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horroroso retrato de iraq


[Michiko Kakutnai] Periodista del Washington Post publica escalofriantes historias de Iraq.
En un nuevo penetrante y elocuente libro, el periodista del Washington Post, Anthony Shadid cuenta la historia de un hombre llamado Sabah, que fue acusado de ser un informante de Estados Unidos en el pueblo de Thuluyah. Los aldeanos culpaban a Sabah de la muerte de un adolescente y dos hombres durante un allanamiento norteamericano, y su caso se convirtió en un asunto de justicia tribal: los familiares de los hombres muertos dejaron en claro a los parientes de Sabah que "o matan a Sabah, o los aldeanos matarán al resto de su familia". De acuerdo a Shadid, el padre de Sabah y su hermano, con rifles AK-47s, lo llevan al huerto del patio, apuntan y disparan. "Ni siquiera el profeta Abraham tuvo que matar a su hijo", dice más tarde el padre a Shadid, agregando tristemente que en su caso "no había otra alternativa".
La historia de Sabah es sólo una de las muchas trágicas historias de ‘Night Draws Near', un libro que presenta un espantoso retrato de la vida en el Iraq de posguerra y las consecuencias que ha tenido la guerra americana en la vida de iraquíes de a pie, desde una chica de 14 durante el bombardeo de Bagdad, hasta el académico y ex miembro del Partido Baaz, de 62 años, y el propio "contacto" y guardaespaldas oficial del periodista, Nasir Mehdawi, que más tarde se convertiría en colega y amigo.
El libro descansa pesadamente de los reportajes de Shadid para el Washington Post. (Sus cables desde Iraq le significaron el Premio Pulitzer 2004 en reportajes internacionales). Deja al lector con una devastadora impresión sobre la brecha que hay entre los objetivos de la guerra y sus secuelas y la brecha entre la retórica del gobierno y la realidad en el terreno. Aunque muchos de los materiales del libro serán familiares para los lectores del periódico, Shadid hace un buen trabajo a la hora de reunir toda esta información en una cautivante historia animada por sus retratos de primer plano y personales de iraquíes individuales. Al mismo tiempo ‘Night Draws Near' -como el libro ‘Squandered Victory', de Larry Diamond, que apareció este verano- también proporciona un demoledor informe sobre el fracaso del gobierno de Bush en la preparación adecuada de la ocupación de posguerra de Iraq, y de sus desaciertos y errores de cálculo tras el derrocamiento de Saddam Hussein.
"Nunca hubo realmente un plan para después de Saddam en Iraq", escribe Shadid. "Nunca hubo una visión realista de lo que podría pasar después de la caída. La esperanza que había se transformó en fe, y las ilusiones fueron fatales". Al confiar en exiliados iraquíes como Ahmad Chalabi y creer en "su propia retórica de liberación", los funcionarios estadounidenses asumieron ingenuamente que "todo caería por su propio peso en su lugar después de la salida de Saddam". Como resultado, se destinaron muy pocas tropas como para consolidar la victoria, y lo que siguió fueron el saqueo, los ajustes de cuentas y el caos. Meses después del colapso del régimen de Hussein, muchos iraquíes todavía carecen de servicios básicos como electricidad y agua potable; los precios de los alimentos y el desempleo han subido escandalosamente; y la vida diaria se ha convertido para muchos en un peligroso campo minado.
Las consecuencias políticas de la continuada violencia podrían ser severas, como aseguran las fuentes de Shadid. Aunque muchos iraquíes se alegraron con la caída de Hussein y estaban preparados para pensar lo mejor de los americanos, empezaron a cuestionar el fracaso norteamericano, el país más poderoso sobre la faz de la tierra, en cuanto a restablecer el orden. Como lo dice Shadid, "Saddam gobernó Iraq durante 35 años, los americanos lo derrocaron en menos de tres semanas, y relativamente pocos de sus soldados murieron en la tarea. ¿Cómo podían los americanos ser tan débiles tras su derrocamiento?"
Cuando las semanas de violencia se convirtieron en meses, la frustración se transformó en amargura y resentimiento por lo que muchos iraquíes percibían como "maliciosa falta de atención o una descuidada maldad" de parte de Estados Unidos. Volvieron a emerger los recuerdos del apoyo que dio el gobierno de Reagan al de Hussein durante la guerra Irán-Iraq, así como las quejas por las sanciones respaldadas por Estados Unidos que causaron tantas bajas entre los civiles. "Dios maldiga a Saddam y los americanos" se convirtió en una pintada popular. Un hombre entrevistado por Shadid dijo inclusive que Hussein estaba en connivencia con los americanos, dándoles el pretexto para ocupar Iraq: "Creo que Saddam está en Estados Unidos, en una isla. Le construirán un monumento, porque facilitó su misión".
El asunto no mejoró con la declaración formal de Naciones Unidas en mayo de 2003, que otorgaba a Estados Unidos y Gran Bretaña autoridad formal como potencias ocupantes en Iraq. "Para muchos americanos, incluso para europeos, la palabra ‘ocupación' evoca probablemente el período tras la Segunda Guerra Mundial y la visión americana de cooperación entre pueblos parecidos forjándose un destino común", escribe Shadid, un árabe-americano de origen libanés. "Pero para los iraquíes y la mayoría de los árabes, el término, cauterizado en la memoria colectiva, evoca las acciones de Israel en Oriente Medio" -vale decir, la ocupación israelí del Líbano y, más conspicuamente, el tema más incendiario de la región: Palestina.
En realidad, a medida que pasaban los meses y Shadid continuaba sus viajes por las volátiles calles de Bagdad y en las todavía más volátiles calles de ciudades y pueblos más pequeños, presenció florecer las semillas de la resistencia y echar raíces en amplios sectores de la población. Dado el vacío de poder creado por la caída del gobierno que se había mantenido en el poder durante décadas y la decisión norteamericana de disolver el ejército iraquí, vociferantes líderes religiosos como Muqtada Sáder dieron un paso adelante y grupos disparatados (incluyendo a antiguos partidarios de Saddam, nacionalistas iraquíes, islamitas radicales y agitadores extranjeros) empezaron a unirse bajo la bandera de la resistencia.
"No es Iraq el que está cambiando al mundo árabe" como había esperado los líderes americanos, escribe Shadid en el verano de 2003, "sino el mundo árabe, con su complemento de impresiones, prejuicios, aspiraciones y resentimientos, el que empezó a cambiar Iraq. A medida que pasaba el tiempo, las ciudades en las regiones sunníes empezaron a reconocer a periodistas como yo que han pasado años en países árabes. Percibí un nuevo surgimiento de indignación después de cada acto catalizador: un tiroteo considerado arbitrario, un allanamiento injustificado, una redada inmotivada. En tres ciudades ese verano -Heet, Faluya y Khaldiya- oiría repetir una y otra vez un dicho iraquí, a medida que se tambaleaba la ocupación, escalaba la violencia de todo tipo y morían más iraquíes: ‘El lodo se está embarrando', decía la gente. Quiere decir, las cosas empeoran".
Shadid ve las elecciones de enero como un signo de esperanza -un signo de que algunos iraquíes se niegan tenazmente a "entregar a su país al control de las fuerzas de la violencia y el caos". Pero señala que después de las elecciones, las "fuerzas del renacimiento religioso, el creciente militantismo, y el fanático sectarismo, subrayado por quejas y la amenaza de todavía más conflictos, volvieron al escenario". Informa que la policía y fuerzas de seguridad iraquíes son a menudo denunciadas como colaboracionistas o traidores, que la sociedad iraquí está cada vez más atomizada con "mucha gente honesta y concienzuda" recluidos detrás de puertas de hierro o en el exilio, y que "en el panteón de las guerras santas, Iraq se había unido a Palestina y Afganistán, Chechenia y Bosnia, todos países donde una población musulmana asediada luchó contra enemigos más poderosos".
Para los iraquíes de a pie -que vivieron el represivo régimen de Saddam Hussein, las espantosas bajas de la guerra Irán-Iraq, los estragos de la Guerra del Golfo Pérsico de 1991 y las carestías de las sanciones internacionales-, la invasión norteamericana de 2003 y la continuada resistencia representan otro capítulo más en lo que parece ser una sísifa letanía de sufrimientos.
En cuanto a los implacables ataques kamikaze y coches-bomba, Shadid escribe hacia el final de este aleccionador y revelador libro: "El derramamiento de sangre mismo era el objetivo; fue un modo brutal, escalofriante pero calculado, de provocar la sensación del fracaso americano" y "lograron, con fría inteligencia, maximizar la sensación de fracaso americano a los ojos de la mayoría de los iraquíes y, en cuanto a eso, a los ojos de gran parte del mundo".
"Era teatro", continúa, "y la gente siguió muriendo para crear esas escenas indelebles, el retrato de una debacle destinada al consumo mundial. La carnicería misma enviaba mensajes de inminente anarquía, de inevitable caos, como si se entendiera que los americanos nada podrían decir para mitigar las tragedias más recientes, ni podrían prometer el fin de la violencia. El país no fue liberado, como dicen los americanos, ni ocupado, como lo ve el resto del mundo árabe. Iraq estaba inmerso en la lógica de la violencia, gobernado por hombres con armas".

Libro reseñado:
Night Draws Near. Iraq's People in the Shadow of America's War
Anthony Shadid
424 pp.
Henry Holt & Company
$26

11 de septiembre de 2005
©new york times
©traducción mQh


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