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después del ciudadano kane


[Gary Giddins] Welles tenía más talentos de los que podía manejar.
¿Qué tiene Orson Welles que vuelve locos a sus cronistas? Todos emergen de la desordenada vida, y todavía más caótico legado del gran hombre convencidos de haber encontrado la clave de su interpretación. El misterio que se sienten obligados a explicar no es cómo pudo sobrevivir Welles como director independiente, haciendo grandes películas que no fueron mutiladas por los productores, sino más bien cómo el que había sido un genio de la radio, teatro y cine, amigo de presidentes y adalid de los derechos civiles, terminó convertido en un obeso presentador de televisión haciendo publicidad a vinos baratos? Los biógrafos de Welles se agrupan como las aves de rapiña de ‘La dama de Shanghai' [The Lady From Shanghai], devorándose unos a otros.
La reputación de su colega de antaño, John Houseman, ha pasado de la de un poderoso productor, elitista profesional y cómplice de la inversión financiera a la de un memorialista poco fiable con un hacha clavada en el cráneo de Welles. ‘Raising Kane', de Pauline Kael, perdió todo el respeto que pudo haber ganado como académica, no sólo porque se equivocó en tantas cosas sino porque se negó a corregir o reconocer los errores. En su diatriba psicológica ‘Rosebud', David Thomson expresó el deseo de que ‘Don Quijote' de Welles no fuera lanzada porque, dada su "malograda" leyenda, su "proyección sería muy desalentadora". El crítico británico Clinton Heylin ha escrito una defensa de Welles, ‘Despite the System', que es tan violentamente grosera que hace indigerible su buena investigación.
También tenemos numerosos relatos del propio Welles sobre su vida y carrera, más especialmente en entrevistas con la biógrafa Barbara Leaming y con Peter Bogdanovich (en la colaboración publicada póstumamente, ‘This Is Orson Welles'), que son encantadoras e informativas y que prueban que a Welles le gustaba una buena historia tanto como una buena comida y una mujer guapa. ‘Citizen Welles', de Frank Brady, sigue siendo la biografía de un solo tomo más fiable (a pesar de casi veinte años de investigaciones posteriores), pero está agotada. Sin embargo, la más voluminosa es la extravagancia de Simon Callow, de la que el tomo dos, ‘Orson Welles: Hello Americans', cubre apenas siete años -desde el lanzamiento de ‘Ciudadano Kane', en 1941, a la compleción de ‘Macbeth', en 1948.
Callow dice que terminará su biografía en un tercer tomo. Eso no parece ni posible ni deseable. Todavía le quedan 38 años, que incluyen gran parte de los mejores trabajos de Welles y muchas controversias por resolver. Una mirada al índica de ‘Hello Americans', sugiere que Callow ya ha estado demasiado tiempo ocupado de lo mismo: el tranquilo capítulo y los títulos de la sección en su primer tomo, ‘The Road to Xanadu' (1996), ha hecho hueco para juegos de palabras: ‘Welleschmerz', ‘Wellesafloppin', ‘The Welles of Onlyness'. Atisbos adicionales de cansancio son una serie de errores menores, párrafos incoherentemente largos, una obsesión por los detalles insignificantes (describe lo que ha sido presentado como prueba de la participación de Welles en los asesinatos de la Dalia Negra, antes de desecharlo como demencia) y excesivos fragmentos de reseñas y documentos previamente desconocidos.
Sin embargo, ‘Hello Americans' es un trabajo mucho más sensato y revelador que su predecesor. En ‘The Road to Xanadu', Callow adoptó a menudo un tono de irónico desdén. Muy influido por John Houseman, estaba determinado a hacerle mella a Welles, castigándolo por su arrogancia y fanfarronería, poniendo en duda sus logros, triviales o importantes. Aunque no reconoce su cambio de actitud en el libro, es inconfundible.
Después de haber descrito a Welles como poco más que un mirón de la transmisión en 1938 de ‘La guerra de los mundos', ahora parece considerarla un importante logro de Welles. Acepta como hecho una ("famosa") anécdota sobre Welles, que implica vudú y la muerte del crítico Percy Hammond, que había rechazado previamente como dudosa. Ahora se apoya frecuentemente en la veracidad de las entrevistas de Bogdanovich, sugiriendo que Welles, como Jelly Roll Morton, era un mentiroso inveterado cuyas afirmaciones más escandalosas a menudo resultaban ser verdad.
De mucho más importancia, Callow ya no define el arco de la carrera de Welles como una caída. En el pródigo tributo a Houeseman en sus primeros trabajos, descarta a Welles como "la incontestada gran esperanza blanca del teatro americano que al final terminó en nada". Ahora, después de haber estudiado detenidamente las películas de los años cuarenta de Welles -especialmente ‘El extraño' [The Stranger], ‘La dama de Shanghai' y ‘Macbeth'- se ve obligado a aceptar que Welles pecó menos él mismo de lo que se pecó contra él. Admite que Welles nunca se interesó en Hollywood y que su trabajo más satisfactorio pudo haberse más tarde en sus años de exilio voluntario. Defiende ‘Otelo' y ‘Campanadas a medianoche' [Chimes at Midnight], una debilidad que podría sorprender a lectores de ‘The Road to Xanadu'.
Pues aquí se encuentra el quid del acertijo de Welles, reducido a una sola pregunta: ¿Cuál es su logro más impresionante? Un talentoso joven recibe una compañía cinematográfica, todos sus técnicos y sus fondos casi ilimitados para hacer las películas que quiera, y produce ‘Ciudadano Kane'. Un artista de edad mediana, maduro y con experiencia, testarudamente original, trabajando con poco más que el dinero del alquiler y saliva, hace ‘Campanadas a medianoche' [Chimes at Midnight]. La primera película provocó una revolución en el cine, aunque sólo sugiere lo subliminal de sus obras posteriores. La pregunta implica -como lo hace ‘Hello Americans'- que el debate de Welles ha cambiado de lugar. Normalmente se centraba en la causa de su ocaso: ¿Era culpa de Welles, de las estrellas, del sistema? Ahora es el ocaso mismo es la pregunta.
El problema es que la mayoría de los lectores no pueden responderla, porque ‘Campanadas a medianoche' no se encuentra en ninguna parte -es rara vez proyectada y casi imposible de encontrar en video. ‘Don Quijote' ha sido producida como DVD en una versión editada después de la muerte de Welles, y ‘Al otro lado del viento' [The Other Side of the Wind] no ha sido editado en absoluto. El documental ‘Filming Othello', que no ha sido distribuido nunca ni en teatros ni en videos, es la película que propone una alternativa creativa a la sosería de cabezas parlantes: Welles reunió sus cabezas en un banquete y los dejó beber y la camaradería soltó sus lenguas. Por otro lado, recientes ‘restauraciones' de ‘Toque de maldad' [Touch of Evil] y ‘Mr. Arkadin' demuestran que aunque las versiones de Welles eran mucho mejores que las de los productores, las películas son siempre innegablemente wellesianas.
Callow llega a su evaluación más generosa con algo de reluctancia. En las primeras secciones del libro, cuando trata la carnicería de ‘El cuarto mandamiento' [The Magnificent Ambersons] y la oposición a la película brasileña no terminada de Welles, ‘Todo es verdad' [It's All True], denuncia la sugerencia "ampliamente fomentada por algunos de los defensores de Welles, de que era víctima de una industria cinematográfica cínica y despiadada". Sin embargo, unas páginas después describe las indulgencias en RKO como "aberrantes" y concede que "si no hubiese filmado nada en su vida" excepto el metraje de los pescadores en Brasil, "los fragmentos que sobrevivieron lo habrían marcado como un extraordinario artista del cine". Para cuando detalla la demolición de ‘El extraño' -que Callow provocativa y convincentemente describe como una catástrofe similar a la de ‘El cuarto mandamiento'-, se ha convertido en un defensor burlón.
Incluso así, hay un hoyo en la penosa interpretación de ‘El cuarto mandamiento', la segunda película de Welles, el paraíso perdido del cine estadounidense. El último tercio fue no sólo cortado sino que entregado a las llamas. En la versión de Callow, la renombrada ira de Welles, la ofendida indignación, es apagada casi al punto de su no existencia. Abandonó un rollo completo en Brasil (ahora perdido) y no hizo ningún intento por recuperarlo. El lector espera que Welles aúlle, pero él sigue adelante, mansamente.
Tampoco puede Callow explicar las ambiciones políticas de Welles, que durante tres años lo alejaron de su trabajo como director de cine y teatro mientras trataba de reinventarse a sí mismo como cómico del tipo de Fred Allen, orador liberal y columnista político (para el New York Post). La posición de Welles contra el racismo es genuinamente valiente (Callow lo cuenta mejor y con más detalles que todos los demás) -su cruzada a favor de un veterano negro agredido por un agente de policía en Carolina del Sur condujo a la detención del agente, al mismo tiempo que apresuró su destierro de la radio. Sin embargo, un hombre que terminaba sus transmisiones con la frase espantosamente falsa: "Como siempre, quedo a vuestra entera disposición", no estaba destinado a ser un hombre del pueblo. La mera inmensidad de sus necesidades lo socava. Tiene que hacer siempre más, ser más, exigir más, dar más, crecer más. En un momento, Callow apenas puede amañárselas con todas las bolas que Welles mantiene en el aire: dirige y actúa en ‘El extraño' al mismo tiempo que escribe su legendario y económicamente catastrófica épica en Broadway, ‘La vuelta al mundo en ochenta días' [Around the World in Eighty Days], transmite semanalmente, escribe una columna para el diario y especula con Bertolt Brecht y Charles Laughton sobre la producción de ‘Galileo'. No era un holgazán.
Inexplicablemente, cuando Welles finalmentese puso a rodar una película, ‘Macbeth', con todos los elementos de un estudio, dejó el país antes de empezar el montaje, retrasando su lanzamiento, rehusándose a promoverlo y sin embargo aceptando una versión de dos rollos -fanfarroneándose de que había sido él el que lo había estropeado y no "algún idiota" de Hollywood. El lector se queda sorprendido. Sin embargo, Callow es comprensivo. Ve a Europa como una solución a la difícil vida de Welles en casa, donde los críticos y los estudios por igual lamentan rutinariamente sus abandonos. El gran crimen de Welles fue su genialidad, que estaba obligado a llevar como un hábito de penitencia.
Callow dice poco sobre la vida personal de Welles, incluyendo su matrimonio con Rita Hayworth, que uno podría pensar que le encantaría volver a ver en casa por la noche o en la tarde o en la mañana o a cualquier hora del día. Welles prefería la constante circulación de prostitutas en casa de su productor. Parece haber ignorado completamente a sus dos hijas, aunque incluyó a una en el reparto como el hijo de Macduff. Callow no trata los informes de que Welles quería que una de sus amantes fuera la protagonista de ‘La dama de Shanghai', no la Hayworth. Tampoco agrega nada nuevo a los rumores sobre la supuesta aventura de Welles con Billie Holiday, aunque hace algunas insignificantes referencias a una aventura con Judy Garland.
Sin embargo, sin darse cuenta, hace más deseable ese libro de Orson Welles que no tenemos: la colección de sus escritos: sus discursos (no estaba por encima de la demagogia de Kane), ensayos, columnas, guiones, memoranda, cartas y otros. Callow incluye fragmentos suficientes como para sugerir que el genio tenía más talento que el que podía manejar.

Libro reseñado
Orson Welles. Hello Americans.
Simon Callow
Ilustrado
507 páginas
Viking
$32.95

Otros libros recientes de Gary Giddins son ‘Natural Selection: Gary Giddins on Comedy, Film, Music, and Books' y ‘Weather Bird'.

3 de septiembre de 2006
©new york times
©traducción mQh

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