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crimen a la hora del té


[Cristóbal Peña] Hace 50 años, en abril de 1955, la escritora María Carolina Geel mató en Santiago a su amante de cinco balazos en el Hotel Crillón.
Pudo ser una escritora mediocre, del montón, de las que pasan por incomprendidas y quedan en el olvido. Pero María Carolina Geel, alias de Georgina Silva Jiménez, se las arregló para conseguir un lugar estelar en la historia de la literatura chilena. Para abril de 1955 había publicado varios libros -cinco, exactamente-, pero ninguno de ellos tuvo la publicidad que reclamó el hecho que protagonizó en el Hotel Crillón y que la trasladó de las páginas de cultura a las policiales. Las cosas ocurrieron como sigue.
Eran las cinco y media de la tarde cuando un hombre corpulento, de 35 años, ingresó al salón de té del Crillón. Era la hora en que la alta sociedad capitalina, conservadora y ritual, comenzaba a atiborrar el exclusivo hotel de calle Agustinas. Quince minutos después, confundida entre la multitud, entró ella, de 42 años, menuda, nerviosa, y se encaminó a la mesa del fondo. Pidieron una once para dos y comenzaron a hablar.
Lo primero fue una conversación. Hablaron de un viaje que alguna vez pensaron hacer a Europa, de lo que habían vivido, de lo que pudo haber sido. Después discutieron sobre el presente. Ella alegó abandono, despecho; él le recordó que el asunto fue al revés: fue ella quien se resistió al matrimonio, la que le recomendó buscarse otra. Así lo hizo, y ahora -sentenció él- no había vuelta atrás. Ya eran las seis.
Los ánimos estaban caldeados y ella, como queriendo aplacarlos, le pidió fuego para fumar. Cuando él se lo ofrecía, María Carolina Geel sacó de su cartera una pistola calibre 6.35 y le disparó cinco tiros a quemarropa. La histeria quedó desatada en el Crillón y la mujer, en vez de hacer lo que se hace en esos casos -botar el arma y salir corriendo-, se abalanzó sobre Roberto Pumarino Valenzuela, lo apretó contra su cuerpo y comenzó a besarlo.
Pocos minutos después, cuando llegaron policías y periodistas, ella seguía aferrada al cuerpo ensangrentado. Tras ser conducida ante el titular del Primer Juzgado del Crimen de Santiago, atinó a decir entre sollozos:
-Señor juez, yo quería a Roberto.

Bohemios Asexuados
El hecho ocurrido hace 50 años, el 14 de abril de 1955, fue un escándalo de proporciones. Primero, por su escenario: el Hotel Crillón era uno de los lugares en que la crème capitalina se encontraba consigo misma a mediados de los '50. Segundo, por sus protagonistas: María Carolina Geel provenía de una familia acomodada y comenzaba a ser conocida en círculos literarios. Contaba con las simpatías del principal crítico de la época, Hernán Díaz Arrieta, Alone, quien una vez ocurrido el crimen se convirtió en su más decidido defensor. Roberto Pumarino, la víctima, era un conocido periodista y empleado de la Caja de Empleados Públicos, y para entonces estaba separado y tenía un hijo de nueve años.
Lo tercero fueron las circunstancias. Aunque Pumarino mantenía con Geel una relación de cinco años, la prensa le dio al crimen el carácter de escándalo sexual. Peor aún, como reportó una crónica del diario La Nación, más pareció lío de antisociales, protagonizado por una mujer que frecuentaba un ambiente de "bohemios asexuados" y "jovencitos existencialistas con afanes literarios".
Pero si en un comienzo todo se mantuvo en el plano policial, la misma escritora se encargó de llevar los hechos a la literatura. Tras ser condenada a tres años, y mientras cumplía su sentencia, Geel -animada por Alone- escribió una novela testimonial que tituló ‘Cárcel de Mujeres'. Publicada en 1956 con prólogo de Alone, la novela más conocida de la autora, y de hecho la única reeditada y disponible hoy en librerías, es una obra obligada de la literatura feminista chilena. Y de acuerdo con Diamela Eltit, la primera en que se aborda abiertamente el tema del lesbianismo, "ausente, hasta ese momento, en la literatura chilena".
‘Cárcel de Mujeres' es un crudo y agudo retrato del mundo delictual femenino de aquellos años. Pero también, muy veladamente, es un personal ajuste de cuentas de la autora consigo misma. Hay atisbos de culpa, aunque jamás arrepentimiento; y si bien juzga e intenta analizar el comportamiento de las reclusas, no es capaz de explicar con coherencia los propios.
En su declaración judicial argumentó que en los últimos días había sufrido desilusiones amorosas y literarias. Y que si andaba con un arma a cuestas, era con la idea de quitarse la vida, jamás de asesinar. ¿Por qué lo hizo entonces? El instinto asesino -dejó entrever en Cárcel de Mujeres- escapa a la voluntad: "Cuando él estaba sentado allí, en el último instante frente a mí, lleno de su vida, yo sentía, escuchaba que mi corazón palpitaba dentro de mis sienes, que iba a ocurrir y que ningún poder sobrevendría para evitarlo".

Escritos Inéditos
Dateados por policías, los periodistas se apuraron en acuñar un nuevo término, el "crimen literario", y a partir de éste un móvil de sospechosa veracidad, el "esnobismo". Más riguroso pareció el informe del fiscal Oscar Munizaga, que identificó en la inculpada "un orgullo desmedido por su persona, creyéndose superior en muchos sentidos".
Hasta ahí suena convincente. Pero según Munizaga, quien no hizo más que citar exámenes médicos, el origen de esta egolatría radicaba en la lectura compulsiva.
Con la sola la lectura de ‘Cárcel de Mujeres', Joaquín Edwards Bello llegó a una conclusión similar. "María Carolina es una niña intoxicada de literatura, introvertida, enferma de incomprensión en un clima de indiferencia", escribió el autor de ‘La Chica del Crillón' en 1956.
Ayudado por esta y otras opiniones, el crimen se consolidó en el tiempo como un acto literario. "Como si fuese una cosa romántica, de novela, simpática", protesta el hermano de la víctima, José Pumarino, a 50 años del crimen. "Fue un asesinato, cobarde, premeditado, y esa mujer, que cumplió menos de la mitad de su condena con enormes privilegios, nunca se mostró arrepentida".
Quién sabe qué pensaba ella. El bloqueo, la negación y el silencio fueron una constante por el resto de su vida, que se extendió hasta los 82 años. Nunca más se refirió públicamente al tema y, una vez reducida a la mitad de su condena, gracias a la gestión de Gabriela Mistral, se dedicó a la crítica literaria.
También escribió varios libros que aún permanecen inéditos. Uno de ellos, titulado ‘Ensayos', se guarda en la sección Archivos del Escritor de la Biblioteca Nacional. Hay ahí reflexiones sobre literatura, música y filosofía. "La soprepoblación, enloquecida en su promiscuidad, hará volar el planeta y con él todas sus maravillas, incluida finalmente la muy dudosa de El Hombre", apunta al comienzo del texto, confirmando el carácter nihilista que la acompañó hasta sus últimos días.
Vivió sola en un departamento de la Avenida Santa María. Cada vez más sola. "Mi relación con los seres, aun ciertas excepciones valiosas, seguirá siendo, fatalmente, fallida", apunta hacia los 70. La escritura se va haciendo cada vez más excepcional con los años. "Ahora, 1984", anota en una libreta con letra temblorosa, 12 años antes de su muerte. "No he alcanzado a escribir tres páginas en un año". Sufre sordera, pluritis y Alzheimer. Y sobre todo, sufre más que nunca de ese prurito existencial que nadie pudo clasificar. En la última página de su Ensayo se lamenta, aunque no tanto, del rechazo de dos editoriales. Poco antes, ha volcado una frase aislada: "Yo no creo en mi inocencia, exactamente como no creo en mi culpa".

27 de abril de 2005
©tercera

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