rapaces líderes de áfrica
[Janet Maslin] Historia de medio siglo de trastornos.
Según un proverbio africano citado en el nuevo sisífico tomo de Martin Meredith: "La carne de elefante no se termina nunca de comer". Esa idea es evocada por la abrumadora y difícil misión que se ha fijado a sí mismo este historiador, biógrafo y periodista. Se ha propuesto ofrecer una visión panorámica de la historia africana durante el medio siglo pasado, e incluir todas sus feroces trastornos en un solo y autorizado volumen.
Todo en su tema es inmenso: el idealismo, la megalomanía, los obstáculos económicos, la galopante corrupción, los inimaginables sufrimientos (SIDA, hambruna, sequía y genocidio son sólo sus causas mejor conocidas) y diferencias desesperadamente irreconciliables que conducen a guerras sin fin. "Los rebeldes no pueden sacar a los portugueses y los portugueses pueden contener, pero no eliminar a los rebeldes", decía un informe americano típicamente sombrío de 1969 sobre el impasse en Guinea-Bissau.
Para el autor, incluso organizar esta información es un trabajo terriblemente desalentador. ¿Cómo analizar cantidades tan vastas de información para el lector? Un modo fue seguir desarrollos paralelos en lugares diferentes -que es más o menos cómo trabaja Meredith, prestando atención a los espeluznantes modos en que un golpe o crisis provoca nuevos desastres. Es capaz de dirigir firmemente su libro, sin comprometer su claridad ganada con tanto esfuerzo.
Igual de fácilmente pudo haber dividido el terreno del libro en regiones geográficas y estudiar cada una cronológicamente. Pero uno de los puntos iniciales es que incluso las fronteras de alguna vez definieron a los países africanos carecen de legitimidad. Cuando las potencias coloniales europeas se repartieron África -en la llamada Rebatiña por África'- a fines del siglo 19, el primer ministro británico, Lord Salisbury observó: "Nos hemos estado regalando montañas y ríos y lagos unos a otros, sólo impedidos apenas porque nunca sabíamos con exactitud dónde se encontraban".
The Fate of Africa' ni siquiera intenta tratar esas atrocidades pasados. De hecho, su falta de alcance más allá del medio siglo que se fijó a sí mismo, es un incordio. Pero como Meredith, sabiamente, empieza su narrativa el 9 de febrero de 1951, una fecha crucial en la historia de lo que entonces era la Costa del Oro de Gran Bretaña (pero que recuperaría pronto su antiguo nombre de Gana). Ese día el preso político Kwame Nkrumah fue elegido cuando Gran Bretaña empezaba a cumplir sus promesas de autodeterminación del país. Cuatro días más tarde, Nkrumah fue nombrado el nuevo primer ministro del país. Así empezaba el ciclo que describe este libro -desde las sombras del colonialismo al auge del autogobierno, la tiranía, la corrupción y violentas guerras civiles.
"Lo más sorprendente sobre el período de 50 años desde la independencia es el grado en que los países africanos han sufrido tantas de las mismas desgracias", escribe Meredith, convirtiéndolo en su punto más impresionante. Así que debe presentar muchas versiones diferentes y matizadas de la misma historia. Una vez que los padres fundadores, idealistas e ideólogos como Nkrumah (un personaje solitario con una improbable amistad con la reina Isabel) dieron paso a un nuevo tipo de autoridad, el libro es fuertemente dominado por el gigante autodidacta: "Un personaje extravagante y autocrático, acostumbrado a vivir con estilo y que exigía una obediencia total".
África ha producido muchas versiones diferentes de este personaje. Y su colectiva tenacidad ha sido extraordinaria: hacia fines de los años ochenta, señala Meredith, "ningún jefe de estado africano ha permitido elecciones durante tres décadas". En lugar de eso, estos dictadores -figuras tan diferentes como Haile Selassie, de Etiopía, Idi Amin, de Uganda, Gnassingbé Eyadéma, de Togo, y Robert Mugabe, de Zimbabue, que se ha fanfarroneado de que él es más duro que Adolf Hitler- "se pavonean en el escenario, sin tolerar ni oposición ni disidencias, manipulando las elecciones, castrando los tribunales, intimidando a la prensa, sofocando las universidades, exigiendo un abyecto servilismo y haciéndose extraordinariamente ricos".
Hay más ignominia todavía. Pero el libro reserva una distinción especial para Jean-Bedel Bokassa, de la República de África Central, cuyo reinado "combinaba no solamente codicia extrema y violencia personal, sino además delirios de grandeza no superados por ningún otro presidente africano". La coronación de Bokassa en 1977 costó 22 millones de dólares y tomó lugar en un país que sólo tiene 418 kilómetros de caminos pavimentados.
Aunque Meredith encuentra unos pocos lugares de viabilidad económica (Botsuana), alivio (los sudafricanos saliendo en multitudes a votar por la presidencia de Nelson Mandela), personajes nobles (el presidente poeta Léopold Senghor, en Senegal) y liderazgo valioso (el vice-presidente John Garang, el ex líder rebelde cuya muerte la semana pasada en un accidente de helicóptero desencadenó un paroxismo de dolor en Sudán), casi todo el libro reposa copiosamente en evidencias documentadas de galopante y alucinante corrupción.
Este informe puede ser acusado de un implacable pesimismo si no estuviera tan bien documentado. Aquí las fuentes incluyen a escritores africanos (Chinua Achebe, Wole Soyinka), colegas periodistas con experiencia en África (Michela Wrong, Philip Gourevitch) e informes de Human Rights Watch y la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas. Joseph Conrad, que sabía algo sobre el corazón del África, también es mencionado.
The Fate of Africa' es demasiado desigual. El general Amin puede haber sido el más infame matón amante de los cocodrilos, pero sólo ocupa unas pocas de las 700 páginas de este libro. También se encuentra aquí la guerra de Francia con Argelia (el tema de 3.000 libros y 35 películas, de acuerdo al autor); el papel y martirio de Patrice Lumumba en el Congo; la frustrada excursión del Che Guevara en África después de la revolución cubana; los primeros revuelos de la yihad islámica en África; y los desastrosos cálculos detrás de la intervención norteamericana en Somalia.
El frecuente alegato de Meredith es que los complicados problemas africanos han sido explotados y simplificados para beneficio del mundo más ancho. Señala la desenfrenadas ideas de que los refugiados hutu eran las víctimas, no los perpetradores, del genocidio ruandés. Ve un componente político cínico en la altamente publicitada hambruna en lugares como Etiopía y Biafra. El libro subraya la frustración de las organizaciones de ayuda contra el hambre al tratar de vérselas con gobiernos suficientemente cínicos como para usar la hambruna como una oportunidad de salir en la foto y como táctica militar.
En cuanto a su título, The Fate of Africa' también tiene sus enemigos. "Lejos de ser capaces de proporcionar ayuda y protección a sus ciudadanos", escribe, "los gobiernos africanos y los políticos vampirescos que los gobiernan son considerados por sus poblaciones como otra carga que deben soportar en la lucha por la supervivencia".
Libro reseñado:
The Fate of Africa: A History of 50 Years of Independence
Martin Meredith
Ilustrado
752 pp.
Public Affairs
$35,-
8 de agosto de 2005
©new york times
©traducción mQh
Todo en su tema es inmenso: el idealismo, la megalomanía, los obstáculos económicos, la galopante corrupción, los inimaginables sufrimientos (SIDA, hambruna, sequía y genocidio son sólo sus causas mejor conocidas) y diferencias desesperadamente irreconciliables que conducen a guerras sin fin. "Los rebeldes no pueden sacar a los portugueses y los portugueses pueden contener, pero no eliminar a los rebeldes", decía un informe americano típicamente sombrío de 1969 sobre el impasse en Guinea-Bissau.
Para el autor, incluso organizar esta información es un trabajo terriblemente desalentador. ¿Cómo analizar cantidades tan vastas de información para el lector? Un modo fue seguir desarrollos paralelos en lugares diferentes -que es más o menos cómo trabaja Meredith, prestando atención a los espeluznantes modos en que un golpe o crisis provoca nuevos desastres. Es capaz de dirigir firmemente su libro, sin comprometer su claridad ganada con tanto esfuerzo.
Igual de fácilmente pudo haber dividido el terreno del libro en regiones geográficas y estudiar cada una cronológicamente. Pero uno de los puntos iniciales es que incluso las fronteras de alguna vez definieron a los países africanos carecen de legitimidad. Cuando las potencias coloniales europeas se repartieron África -en la llamada Rebatiña por África'- a fines del siglo 19, el primer ministro británico, Lord Salisbury observó: "Nos hemos estado regalando montañas y ríos y lagos unos a otros, sólo impedidos apenas porque nunca sabíamos con exactitud dónde se encontraban".
The Fate of Africa' ni siquiera intenta tratar esas atrocidades pasados. De hecho, su falta de alcance más allá del medio siglo que se fijó a sí mismo, es un incordio. Pero como Meredith, sabiamente, empieza su narrativa el 9 de febrero de 1951, una fecha crucial en la historia de lo que entonces era la Costa del Oro de Gran Bretaña (pero que recuperaría pronto su antiguo nombre de Gana). Ese día el preso político Kwame Nkrumah fue elegido cuando Gran Bretaña empezaba a cumplir sus promesas de autodeterminación del país. Cuatro días más tarde, Nkrumah fue nombrado el nuevo primer ministro del país. Así empezaba el ciclo que describe este libro -desde las sombras del colonialismo al auge del autogobierno, la tiranía, la corrupción y violentas guerras civiles.
"Lo más sorprendente sobre el período de 50 años desde la independencia es el grado en que los países africanos han sufrido tantas de las mismas desgracias", escribe Meredith, convirtiéndolo en su punto más impresionante. Así que debe presentar muchas versiones diferentes y matizadas de la misma historia. Una vez que los padres fundadores, idealistas e ideólogos como Nkrumah (un personaje solitario con una improbable amistad con la reina Isabel) dieron paso a un nuevo tipo de autoridad, el libro es fuertemente dominado por el gigante autodidacta: "Un personaje extravagante y autocrático, acostumbrado a vivir con estilo y que exigía una obediencia total".
África ha producido muchas versiones diferentes de este personaje. Y su colectiva tenacidad ha sido extraordinaria: hacia fines de los años ochenta, señala Meredith, "ningún jefe de estado africano ha permitido elecciones durante tres décadas". En lugar de eso, estos dictadores -figuras tan diferentes como Haile Selassie, de Etiopía, Idi Amin, de Uganda, Gnassingbé Eyadéma, de Togo, y Robert Mugabe, de Zimbabue, que se ha fanfarroneado de que él es más duro que Adolf Hitler- "se pavonean en el escenario, sin tolerar ni oposición ni disidencias, manipulando las elecciones, castrando los tribunales, intimidando a la prensa, sofocando las universidades, exigiendo un abyecto servilismo y haciéndose extraordinariamente ricos".
Hay más ignominia todavía. Pero el libro reserva una distinción especial para Jean-Bedel Bokassa, de la República de África Central, cuyo reinado "combinaba no solamente codicia extrema y violencia personal, sino además delirios de grandeza no superados por ningún otro presidente africano". La coronación de Bokassa en 1977 costó 22 millones de dólares y tomó lugar en un país que sólo tiene 418 kilómetros de caminos pavimentados.
Aunque Meredith encuentra unos pocos lugares de viabilidad económica (Botsuana), alivio (los sudafricanos saliendo en multitudes a votar por la presidencia de Nelson Mandela), personajes nobles (el presidente poeta Léopold Senghor, en Senegal) y liderazgo valioso (el vice-presidente John Garang, el ex líder rebelde cuya muerte la semana pasada en un accidente de helicóptero desencadenó un paroxismo de dolor en Sudán), casi todo el libro reposa copiosamente en evidencias documentadas de galopante y alucinante corrupción.
Este informe puede ser acusado de un implacable pesimismo si no estuviera tan bien documentado. Aquí las fuentes incluyen a escritores africanos (Chinua Achebe, Wole Soyinka), colegas periodistas con experiencia en África (Michela Wrong, Philip Gourevitch) e informes de Human Rights Watch y la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas. Joseph Conrad, que sabía algo sobre el corazón del África, también es mencionado.
The Fate of Africa' es demasiado desigual. El general Amin puede haber sido el más infame matón amante de los cocodrilos, pero sólo ocupa unas pocas de las 700 páginas de este libro. También se encuentra aquí la guerra de Francia con Argelia (el tema de 3.000 libros y 35 películas, de acuerdo al autor); el papel y martirio de Patrice Lumumba en el Congo; la frustrada excursión del Che Guevara en África después de la revolución cubana; los primeros revuelos de la yihad islámica en África; y los desastrosos cálculos detrás de la intervención norteamericana en Somalia.
El frecuente alegato de Meredith es que los complicados problemas africanos han sido explotados y simplificados para beneficio del mundo más ancho. Señala la desenfrenadas ideas de que los refugiados hutu eran las víctimas, no los perpetradores, del genocidio ruandés. Ve un componente político cínico en la altamente publicitada hambruna en lugares como Etiopía y Biafra. El libro subraya la frustración de las organizaciones de ayuda contra el hambre al tratar de vérselas con gobiernos suficientemente cínicos como para usar la hambruna como una oportunidad de salir en la foto y como táctica militar.
En cuanto a su título, The Fate of Africa' también tiene sus enemigos. "Lejos de ser capaces de proporcionar ayuda y protección a sus ciudadanos", escribe, "los gobiernos africanos y los políticos vampirescos que los gobiernan son considerados por sus poblaciones como otra carga que deben soportar en la lucha por la supervivencia".
Libro reseñado:
The Fate of Africa: A History of 50 Years of Independence
Martin Meredith
Ilustrado
752 pp.
Public Affairs
$35,-
8 de agosto de 2005
©new york times
©traducción mQh
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