viejo enemigo vuelve a surgir
[Anthony Shadid] Un viejo enemigo de Estados Unidos vuelve a surgir en Iraq. El Ejército Mahdi chií se pone descarado en el sur.
Gharaf, Iraq. De los altavoces instalados en este pequeño pueblo en el atrasado sur de Iraq, las órdenes salieron en bruscos estallidos. "¡Adelante!", gritó un hombre vestido de negro a los milicianos. "¡Marcha!"
Columna tras columna avanzaron por la polvorosa plaza barrida por el viento. Algunos de los milicianos llevaban los chales funerarios de los mártires potenciales. Otros llevaban uniformes de camuflaje, nuevos y recién planchados. Juntos, sus botas golpearon la plaza como un tambor mientras avanzaban a paso de ganso o a paso ligero en el lugar.
Sobre sus cabezas ondeaba la bandera iraquí, estandartes de santos chiíes y un retrato de su líder, Moqtada Sádr -símbolos de su milicia, el Ejército Mahdi, dos veces derrotado por los militares norteamericanos el año pasado, pero ahora mostrando abiertamente su fortaleza en partes del sur.
"¡A tu servicio, Sádr! ¡A tu servicio, Moqtada!", entonan los hombres formados. "¡Oímos la voz que nos llama!"
"Los tanques no nos asustan", dijeron otros. "¡Estamos resistiendo! ¡Estamos resistiendo!"
Esta semana el desfile militar duró una hora, lo suficiente para que 700 hombres enarbolando espadas, machetes y no pocas armas desfilaran frente a un estrado de clérigos con turbantes y gente de la localidad reunidos frente a edificios de ladrillos bajos.
También fue suficiente para que los milicianos entreguen el mensaje que ha distinguido a su organización de otros grupos chiíes de Iraq: una implacable hostilidad hacia la ocupación norteamericana. Lo entregaron más allá del alcance de los militares norteamericanos, en uno de los muchos pueblos y ciudades del sur de Iraq donde el Ejército Mahdi ha emergido como una eminencia gris, y donde las líneas entre la autoridad y el caos todavía son ambiguas
El más importante líder religioso de Iraq, el gran ayatollah Ali Sistania, intervino entre el Ejército Mahdi y los militares norteamericanos en Nayaf en agosto pasado, poniendo fin a un enfrentamiento que destruyó partes de la ciudad chií más sagrada de Iraq. Desde entonces se ha establecido un difícil acuerdo aquí y en Karbala, otra ciudad sagrada, y en el enorme barrio bajo bagdadí conocido como Ciudad Sádr.
Funcionarios militares norteamericanos dicen que creen que las bajas infligidas durante los combates del año pasado han socavado el apoyo del joven clérigo. Aunque sigue siendo una amenaza, la milicia representa mucho menos que cuando tomó las armas por primera vez en abril de 2004, dicen los oficiales.
"Creemos que la milicia de Moqtada es generalmente marginal, y no tienen mucho que ganar si adoptan una posición militar", dijo el teniente coronel Bob Taylor, jefe de inteligencia de la Tercera División de Infantería, que controla Bagdad. "Pero podría ser un peligro".
Con todo, más allá de Bagdad los iraquíes presencian un nuevo avance de la milicia en ciudades como Nasiriyah, Basra y Amarah, todas al sur de la capital y todas patrulladas por tropas extranjeras aliadas de Estados Unidos.
En Basra, el Ejército Mahdi es ampliamente considerado como una fuerza que puede poner más hombres en la calle que cualquier otra milicia. Amarah sigue siendo su bastión. En Nasiriyah ha cerrado una alianza con el jefe de policía, laico, que ve al grupo como un contrapeso de otras milicias.
"La mayoría silenciosa no lo apoya, pero la mayoría de la gente activa sí", dijo el ayatollah Mohammed Taqi Mudarrassi, clérigo de Karbala, refiriéndose a Sádr. "Si cuentas las urnas con votos, dominan los moderados. Pero si cuentas en la calle, el resultado es el opuesto".
El duradero atractivo de la milicia de Sádr apela a fuerzas que todavía están modelando a Iraq: nacionalismo, religión y armas.
Para la milicia, el eje sobre el que giran esas fuerzas es el culto mesiánico de la personalidad que el movimiento ha construido en torno a Sádr. El movimiento mantiene su presencia en el proceso político respaldado por Estados Unidos -unas dos docenas de simpatizantes forman parte del nuevo parlamento iraquí. Pero fomenta la milicia como una póliza de seguro, un cálculo político basado en una idea más antigua de la política iraquí: Las armas y los hombres que las portan confieren poder y aseguran la supervivencia.
Una y otra vez, después de combates que han causado la muerte de cientos de seguidores de Moqtada, el movimiento ha logrado rescribir la idea de ganar y perder: El mero acto de luchar es una victoria. No existe la derrota.
"Todavía tenemos armas, todavía tenemos el ejército y todavía tenemos a nuestro líder", dijo Sahbi Amari, portavoz de Sádr en Kufa, donde el movimiento alcanzó su mayoría de edad tras la caída de Saddam Hussein en 2003.
Oraciones y Política
Las oraciones de los viernes en la mezquita de Kufa, el santuario a unos kilómetros de Nayaf donde predicaba el padre de Sádr en los años noventa y donde su hijo armó su movimiento después de la invasión norteamericana, se parecen a un teatro callejero. La religión es menos pronunciada que la política, y la política ayuda a concertar a los miles de hombres que se reúnen cada semana en el patio al aire libre.
"¡Larga vida para Sádr!", entonan los hombres mientras pasan en fila india por el arco de la entrada de ladrillos. "¡Moqtada es el puente con el cielo!"
Las oraciones dirigidas por miembros del movimiento Sádr ha reunido algunas de las multitudes más numerosas en el Iraq tras la invasión -en Bagdad y en Kufa. Las cifras han menguado poco, si acaso, desde el año pasado.
Tan contante como el mensaje de protesta, expresado en el sermón de Nasser Saadi, un animado y arrogante clérigo con cuerpo de luchador. Los enemigos de los chiíes no son sus hermanos sunníes, insistió. Los adversarios de Iraq no son otros países árabes.
"Llamo a toda la gente honesta de Iraq a oponerse a la ocupación, a rechazarla y a exigir libertad", gritó, cubierto como otros por un chal funerario. "Hay un solo enemigo, y ese enemigo es el ocupante".
La multitud estalló, los puños en el aire: "¡No a los ocupantes! ¡No al terrorismo! ¡No al demonio!"
"Donde hay presencia americana, hay terrorismo", dijo Saadi. "Cuando les preguntan a los terroristas por qué están aquí, dicen que han llegado a luchar contra Estados Unidos. Si Estados Unidos nos deja, no habrá terrorismo. Con el fin de la ocupación termina también el terrorismo".
En la mezquita y en los mercados que se montan en torno a ellas los viernes, lo que ha cambiado este año pasado es el énfasis en el atractivo del movimiento para los pobres y los jóvenes. Ya no se celebra al padre de Sádr, un reverenciado clérigo asesinado en 1999. En su lugar, el culto se ha construido en torno a su hijo y la glorificación de las armas.
En carteles cubiertos por esteras de plástico, la imagen de Moqtada Sádr planea sobre retratos de milicianos del Ejército Mahdi enarbolando lanzagranadas, ametralladoras pesadas y lanzacohetes.
"Venceremos por la fuerza y la fe, si Dios quiere", dice uno.
Creciente Resistencia
Najah Musawi es la versión del Ejército Mahdi de un sacerdote combatiente.
Nació hace 30 años en Kut y estuvo siete años en el seminario chií, y luchó en las dos batallas de Nayaf el año pasado. Iba armado con un rifle de asalto AK-47; su esposa ayudaba cocinando arroz y lentejas para sus combatientes, que estaban apostados en una famosa calle que conduce al santuario de cúpula dorada Imam Ali, de Nayaf. Para sus hombres era simplemente Sayyid Najah, un título honorífico que se otorga a clérigos que descienden del profeta Mahoma.
"Los clérigos también son combatientes", dijo Musawi, un hombre demacrado con un manojo de barbas. "Defendemos nuestra doctrina y nuestros principios".
Nayaf todavía luce las cicatrices de la batalla del año pasado. Los escombros se desparraman a lo largo de las calles principales. Con el tiempo, han aparecido poco a poco en las desvencijadas construcciones de ladrillo en muchas de las casas de Nayaf. Algunas murallas están todavía carbonizadas, y los agujeros dejados por las balas salpican las fachadas de los edificios y la columnata en la calle donde pelearon Musawi y sus hombres.
Las historias de combates y muerte que encontraron se han hecho célebres entre los milicianos, otro capítulo en lo que piensan que es una insurrección legítima contra los norteamericanos. Musawi recordó cómo se habían enfrentado a los tanques con sus Kalashnikovs, cómo recitaron el Corán durante los tiroteos, cómo lucharon con apenas cuatro horas de sueño, y cómo le ayudaron sus seis hermanos, uno de ellos con metralla en su pierna derecha.
"En esos últimos días, 10 combatientes compartían una botella de agua", dijo.
En estos días, dijo Musawi, él tiene el mando de 500 reclutas nuevos en Nasiriyah. Dirige una de las 18 oficinas de Sádr en la ciudad, todas ellas con sus propias unidades de milicias. No hay jerarquía, dijo; solamente los jefes de pelotón y de compañía. Como en Amarah y Basra abundan los rumores de que la milicia está reuniendo más armas y hombres.
"Hicimos frente a los norteamericanos durante 21 días, día y noche, y el espíritu de resistencia todavía vive", dijo. "Si recibimos orden de resistir ante la ocupación, lo haremos -con más determinación, más milicianos, más experiencia y más capacidades".
Haciendo Alianzas Locales
El jeque Awa Khafaji es el representante de Sádr en Nasiriyah y el jefe de Musawi. Khafaji, 32, entró al seminario en 1996, y luego pasó dos años más en la cárcel. El general Mohammed Hajami es el jefe de la policía provincial. A los 47, es padre de ocho hijos. Sirvió 24 años en las fuerzas armadas iraquíes, alcanzando el grado de coronel. Se considera a sí mismo insistentemente laico.
El 10 de febrero sus caminos empezaron a converger. No pasó mucho tiempo antes de que el Ejército Mahdi y la policía de Nasiriyah se transformaran en aliados incondicionales.
Esa noche de febrero, dijo Hajami, 70 hombres atacaron su oficina, con ametralladoras, armas livianas y granadas. Los atacantes pertenecían a las Brigadas Badr, una milicia leal a uno de los partidos chiíes más grandes de Iraq y rival del Ejército Mahdi; los pistoleros estaban enfadados de que el gobierno hubiese despedido a su jefe y nombrado a Hajami. Más de 30 de sus agentes participaron en lo que llamó un intento de ataque.
Al día siguiente, Khafaji denunció el ataque en el sermón del viernes. Dijo que los pistoleros no eran de las Brigadas Badr, sino que eran ghadr -traición, en árabe.
Esas palabras fueron el comienzo de una bella amistad.
"Es un asunto de equilibrio", dijo Hajami.
"Sin la presencia de la tendencia de Sádr, las fuerzas de Badr ocuparían todos los gobiernos oficiales de la provincia. Desde mi punto de vista, su presencia nos es útil", dijo. "Creemos que las fuerzas de Badr quieren intentarlo nuevamente, así que alguna gente de Sádr les advirtió: Si los volvéis a intentar, arrojaremos vuestros cadáveres a las calles'".
En una pintura del tamaño de una cartelera, el padre de Sádr sobresale a la entrada de la comisaría de policía, protegida por hileras de barricadas de sacos de arena. En la pared de la sala de recepción, en un armario de cristal, había una copia del sermón de Saadi en Kufa, un llamado a la unión para una protesta dirigida por Sádr en Bagdad este sábado y un folleto de la oficina de Sádr titulado La primera carta de Sayyid Moqtada Sádr a la policía iraquí'.
"Usted es del pueblo, y el pueblo suyo mientras rechace a los ocupantes y se oponga al opresor", dice.
Hajami dice que él es firmemente pro-norteamericano, pero que la supervivencia es la supervivencia. Su fuerza de 5.500 hombres necesita 2.500 más para lo que dijo que se necesitaba para garantizar la seguridad. Sospecha que sólo un 30 por ciento le es leal; el resto obedece al puñado de partidos islámicos de la ciudad. Así, en una ciudad donde las alianzas son necesarias, el Ejército Mahdi es su aliado, dijo.
"El movimiento Sádr tiene el mayor apoyo popular en las calles", dijo Hajami. "Las relaciones son buenas, y hay cooperación. Nos mantenemos en contacto. Para cualquier problema que ocurra, yo les llamo para ver si necesitan ayuda, o ellos me llaman a mí".
Un Mensaje Inflexible
Hajami fue invitado a la parada militar esta semana en Gharaf, a unos 19 kilómetros al norte de Nasiriyah. No asistió, pero cuatro de sus coches policiales se encargaron de la escolta de alta velocidad, con sirenas y altavoces, de Khafaji y otros líderes de Sádr. Algunos milicianos con bandoleras y ametralladoras pasaban por detrás, envueltos en el negro característico del Ejército Mahdi.
En la parada, el Ejército Mahdi se encargó de la seguridad. Unos 30 hombres con uniformes nuevos, cinturones con balas y rifles de asalto se apostaron en tejados y en la calle. Otro miliciano al fondo cargaba un lanzagranadas.
Con turbante blanco y túnicas clericales, Khafaji subió al podio.
En privado, puede ser moderado y fanático. En una frase, denunciará la presencia norteamericana, advirtiendo sobre las calamidades que resultarían si las tropas estadounidenses no abandonan el país. En otra, adopta una posición, más normal, más nacionalista -acercarse a los sunníes, cooperar con la policía, incluso la perspectiva de participar formalmente en el proceso político una vez que los norteamericanos hayan dejado el país.
En Gharaf se dirigió a la milicia reunida ante él, pero con palabras destinadas a los norteamericanos.
"En la tierra de Mahdi sólo hay lugar para la gente de Mahdi", gritó. "Aquí no hay lugar para ti. Nuestro pueblo existe para sacarlos de aquí por medios pacíficos primero, y luego con medios militares.
"Somos capaces de hacerlo", dijo. "Con la venia de Dios".
Ann Scott Tyson contribuyó a este reportaje.
9 de abril de 2005
©washington post
©traducción mQh
Columna tras columna avanzaron por la polvorosa plaza barrida por el viento. Algunos de los milicianos llevaban los chales funerarios de los mártires potenciales. Otros llevaban uniformes de camuflaje, nuevos y recién planchados. Juntos, sus botas golpearon la plaza como un tambor mientras avanzaban a paso de ganso o a paso ligero en el lugar.
Sobre sus cabezas ondeaba la bandera iraquí, estandartes de santos chiíes y un retrato de su líder, Moqtada Sádr -símbolos de su milicia, el Ejército Mahdi, dos veces derrotado por los militares norteamericanos el año pasado, pero ahora mostrando abiertamente su fortaleza en partes del sur.
"¡A tu servicio, Sádr! ¡A tu servicio, Moqtada!", entonan los hombres formados. "¡Oímos la voz que nos llama!"
"Los tanques no nos asustan", dijeron otros. "¡Estamos resistiendo! ¡Estamos resistiendo!"
Esta semana el desfile militar duró una hora, lo suficiente para que 700 hombres enarbolando espadas, machetes y no pocas armas desfilaran frente a un estrado de clérigos con turbantes y gente de la localidad reunidos frente a edificios de ladrillos bajos.
También fue suficiente para que los milicianos entreguen el mensaje que ha distinguido a su organización de otros grupos chiíes de Iraq: una implacable hostilidad hacia la ocupación norteamericana. Lo entregaron más allá del alcance de los militares norteamericanos, en uno de los muchos pueblos y ciudades del sur de Iraq donde el Ejército Mahdi ha emergido como una eminencia gris, y donde las líneas entre la autoridad y el caos todavía son ambiguas
El más importante líder religioso de Iraq, el gran ayatollah Ali Sistania, intervino entre el Ejército Mahdi y los militares norteamericanos en Nayaf en agosto pasado, poniendo fin a un enfrentamiento que destruyó partes de la ciudad chií más sagrada de Iraq. Desde entonces se ha establecido un difícil acuerdo aquí y en Karbala, otra ciudad sagrada, y en el enorme barrio bajo bagdadí conocido como Ciudad Sádr.
Funcionarios militares norteamericanos dicen que creen que las bajas infligidas durante los combates del año pasado han socavado el apoyo del joven clérigo. Aunque sigue siendo una amenaza, la milicia representa mucho menos que cuando tomó las armas por primera vez en abril de 2004, dicen los oficiales.
"Creemos que la milicia de Moqtada es generalmente marginal, y no tienen mucho que ganar si adoptan una posición militar", dijo el teniente coronel Bob Taylor, jefe de inteligencia de la Tercera División de Infantería, que controla Bagdad. "Pero podría ser un peligro".
Con todo, más allá de Bagdad los iraquíes presencian un nuevo avance de la milicia en ciudades como Nasiriyah, Basra y Amarah, todas al sur de la capital y todas patrulladas por tropas extranjeras aliadas de Estados Unidos.
En Basra, el Ejército Mahdi es ampliamente considerado como una fuerza que puede poner más hombres en la calle que cualquier otra milicia. Amarah sigue siendo su bastión. En Nasiriyah ha cerrado una alianza con el jefe de policía, laico, que ve al grupo como un contrapeso de otras milicias.
"La mayoría silenciosa no lo apoya, pero la mayoría de la gente activa sí", dijo el ayatollah Mohammed Taqi Mudarrassi, clérigo de Karbala, refiriéndose a Sádr. "Si cuentas las urnas con votos, dominan los moderados. Pero si cuentas en la calle, el resultado es el opuesto".
El duradero atractivo de la milicia de Sádr apela a fuerzas que todavía están modelando a Iraq: nacionalismo, religión y armas.
Para la milicia, el eje sobre el que giran esas fuerzas es el culto mesiánico de la personalidad que el movimiento ha construido en torno a Sádr. El movimiento mantiene su presencia en el proceso político respaldado por Estados Unidos -unas dos docenas de simpatizantes forman parte del nuevo parlamento iraquí. Pero fomenta la milicia como una póliza de seguro, un cálculo político basado en una idea más antigua de la política iraquí: Las armas y los hombres que las portan confieren poder y aseguran la supervivencia.
Una y otra vez, después de combates que han causado la muerte de cientos de seguidores de Moqtada, el movimiento ha logrado rescribir la idea de ganar y perder: El mero acto de luchar es una victoria. No existe la derrota.
"Todavía tenemos armas, todavía tenemos el ejército y todavía tenemos a nuestro líder", dijo Sahbi Amari, portavoz de Sádr en Kufa, donde el movimiento alcanzó su mayoría de edad tras la caída de Saddam Hussein en 2003.
Oraciones y Política
Las oraciones de los viernes en la mezquita de Kufa, el santuario a unos kilómetros de Nayaf donde predicaba el padre de Sádr en los años noventa y donde su hijo armó su movimiento después de la invasión norteamericana, se parecen a un teatro callejero. La religión es menos pronunciada que la política, y la política ayuda a concertar a los miles de hombres que se reúnen cada semana en el patio al aire libre.
"¡Larga vida para Sádr!", entonan los hombres mientras pasan en fila india por el arco de la entrada de ladrillos. "¡Moqtada es el puente con el cielo!"
Las oraciones dirigidas por miembros del movimiento Sádr ha reunido algunas de las multitudes más numerosas en el Iraq tras la invasión -en Bagdad y en Kufa. Las cifras han menguado poco, si acaso, desde el año pasado.
Tan contante como el mensaje de protesta, expresado en el sermón de Nasser Saadi, un animado y arrogante clérigo con cuerpo de luchador. Los enemigos de los chiíes no son sus hermanos sunníes, insistió. Los adversarios de Iraq no son otros países árabes.
"Llamo a toda la gente honesta de Iraq a oponerse a la ocupación, a rechazarla y a exigir libertad", gritó, cubierto como otros por un chal funerario. "Hay un solo enemigo, y ese enemigo es el ocupante".
La multitud estalló, los puños en el aire: "¡No a los ocupantes! ¡No al terrorismo! ¡No al demonio!"
"Donde hay presencia americana, hay terrorismo", dijo Saadi. "Cuando les preguntan a los terroristas por qué están aquí, dicen que han llegado a luchar contra Estados Unidos. Si Estados Unidos nos deja, no habrá terrorismo. Con el fin de la ocupación termina también el terrorismo".
En la mezquita y en los mercados que se montan en torno a ellas los viernes, lo que ha cambiado este año pasado es el énfasis en el atractivo del movimiento para los pobres y los jóvenes. Ya no se celebra al padre de Sádr, un reverenciado clérigo asesinado en 1999. En su lugar, el culto se ha construido en torno a su hijo y la glorificación de las armas.
En carteles cubiertos por esteras de plástico, la imagen de Moqtada Sádr planea sobre retratos de milicianos del Ejército Mahdi enarbolando lanzagranadas, ametralladoras pesadas y lanzacohetes.
"Venceremos por la fuerza y la fe, si Dios quiere", dice uno.
Creciente Resistencia
Najah Musawi es la versión del Ejército Mahdi de un sacerdote combatiente.
Nació hace 30 años en Kut y estuvo siete años en el seminario chií, y luchó en las dos batallas de Nayaf el año pasado. Iba armado con un rifle de asalto AK-47; su esposa ayudaba cocinando arroz y lentejas para sus combatientes, que estaban apostados en una famosa calle que conduce al santuario de cúpula dorada Imam Ali, de Nayaf. Para sus hombres era simplemente Sayyid Najah, un título honorífico que se otorga a clérigos que descienden del profeta Mahoma.
"Los clérigos también son combatientes", dijo Musawi, un hombre demacrado con un manojo de barbas. "Defendemos nuestra doctrina y nuestros principios".
Nayaf todavía luce las cicatrices de la batalla del año pasado. Los escombros se desparraman a lo largo de las calles principales. Con el tiempo, han aparecido poco a poco en las desvencijadas construcciones de ladrillo en muchas de las casas de Nayaf. Algunas murallas están todavía carbonizadas, y los agujeros dejados por las balas salpican las fachadas de los edificios y la columnata en la calle donde pelearon Musawi y sus hombres.
Las historias de combates y muerte que encontraron se han hecho célebres entre los milicianos, otro capítulo en lo que piensan que es una insurrección legítima contra los norteamericanos. Musawi recordó cómo se habían enfrentado a los tanques con sus Kalashnikovs, cómo recitaron el Corán durante los tiroteos, cómo lucharon con apenas cuatro horas de sueño, y cómo le ayudaron sus seis hermanos, uno de ellos con metralla en su pierna derecha.
"En esos últimos días, 10 combatientes compartían una botella de agua", dijo.
En estos días, dijo Musawi, él tiene el mando de 500 reclutas nuevos en Nasiriyah. Dirige una de las 18 oficinas de Sádr en la ciudad, todas ellas con sus propias unidades de milicias. No hay jerarquía, dijo; solamente los jefes de pelotón y de compañía. Como en Amarah y Basra abundan los rumores de que la milicia está reuniendo más armas y hombres.
"Hicimos frente a los norteamericanos durante 21 días, día y noche, y el espíritu de resistencia todavía vive", dijo. "Si recibimos orden de resistir ante la ocupación, lo haremos -con más determinación, más milicianos, más experiencia y más capacidades".
Haciendo Alianzas Locales
El jeque Awa Khafaji es el representante de Sádr en Nasiriyah y el jefe de Musawi. Khafaji, 32, entró al seminario en 1996, y luego pasó dos años más en la cárcel. El general Mohammed Hajami es el jefe de la policía provincial. A los 47, es padre de ocho hijos. Sirvió 24 años en las fuerzas armadas iraquíes, alcanzando el grado de coronel. Se considera a sí mismo insistentemente laico.
El 10 de febrero sus caminos empezaron a converger. No pasó mucho tiempo antes de que el Ejército Mahdi y la policía de Nasiriyah se transformaran en aliados incondicionales.
Esa noche de febrero, dijo Hajami, 70 hombres atacaron su oficina, con ametralladoras, armas livianas y granadas. Los atacantes pertenecían a las Brigadas Badr, una milicia leal a uno de los partidos chiíes más grandes de Iraq y rival del Ejército Mahdi; los pistoleros estaban enfadados de que el gobierno hubiese despedido a su jefe y nombrado a Hajami. Más de 30 de sus agentes participaron en lo que llamó un intento de ataque.
Al día siguiente, Khafaji denunció el ataque en el sermón del viernes. Dijo que los pistoleros no eran de las Brigadas Badr, sino que eran ghadr -traición, en árabe.
Esas palabras fueron el comienzo de una bella amistad.
"Es un asunto de equilibrio", dijo Hajami.
"Sin la presencia de la tendencia de Sádr, las fuerzas de Badr ocuparían todos los gobiernos oficiales de la provincia. Desde mi punto de vista, su presencia nos es útil", dijo. "Creemos que las fuerzas de Badr quieren intentarlo nuevamente, así que alguna gente de Sádr les advirtió: Si los volvéis a intentar, arrojaremos vuestros cadáveres a las calles'".
En una pintura del tamaño de una cartelera, el padre de Sádr sobresale a la entrada de la comisaría de policía, protegida por hileras de barricadas de sacos de arena. En la pared de la sala de recepción, en un armario de cristal, había una copia del sermón de Saadi en Kufa, un llamado a la unión para una protesta dirigida por Sádr en Bagdad este sábado y un folleto de la oficina de Sádr titulado La primera carta de Sayyid Moqtada Sádr a la policía iraquí'.
"Usted es del pueblo, y el pueblo suyo mientras rechace a los ocupantes y se oponga al opresor", dice.
Hajami dice que él es firmemente pro-norteamericano, pero que la supervivencia es la supervivencia. Su fuerza de 5.500 hombres necesita 2.500 más para lo que dijo que se necesitaba para garantizar la seguridad. Sospecha que sólo un 30 por ciento le es leal; el resto obedece al puñado de partidos islámicos de la ciudad. Así, en una ciudad donde las alianzas son necesarias, el Ejército Mahdi es su aliado, dijo.
"El movimiento Sádr tiene el mayor apoyo popular en las calles", dijo Hajami. "Las relaciones son buenas, y hay cooperación. Nos mantenemos en contacto. Para cualquier problema que ocurra, yo les llamo para ver si necesitan ayuda, o ellos me llaman a mí".
Un Mensaje Inflexible
Hajami fue invitado a la parada militar esta semana en Gharaf, a unos 19 kilómetros al norte de Nasiriyah. No asistió, pero cuatro de sus coches policiales se encargaron de la escolta de alta velocidad, con sirenas y altavoces, de Khafaji y otros líderes de Sádr. Algunos milicianos con bandoleras y ametralladoras pasaban por detrás, envueltos en el negro característico del Ejército Mahdi.
En la parada, el Ejército Mahdi se encargó de la seguridad. Unos 30 hombres con uniformes nuevos, cinturones con balas y rifles de asalto se apostaron en tejados y en la calle. Otro miliciano al fondo cargaba un lanzagranadas.
Con turbante blanco y túnicas clericales, Khafaji subió al podio.
En privado, puede ser moderado y fanático. En una frase, denunciará la presencia norteamericana, advirtiendo sobre las calamidades que resultarían si las tropas estadounidenses no abandonan el país. En otra, adopta una posición, más normal, más nacionalista -acercarse a los sunníes, cooperar con la policía, incluso la perspectiva de participar formalmente en el proceso político una vez que los norteamericanos hayan dejado el país.
En Gharaf se dirigió a la milicia reunida ante él, pero con palabras destinadas a los norteamericanos.
"En la tierra de Mahdi sólo hay lugar para la gente de Mahdi", gritó. "Aquí no hay lugar para ti. Nuestro pueblo existe para sacarlos de aquí por medios pacíficos primero, y luego con medios militares.
"Somos capaces de hacerlo", dijo. "Con la venia de Dios".
Ann Scott Tyson contribuyó a este reportaje.
9 de abril de 2005
©washington post
©traducción mQh
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