar directamente con Corea del Norte, esperando el colapso del régimen de Pyongyang, el gobierno de Bush no ha hecho ningún progreso.
Sin embargo, después de demostrar convincentemente por qué los derechos humanos en Corea del Norte deberían ser un problema tan importante como sus armas nucleares, Becker tiene pocas sugerencias de política que ofrecer a sus lectores. Reconoce que sacar al Loado Presidente a la fuerza sería casi imposible -su primer capítulo contiene un detallado juego de guerra que ilustra las capacidades de las armas de Kim. Pero también entiende que "cuando la crisis de Corea del Norte se define como una crisis de la proliferación o de recuperación de la economía, quiere decir que Kim Jong Il ya ha ganado", que cualquier estrategia para enfrentarse a Kim Jong Il debe tratar de mejorar el nivel de vida de los norcoreanos de a pie.
Becker sugiere presionar a Naciones Unidas para que reconsidere su tratamiento de los estados que aterrorizan a sus ciudadanos. Pero también hay otras opciones. Estados Unidos podría acelerar la contención tratando de asegurarse de que Corea del Norte no pueda vender sus armas a terroristas; y podría hacer un mejor uso de su robusto púlpito, señalando los campos de concentración y presionando a los surcoreanos para que abran sus fronteras para los refugiados norcoreanos. El inminente nombramiento del gobierno de Bush de un enviado especial para los derechos humanos en Corea del Norte es un buen inicio. Naciones Unidas podría hacer más esfuerzos para obtener acceso a los campos de concentración coreanos, empleando a hablantes de coreano para sacar información. Al mismo tiempo, diplomáticos estadounidenses podrían trabajar con más ahínco para persuadir a Corea del Sur y China de que un rompimiento con el régimen de Kim no causará necesariamente caos y en realidad podría resultar en una mayor estabilidad en sus fronteras. De momento, sin embargo, Kim Jong Il seguirá siendo felizmente mal comprendido.
Joshua Kurlantzick es corresponsal especial de The New Republic e investigador invitado de la Carnegie Endowment for International Peace.
Libro reseñado:
Rogue Regime. Kim Jong Il and the Looming Threat of North Korea.
Jasper Becker
Ilustrado
300 pp.
Oxford University Press
$28,-
8 de agosto de 2005
©new york times
©traducción mQh
En Rogue Regime: Kim Jong Il and the Looming Threat of North Korea' [Régimen Paria: Kim Jong Il y el Peligro de Corea del Norte], el veterano corresponsal en Asia, Jasper Becker, presenta un convincente alegato para definir a Kim de una vez para siempre -no como un dictador corriente, aunque nuclear, sino como un tirano extraordinariamente hábil que preside una de las peores catástrofes causadas por el hombre en la historia moderna, peor que Camboya durante los Khmer Rouge o la Unión Soviética en los años treinta.
Becker no puede informar desde Corea del Norte, y no es un experto nuclear. En lugar de eso, apoyándose en extensas entrevistas con exiliados norcoreanos, ofrece un relato altamente digerible que desentraña la historia de Kim, estudia su estilo de mando y detalla las grotescas consecuencias de esas decisiones. Su libro es un sutil alegato ante el mundo para amplíe su foco más allá del reconocidamente importante problema nuclear, hacia la enorme catástrofe humanitaria que toma lugar bajo la mirada de Kim Jong Il.
Becker traza la destructiva conducta de Kim en los primeros días de la única dinastía comunista del mundo. El régimen se fundó en mentiras, y Kim Il Sung, el padre del actual gobernante, destruyó todas las pruebas de la participación soviética en su subida al poder y en el lavado de cerebro de los coreanos, mucho más profundo que cualquier otro país comunista. En 1963, un diplomático soviético en el Norte calificó al gobierno de Kim Il Sung de "Gestapo política".
Kim Il Sung gozaba al menos de algún respeto dentro de su país por su papel como fundador del Norte. También se enfrentaba a algunos controles, aunque limitados, de su poder: a diferencia de Kim Jong Il, se reunía regularmente con los cuadros. Pero después de la muerte de su padre en 1994, Kim Jong Il transformó Corea del Norte de un régimen totalitario odioso en algo todavía peor, un estado de "un Rey Sol marxista" dispuesto a supervisar una orgía sin paralelos de extravagancias y absolutismo.
Los detalles de esas extravagancias provienen de antiguos lacayos de Kim. "A pesar de los inmensos privilegios de que gozaban... los que gobernaron a la Unión Soviética y China, no aspiraban a llevar una vida totalmente ajena a sus compatriotas", escribe Becker. "No mostraban signos de un deseo de consumo que emulara los gustos del jet-set multimillonario". Kim sí lo hace -y ha construido un parque de 100 limusinas importadas, así como un séquito de mujeres adiestradas en "grupos de placer" al servicio de las necesidades sexuales del presidente. Kim importa luchadores profesionales de Estados Unidos, a un coste de 15 millones de dólares, para que lo diviertan. Y cuando decidió construir una industria cinematográfica, hizo lo que los jefes de los estudios de Hollywood solamente sueñan: secuestró a directores y actores extranjeros y los obligó a trabajar para él. Sus bodegas de vino contienen más de 10.000 botellas francesas. Hace volar a chefs de Italia para que le preparen pizzas. Entretanto, su pueblo recoge raíces para comer.
El hambre había sido un problema bajo Kim Il Sung. Pero bajo Kim Jong Il, escribe Becker, se convirtió probablemente "en la hambruna más devastadora de la historia", con tasas de mortalidad de casi el 15 por ciento de la población, superando "cualquier desastre comparable en el siglo 20", incluso bajo la China de Mao. (Uno de los libros anteriores de Becker versó sobre el hambre en China a fines de los años cincuenta y principio de los sesenta). Según algunos cálculos, murieron más de tres millones de norcoreanos, más víctimas que en la Camboya de Pol Pot y las agencias internacionales están advirtiendo de que este año puede ocurrir una hambruna particularmente grave.
Sobrevivir ha exigido tenacidad. Se ha informado de coreanos que han asesinado a niños y mezclado su carne con cerdo para comer. Cuando conocí a refugiados norcoreanos en Asia, apenas parecían humanos -figuras atrofiadas con caras amarillentas y aterradas. Algunos norcoreanos han tratado de cultivar su propio alimento, potencialmente un signo de pensamiento independiente. Pero durante años Kim los ha obstaculizado, aunque empezó a abrir poco a poco la economía en los últimos tres años. A los que protestaban se los enviaba a un extenso sistema de campos de prisioneros, que puede haber implicado la muerte de un millón de personas. En este estado de esclavitud interna, sugiere Becker, se han realizado pruebas con armas químicas y mujeres embarazadas cuyos hijos estaban manchados por sangre extranjera han sido obligadas a abortar. Kim Jong Il se ha "resistido a adoptar políticas que podrían haber puesto fin rápidamente a la misera", dice Becker, haciendo "del dolor que infligió a todo un pueblo un delito monstruoso y sin paralelos".
A pesar de la hambruna, y a pesar de algunos informes de inteligencia de que su régimen estaba a punto de derrumbarse, Kim Jonh Il ha sobrevivido en el poder durante más de una década. Becker responsabiliza con fuertes términos a la comunidad internacional de aceptar tácitamente el osario de Kim. Agencias de Naciones Unidas que se suponían que debían supervisar la crisis humanitaria en Corea del Norte han desviado la vista, negándose a enfrentarse al gobierno anfitrión. Se han negado a llamar hambruna al hambre del Norte, y han permitido a Pyongyang a controlar la ayuda alimentaria, logrando así que la ayuda sea canalizada a través de los asociados de Kim.
En Corea del Sur, donde gran parte de la población no recuerda la Guerra de Corea, gobiernos sucesivos han impedido vergonzosamente la entrada de refugiados de Corea del Norte, al mismo tiempo que canaliza cientos de millones de dólares hacia el Norte. El gobierno de Clinton también proporcionó asistencia a Kim, mientras daba poca prioridad a los derechos humanos. Kim Jong Il "obtuvo suficiente ayuda extranjera" de Estados Unidos y Corea del Sur, "para continuar la distribución de alimentos y artículos y mantener la lealtad de los seguidores recalcitrantes", escribe Becker. Por otro lado, negándose a menudo a negociar directamente con Corea del Norte, esperando el colapso del régimen de Pyongyang, el gobierno de Bush no ha hecho ningún progreso.
Sin embargo, después de demostrar convincentemente por qué los derechos humanos en Corea del Norte deberían ser un problema tan importante como sus armas nucleares, Becker tiene pocas sugerencias de política que ofrecer a sus lectores. Reconoce que sacar al Loado Presidente a la fuerza sería casi imposible -su primer capítulo contiene un detallado juego de guerra que ilustra las capacidades de las armas de Kim. Pero también entiende que "cuando la crisis de Corea del Norte se define como una crisis de la proliferación o de recuperación de la economía, quiere decir que Kim Jong Il ya ha ganado", que cualquier estrategia para enfrentarse a Kim Jong Il debe tratar de mejorar el nivel de vida de los norcoreanos de a pie.
Becker sugiere presionar a Naciones Unidas para que reconsidere su tratamiento de los estados que aterrorizan a sus ciudadanos. Pero también hay otras opciones. Estados Unidos podría acelerar la contención tratando de asegurarse de que Corea del Norte no pueda vender sus armas a terroristas; y podría hacer un mejor uso de su robusto púlpito, señalando los campos de concentración y presionando a los surcoreanos para que abran sus fronteras para los refugiados norcoreanos. El inminente nombramiento del gobierno de Bush de un enviado especial para los derechos humanos en Corea del Norte es un buen inicio. Naciones Unidas podría hacer más esfuerzos para obtener acceso a los campos de concentración coreanos, empleando a hablantes de coreano para sacar información. Al mismo tiempo, diplomáticos estadounidenses podrían trabajar con más ahínco para persuadir a Corea del Sur y China de que un rompimiento con el régimen de Kim no causará necesariamente caos y en realidad podría resultar en una mayor estabilidad en sus fronteras. De momento, sin embargo, Kim Jong Il seguirá siendo felizmente mal comprendido.
Joshua Kurlantzick es corresponsal especial de The New Republic e investigador invitado de la Carnegie Endowment for International Peace.
Libro reseñado:
Rogue Regime. Kim Jong Il and the Looming Threat of North Korea.
Jasper Becker
Ilustrado
300 pp.
Oxford University Press
$28,-
8 de agosto de 2005
©new york times
©traducción mQh
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